Capítulo 35
Capítulo 35:
—Soy yo o, ¿te escuché hablando sobre el amor de tu vida? Porque si es así, aquí me tienes.
No lo podía negar, el chico ese era muy guapo, pero tenía muy mala experiencia precisamente con esa clase de chicos. Estaba segura de que él era el típico niño guapo que se buscaba a una fea para molestarla y/o ilusionarla solamente con fines netamente de beneficio, claro, en esos beneficios no estaba directamente incluida ella, porque ella solamente era el instrumento para conseguir tales cosas.
—Soy Gastón Perida, pero tú puedes llamarme «El amor de mi vida», mucho gusto.
No. Eso no existe. Decir que encontraste al amor de tu vida es como decir que te encontraste a un extraterrestre, le diste la mano y de paso, tomaron el té.
Eso nunca. Esa mierda de que alguien se enamora verdaderamente no existe, porque precisamente el amor no existe. Lo que hay es sufrimiento disfrazado de cosas y sentimientos bonitos.
Un claro ejemplo de su afirmación era Ámbar. Esa chica había y sigue sufriendo cosas que realmente ella no quería pasar, ¿y todo por qué? Por culpa de esa mierda que llama amor. Probablemente después de tanto sufrir se de cuenta de lo que en realidad siente.
—El modelo —dijo por lo bajo para ella misma, recordando el día que hablaron y él quiso comportarse como un «caballero».
—¿Por qué me evitas si ni siquiera me conoces?
Por eso mismo, porque no deseaba conocerlo. Simplemente no quería sufrir, no quería volver a pasar por algo similar.
—Mierda, modelito ¿Por qué no sales de mi cabeza? —se golpeó la frente contra la almohada repetidas veces.
Era temprano y ella ya estaba acostada, en esa casa no había muchas cosas que hacer si era la empleada personal de una sola persona. Y esa persona en esos momentos no la necesitaba.
Su celular empezó a sonar en reiteradas veces, quiso, por un momento, no molestarse en levantarlo, pero por la insistencia supuso que el hecho que no lo hiciera, no serviría de nada.
—¿Luna? —preguntó al ver el número del cual una vez la chica le había marcado.
—No, Nina, soy Simón, el amigo de Luna, ¿Podrías llamarla a ella, por favor? La he llamado, pero no me responde, pensé que estaba contigo, pero y veo que no.
Su voz sonaba extraña, pausada, dolida, diferente a una voz de actividad. Tampoco era una voz somnolienta.
—¿Sucede algo?
—Dile a Luna que pasó... —pausó por un momento y claramente pudo escuchar como el chico inhaló mucosidad —. Dile que pasó algo malo.
Nina se comenzaba a poner nerviosa, algo pasaba, eso estaba más que claro. Simón necesitaba a Luna, y ella haría lo posible para brindarle de su ayuda, y si se ajustaba para un poco más, también lo haría.
Luego de llamar a Luna tantas veces y que la chica se dignó a levantar el teléfono, fue corriendo hasta la habitación de Ámbar, pensó que quizás a la chica le podría interesar lo que estaba pasando con el chico, después de todo, lo quería, lo quería tanto que se devastaba por él.
—No llores, pequeño. No llores, estoy aquí, yo no te voy a dejar. Nunca.
Se había quedado paralizada, la rubia no estaba en la habitación que ella suponía, en cambio, estaban dos personas muy conocidas para ella. Se sintió extrañamente mal al momento en que el modelo besaba la frente del chico, oír cómo le hablaba la hacía sentir inestable. Le hablaba como si el otro se fuera a quebrar, porque parecía que estaba así.
Era extraño, muy extraño. ¿Por qué se sentía así? No lo sabía, pero no quería seguir sintiéndose así, se separó rápidamente de la puerta y se fue en busca de la chica de ojos azules, estaba dispuesta a buscarla en cualquiera de las tantas habitaciones. Ella se tenía que enterar de lo que pasaba.
Buscó por las habitaciones de las plantas altas, pero en ninguna la encontró, supuso que era estúpido, pero la buscaría hasta en el cobertizo si era necesario. Antes de ello, decidió pasar por las que eran del servicio, las que estaban en la primera planta.
Un pequeño cuartico donde se escondían los utensilios de limpieza se encontraba una Ámbar en una pose de niña salida de película de terror, llorando en silencio recostada a la pared y con el rostro en sus rodillas.
—Ámbar, ¿qué haces aquí? Hasta que por fin te encuentro —se acercó a ella poco a poco, sintiendo lástima por ella.
—Nina... —habló la rubia sin cambiar de posición —. ¿Por qué las cosas malas me pasan solo a mí?
—No digas eso, no solo a ti... —se agachó frente a ella y tocó su hombro —. Ámbar, hay alguien que te necesita.
