Capítulo 37
Capítulo 37:
Sus palabras habían dolido tremendamente. Eran como navajas afiladas lanzadas a una impresionante velocidad desde una velocidad aterradoramente cercana. Seguía pensando que ese chico que la había mirado de esa forma tan extraña no era Simón. No era su Simón.
Por más que intentara demostrar que estaba bien, o por más que tratara de mantenerse fuerte frente a los demás, pero, sobre todo, frente a sí misma, no podía. Las palabras del mexicano habían dolido, sobrepasando por mucho de lo que se esperó.
Tocó el timbre una vez y esperó a que la puerta se abriera. Tenía la cabeza gacha y entró de la misma forma cuando una señora un poco regordeta abrió la puerta, dando paso para que ella entrara.
Era curioso, siempre se dijo a sí misma, después de conocer a Simón, que lo primero que haría al momento de sentirse libre, sería ir corriendo en busca de un cálido abrazo del chico y quedarse allí todo el tiempo que le restara de vida. Pero era una cosa de expectativa versus la realidad. Ya tenía la expectativa, pero su realidad era opuesta: Se sentía libre, sí. Porque Matteo ya le había pedido perdón y, aunque todavía no le decía algo al respecto, ya no se sentía fuertemente ligada a estar con él. Al menos salir de casa era algo que, al menos eso sentía, no estaba prohibido. Pero el tema de ver al mexicano estaba fuera de discusión. Él no quería verla, ni siquiera en figurita.
—Vaya... —dijo Nina levantándose de la cama y caminando hacia ella —. Te ves asquerosamente mal.
Ámbar sonrió de manera amarga y empuñó sus manos —No solo me veo. Lo estoy, Nina. Lo estoy.
La rubia se dejó caer de rodillas al suelo y comenzó a llorar desconsoladamente y se llevó las dos manos a la cara, tratado de cubrir el dolor que llevaba encima. Pero es que, ni siquiera lo llevaba encima, todo el dolor lo llevaba por dentro. Y eso no se podía cubrir. El maquillaje no cubría el interior.
La chica de lentes corrió hasta su amiga y, a como pudo, la cubrió con sus brazos y sobó su cabello mientras se debatía mentalmente buscando una frase, o algo para poner de mejor ánimo a su amiga.
—No llores, Ámbar —entre todas las cosas que pudo haberle dicho, esa fue la única que asimiló como «perfecta para la ocasión».
—Él me dijo tantas cosas... —moqueó y suspiró profundo —. Y dolían.
—No tenía por qué decirte algo, es un tonto si no quiso escucharte —tomó el rostro de su devastada amiga y lo acarició como si de su hija se tratara —. No llores por él.
—No. No es un tonto, él tiene toda la razón con lo que me dijo... —la vio a los ojos y continuó: —. Si yo no hubiese aparecido en su vida, no estaría pasando por esto, no sé si yo estaría en las mismas situaciones que antes, pero al menos él no hubiese perdido nada ni a nadie, y estaría felizmente con su novia. Ella no hubiera muerto y yo... Yo seguiría mi vida sin siquiera saber de su existencia.
—No digas eso —frunció el ceño y la miró con severidad —Ni tú ni yo somos adivinas como para saber que nada de lo que le pasó no hubiera sucedido sin que él te conociera... —le quitó un mechón de cabello de su cara —. Todo pasa por algo, y si la novia de Simón murió, era porque ya le tocaba. Mi amiga Luna dice que cuando te toca morir ni, aunque te apartes, y cuando no te toca, ni, aunque te pongas en el medio. El hecho que hayas aparecido en la vida de ese chico, de la forma que sea, no significa que eres la culpable de sus desgracias. Discúlpame, pero es realmente tonto decir eso.
—Pero él lo cree así y... —agachó la mirada —. Y yo también.
—Tal vez lo dijo porque estaba dolido, créeme, sé lo que se siente estar dolido, pero no por ello debes dejar guiarte por los malos comentarios. Deberías darle tiempo y hablar con él cuando las cosas estén un poco calmadas —levantó el mentón de la rubia, obligándola a mirarla —. Tal vez no hoy, ni mañana, pero hazlo. Lo único que tienes que hacer es darle tiempo.
Luna subía las gradas que ya estaba hastiada de tanto subir. En serio se lamentaba de que el lugar aquel no tuviera ascensor. Lo único que bueno de todo era el ejercicio que ganaba con eso. Aunque las horas de pie en su trabajo no ayudaban con ello.
Se sorprendió cuando en lugar de ver un espacio vacío frente a la puerta de su departamento, lo que vio fue a una Nina de pie junto a la puerta y recostada en la pared.
—Nina... —susurró parándose en seco sin entender por qué la chica estaba ahí.
—¿Te sorprende verme por aquí? —sonrió como lo hacía antes. Como si nada hubiese pasado.
—La verdad sí —quiso no sonar fría o seca. Pero no lo pudo evitar.
