Capítulo 17
Capítulo 17:
El agua fría caía sobre todo su desnudo cuerpo. Era relajante sentir el masaje del líquido sobre cada poro de su piel. Tenía los ojos cerrados dejando que el agua le cayera de en lleno sobre el rostro, quería permanecer de esa manera por más tiempo, pero temía convertirse en tritón si eso pasaba.
La noche, como ya lo tenía previsto, había sido muy larga, casi no había pegado el ojo. Por una parte, no podía por tantos pensamientos vagos en su memoria, por otra, estaban las ganas de por medio. No quería dejar de ver a la chica rubia en ningún momento. La mayoría de sus pensamientos se basaban en ella.
—Mierda, Simón, ¿qué te pasa? —se preguntó agachando la cabeza y sujetándosela con las manos.
Eran apenas las seis de la mañana y llevaba metido en el baño desde hacía ya dos horas. Horas que ni siquiera se sintieron pasar.
—¿Tienes una idea siquiera de por qué estas así, tonto? —le preguntó el Simón que llevaba dentro. Lo idealizó con una mirada seria y de brazos cruzados.
—Ni siquiera sé qué haces tú hablándome —susurró en respuesta a la pregunta.
—Esa chica es mala. Ella te tiene así —le dijo de nuevo. Sí, definitivamente su voz era fría.
—No. Ella no me ha hecho nada... —abrió los ojos, pero sin levantar la cabeza —. Nada malo. De eso estoy seguro.
—No seas imbécil. Solo mirate, no te la puedes sacar de la cabeza, piensas en una chorrada de cosas cuando la ves y... —su voz se tornó casi comprensible —. Dime una cosa, Simoncito, ¿qué pasa con Jazmín? ¿No era ella tu novia? — se lo imaginó sonriendo de una manera tan maléfica que le provocó escalofríos.
—¿Por qué eres tan cruel? ¿En verdad eres parte de mí? —no se sentía como que aquella cosa maléfica proviniera desde su ser.
—Te dejo, niño. No entiendes nada —le dio la espalda —. Pero debes abrir los ojos, lo que sientes por ella no es nada normal. Ni siquiera la conoces —y dicho eso, desapareció.
Su «yo» interior tenía razón. Ni siquiera conocía y lo que sentía por ella, no era normal. No sabía si estaba bien querer comérsela a besos cada vez que la miraba o querer hacerle el amor de una forma que nunca se había imaginado. O no sabía si era normal querer meterla en una vitrina privada donde solo él pudiera verla y tenerla para toda la vida. No. Definitivamente nada de eso era normal.
—¡Jazmín te quiere, joder! —golpeó los amarronados azulejos de la pared, con furia y desesperación.
Ella tenía la mirada perdida en la cúspide de aquella cosa. Obviamente estaba nerviosa y su cara se lo decía todo, pero incluso asustada se miraba apetitosa. Sí, llegó hasta el punto de querer comérsela viva. ¿Era un caníbal? Seguramente, pero ella era el único platillo que quería llevarse a la boca.
—¿Me juras que no me soltarás la mano? —le habló sin voltearlo a ver.
—Mi mano estará pegada a la tuya, aunque me la corten —le respondió sonriente.
La rubia volteó a verlo con una sonrisa en sus labios y con nerviosismo en sus ojos. Esa chica no podía verse mejor. Bueno, se ponía mucho mejor a cada segundo perdido. Pero eso era algo especial en ella, solo ella tenía ese don tan hermoso y perturbador a la vez.
«La quiero. Un montón». Pensó cuando la vio girarse hacia él y apretarle la mano con fuerza. Ella no lo sintió, pero su mano se derritió al momento del rose con la de ella.
—Entonces, ¿te animas o no? —cuestionó con anhelo esperando un «sí» como única respuesta.
—Contigo, me animo a subir a la Torre Eiffel y lanzarme al suelo sin paracaídas —le sonrió sinceramente —. Siempre y cuando estemos agarrados de las manos.
Ella tampoco lo supo, pero su corazón se derritió.
—La seguridad, ante todo —le acomodó el aparto que servía de «cinturón de seguridad».