La rubia levantó el rostro, estaba un poco oscuro el lugar, pero se podían notar sus ojos enrojecidos y el rastro de lágrimas en sus mejillas.
—A mí nadie me necesita, Nina —volvió a ocultar su rostro.
—Simón está peor que tú en estos momentos —soltó la morena haciendo que la otra chica se paralizara y la volviera a ver conteniendo su respiración.
Sus manos sudaban, sus pies apenas podían moverse y su rostro estaba fijo en el de la pelirroja. Se culpaba porque de no haberla invitado a comer o de no haberle dicho que quería hacer su vida fuera de España, ella no estuviera en una camilla, con su vida corriendo peligro, y él angustiado a su lado pensando en lo peor.
—Lo siento, señor, aquí no puede entrar —informó una de las enfermeras mientras le cerraba el paso.
—Pero soy su esposo, ella me necesita —dijo él tratando de apartarla de su camino.
—Ella no lo necesita, necesita atención y usted no se la dará, espere aquí y no estorbe —habló la mujer fríamente y lo dejó del otro lado de una puerta celeste con poca vista hacia el interior.
—¿No estorbar? —se dijo para sí mismo.
Las palabras de esa mujer habían sonado peligrosamente verdaderas. Él no podía hacer nada, no era doctor. Como dijo la mujer, lo único que podía hacer era estorbar, y allí afuera, solo podía esperar los resultados. Esperar que todo se pusiera bien y que la chica no pasara a peor estado. O algo mucho peor.
—Simón —llamó una chica con voz cansada detrás de él —. Simón, ya estoy aquí.
—Luna —la vio con el rostro apagado —. Luna, ella... —y no fue más fuerte.
Se desvaneció frente a la castaña, no hizo otra cosa más que ponerse a llorar. Aquella situación lo estaba lastimando. Luna se le acercó también con los ojos llorosos. Jazmín era su amiga y Simón era como su hermano, sinceramente ellos no se merecían lo que les estaba pasando.
Lo abrazó con fuerza y pudo sentir como las lágrimas del chico mojaban su ropa. Él estaba roto, estaba hecho pedazos, pero ella estaría allí para él, porque lo quería, porque no podía hacer otra cosa.
—Ya, Simón, todo se pondrá bien —acariciaba su cabello y le sobaba la espalda.
—Ella... —habló, o eso quiso hacer —. Su bebé, nuestro bebé.
—Todo irá bien, tranquilízate —le dio un pequeño beso en la mejilla y luego la acarició —. Vamos a sentarnos.
Lo haló del brazo y lo llevó hasta unos lúgubres sillones blancos que había en la que se suponía era la sala de espera. La devastaba ver a su mejor amigo de tal manera. Él en serio se merecía todo lo mejor, y nada de eso le estaba sucediendo.
—No pasará, ¿verdad? —la miró serio, pero dolido, sobre todo —. Ella no se pondrá bien.
—No digas eso, no digas esas cosas —acarició sus nudillos.
Ella esperaba que todo fuera bien.
—¿Eres Simón? —preguntó la enfermera que antes lo había detenido —. Ella está en cuidados intensivos —miró unos papeles que llevaba en sus manos —. Fue un golpe muy fuerte, según el doctor.
—¿Puedo pasar a verla? —se levantó de golpe y miró a la mujer con cara de súplica.
—No está bien, está muy delicada, el doctor que la atendió está en una cirugía, me pidió que te dijera que su embarazo... —la mujer no pudo terminar al ver la cara del chico.
—De eso nada ya, ¿verdad? —se limpió rápidamente una lágrima que se resbalaba desde sus ojos hasta la comisura de sus labios.
—Todo pasa por algo, chico —la mujer, que, apenas ahora mostraba un momento de humanidad, acercó su mano hasta el hombro de Simón y dio dos pequeños golpecitos para después regalarle lo que, supuso, era una sonrisa.
—¿No puedo pasar a verla? —se pasó una mano por el cabello y la miró directamente a los ojos.
—Solo cinco minutos. No más —se apartó de su lado y volvió su vista a los papeles que llevaba sobre sus manos.
Simón corrió hasta la habitación donde se encontraba la pelirroja sin protestar, solo quería verla.
—¿Ella se pondrá bien? —preguntó Luna con dudas.
—No —respondió la mujer y se fue.
—Esta mujer se toma muy en serio lo de «Los pacientes no son amigos».
El mexicano se congeló al ver a su novia conectada como electrodoméstico a una corriente eléctrica. Tenía vendas en su muñeca, en su cabeza, y su pierna estaba alzada al aire en señal de que estaba rota. También estaba conectada a suero intravenoso y de seguro la cosa roja que colgaba era sangre.