—¿No puedo visitar a una amiga? —se apartó del lugar al notar que la castaña se disponía a abrir la puerta.
—¿Hasta hoy te acuerdas de eso? —entró seguida de la de lentes.
—¿Qué dices? Siempre me acuerdo de ti —frunció el ceño y dejó de avanzar —. Somos amigas, no me olvidaría de ti.
—¿Somos amigas? Ah, disculpa, no lo recordaba —se sentó en el sofá principal de la sala y evitó verla a los ojos —. No. Eras tú quien no lo recordaba. Te necesitaba, Nina, pero no estabas ahí para mí. Estoy llegando del velorio de Jazmín y ver a Simón devastado junto con los padres de esa chica era algo que... —respiró tratando de ordenar sus oraciones —. Era horrible, ¿qué podía hacer yo? ¿Decirles que todo estaba bien? ¿Que lo dejaran pasar? No. No podía hacer eso, porque yo estaba igual, y tratar se verme fuerte dolía todavía más. Jazmín era mi amiga y la prometida de mi mejor amigo, ellos se iban a casar ¿sabías? Estaba embarazada ¿también sabías eso? Ellos iban a formar una familia y... —tragó saliva, tratando de que su voz no se cortara y conteniendo las lágrimas que ya picaban en sus ojos —. Yo estaba para ellos, dándoles apoyo, pero... ¿Quién estaba para mí? ¿Quién era mi apoyo en ese momento? —se pasó las manos por su cabello —¿Eran ellos? —sonrió dolida recordando —No. No eran ellos, si apenas podían con ellos mismos. Pero ¿eras tú, Nina? —sonrió, pero esta vez, más que dolida, sarcástica —. Esperaba que sí, que fueras tú quien estuviera para mí, pero no lo estabas... Nina, ¿de verdad somos amigas?
La morena de los lentes estaba escuchando atentamente, y, aunque doliera, estaba consciente de que lo que la castaña decía era verdad. Últimamente había estado distante con ella y ocupándose solo de Ámbar. Sería una hipócrita si dijera que pensó en Luna o en lo que podría estarle pasando, porque no era así. Había priorizado únicamente a la rubia olvidando por completo a la chica aquella.
Ella también se preguntaba lo mismo: ¿En verdad era amiga de Luna? Esa acción no era de mejores amigas.
—Lo lamento, Luna... —trató de acercarse a su lado, pero la mexicana se levantó rápidamente dándole la espalada a la que era su amiga.
—Déjame sola, Nina —caminó hasta su cuarto —. Yo también lo lamento.
—No, Luna, no me dejes hablando sola —corrió hacia ella y la agarró del brazo. Con temor a que se fuera —. Lo siento, de verdad lo siento, discúlpame por favor, me comporté como una mal amiga. De verdad —sin poder evitarlo la abrazó con fuerza y escondió su rostro entre el cuello de la castaña —. Luna, discúlpame, fui una tonta, no quiero que dejemos de ser amigas.
Luna empezó a llorar en silencio y, como por instinto, abrazó a su amiga. Porque, a pesar de todo, eran amigas.
—En verdad estoy cansada, Nina —la apartó poco a poco de ella y trató de sonreírle —. No te disculpes... hablamos otro día.
Después de dos semanas del accidente, mejoras en Simón no se veían. Y él estaba consciente de tal cosa. Cada vez que se miraba en el espejo, miraba a otra persona. Incluso notaba que había adelgazado. Sus pantalones que antes le quedaban justos, como le gustaban, poco a poco comenzaban a quedarle un poco flojos. La falta de apetito era la culpable.
Luna se abría espacio entre su tiempo libre o después de su trabajo para estar con él, y agradecía el gesto. Esa chica valía todo su peso en oro. Siempre que lo miraba con esa sonrisa de que todo estaba bien lo hacía salir de su mundo de oscuridad en el que se había escurrido desde el entonces.
Sus amigos lo llamaban o le mensajeaban para preguntar sobre cómo estaba o sobre su salud. También se los agradecía. Pero, aunque siempre respondía con un «bien» o un «mejor que ayer», sabía que era todo lo contrario.
Ahora estaba acostado, mirando al techo como tanto tiempo había pasado haciendo la misma tarea. Hasta ese maldito techo le recordaba a la pelirroja. Y la ausencia de su habitación le recordaba a Ámbar. Sí, ausencia. Desde que la ojiazul se fue de su casa, no había vuelto a su habitación original, seguía utilizando la que comenzó a ocupar desde el momento en que ella llegó. Su habitación, la real, seguía estando tal y como la chica la dejó, cuando entraba ahí todavía se sentía su característico aroma dulce y envolvente. Quizás eso provocaba más dolor en su interior.
