Capítulo 31

Capítulo 31:

Los días a veces le eran demasiado cansados, era verdad que se acostumbró en su tiempo a estar de pie durante mucho tiempo, pero volver a lo mismo también le tomaba su tiempo. Los tacones que se ponía a veces le hacían tener gana de no tener pies. Pero poco tiempo después se arrepentía de esa idea.

Desde el día que vio, solo por un momento, a su amiga Nina, no la había vuelto a ver. Se sentía mal. Mal porque sentía que la chica la había olvidado, que ahora eran raros los días en que la llamaba, ahora no recibía sus buenos días, pero no era pesimista y trataba de pensar en que quizás la chica solo estaba llena de trabajo, como ella también lo estaba en ese momento.

—La extrañás mucho ¿no? —preguntó con voz suave y comprensiva.

—¿Se nota mucho? —respondió con otra pregunta.

—La verdad, sí —se rio un poco. La comprendía.

—Sí, Jaz... —agachó la mirada —. Es mi mejor amiga, y creo que ella se olvidó de ese pequeño detalle —trató de sonreír. No pudo.

—¿Te parece si te busco después del trabajo? —cuestionó tratando de animarla —. Podemos ir a mi casa, podemos hacer una de esas pijamadas que solíamos hacer cuando éramos adolescentes.

—Creo que ya estamos un poco grandes para eso... —le sonrió con un deje de diversión —. Pero supongo que no me caería mal.

Cuando Luna tenía dieciséis años y ella junto con sus padres vivían en España, había desarrollado empatía con una chica pelirroja que, a pesar de tener más tiempo viviendo en el mismo país, todavía no se le había pegado el acento, y eran estos tiempos y ella lo seguía conservando, así como ella conservaba el acento mexicano.

Recordaba que a veces se reunían en la casa de una de las dos, para chismosear sobre cómo había sido su día o para hablar sobre si existía un chico que movía el tapete de alguna de ellas. Todo eso se perdió cuando Luna se fue a Argentina.

La castaña al principio había hablado con sus padres sobre quedarse a vivir en ese país, pero ellos se lo negaron, en cambio ella siguió insistiendo hasta el punto de tenerlos casi convencidos, cosa que también cambió por el «problemilla» entre ella y Matteo.

Cuando estaba en la universidad, estudiando contabilidad, se lamentaba de haber elegido esa carrera debido a que las matemáticas no eran para nada su fuerte, su salvación era una chica de lentes que, normalmente, se sentaba de las primeras, esa chica era una estrella en esa bendita clase. Cuando le pidió de favor que le enseñara a resolver ejercicios que no entendía y de los cuales, sentía que la profesora le hablaba en japonés, ella junto con la de lentes comenzaron a juntarse más tiempo y, fue precisamente el tiempo juntas, quien las convirtió en mejores amigas.

Aunque, ahora, cuando tanto tiempo estudiando matemáticas hasta tarde había dado resultado, y ella había pasado la carrera y trabajado hasta de cajera, era el tiempo separadas quien se encargaba de que ese «mejores amigas», desapareciera poco a poco.

Simón estaba decido a darse una nueva oportunidad con la pelirroja, después de todo, había sido ella quien después de hacerla a un lado por «quedarse» con la persona que lo hizo caer de una nube imaginaria, se había quedado apoyándolo cuando se estaba revolcando por el dolor en el lodo.

—Una carta no es suficiente, Ámbar —mencionó mirando al frente, como si la chica estuviese frente a él.

Por más que quisiera, la carta que la chica había dejado seguía molestándolo, y pese a ello, no quería echarla a la basura, porque muy a su pesar aún seguía queriendo a la rubia. Y eso dolía, dolía mucho.

—Hubiera preferido que tu perdón hubiese sido de frente —arrugó el papel. Tal como lo había hecho tantas veces.

Se rascó la cabeza y se haló de los cabellos. No podía evitar llorar como un niño cada vez que el recuerdo de ella vagaba por su mente. Lloraba mucho.

—¿Tienes una idea de cuánto te amo? —sus ojos estaban rojos. Se avergonzaba de sí mismo.

Había descubierto algunas cosas. Una de ellas era que no se podía obligar a sí mismo a tratar de recordar buenos momentos con una persona que prácticamente fue un diario con llave desaparecida para él. Otra había sido que cada vez que lloraba su cuerpo dolía, pero, sobre todo, dolía su corazón.

—Dios, dame solo un pretexto para olvidarme de ella —hundió su cabeza entre las mullidas almohadas que posaban sobre su cama.

Un hueco se formaba entre sus costillas y un nudo socaba su garganta. Nunca había estado en medio de una pelea, pero ahora aseguraba que una paliza podría doler menos que eso.

—Solo una excusa... —susurró derrotado. Lo estaba, estaba roto por dentro.