Él nunca se imaginó ver a quien iba a ser su esposa en una situación como esa. A lo único que pensó verla conectada era a un ordenador todo el día escribiendo para su blog o dando consejos de maquillaje para el mismo.
—Mi chiquita... —susurró dolido mientras se acercaba y tomaba su mano.
Estaba helada. Parecía estar muerta.
—Discúlpame, cariño, esto es culpa mía —acercó su rostro a la mano de la chica y comenzó a besar desesperadamente sus nudillos —Como quisiera ser yo quien está en esa cama. De verdad perdóname...
De nuevo las lágrimas lo invadían. Es que era algo que no podía evitar. Esa chica que estaba allí con la cara inflamada y con colores diferentes a los normales, no era la suya. Esa chica no era su pelirroja sonriente que siempre tenía una sonrisa roja perfecta. El destino les estaba jugando una mala pasada.
—De verdad perdóname, Jaz —apretó su mano sin dejar de llorar —. Perdóname por todo...
Los dedos de la chica comenzaron a moverse con dificultad y poco a poco comenzaron a presionar el agarre del chico. Eso alarmó y alegró al mexicano.
—Jaz...
—Sim... —su voz también estaba rota. Dolía hablar, pero dolía más escucharla —. Mi Simón... —susurraba con los ojos tristes.
—Mi amor, no te esfuerces —alzó la mano y se acercó a ella —. No te esfuerces, cariño.
Él limpió sus propias lágrimas, tratando de mostrarse fuerte frente a ella, pero no podía.
—Sim, estoy cansada —sintió que la presión de la mano de la chica se hizo más débil —. Tengo sed...
—No digas nada, no te canses —besó su frente a punto de colapsar en llanto.
—Te amo tanto, Simón —ahora los ojos de ella, a parte de tristes, estaban brillantes y picando.
—No hables, por favor no lo hagas... —rogaba tratando de evitar que la chica lo siguiera rompiendo.
—Nuestro bebé... —pausó un momento —. Me iré con él.
—No digas esas cosas, mi amor —ya era tarde para tratar de secar sus malditas lágrimas —. ¿Me quieres dejar solo?
Ella sonrió triste, él quiso acompañarla, pero no pudo, sonreír era algo que no se podía hacer.
—Nunca vas a estar solo... ella... buscala —con las pocas fuerzas que liberaba apretó dos dedos de Simón —. Tengo sed, Sim... Estoy cansada...
—Voy por un doctor, ya regreso... —quiso caminar, pero al notar que la chica lo detenía se detuvo.
—No vayás... Quedate... —esos susurros lo mataban —. Te amo, Simón...
—No te esfuerces, pequeña... —se lamentó porque él no pudo decirle lo mismo.
La chica sonrió triste, ella sabía que él no la amaba. Amaba solo a una persona, pero quien ocupaba ese hermoso lugar, desgraciadamente no era ella.
—Te amo...
Su cabeza se giró hacia otro lado, pero la sonrisita que tenía en los labios no desapareció, un último suspiro inundó la habitación y su rostro se apagó como una vela. El maldito sonido que ensordecía también cumplió su parte al aparecer.
Su alma dejó su cuerpo y su corazón dejó de latir, ¿cómo se respira? Eso también se le olvidó.
Un hombre y dos mujeres rápidamente empujaron las puertas y se aproximaron a la chica.
—Ella solo está dormida —mencionaba Simón convenciéndose de que lo que decía era verdad —. Me dijo que estaba cansada y... —quería evitar las caras de preocupación de quienes lo miraban —. Ella se quedó dormida...
—Simón... —se acercó la enfermera de antes —. Ella no está dormida —lo abrazó apiadándose de él —. Ella murió, Simón...
—No me diga eso —moqueó con el alma partida en mil pedazos —. Ella no pudo haberme dejado solo...
—Sal un momento, chico —le aconsejó la mujer apartándolo de ella —. Ve con tu amiga.
El chico salió de la fría habitación a paso lento y con la cabeza gacha. Todo lo que quería en ese momento, era saber que eso era un mal sueño y que despertaría en cualquier momento. Pero dolorosamente sabía que era la realidad. La realidad lo separa de Jazmín.
—Simón...
Lo ultimo que le faltaba era que ella lo viera de esa forma. Había desaparecido por mucho tiempo, y justo en el peor momento se aparecía.
No. Eso debía ser una broma.
—¿Ámbar? ¿Qué mierda haces aquí? —se acercó a ella abruptamente y la sujetó por los hombros —. Vete, vete de aquí ahora mismo. Mierda ¡VETE DE AQUÍ!
Continuará...
Estoy partida en dos, lloré horrible.
PD: Jajaja me reí con los comentarios de lo de si soy chico o chica.
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