Capítulo 34

Capítulo 34:

—Te necesito... —le susurró con los ojos rojos provocado por contener las lágrimas —. Ayúdame.

Se le notaba devastado, y lo estaba. No hizo más que correr y estrujarlo en sus brazos. Sabía que lo necesitaba, no era necesario que se lo dijera.

—¿Qué pasó? —le susurró también sin dejar de abrazarlo. Le preocupaba, siempre le preocupaba.

Debajo de esa barrera de frialdad se escondía un pobre conejito en busca de ayuda, él lo sabía. Por eso, a pesar de sus arranques de frialdad incluso para con él, nunca lo había dejado solo. Siempre que le decía «vete», lo que le decía en realidad era «quédate».

—Dime, ¿qué es lo que pasó? ¿Luna otra vez? —preguntó sabiendo que la respuesta era positiva.

—Siempre es ella, Gastón... —se aferró más al agarre del chico —. Siempre ha sido ella.

—No llores, pequeño —le besó la frente —. No llores, estoy aquí, yo no te voy a dejar. Nunca.

—Te quiero, maldito amigo mío —se rio amargamente mientras hundía su cabeza en el espacio que había en el cuello del modelo.

—Y yo a ti, tonto —juntó su frente con la de Matteo —. Vete a dar un baño. Apestas.

Una chica castaña subía unas escaleras de un edificio que parecían interminables. Se lamentaba por haber sido ella quien convenció a Nina de elegir ese departamento. No tenía ascensor y en ese momento no le importó. Ahora sí notaba la importancia de un aparato de esos.

—Nina, tú tienes la culpa por dejarte convencer —se quejaba mientras sentía sus rodillas doblarse involuntariamente.

Teniendo en cuenta de que a la chica a quien le hablaba no estaba, decidió hacer seguir subiendo. El cuarto piso ahora parecía que estaba subiendo la torre Eiffel descalza.

—Luna, necesitas un buen baño y una buena dormida, sin interrupciones incluidas —se hizo en el cabello un moño y se metió a la bañera.

El agua estaba tibia y se sentía muy relajante. Era lo que necesitaba, relajarse. Le saldría acné con el estrés que se cargaba.

Eran alrededor de las veintitrés horas y ella seguía metida en la bañera. Sin darse cuenta se había quedado dormida y el agua cuando despertó se había vuelto fría, nada relajante, su sesión de relajación apenas había comenzado y la continuaría en su cama.

Miró su móvil y vio que tenía la pequeña lucecita roja constante, señal de que había notificaciones sin ser vistas. Cuando lo desbloqueó supo que nada andaba bien. El hecho de tener más de veinte llamadas perdidas por parte de Nina y más de diez por parte de Jazmín, eso no era buena señal.

—Me he portado bien últimamente —se echó uno de los húmedos mechones de cabello atrás de la oreja y marcó el número telefónico de Nina ya que era el más reciente.

Tres sutiles sonidos se escucharon antes de que la alterada voz de la morena de lentes se escuchara del otro lado de la línea telefónica.

—¡LUNA! ¿Dónde diablos te has metido?

—Lo siento, estaba dormida —se disculpó un poco apenada —¿Sucede algo? Mira que ya no vienes aquí para decirte que todo ha sido una pesadilla —se rio de su amiga.

—Luna, no es momento de bromas, ha pasado algo terrible —ahora en lugar de una voz alterada, se escuchó una voz triste y seria a la vez.

Una pelirroja con las mejillas sonrojadas caminaba tomada de la mano del chico amaba. Un mexicano que, para ella, era excesivamente guapo.

—Simón... —llamó la atención del chico, el cual la volvió a ver con una sonrisa en sus labios.

—Dime, Jaz.

—Te amo... —bajó su rostro avergonzada.

El moreno notó como la chica se avergonzó. Le parecía tan tierno todo de ella, y justo cuando hacía eso, realmente lo enamoraba.

—¿Por qué te sonrojas? —cuestionó ampliando su hermosa sonrisa.

—Por nada —miró hacia otro lado. La mirada de su chico la ponía nerviosa.

Se sentía tonta, como una adolescente enamorada, y es que, después de la propuesta de matrimonio se sentía como el primer día de noviazgo. Como cuando los «te amo» se salen sin siquiera darte cuenta o como cuando un simple roce de manos te hace sentir corrientes fuertes pero placenteras de electricidad.

—Eres tan tierna, Jaz —acunó su rostro entre sus manos —. Mucho —la besó.

Cuando la besaba, no podía dejar de sentirse mal. Sabía que la estaba usando como un escape de Ámbar, pero también se convencía de que, con cada beso o cada caricia, podría deshacerse del recuerdo que ahora era la rubia, junto a Jazmín lo lograría. Porque serían felices, porque ambos se lo merecían.