Luego de bañarse, se dispuso a cambiarse, quería salir del encierro y cambiar de aires. No olvidar a Jazmín, porque eso nunca pasaría, siempre la guardaría como el más bonito recuerdo de su vida. Por hoy, saldría de casa, mañana, de España. Ahora menos que nunca, tenía algo que lo uniera a ese país de mierda.
El timbre sonó removiendo sus ideas. Luna no era, ella estaría trabajando. No abriría.
Sonó por segunda vez y volvió a repetirse que no abriría. La persona que estaba fuera se cansaría.
Pero a la tercera vez se convenció que esa persona no se cansaría de tocar y él ya estaba cansado de oír el estúpido sonido del timbre.
Se dirigió a la puerta acomodando el cuello de su camisa. Cuando el sonido se escuchó por cuarta vez, las palabras de hastío no dudaron en salir de su boca: —¿Quién mierda jode tanto el maldito timbre? —abrió la puerta, así como también sus ojos al ver de quién se trataba la persona.
—Lo siento —pudo notar la vergüenza en el rostro de la chica. Pero no se inmutó.
—Voy de salida, y no me interesa hablar contigo —su sequedad para con ella estaba planeada. Y se lo merecía, según él. Quiso cerrar la puerta, pero la chica fue más rápida y entró sin importarle que no le había dado permiso.
—Pues no vas a salir porque me vas a escuchar —parecía decidida. Lo estaba.
—No quiero —respondió él cruzándose de brazos y haciendo un puchero.
—No me interesa —esa voz en ella era diferente. Pero sonaba tan desgraciadamente sexi.
Mierda, Simón. Contrólate.
—Bien, linda, te escucho —se dirigió a ella y la tomó del brazo, muy bruscamente para su gusto, y la sentó en el sillón más grande para después sentarse frente a ella.
—Simón... —se sobó el brazo —. No tienes que ser tan agresivo.
—Te escucho —repitió. Dejando en claro que quería ir al punto.
—Quiero explicarte el porqué de todo esto —se acomodó mejor en el lugar para después escuchar una carcajada sarcástica por parte del mexicano.
—¿Explicarme qué cosa, cariño? —se relamió los labios y cerró con fuerza los ojos por un momento —. ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Por qué un estúpido chico principiante le arrebató la vida a la que iba a ser mi esposa? ¿Por qué perdí a las dos personas que se convertirían en lo más importante de mi vida? ¿O explicarme por qué te fuiste sin darme ninguna explicación? ¿Por qué me partiste el alma? Si es eso. Bueno, ya estás aquí, te escucho.
—Primero que todo, por favor contrólate, Simón —alzó las manos al frente haciendo una señal para que se detuviera —. Y segundo, ¿dos personas?
—Sí, dos personas, quizás no te interese, pero ella me iba a dar un hijo, íbamos a ser felices los tres —confesó con un poco de ilusión en su voz.
—Yo... —no pudo evitar sentir un poco de decepción en su interior —. Lo lamento mucho...
—Sí... claro que lo lamentas —sarcasmo. ¿Por qué dolía tanto?
—Simón, lo lamento, en serio. Créeme que lo que más deseo en este mundo es tu felicidad, aún si tu felicidad no es conmigo, deseaba lo mejor para vosotros, no es culpa mía que esa tía haya muerto, y vine aquí para explicarte únicamente por qué hui de la manera en que lo hice.
—Ok, esa «tía», como tú la llamas, tenía su nombre, y era Jazmín. Y, ahora, me importa un reverendo rábano lo que quieras decirme sobre ti —se levantó y por inercia, ella también —. Puedes irte por donde viniste —apuntó a la puerta y le dio la espada a la chica para comenzar a caminar a su cuarto. En esos momentos lo que último que quería era escuchar las excusas de ella.
—Simón... —susurró suave alcanzando al mexicano.
—¿Qué no entiendes? No quiero verte —se acercó a su rostro. Serio, pero tan provocativo —. ¿En qué idioma te lo digo, guapa?
La cercanía se cerró entre ambos, acción provocada por la rubia. Eso era algo que deseaba hacer desde el momento en que lo vio abrir la puerta. Él no había correspondido al beso, pero tampoco se rendiría. Rodeó su cuello con sus brazos y, automáticamente el castaño rodeó su cintura con los suyos.
El chico intensificó el beso importándole una mierda su ataque de drama que antes había tenido. Él también había deseado plantarle un gran beso desde que la vio del otro lado de la puerta. La amaba. La amaba y se odiaba por eso, porque esa chica lo volvía tan vulnerable y también porque cuando la besaba se olvidaba completamente de la realidad, y es que, esa realidad incluía a Jazmín.
El pensar en la pelirroja lo arrastró de nuevo a la realidad, y claro, eso conllevaba a dejar a un lado el beso que estaba sucediendo.
—Por favor, Simón... —susurró ella con su rostro a milímetros del suyo —. Solo escúchame.
—Esto no cambia nada, Ámbar —susurró separándose por completo de ella —. Tú y yo... no puede ser...
Continuará...
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