Capítulo 14
Capítulo 14:
Subió las escaleras. No quiso subir por el ascensor porque había mucha gente, al fin y al cabo, el piso de Simón no quedaba en la cúspide del edificio.
Entró y se fue directo a lavar los trastes que habían utilizado momentos antes para comer. Le avergonzaba saber que el mexicano era mejor cocinero de lo que ella era, o quizás sería porque raras veces había probado comida mexicana, pero sabía muy bien que lo que el chico se propusiera hacer, le quedaría delicioso, aunque, su especialidad por obvias razones eran las comidas primeramente mencionadas.
Fregó cada plato, cada vaso y cada cuchara. En su vida había hecho tal cosa, siempre había vivido rodeada de empleados de un lado a otro, incluso cuando se casó no iba con la idea de lavar la losa de la que sería su nueva casa pues Matteo esta podrido en dinero, así como su familia y los sirvientes no era algo que se viera una vez al año, no, esos se miraban a cada segundo del día.
Se rio al verse las uñas cubiertas por las blancas espumas del jabón. Al terminar los secó y los metió en el lugar que pertenecía cada uno. El lugar estaba limpio, no había la necesidad de pasar una escoba o un trapeador por el reluciente piso. Simón hacía un gran trabajo en mantener la limpieza de la casa como primera buena impresión.
Se dirigió a la habitación que por ahora estaba ocupando y se comenzó a deshacer de su ropa. Su próxima parada en el lugar sería el baño, una buena ducha en esos momentos le sentaría demasiado perfecto.
Giró el grifo del agua caliente, la probó con su mano y completamente desnuda dejó que el líquido se deslizara desde su cabeza hasta la punta de los pies. Se enjabonaba el cabello y continuaba con su cuello, no podía evitar verse los brazos, hacía ya tiempo desde que los moratones provocados por los golpes de Balsano habían desaparecido. Un escalofrío le recorrió la espalda. Recordar esos momentos la ponía nerviosa, la hacía sentir otra vez en carne propia todo lo que había vivido y a lo que posiblemente volvería a vivir.
No era la primera vez en que pensaba en el cómo le diría a Simón el porqué de su escape, el porqué los golpes que tenía cuando la recogió de la calle. Se encogió de la vergüenza, ¿con qué cara le diría que todo este tiempo había evadido el tema por ocultar los maltratos de una mierda que tenía por esposo?
Como siempre, después de tantas preguntas, no llegaban respuestas, al contrario, le invadían aún más interrogantes que la hacían caer y estrellarse con algo que se llamaba tierra. No podía vivir con el pueril pensamiento de que nunca se atrevería a decirle al chico sobre su origen, llegaría un día en que este le preguntaría de dónde provenía en realidad, quién era o que si tenía familia. Lo peor de todo, es que ni siquiera sabía si lo que tenía por familia estaban enterados de que ella estaba «desaparecida». ¿Matteo se los habría dicho? Supuso que no, porque de otro modo, ellos ya estarían buscándola hasta con carteles, policías y todo el FBI, o quizás, la querían tanto que como diría la mujer más odiosa del mundo: «Tus problemas arreglalos tú sola».
Volvió a girar el grifo en dirección contraria a la primera vez, dando señal a que el agua dejara de fluir. Salió del espacio para descolgar una sedosa toalla azul y secar con esta las gotas de agua que vagaban por todo su cuerpo. Ya seca, se puso un albornoz y la toalla antes utilizada se la colocó en el cabello y salió del baño para buscar algo que ponerse, algo bonito, algo para dormir. Era raro eso, pero se esforzaba porque si la vieran dormir, que estuviera al menos decente.
Pero ¿Quién la vería dormir? ¿Simón? Era, aparte de ella, la única persona que habitaba la residencia y él no iría por las noches buscando esa habitación solo para verla dormir. No, él no era así. Pero si lo fuera, ¿se molestaría por eso? No, no lo haría.
Se sonrojó ante tales cosas, solo a ella se le ocurría pensar en un Simón escabulléndose a su habitación para verla dormir.
Aunque el castaño le había dicho que no le esperara, ella estaba dispuesta a hacerlo. Solo quería darle las buenas noches, ¿Por qué? Ni idea. Pero le pareció un acto bueno y lindo de su parte para con el chico.
El sonido inconfundible del timbre resonó en sus oídos y ella se apresuró a vestirse con lo primero que encontró: una camisa pequeña sin mangas y un pequeño y muy ajustado short de color negro brillante. Tiró la toalla que tenía en la cabeza encima de la cama y salió corriendo descalza para abrir la puerta. El timbre en ese lapso había llorado con tal desesperación que ella se imaginó que si no llegaba a tiempo la puerta terminaría en el suelo.