—Me quiero ir de España, Jazmín —su tono de voz se tornó serio, pero no apartó la vista de los ojos de la pelirroja, quien había palidecido al escuchar tal cosa.

—¿Qué? —se apartó de él y dio dos pasos hacia atrás —Me estás jugando una broma, ¿cierto?

—No, Jazmín. Hablo en serio —la tomó de las manos, las cuales estaban heladas porque el frío era mucho por la noche.

—Vos no me podés hacer esto, no me podés dejar sola, a mí y a tu... —el dedo índice del mayor presionó sus labios evitando que pudiera hablar.

—Nunca te dejaría, ni muerto, mi pequeña —presionó sus labios contra los de la chica y comenzó a moverlos lentamente.

Eran dulces, eran suaves, eran simplemente deliciosos. Pero no se comparaban con los de la rubia. Y se sentía mal. Porque buscaba un pretexto con lo que fuera para comparar cualquier cosa con Ámbar. Eso lo mataba.

—Pero... ¿Entonces? ¿Cómo pretendés no dejarme sola si vos te vas y yo me quedo al otro lado del mundo extrañándote? —presionó sus manos con las del chico. Eso le aterraba.

—Quiero que vengas conmigo. Quiero que hagamos nuestra nueva vida en cualquier lugar que no sea España —le decía, aunque parecía un ruego antes que una afirmación.

Sí, lo que él quería era alejarse lo suficiente de Ámbar, alejarse lo suficiente de esa rubia que por más que intentara, no podía sacarla de su mente. Quizás poner tierra de por medio era lo mejor para todos.

—¿Es en serio? ¿Por qué nos iríamos de aquí? ¿No estás bien viviendo aquí? —preguntó confusa, pero ya respiraba normalmente.

—No. Aquí estoy todo, menos bien, viviendo contigo en cualquier otro lado, lo estaré —sonrió cansado.

La pelirroja se separó de él. Ya entendía, se quería ir de allí por ella. Por la estúpida chica a la cual, al parecer, seguía queriendo. Ahora todo cobraba sentido.

—Es por ella ¿verdad? —comenzó a caminar más rápido —¿Es por esa estúpida? ¿Por ella te querés ir de aquí? Ahora comprendo, ni siquiera si te digo que espero un hijo tuyo te olvidás de ella, ¿qué te hizo? ¿qué le ves? Porque sinceramente no veo qué tiene ella que no tenga yo —en su rostro se leía furia y también dolor mezclados. Mala combinación.

—Jaz, espera, cálmate —trataba de calmarla, pero cuando ella se enojaba era imposible hacer que dejara de hablar.

—No. No, Simón, no voy a dejar de hablar, al menos se hombre y decime que es por ella que te vas, decime que no la has dejado de amar. ¡Por Dios, decime qué ves en ella que no ves en mí! —gritaba desesperada. El moreno agradecía que no había gente deambulando por la calle porque de otra forma se estaría muriendo de la vergüenza.

—Okay, sí, sí es por ella... —la sujetó del brazo, mientras pudo —. Cálmate, por favor. Espera...

Pero la pelirroja se sentía dolida. Y es que no era para menos, le estaba diciendo en su cara que seguía extrañando a la persona que tanto mal le había hecho. ¿Eso quería decir que ella no era nada en su vida? Él no lo dijo, pero seguramente lo pensaba.

Aunque le daba el crédito de que al menos era sincero y se lo decía, y eso que, prácticamente, ella lo había obligado. Pero le reconocía el hecho de que no trataba de lastimarla.

Él era tan bueno, y ella lo había hecho sentir mal, lo estaba haciendo sentir mal.

Entonces se dio cuenta de su error. Era un error estar enojada con el chico que la amaba y que, a pesar de todo, la seguía como un tontito detrás de ella, tratando de detenerla y hacerla escuchar.

Ella era la mala en esos momentos.

No se dio cuenta cuándo se había detenido ni tampoco se dio cuenta de cuánto había avanzado, había dejado a Simón muy atrás, como una tonta se dio la vuelta, solamente para poder la cara de pánico que el chico traía. Eso la confundió. ¿Pánico? ¿Miedo? ¿Por qué? Todo pareció detenerse y un solo segundo volverse un año. En un solo segundo pudo la cara de dolor de su novio, en ese solo segundo pudo ver en cámara lenta cuando el mexicano alzaba su mano en un intento inútil de alcanzarla.