—Tu mano es más que suficiente —le susurró viéndolo a los ojos.
«¿Cómo se atreve a decirme tales cosas? ¿No ves que me derrito por ti?»
—No me digas esas cosas... —se sonrojó y tomó su mano con fuerza.
El carrito se comenzó a mover. Ellos iban de primero y detrás estaba vacío, pero más atrás, iba tanta gente que no quería contar por dos razones: la primera era que estando al lado de Ámbar, el resto del mundo podía desaparecer y a él le daba igual. Y la segunda era que, por ahora, lo único importante para él, era esa rubia perfecta a su lado.
—Uno... —dijo él cuando ya estaban a punto de llegar a la cima.
—Dos... —continuó la rubia mientras apretaba con más fuerza su mano. Estaba asustada, no era un misterio.
—¡TRES! —gritaron los dos al unísono y los demás pasajeros del carrito de la montaña rusa.
—¡Maldita sea, dejé mi estómago allá ataras! —le holló gritar.
La rubia se abrazó con temor y con emoción al castaño junto a ella. Estaba que se le salían todos los órganos internos por la boca y lo único sostenible a su lado, era Simón. Aunque no negaba que se sentía bien, lo que le llenaba a ella en esos momentos, era miedo.
Él era todo lo contrario. Quiso montarse en ese juego con ella por esa razón. La había imaginado de esa forma en la que ahora estaba, incluso, se imaginó a él muriendo de amor por verla así y, de hecho, lo estaba. Aunque la chica sintió interminable el tiempo en aquella cosa, a él se le hizo tan corto que se sintió robado y quiso reclamar, pero se contuvo de aquella idea.
—Ni se te ocurra montarme en una cosa así otra vez, voy a vomitar —se quejó mientras el de caballos almendrados no hacía más que carcajearse.
—No te quejes, te ves muy linda incluso con todos tus oxigenados pelos en la cara —le apartó algunas hebras que le caían sobre el perfecto y delicado rostro.
—No sé si decirte gracias, o sacarte los ojos por lo de mi cabello —sonrió confusa.
Ninguno de los dos se había dado cuenta, pero sus manos seguían unidas. Lo único que sí sabían, era que ambos se sentían bien en compañía del otro.
—¿Quieres subir a la rueda de la fortuna? —le preguntó mirando el semejante aparato redondo girar con lentitud.
—No. Odio esa cosa —le contestó seria y decidida.
—A mí me gusta mucho... —la miró de reojo —¿No crees que es un lugar perfecto para un beso?
—¿Qué? —le respondió confusa —Para lo único que es buena esa cosa, es para esparcir una buena vomitada por todas partes —hizo una mueca de asco.
Sí. Ella era muy ciega, pero eso lo enamoraba.
—Un día quisiera subir con una chica muy pero muy guapa, y cuando estemos en la cima —la miró de frente y se le acercó un poco —, tomarla de las manos —la tomó a ella de ambas manos —, acercarme hasta sus labios con lentitud —iba haciendo cada cosa que decía —y cuando estemos muy cerca, cuando nuestras respiraciones choquen sin control... —rozó su nariz con la de ella. Pudo sentir su respiración. Era consciente de lo que hacia y, sin embargo, no quería detenerse.
—¿Darle una buena vomitada? —cuestionó con voz cansada y sin apartarse a pesar de la cercanía del chico.
—No —respondió serio —. Darle esto —la besó.
Ambos con sus ojos cerrados, ambos con los labios juntos, ambos impactados, por la acción del contrario. Ambos besándose como si el mundo no existiera.
«Corazón, no te salgas de tu lugar».
¿Qué otra cosa podía pensar? Nada. Su corazón estaba a punto de salir disparado, ella le había correspondido y él, ni corto ni perezoso había intensificado la cosa.
«No te separes nunca».
No tenía ni idea de por qué no le decía esas cosas en lugar de solo pensarlas. Pero la quería, y ya sabía de qué forma.
Continuará...
Tardísimo, lo sé, pero tuve un día muy atareado. Sin embargo, he cumplido, mis amores. Cumplan las reglas y nos leeremos mañana.
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