—¿Será Simón? —se preguntó. Pero lo dudó, él tenía llaves del apartamento y nuca, jamás en lo que tenía de estar allí, había casi votado la puerta con sus desesperados toques.
El timbre volvió a sonar, ella se acercó hasta la puerta, una sonrisa se le había dibujado en el rostro, seguro Simón estaría desesperado por verla, o quizás tendría ganas de ir al baño y ya estaba que no se aguantaba.
Quiso ser un poco mala y se quedó callada por unos segundos, simulando que no había escuchado ni una sola vez tantos toques, pero el corazón se le ablandó y decidió dejar pasar al chico, justo después de que el timbre volviera a sonar.
—¡Por Dios, qué desesperación, S...! —se quedó muda, helada, muerta, impactada. Se esperaba ver todo, todo menos lo que vio.
—Hola, cariño, tanto tiempo —se apoyó en el marco de la puerta y le sonrió sádico.
—No... —el peor miedo estaba frente a ella y ella, como en una terrible pesadilla, no podía hacer otra cosa que clavar sus pies en el suelo involuntariamente y dejar de respirar para que su corazón se detuviera. Pero este ultimo comenzó a latir tan rápido que le pareció sentirlo golpeando las paredes de su pecho con tal brutalidad que pensó que estas terminarían por quebrarse. Y lo deseó, deseó que eso pasara.
—Oh sí... —se acercó más a ella, presintió un golpe que nunca llegó, lo que le hizo preguntarse: ¿A qué hora?
Intentó salir corriendo hasta su cuarto, puso todas sus fuerzas en aquel acto, pero cuando se logró mover y dar la vuelta, el hombre hizo una de las cosas que mejor sabía hacer: tomarla con fuerza del cabello y halarla hacia atrás como si se tratara de un perro al que halan de su correa.
—No me hagas daño, por favor, te lo ruego —imploraba desde el suelo mientras él solo la miraba sonriente arrogante.
—Eres una maldita perra —parecía saborear aquellas palabras —¿De veras creíste que escaparías de mí toda tu vida? —enrolló el puñado de hebras doradas en su mano cual correa. Sí, definitivamente ella para él era una perra —. Pero tengo una duda, ¿sabes? No entiendo cómo conseguiste este departamento que, para serte sincero, no está tan mal —miró a su alrededor y se le acercó a su oído para después susurrarle: —¿Acaso me estás engañando, amorcito?
—Por favor, Matteo, vete —le sujetaba las manos para aminorar la fuerza con que le halaba el cabello —. Te lo suplico...
—Dime una cosa, hermosa —la empujó con fuerza haciendo que se golpeara la mejilla en una de las esquinas del sofá — ¿Con quién vives aquí? —se sentó frente a ella y cruzó las piernas descaradamente.
—Yo... —intentaba buscar una excusa —Un amigo —se sobaba la mejilla —. Un amigo de la universidad —continuó con la voz hecha un hilo.
—Vaya... —se dirigió hacia la puerta —. Te veré dentro de poco, mi amor. Sé que regresarás a casa, si no quieres que algo un poquito malo le pase a tu «amiguito» —abrió la puerta y se fue sin dejar cerrado.
La rubia se levantó del suelo y caminó hacia la puerta, la cual terminó siendo cerrada con un seco golpetazo de puños y un «¡HIJO DE PUTA!» salido de lo más profundo de su ser.
Un chico con un estuche de guitarra se encontraba esperando a que el ascensor se abriera, cuando lo hizo, un tipo que jamás había vito en su vida, vestido de traje y con la mirada amargada, salió de este y le pasó empujando con su hombro.
—Vaya geniecito, amigo —dijo de modo que él escuchara, pero ni siquiera se mosqueó y siguió su camino.
Después de salir del aparato aquel, se dirigió a su departamento. Abrió la puerta con una sonrisa que fue borrada instantes después al ver a una chica hermosa sentada viendo un punto fijo, pero sin mirar nada en realidad, con un visible golpe horrible en la mejilla y con unos malditos rastros de lagrimas en su precioso rostro.
—Ámbar, ¿Qué te pasa? —corrió hacia ella y le tomó las muñecas, esperando que ella buscara sus ojos y se conectaran por medio de ellos. Pero eso no pasó.
—Simón... —susurró muy bajo —Bésame...
Continuará...
Tenemos un trato, ¿Verdad?
Una pregunta: ¿Les gustan las historias homosexuales que no sean de Soy Luna?
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