Capítulo 15
Capítulo 15:
Se sentía tonto, estúpidamente ilusionado, por un momento deseó dejar llevarse por sus instintos y plantarle un buen bezote en esos hermosos labios rosados que tenía la chica, pero para su desgracia, no podía. Aunque por fuera demostrara su típica sonrisa cálida y comprensible, por dentro se moría de vergüenza y de las ganas antes mencionadas.
—¿Cómo? —había preguntado asustado, no por ser tan bobo y no ceder a lo que la chica le pedía sino porque no se lo terminaba de creer.
—Abrázame —le repitió sin mirarlo.
—Que te... —tragó saliva un poco decepcionado —¿abrace?
—Por favor —pidió mientras se le resbalaban las lágrimas.
Ahora se encontraba con ella, abrazándola como si nunca en su vida lo hubiera hecho, y es que, aunque no fuera el primero, lo parecía. Debía admitir que para él se sentía hermoso, tener el cuerpo de la chica entre sus brazos y darle su amor era como una paga de un trabajo que no sabía cuándo había empezado. Pero ni siquiera podía verlo como una paga, eso era completamente diferente a los abrazos que había dado antes y, de verdad había dado en montones. Se culpaba dentro de sí por tener cabeza de chorlito y por haber escuchado cosas que no eran. En verdad estaba deseoso que la chica le pidiera un beso. Pero eso, según él, solo fueron malas pasadas que su cerebro le había jugado.
Por otro lado, no tenía idea del cómo se sentía la rubia, pudo haberle pedido un abrazo, pero cuando lo hacía, algo en su interior le decía que no se lo pidió porque le naciera, sino por desespero. Pero eso no era barrero que le frenara, él estaría para ella cuando lo desease o lo mandase, porque él era así, porque cuando alguien a quien quería estaba mal, haría hasta lo imposible para que se sintiera bien.
¿La quería? Claro que la quería, de otra forma, no estaría ahí con ella y desde un primer momento le habría pedido explicaciones de su vida. Quiso hacerlo desde hace mucho tiempo atrás, pero había algo en ella que le frenaba, se ponía en sus zapatos y se encontraba luchando contra sí mismo para poder darse explicaciones de el porqué de un escape o unos horribles golpes en una cara tan perfecta. Porque la quería demasiado la había acogido en su casa sin siquiera tocar el tema del que tuvieron que haber hablado desde un inicio.
Si la quería, ¿de qué forma lo hacía? Eso era un poco difícil de explicar, siendo él quien lo hacía. Cuando se hacía esas preguntas, que últimamente ocurría con frecuencia, lo único que llegaba como respuesta, eran solo nubes de oscuridad y en lugar de lluvia lo único que llovían eran más preguntas. Quería estar con ella todo el tiempo, quería que esos despampanantes ojos color cielo lo vieran en todo momento y por alguna razón, no quería verla triste por nada del mundo. Triste como en esos momentos se encontraba.
—¿Qué te sucedió? —se atrevió a interrogar de forma suave y sonriendo un poco, de modo que ella se sintiera en confianza y pudiera contárselo.
—Simón... —respiró cansada —. Hay muchas cosas que no sabes de mí, eso, por no decir que no hay nada que sepas de mí —le tomó de las manos y sus acuosos orbes rojos de tanto llorar le miraron con tristeza —. Quiero contártelo, quiero abrirme a ti con confianza, pero se me es difícil —le apretó las manos en señal de que no la soltara —. Has sido tan bueno conmigo, Simón, y yo... —volvió a romper en llanto.
Es que ya no podía dar con más. Estaba destruida y si se quedaba por más tiempo en ese lugar, Simón también terminaría siendo lastimado. Se odiaba por haberlo metido en aprietos sin que él estuviera al corriente de ello. Se odiaría aún más si se daba cuenta que por su culpa ese chico tan amable había sufrido algún «accidente». Lo más prudente era irse de allí cuanto antes, porque para ambos era mejor así.
