Capítulo 29

Capítulo 29:

La morena de lentes no hizo otra cosa más que regalarle una divertida sonrisa mientras miraba su mano estirada con desprecio. El castaño, en cambio, no le quitaba la sonrisa coqueta.

—Mira, por si no lo has notado, estoy trabajando, y, aunque no lo creas, este vaso con agua pesa muchísimo, si fueras tan amable de apartarte del camino para que esta chica pueda pasar, te juro que te agradecería eternamente —hablaba con sarcasmo mientras jugaba con el recipiente de vidrio.

—Si pesa como dices, ¿me dejarías que te ayude con él y lo cargue hasta donde lo llevas? —pasó una mano por su brillante cabellera —. Solo para que veas lo caballeroso que soy.

—Okay, «señor caballeroso», ¿podría apartarse, para que esta dama no lo siga viendo? —ponía los ojos en blanco mientras intentaba apartar al chico. No era posible.

—¿Por qué me evitas si ni siquiera me conoces? —preguntaba dudando.

—Dios, está claro que la belleza no da inteligencia —se llevó una mano a la cara haciendo gesto de decepción —. Precisamente porque no te conozco es que te evito —hizo un gesto con los ojos, refiriéndose a que lo que había dicho había sido lo más lógico del mundo.

—Entonces, ¿Cómo sabías que soy modelo? —se puso de perfil, haciendo una pose como si estuviera posando para una sesión de fotos —. ¿Crees que soy bello?

Esa pregunta sí la había sonrojado. Claramente lo era, pero él no estaba para saberlo, y ella tampoco estaba para decírselo.

—Sabes a qué tipo de «conocer» me refiero, así que apártate de una vez —empujó al chico abriéndose paso y salir de la cocina.

—Vaya chica... —se dijo el chico mientras se volvía a pasar los dedos por el cabello —. Matteo debe decirme dónde las consigue.

La morena de lentes volvía a subir las escaleras con rumbo a la habitación donde se encontraba la rubia. Iba viendo de reojo hacia atrás, para ver si el modelito no iba detrás de ella, pero no iba. Cierta parte de ella quería que sí fuera. Obviamente no lo iba admitir.

Ni siquiera se preocupó por dar tres golpes a la puerta antes de entrar. Se encontró con una Ámbar tirada en el suelo viendo fijamente el periódico e inhalando mucosidad.

—Ámbar, toma un poco de agua —le ofreció el líquido mientras se acercaba poco a poco a la misma.

—El agua no es suficiente, Nina —mencionó la contraria mientras se limpiaba las lágrimas con ambas manos.

—¿Necesitas algo más? —cuestionó con preocupación.

—A él. Lo necesito a él —le habló mientras la miraba con los ojos cristalinos por las lágrimas que no dejaban de brotar.

—Pero ¿Quién es él? ¿Por qué lo necesitas? —aunque la conocía desde muy poco, ella le parecía tan frágil que daban ganas de protegerla. Y no solo lo parecía, ella era frágil.

—Él, Nina, él es la persona perfecta... —otra vez las malditas lágrimas la invadieron y un nudo se formó en su garganta, impidiendo que hablara claro —. Él es tan bueno, y yo lo dañé.

—Te gusta mucho, ¿no es así? —preguntó lo obvio.

—No. Yo lo amo —suspiró doliente. Y en realidad dolía —. ¿Por qué teniéndolo todo soy tan infeliz? ¿Por qué pudiendo comprar el mundo no pudo tenerlo a él?

A la de lentes se le partía el corazón ver a la chica de esa forma. Aunque todo lo que decía era verdad, ella no tenía por qué merecer algo como eso. Ella era buena y no merecía que algo le saliera mal. Pero la vida no es justa y todo pasa por algo, solo esperaba que eso trajera buenas y no malas consecuencias.

—¿Por qué no te casaste con él y no con tu actual esposo? —quería sacarse esa duda.

—¿Crees que, si hubiera conocido a Simón antes que al monstruo que tengo por esposo, no hubiera preferido ser su esposa? ¡Por Dios! Con los ojos cerrados hubiese corrido tras mi Simón... —se levantó del suelo y se sentó en la cama para después comenzar a beber del transparente líquido que le había llevado Nina.

—Haces parecer que enamorarse, duele —hizo una risilla incrédula.

—Quisiera verlo, quisiera verlo solo una vez, aunque sea de lejos —agachó la mirada con una sonrisa apagada —. Pero eso es imposible.

—No, nada es imposible, rubia —la tomó de una mano y le sonrió sincera —. Y pasando a otro tema, ¿tú conoces al modelo que está allá abajo?

Una castaña con hondas en su achocolatado cabello se encontraba con las manos sudadas y viendo fijamente hasta una puerta que estaba delante suyo, en espera de alguien que la atendiera.

Un hombretón con barba negra y no muy poblada en su cara se acercó a ella y se sentó del otro lado del escritorio color madera que estaba frente a ella.

—Y dime, Luna, ¿Has tenido experiencia como mesera? —preguntó viéndola con una sonrisa. Eso relajó un poco a la chica.

—Sí, uno de mis trabajos anteriores en Argentina fue de eso efectivamente, y, de hecho, una de mis cartas de recomendación la hizo mi jefe anterior —decía rápidamente mientras jugaba con sus dedos.

—Entonces, ¿debo asumir que estás acostumbrada a que la mayor parte del tiempo en este trabajo las pasas de pie? —preguntaba serio.

—Sí, por supuesto, por eso no hay problema, no se preocupe —seguía con su ritmo cardíaco acelerado. Siempre que buscaba trabajo y se encontraba en esas situaciones se ponía igual.

—Me caes bien, Luna —se rio —. Estás contratada.

La mujer de baja estatura no pudo evitar dar un pequeño chillido de triunfo, para después sonrojarse y disculparse, cosa que hizo sonreír al hombre y luego a ella también.

—Ven, ahora no está, lo bueno de esta enorme casa es que casi nadie se da cuenta de quién sale y quién entra —le dijo en susurros, mientras las dos bajaban las escaleras, descalzas para que sus zapatos no hicieran ruido.

—Si Matteo se entera de esto, me mata y después me revive para seguirme torturando —reía con nerviosismo agarrando fuertemente el antebrazo a la morena.

—No te preocupes, ¿nunca te escapaste alguna vez? —se reía, pero no por los nervios, sino por la cara de la rubia —. Tengo una amiga que siempre se las ingeniaba para sacarme de la casa sin que mis padres nunca se dieran cuenta.

—Me escapé una vez y debido a esa escapada estamos haciendo esta. Y, chica, tú tienes cara de todo, menos de maleante —pudo respirar con tranquilidad cuando ya estaban fuera de la casa.

—Pues tú tienes cara de todo, menos de una sufrida —pudo ver el ceño fruncido de la de ojos azules —. ¿Al menos sabes dónde vive el chico ese?

—¿Que si lo sé? Viví allí —caminó más rápido haciendo que la de lentes la siguiera.

—Nunca me había escapado para ver a alguien que ni siquiera conociera —se quejó —. Ojalá esto valga la pena.

Continuará...

 ឴Esta Nina es un poco diferente. 

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