Capítulo 07
Capítulo 07:
A simple vista, se notaba el sudor en la frente del mexicano, posiblemente, según él, el nerviosismo que llevaba dentro no se notaría, pero estaba equivocado, era evidente.
—Oh...bueno... —comenzaba a titubear con sus nervios en crecimiento y evolución a cada segundo —ella...
—Hola, mucho gusto —se adelantó la rubia con una sonrisa fingida, pero no se notaba que lo era —, soy Ámbar, la prima de Simón —sus palabras parecían convincentes, tanto, que el entrecejo de la pelirroja se relajó al instante.
—Sí... —mencionó el chico en tono dubitativo —. Sí, sí —sonrió sin dejar de lado sus nervios —. Ámbar, Jazmín —presentó a la chica del llamativo vestido —, Jazmín, ella es Ámbar... —apuntó con las dos manos a la otra chica.
—No sabía que venías —dijo Jazmín con una sonrisa —. Pero bienvenida seás, guapa —se acercó a ella y besó una de sus mejillas, mismo acto que repitió la de ojos azules con una sonrisa.
—Muchas gracias... —dijo con su fingida sonrisa, no sabía por qué, pero presentía que la sonrisa de la otra chica también era falsa, tanto o aún más que la suya.
—Bueno —interrumpió Simón —, acompáñame, Ámbar, te daré lo que necesitas —y caminó hasta su habitación, donde la rubia se estaba hospedando.
—Siento haberme presentado en estas fachas frente a vosotros —dijo con la cara encendida de colores, mientras cerraba la puerta tras de ella.
—No te preocupes —se adentró al cuarto del baño —, no ha sido tu culpa —mencionó al salir.
No llevaba consigo la toalla que la chica le había pedido con anterioridad, pero sí llevaba entre manos, un albornoz azul, el cual le entregó con una pequeña sonrisa.
—No recuerdo dónde están las demás toallas, pero puedes usar este albornoz —se encaminó hacia la puerta —, no te preocupes, está limpio —y salió.
Se quedó confundida, ni siquiera había reclamado que no lo estuviera, y no lo dudaba, se sintió extraña.
Pero justo cuando se estaba secado el cabello, y con el albornoz encima, le cayó el balde de agua fría. No tenía ni una sola prenda que le perteneciera en esa casa, a parte de lo que llevaba puesto, pero eso ya estaba sucio, ni siquiera tenía ropa interior, y sinceramente le daba mucho asco ponerse la que había llevado antes de meterse a bañar.
—Dios... —se sentó en una esquina de la amplia cama —. Ahora estoy desnuda —se tapó la cara con las manos. No sabía qué hacer.
Rápidamente se fue hasta la cómoda que había frente a ella, se miró unos segundos en el espejo y luego posó su vista en las gavetas que esta tenía. Era ilógico buscar una braga en un apartamento de un chico, pero no perdía nada con intentar. Pero por más que rebatió entre las pertenencias del mexicano, lo único que le aparecía eran bóxeres de colores como azules, negros o blancos, todos con marcas diferentes y algunos con la misma repetida. También había encontrado en otro de los cajoncillos, muchos pares de calcetines, la mayoría de color negro, pero por ningún lado, una simple braga. Definitivamente, su novia nunca se había quedado a dormir con ٞél alguna vez, o eso suponía ella.
Su mente comenzó a divagar en pensamientos nada sanos. Se imaginó a un Simón bastante acaramelado con esa preciosa pelirroja que había visto antes, besándose y tocándose mutuamente. Quizás esos toques alguna vez fueron en la misma cama en la que ella durmió la noche anterior.
—Pero ¿qué...? —abrió los ojos abruptamente y volvió rápidamente la vista hacia donde estaba ubicada la espaciosa cama —Ámbar, tienes que dejar de pensar en esas cosas —se regañó a sí misma.
No tuvo más opción que tomar un bóxer de aquellos que había a montones, lo levantó hasta mirarlo fijamente, se miró en el espejo sosteniendo aquella intima prenda y su cara se volvió de color rojo hasta la punta de sus orejas. Parecía una maldita pervertida, pero ni siquiera era su intención y si hablaba de opciones, no tenia de dónde escoger.