—No llores, pequeña —le limpiaba las lágrimas y sin quererlo o sin darse cuenta, sus ojos también se acristalaron por las mismas —. No tienes una idea de lo mal que me hace verte así —la volvió a abrazar con más fuerza y cariño, no quería, no podía verla así, ella se merecía solo felicidad, nada malo y nada triste.
De un momento a otro empezó a llover y los truenos y relámpagos no se hicieron esperar. Perfecto para la ocasión: tristeza combinada con todavía más tristeza. ¿Cómo se suponía que iba a alentarla o sacarle una sonrisa, por muy pequeña que fuera, con ese clima tan feo?
—No cambies nunca, Simón —se lo había dicho sinceramente. El chico valía oro y diamantes juntos.
—Desearía decir lo mismo por ti, pero... —le tomó la cara con las dos manos —. Quiero que cambies, que sonrías mucho pero que sea de verdad, que eso tan bello que tienes por ojos se vean alegres de toda la felicidad que hay en tu cuerpo, que me hagas reír con algún chiste, por muy estúpido que sea, pero que no estés triste por nada del mundo, porque no te mereces algo así. Te diré la verdad, eres una chica extremadamente guapa y el que estés triste todo el tiempo no va contigo. Quiero verte feliz todo el tiempo, mi rubia favorita —acercó su rostro al de ella, quien lo miró sin perturbarse. Quiso, por un momento, besarla. Oh, Dios, ¡deseaba tanto eso! Pero lo único que hizo fue besar su frente con fuerza y con lágrimas de por medio.
La quería mucho. De eso no cabían dudas.
La rubia sabía que lo que el mexicano le pedía se le hacía casi imposible, solo podría sonreír de verdad estando al otro lado del mundo, lo más lejos de Matteo que le fuera posible, pero que estuviera al lado de Simón, ese chico era un motor que alegraba la vida. Pero todo lo bueno no dura para siempre, lo tenía muy bien entendido, pronto ya no habría Simón a su lado para sacarle una sonrisa o para darle esos malditos abrazos que tan bien se sentían. Y eso, era lo que, por alguna extraña razón, le dolía más de irse otra vez a casa de su esposo.
—Creo que deberías ir a descansar —le acomodó un mechón de cabello tras su oreja —¿Adivina qué? —sonrió alegre.
—Dime —le contestó tratando se parecer entusiasmada, como estaba o aparentaba estar él.
—Mañana no tengo que salir así que, tienes Simoncito para todo el día —le besó los nudillos y no supo ni por qué. Pero se sintió mucho mejor.
—Me iré a dormir... —se levantó y se quedó viendo la ventana por un momento, la lluvia no había cesado y alguno que otro rayo de luz proveniente de los relámpagos le alumbraban la cara —. Yo... este... tú... —comenzaba a titubear como niña nerviosa y es que, lo que quería pedirle le daba mucha vergüenza.
—¿Quieres que duerma contigo? —preguntó en broma, provocando su sonrojo. En realidad, eso era lo que quería, que le hiciera compañía toda la noche. Hoy no se le apetecía tener una que otra maldita horrorosa pesadilla con el escarabajo que tenía como figura conyugal.
El chico, al ver que ella no respondía y solo agachaba la mirada supo que sin querer había dado en clavo. Se sorprendió, sí, muchísimo, pero le alegró mil veces más.
—¿En serio quieres que duerma contigo? —preguntó con cara de sorpresa y ojos rebosantes de felicidad.
—Sí... —contestó con un pequeño susurro, susurro para el que tenía los oídos netamente dedicados única y exclusivamente para prestarle atención.
—¿Te dan miedo las tormentas? —preguntó sin querer sonar burlesco.
—No tienes idea... —en realidad no. Lo que quería era que él la acompañara esa noche. Lo único que quería, era sentir su calor esa noche. Lo que quería, era dormir con él.
—Pues entonces, tienes Simoncito para toda la noche también...
Continuará...
Debería haber actualizado mucho más temprano, lo sé, pero el maldito Internet me cagó la leche y debido a él, no pude. Pero aquí está, tarde pero seguro, bebés.
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