Y sucedió, comprendió de nuevo el comportamiento de Simón. No era él quien tenía un problema, sino ella. ¿Por qué no se dio cuenta de nada? ¿Cuándo se da uno cuenta que es demasiado tarde para todo? Eso no se sabe. Lo único que se llega a sentir, es nada. Porque de un momento a otro todo se vuelve oscuro y en tus oídos solo se escucha un tintinear que te llega a ensordecer, ¿Qué viene después? La nada. Eso viene.

—¡JAZMIN! —gritó el castaño arrastrando la palabra hasta donde sus cuerdas bucales se lo permitieron.

Corrió. ¿qué más podía hacer? Corrió tanto que a la vez pareció nada. Porque el destino al que corría parecía ser inalcanzable. Todo parecía detenerse, y se había detenido, al menos para él.

—Jamín, mi amor, responde, ¡Jazmín! —la movía. Recargó su cabeza en sus brazos y le daba pequeños golpes con las palmas de las manos en sus mejillas. Pero todo parecía ser un sueño, una pesadilla, porque ella estaba allí, tirada, raspada, sangrando por la nariz, por los oídos y tenía una herida en la cabeza, por la que, ¿adivinen qué? Sí, también sangraba.

No le importó mancharse de sangre cuando reposó el rostro de la chica en su pecho. No pudo evitar que las lágrimas se le escaparan de sus ojos, así como tampoco pudo evitar sentir miedo. Miedo a perderla, miedo a sentirse solo de nuevo, porque fue hasta entonces que se dio cuenta de cuán grande era el amor que sentía por ella. Solo entonces se sintió en medio de un agujero que se cerraba de a poco y se llevaba su vida junto con la de su prometida.

—Llama a una ambulancia —susurró al chico que se había bajado de la motocicleta que había arroyado a su novia.

El chico desconocido que vestía de negro completamente estaba estático, no se movía, y no porque no quisiera, simplemente no podía.

—¡QUE LLAMES A UNA AMBULANCIA, IMBÉCIL! —gritó de nuevo ordenando para que el chico aquel hiciera algo productivo, más que solo observar.

—S–sí —mencionó el chico reaccionando a los gritos del otro chico.

Estaban tan nervioso y aterrado que se le hacía imposible recordar cuál era la contraseña de su móvil y también se le imposibilitaba mover sus dedos. Simplemente era la primera vez que le sucedía algo como aquello, porque, de hecho, era la primera vez manejando una motocicleta.

Alrededor de quince minutos, que para Simón se volvieron eternos, tardó la ambulancia en llegar hasta donde había ocurrido el suceso y también, donde mucha gente se comenzaba a conglomerar con el único propósito de cotillear y, sin embargo, no hacía nada para ayudar.

—Jaz, te pondrás bien —tomó su mano y la besó.

Ver a la chica inconsciente en una tétrica camilla era una de las peores imágenes que se imaginó ver en toda su vida. Su rostro no parecía el suyo, un montón de moratones lo comenzaban a adornar y raspones del mismo color en sus brazos, piernas y prácticamente en todo su cuerpo.

Dios, eso era algo terrible. Terriblemente aterrador.

Entre las cosas que había recogido de la que sería su esposa estaba su bolsa. Buscó dentro de esta y sacó su teléfono móvil, también le temblaban los dedos, y el líquido de sus ojos empañaba su vista.

Buscó el nombre de alguien a quien conociera y se sorprendió al ver que la chica no tenía agendado un número telefónico de algún familiar. Es más, solo tenía el de sus amigos, junto con el suyo. Sonrió al notar que estaba guardado con su nombre y un montón de corazones negros. Siguió buscando, pero lo más cercano a una persona conocida que encontró fue el nombre de Luna.

Marcó alrededor de diez veces, pero siempre una impersonal voz femenina le respondía mandándolo al buzón de voz. Maldijo por tantas cosas, pero sobre todo por el hecho de que una persona que tiene móvil no responda.

—¿Tú qué eres de ella? —preguntó uno de los hombres que acomodaba a la pelirroja.

—Soy... —la pensó por un momento —. Su esposo.

—Ya... —respondió y volvió la vista a la mujer —. Lo lamento mucho.

Simón odiaba eso, porque en realidad no era así, nadie «sentía» nada. Solo quien sufría de verdad entendía todo el dolor que se puede sentir.

—Ella, se pondrá bien, ¿verdad? —preguntó más bien para sí mismo, porque trataba de convencerse de que en verdad sí, todo se pondría bien.

—Muchacho, no es por darte malas esperanzas, pero mejor no te hagas ilusiones —eso había sonado tan frío.

Pero eso le dio un rudo golpe contra la realidad.

—Jaz, te amo, pequeña —se limpió unas cuantas lágrimas —. Te amo tanto.

Continuará...

Me dio tanta lástima escribir esto :(

Una pregunta: ¿Qué me dirían si les dijera que en realidad de una chica soy un chico? 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top