Capítulo 25
Capítulo 25:
Llevaba la mayor parte del tiempo caminando por las calles de la ciudad, algunas veces había estado ahí con su padre, otras con su mamá. Recordaba con felicidad cómo cuando era pequeña la llevaban ambos de la mano, con miedo a que se soltara y saliera corriendo hasta que ellos la perdieran de vista. Pero eso no sucedía, a pesar de lo que sus padres creían de ella, ella tenía miedos, tantos miedos que la hacían ocultarse detrás de cualquier cosa. Odiaba mostrar su rostro.
No siempre fue tan tímida, hubo un tiempo cuando se podía divertir sin importar de quiénes la rodaban, ¿desde cuándo había perdido tanto su valor? ¿Qué había provocado ese cambio tan radical en ella? Aquellas cosas no le gustaba recordarlas.
Sus pies empezaban a doler y los zapatos estaban calientes debido a la fuerte luz solar que había aquel día. Su estómago empezaba a rugir, no había comido desde que salió de casa. Buscar empleo era un trabajo nuevo para ella, el primero, a decir verdad. Siempre su padre o su madre le habían dado lo que necesitara, pero no ahora, ahora se las vería por sí sola.
Se dio por vencida, un café al menos le caería bien, aunque estuviera muerta por el calor, o tal vez, una botella con agua y una galleta, tampoco es que tuviera mucho presupuesto en ese entonces. Solo a ella se le ocurría salir a la calle sin un quinto encima.
Sabía que estaba muy cerca de un pequeño parque, no estaría nada mal sentarse en una banca bajo la fresca sombra de uno de esos enormes árboles que allí había, un buen lugar para, por un momento, dejar escapar las preocupaciones y las necesidades que la azotaban en ese entonces.
El parque estaba casi vacío, raro, porque en un día así lo que más les acontece a los niños, son ganas incomprensibles de ir al parque. Una de las tantas bancas de color blanco que había, fue el lugar perfecto para descansar. El agua que estaba dentro de la azulada botella ya comenzaba a calentarse y mientras más tiempo pasaba así, más la odiaba, decidió beberla de una sola vez. Con un poco de desagrado, pero no le quedaba de otra.
—Dios, ¡qué bien se ve en ropa interior! —mencionó un grito chillón justo a su lado.
Ella casi se ahoga con el agua que pasaba por su garganta. ¿Le decían a ella? Si sus ojos no la engañaban, se había puesto más que solo ropa interior esa mañana antes de salir de su casa.
Volteó a ver al lugar de donde venía esa voz, el alma le volvió al cuerpo al darse cuenta de que no era a ella a quien se referían. Dos adolescentes de, al parecer, unos dieciséis años, vestidas con un uniforme escolar de colores negros y blancos, miraban embelesadas una revista de moda, donde en una de sus tantas hojas brillantes podía verse a un chico de cabello claro modelando unos oscuros bóxers en los que se leían las palabras «Calvin Klein».
La imagen en blanco y negro mostraba al chico viendo a la nada, con una perfecta sonrisa ensayada en los labios, con solo una camisa de botones, los cuales, ninguno de ellos estaba abotonados, dejando sus abdominales a la vista, su piel perfecta y unas hermosas piernas que parecían vivir metidas en el gimnasio. Lo primero que pensó es que la revista no se había equivocado al elegir a aquel chico para modelar la prenda interior. Le hacía el honor a la marca al ser su imagen.
—¡Está guapísimo, para comérselo entero! —gritó también la otra chica, sobando la hoja de la revista. Sobando la parte donde estaba la cara del chico, su pecho, luego bajó hasta sus abdominales, y con completo descaro, comenzó a sobar la parte más notoria de la prenda que el modelo llevaba puesta, y no se refería necesariamente a la camisa.
Sin saber por qué, se sonrojó ante el acto de la chica, no sabía si lo había hecho sin percatarse de su presencia, o solo lo hacía para ver cuál era su reacción, y esta fue un aclaramiento de garganta y la vista hacia otro lado. Ocultar su sonrojo le parecía bien.
—¡Qué desagradable eres! —rugió la primera, riendo por la reacción de la mayor.
—¡Por favor! —continuó la degenerada masajista —. No me digas que no te gustaría hacerlo en la vida real. No te hagas la puritana.
Se levantó todavía con el sonrojo en la cara, dejando a ambas jóvenes admiradas por la fotografía de aquel modelo. Retomaría su tarea: seguir buscando un trabajado, el que fuera. Siempre y cuando, fuera digno.
Un cartel blanco, con letras negras, exageradamente grandes, donde se leía la frase «Se busca asistente de ahogar. Tiempo completo». Quizás, su oportunidad de ya no seguir buscando trabajado, y de descansar ese día, había comenzado.
Presionó el botón que había en uno de los dos pilares de concreto del portón y una voz femenina le respondió cordialmente, esa cordialidad que usan los vendedores para que compres algo que realmente no necesitas, pero que igual te hacen comprarlo.
—Buenos días ¿En qué puedo ayudarle? —cuestionó la mujer desde el micrófono que estaba un poco más arriba del botón del timbre.
—Oh...yo... —comenzó a ponerse nerviosa sin razón —. Vine por el anuncio.
—Oh, sí, pase, por favor —y después de aquellas palabras ambas puertas se abrieron, dejando más clara la vista de la hermosa casa a la que había llegado. Era preciosa y, sin duda, un arduo trabajo para poder mantenerla limpia.
Por otro lado, una cara de asombro y una cara de completa felicidad se enfrentaban una a la otra, esperando que lo dueños reaccionaran.
—¿No me vas a abrazar? —preguntó sin dejar de lado la enorme sonrisa que vestía su rostro.
—Pero... ¡Por supuesto que sí! —se abalanzó sobre ella y la alzó al aire con una sonrisa en sus labios.
—Te extrañé muchísimo, Simón —mencionó entre risas.
—Y yo mucho más a ti, enana —la bajó y la abrazó con mucha fuerza y luego besó fuertemente su frente.
—Ven, dame otro abrazo, hermanote —y esta vez fue ella quien lo abrazó sin poder contener sus fuerzas.
—Has venido para quedarte, ¿o solo vienes de paseo? —preguntó con curiosidad.
—He venido para quedarme, para cuidarte, para que me cuentes por qué estás triste —su expresión se volvió seria —. No creas que no lo noté.
Muchas veces lo dejaba asombrado, y esta vez, había sido una de ellas. Esa chica lo conocía tan bien que podía ver a través de sus ojos y por más que se lo negara, ella sabía cuándo él estaba triste, cuándo estaba feliz, o simplemente, ella lo conocía mejor que nadie.
—El trabajo es tuyo —anunció con una sonrisa la mujer de traje negro frente a ella.
—Muchas gracias —contestó agradecida.
—Te advierto que tengo una esposa irritante —se escuchó una tercera voz, esta vez masculina, detrás de ella —. Espero te lleves bien con ella. Mas bien, espero seáis amigas, tú serás su sirvienta personal —le giñó el ojo con arrogancia, le dio la espalda y se fue.
—No te preocupes, tú no te encargarás de servirle a él —le sonrió amigable. Había leído su mente, aquel tipo le había provocado temor.
Continuará...
¿Se confundieron? >_<
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