Apartó la vista del cristal, y miró hasta un lugar donde no se pudiera ver su cara reflejada, rápidamente, y con mucha vergüenza dentro de sí, se puso aquella prenda. Nunca en su vida había hecho tal cosa, y nunca pensó hacerlo. Aquello se sentía tan placentero, era una prenda tan cómoda y que le ajustaba su trasero a la vez. La única incomodidad que sentía era que las mejillas no le dejaban de arder.
Se encaminó hasta el armario. Sabía que, si no había encontrado una braga, mucho menos iba a encontrar un pequeño short o un pantalón para chicas, no, seguramente no lo haría.
Aunque la mayoría de los jeans que tenía Simón eran bastante ajustados, no iba a encontrar uno que se acomodara a sus delgadas piernas de pollo, claro que no. Su cuerpo y el de Simón no eran parecidos en absoluto, obviamente, por algo eran un hombre y una mujer. Pero no se quejaba de lo bien que le quedaba el bóxer negro que llevaba puesto.
Encontró unas bermudas de color rojo oscuro, al parecer, eran las más pequeñas en comparación a las demás que allí había, no dudó más y se dedicó a ponérselas, como ya sabía, opciones, era lo último que tenía. También se encajó una sudadera de color negro, la cual, le quedaba muy holgada, pero le gustaba que le quedara así, se sentía cómoda y libre.
Otra vez, se volvió a ver frente al espejo, se rio de ella misma, nunca pensó pasar por una situación así, carecer de ropa, ni siquiera se le pasó por la mente.
Tres pequeños golpes resonaron en la habitación, provenientes del otro lado de la puerta. Se aproximó hacia esta, la vergüenza de que Simón la viera con su ropa la abrumaba.
Abrió la puerta, pero solo un poco, de modo que desde afuera solo se le viera la cara y obviamente, su cabello. Escondida detrás de la puerta vio a un Simón con expresión dubitativa en el rostro.
—Jazmín ya se ha ido a su casa —le anunció, sin dejar de lado su expresión de duda —, si quieres puedes salir a comer —apuntó hacia el pasillo del cuarto hasta la sala.
«Comer». Claro que quería comer, estaba muerta de hambre. Pero le daba vergüenza que el chico la viera.
—Oh... —se aclaró la garganta —. Gracias, Simón, pero no tengo hambre —sonrió tratando de parecer que lo que decía era real.
—No, tú tienes hambre y vendrás a comer conmigo —abrió la puerta, provocando que la rubia se hiciera a un lado lo que dejó ver que llevaba puesta su ropa.
Se quedó atónito mientras la rubia bajaba la cabeza, claramente roja de la vergüenza. Su ropa nunca se había visto tan bien, ni siquiera en los maniquíes que la habían modelado alguna vez en las tiendas donde la había comprado.
—Oh... —dijo apenas, sin poder salir de su asombro.
—Siento haber tomado sin permiso tu ropa... —se llevó ambas manos al rostro. Se sentía realmente mal, quería que se abriera un hoyo en la tierra y la tragara únicamente a ella —. Pero no tenía mía y... —el moreno la detuvo con sus palabras:
—No te avergüences de todo, Ámbar —se rio por lo bajo —. Te queda muy bien esa ropa —se aproximó hasta ella, con delicadeza apartó las manos de su rostro —. Ven, vamos a comer.
La haló del brazo y la llevó hasta la cocina, al llegar, la recibió una mesa con superficie de cristal, bastante amplia para una sola persona, tenía a su alrededor seis mullidas sillas de color negro y dos platos con comida para los dos.
—No soy un cocinero profesional, pero te aseguro que te gustará —le sonrió con dulzura y la llevó hasta una de las sillas que allí había, él, por su parte, se sentó en la que estaba frente a ella.
Comieron en silencio por los primeros minutos, mientras Ámbar se deleitaba con la deliciosa comida del chico, este la observaba con atención, sin terminar de entender por qué no podía despegar la vista de ella.
No había mentido, la comida había estado deliciosa, se avergonzó, otra vez, de sí misma, ella nunca había cocinado nada bueno en su vida, se le quemaba hasta el agua.
Se levantó de la silla y se deshizo de la pereza, el sueño ya la había alcanzado, alzó los brazos al aire provocando que la sudadera se levantara un poco y cerró los ojos fuertemente.
—Ámbar... —la llamó el chico en tono divertido —¿Eso que llevas es uno de mis bóxers?
Continuará...
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