La rubia se encontraba preguntándose por qué cuando a las personas les rompen el corazón buscan canciones que las ponen aún peor. También se preguntaba si solo era ella con ese extraño trauma.

Buscaba en internet cosas como: «canciones que representen tu estado de ánimo» o si no, «canciones de amor en español».

Le salía cada cosa, que no sabía ni en qué pagina meterse, es más, no sabía si entrar o no en alguna.

«Jazminie Blog» ese pequeño nombre llamó su atención, porque detrás de ello venía escrito «La mejor declaración de amor». La curiosidad la envolvió y sin dudar se adentró a la página.

Era un blog muy al estilo niña de quince años, con miles de colores pasteles y rositas, por un lado, mariposas por otro, pero el rosado se llevaba todo el protagonismo de aquel blog. A pesar de lo infantil que se miraba, lo seguían poco más de dos millones de personas.

Un video que contaba con más de siete millones de reproducciones llamó su atención. Un frío irregular corrió por todo su cuerpo, si era lo que se imaginaba, lo que mejor le caería sería no ver el dichoso video. Pero de otra forma no se quitaría las dudas. Dio inicio a la reproducción.

Un chico con una guitarra azul y una chaqueta del mismo color tocaba el instrumento musical con tal destreza que provocó a la chica más ganas de seguir viendo. Mala decisión.

Comenzó con una letra suave de lo que parecía ser una canción de amor. Una declaración es más específica.

Con letras como: «Y tu insistencia me enloqueció», y también «Quisiera ser quien te proteja, aunque el huracán esté a nuestro alrededor». Aquellas pequeñas frases golpeaban. Pero nadie la mandó a sufrir más. Ella tenía una idea de lo que le esperaba al ver el video, y precisamente fue lo que esperaba. Un Simón un poco más joven y un poco más delgado, tocando la guitarra y cantando como un ángel, mientras la oscuridad y lo que parecían ser luces de velas lo acompañaban detrás de él.

También se escuchaba una Jazmín sollozando de alegría mientras grababa el video y el muchacho sonreía.

—Tú debiste ser feliz con ella, Simón —dijo en susurro mientras bajaba la pantalla de su laptop.

Se llevó una de sus manos a la cara y limpió sus mejillas, estas ya estaban mojadas por ese líquido que últimamente no hacía más que salir de sus ojos.

—Yo no soy nada comparada con ella ¿a que sí? —preguntó al aire sin esperanza de recibir respuesta. Porque no la tendría.

—Tú no eres nada comparada con nada —se rieron a su espalda —. ¿Sí sabías que una relación es de dos no de tres? —se acercó a ella tambaleando. Su hedor a alcohol se sentía a kilómetros.

—Tú no te cansas de ser un imbécil, ¿no? —preguntó sarcástica. Estaba enojada, con los ojos rojos, destrozada, y ese estúpido no la iba a poner peor —. Disculpa, no puedes dejar de ser un imbécil. Tú ya naciste así.

—Eres una zorra —se acercó a ella lo suficiente como para que ella saliera corriendo de miedo. Pero no lo hizo —. Eres una puta zorra.

Una cachetada resonó por toda la habitación haciendo que el muchacho cayera al suelo, la borrachera había tenido algo que ver en eso. Uno de los pocos guantazos que había dado en su vida. Se sentía bien.

—Nunca dejarás de ser un puto ardido de mierda que no supera nada. ¿Sabes qué aprendí con tus golpes? —lo tomó del pelo. Sí, ahora era ella a él —. Aprendí que los puedo regresar, aprendí que voy a dejar de ser una maldita estúpida que llora por todo, y aprendí a que este amiguito tuyo —se agachó hasta estar a su altura y tomó su pene junto con sus testículos y los apretó hasta que el castaño gimió de dolor —, esta simple cosita puede ser tu perdición, «cariño» —enfatizó la ultima palabra y dio dos palmadas pequeñas en la mejilla de su esposo —. Te aconsejaría que te bañaras porque apestas, y también que, si se te ocurre tocarme un solo cabello, te dejo sin pene y te lo doy cocinado —salió de la habitación con el corazón latiendo a mil. Ni ella se creía lo que acababa de pasar.

—¡Maldita hija de puta! —le gritó mientras estaba tirado en el suelo sosteniendo lo que la rubia llamó «su amiguito».

Tocó alrededor de mil veces la puerta del cuarto de servicio que ocupaba Nina, la adormilada chica abrió con los ojos casi cerrados.

—Si hay un incendio prefiero morir quemada a dejar la cama —volvió a la cama y se puso la cobija hasta cubrir todo su cuerpo.

—Golpeé a Matteo —dijo la rubia con sorpresa.

La morena saltó de la cama y se lanzó encima del cuerpo de la rubia buscando por algún lugar un rastro de golpe.

—Aconsejo un cuchillo muy afilado para acabar con su existencia —la miró seria.

—Tranquila, el muy imbécil no me tocó —Ámbar se rio aún sin creerlo y Nina suspiró aliviada —. Hoy duermo contigo —se lanzó a la cama y la morena la siguió.

—Cuéntamelo todo —dijo la menor con curiosidad y olvidándose por completo que hace poco estaba cayéndose por el sueño.

La pelirroja vestida solo con un pequeño short rosa y una blusa banca ancha abrió la puerta de su departamento. Una castaña apareció tras la puerta y le sonrió mientras se abría paso para entrar.

—Lamento la tardanza —se disculpó al momento en que se sentaba —. Tuve que ir a casa a cambiarme.

—No te preocupés, ¿querés algo para cenar? —caminó hacia la cocina.

—No, gracias, Jaz —le sonrió —. Pero sí te acepto un café —la pelirroja asintió y siguió su camino —¿Qué tal todo con Simón? —preguntó llegando a la cocina donde Jazmín se encontraba vaciando el café desde una cafetera de color negro hasta una taza rosa.

—Todo bien, casi como antes —confesó sonriente. En verdad estaba feliz de haber regresado con el mexicano.

La chica que servía la taza con el café comenzó a sentirse mal de un momento a otro. A como pudo dejó la taza a medio poner en la barra que había en el lugar y salió corriendo buscando el baño.

Luna se preocupó y la siguió sin entender lo que pasaba.

—Jaz, ¿Qué te sucede? —cuestionó alarmada al momento en que la vio vomitando en el váter. Se aproximó para sostenerle los cabellos.

—No lo sé, Luna, solo me sentí mal —respondió bajando la cadena.

—¿Ya te había pasado antes? —volvió a preguntar.

—Últimamente me pasa mucho... —susurró desganada —. Tengo miedo, Luna, ¿y si es algo malo?

—No digas eso... —colocó uno de sus mechones detrás de su oreja —. Yo creo saber qué es —le guiñó un ojo y le sonrió con gracia.

—Te referís a... —la pequeña no la dejó terminar.

—Exactamente a eso —sonrió de oreja a oreja.

—¿Y si no? ¿Y si en realidad me pasa algo malo? Tengo miedo, Luna —sujetó sus manos con fuerza y bajó la mirada preocupada.

—No seas tan pesimista, ya verás que es algo bueno —le acarició la mejilla y le sonrió como una madre le sonríe a un hijo —. ¿No has comprado una prueba de embarazo?

—Sí, está en uno de esos cajones —apuntó a un mueble que había donde estaban ubicadas las toallas —. No la quise usar, me dio miedo.

—Pues hoy sí la usarás —Luna se fue emocionada a buscar la caja.

Encontró una caja de colores celeste y blanco con unas imágenes e instrucciones de uso. No las leyó, nadie leía esas cosas.

—Háztela —se la dio y giró sobre sus talones dando media vuelta—. Te espero afuera.

La pelirroja dejó una muestra de su orina sobre el pequeño espacio en blanco que había en el delgado aparato. La dejó reposar sobre el lavabo y salió del cuarto del baño.

—¿Qué pasó? —preguntó ansiosa la más bajita.

—Hay que esperar —respondió haciendo de sus dedos un nudo.

—Tranquilízate, Jaz. Todo saldrá bien —la abrazó y la otra chica correspondió.

Pasaron alrededor de cinco minutos sin entrar al baño, Jazmín estaba desesperada y asustada mientras que Luna no hallaba qué hacer. Ella tenía la confianza en que dentro de algunos años un pequeño niño le diría «papá» a su mejor amigo, y a ella quizás la llamaría «tía Luna»

—Vamos... —dijo la de cabello almendrado y haló a su amiga para que la siguiera —. Tápate los ojos —mencionó juguetona y la otra chica sobándose el estomago obedeció.

Luna tomó el pequeño aparato y su mirada alegre cambió por una neutra. Su sonrisa ya no estaba, su semblante cambió por completo.

—Oh, Jaz... —susurró con el tono de voz apagado, provocando que la de cabellos rojos abriera los ojos y se encontrara con el rostro triste de su amiga. El nudo de su estómago se hizo más grande —. Lamento decirte que... —pausó un momento, eso le provocaba cosas dentro de ella —. ¡Tú y mi mejor amigo van a ser padres! —gritó emocionada y abrazó a Jazmín mientras daba saltitos por toda la alegría que tenía acumulada.

—Dios, casi me matás del susto —se reía con ella —. Tendré un hijo de Simón... —la emoción le ganó y las lágrimas aparecieron —. Simón y yo vamos a ser padres...

Continuará...

Me gustan los niños que son pelirrojos. 

Díganme nombres :'D

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