Capítulo 03
Capítulo 03:
¿Más problemas? Claro, parecía ser lo único en lo que era experta, pero aún confiaba en que su tía la ayudaría, ¿y por qué no? Era su familia, era su deber estar para ella en momentos difíciles, y vaya que ese era un momento difícil, tan difícil que daba miedo.
—Tus problemas debéis arreglarlos por ti misma, sobrina —dijo la vieja aquella apartándola y separándola del agarre.
—Pero tía... —Matteo aclaró su garganta en señal de que se callara, y lo hizo, le tenía tanto miedo a aquel tipo que prefería hacer lo que él decía, porque tenía por entendido que le iría peor de lo que ya había pasado antes.
—Ya me voy... —tomó su bolsa de mano y caminó a paso decido hacia la puerta —Ni sé por qué vine a primera estancia —Matteo, quien la acompañaba hasta la salida, solo la despidió con una sonrisa más falsa que los aplausos que le daban los compañeros del colegio después de una exposición.
—Regresa pronto, Sharon —le dijo cerrando la puerta, luego se volteó hacia ella y la miró serio.
—Yo... me voy a la habitación —trató de correr, intentó subir lo más rápido que pudo, pero solo intentar no bastaba, tenía que ser más veloz, pero no fue así, él y su estúpida fuerza, la tomaron del cabello y la hicieron caer de espaldas. Mierda, le había dolido su halón y más le dolió el golpe de trasero que se dio cuando impactó contra el piso.
—¿Ayuda? ¿en serio? —reía, no hacía otra cosa, lo que no sabía era si su sonrisa era de cinismo o sarcástica —No puedo creer que pensasteis que la persona que te cambió por dinero te iba ayudar... —entonces la tercera cachetada del día se hizo presente, sí, ahora estaba segura de que cada vez que le pegaba, su fuerza aumentaba.
—No sigáis... —le rogó mirándolo a los ojos mientras se sobaba su mejilla —Por favor... —¿Qué más podía hacer? Fuerza no tenía en comparación a él, ni siquiera podría mover un dedo, se odiaba por ser tan débil.
—¿Queréis que pare? Ruega bien, imbécil —otro y otro guantazo, ya no lo soportaba, eso era muy doloroso, y humillante. Le apretó el rostro con fuerza, haciendo que lo mirara a los ojos, ella cerraba los ojos, pero era otra de sus malas decisiones, solo la golpeaba más.
Lo rasguñó, ahora la mejilla del chico sangraba debido a que las uñas de la chica habían pasado por allí, a como pudo, le dio con la rodilla en las partes bajas de su esposo, implementó la poca fuerza que le quedaba en ese golpe, haciendo que el contrario se retorciera de dolor mientras se tocaba allí como si se le fueran a caer los testículos, pero eso a ella no le importó, a decir verdad, que se le cayeran sería una gran opción que estaba considerando, pero en ese momento no hizo más correr a su habitación, o más bien, a la habitación de ambos.
Se hizo en el pelo una cola, trató de cerrar la puerta con el seguro, pero cuando lo intentaba hacer, esa persona volvió a aparecer, empujó la puerta con su brutal fuerza, cosa que hizo meter en más miedo a la débil rubia, se quedó estática, sin duda estaba más enojado que antes, si es que eso era posible, pues al parecer, lo era.
—Maldita zorra, haré que te arrepientas de lo que me hicisteis —la halaba del cabello, como si no pudiera hacer otra cosa, ella trataba a como podía de soltarse de aquel brutal agarre, pero como ya se esperaba, no eran eficaces sus luchas.
—Suéltame, te lo ruego, me estáis lastimando... —el término "lastimar", se quedaba corto en comparación a lo que estaba haciendo.
—¿Y qué es lo que creíais que haría? ¿Felicitarte por casi dejarme estéril? —la haló aún más fuerte —Olvídalo, bonita —la lanzó al suelo, para luego soltarse el cinturón y hacerlo doble, lo hacía sonar en sus palmas en señal de que lo que vendría estaría peor que los halones de cabello, ella se cubrió la cara con sus brazos, justo en ese momento, sintió algo que al principio se sintió caliente, pero luego ardió como una quemadura, ese maldito cinturón dejaría más marcas de las que tenía previstas.
—Matteo, detente, te lo ruego... —trataba de gritarlo, pero eso era imposible, sus cuerdas bucales estaban casi rotas, y los golpes de aquella prenda de cuero, eran más y más dolorosos cada vez más. En estos momentos se arrepentía del rodillazo y del rasguño.
Cuando hizo lo posible por levantarse, el cinturón impactó contra su espalda, pero ahora daba igual dónde esa cosa diera, ya casi ni sentía, su cuerpo estaba sangrando, sus ojos estaban llorando, y ella tratando de huir de aquella bestia que estaba detrás de ella.
La volvió a empujar, esta vez no fue en suelo quien amortiguó su caída, porque no fue una caída por completo, más bien había sido un choque contra la mesa de noche que estaba al lado de la gran cama, sus costillas habían tronado que parecían haberse quebrado una a una. Ahogó su gemido de dolor, y cogió una pequeña pecera de vidrio que había sobre la mesa de color rojizo oscuro, no supo cómo ni en qué momento, pero cuando se dio cuenta, Matteo Balsano estaba tirado en el piso, con su cabeza sangrante, sus ojos se abrieron como platos al ver aquella escena.
—¡Oh, por Dios...! —se llevó sus manos a su boca, estaba sorprendida, pero más que todo, estaba asustada —Lo maté... —se dejó caer a su lado, trataba de moverlo, pero no se podía, en parte era que su fuerza era diminuta y, por otro lado, una parte de ella le decía que lo dejara como estaba.
Entonces llegó a su cabeza la idea de que ya no podía seguir allí, tendría que salir de esa casa lo más pronto posible, antes que todos se dieran cuenta que ella había sido la culpable del asesinato de una de las personas con más influencia en todo el país.
Se cambió de ropa a como pudo, pues esta misma la hacía retorcerse del dolor, su cuerpo aún tenía heridas que sangraban, así que decidió ponerse ropa holgada y de color oscuro.
Bajó las escaleras a toda velocidad, y abrió la puerta sin preocuparse por cerrarla y salió a paso rápido de aquella gran mansión, no tenía un destino definido, porque sin duda alguna, a casa de tía no iría ni muerta, la terminaría de matar ya que su esposo no lo hizo.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que salió de casa, pero no había parado de caminar, se sentía débil, cansada, no podía seguir, estaba segura de que en cualquier momento caería, pero luchaba contra ello, sin embargo, su cuerpo fue más fuerte que sus esfuerzos por mantenerse en pie.
Lo último que sus azules ojos vieron, fueron unos ojos cafés, que, a pesar de la oscuridad de las calles, brillaban e irradiaban un brillo poco común, pero supuso que eran alucinaciones que estaba teniendo, pero a pesar de todo, nunca llegó a sentir el golpe seco del suelo contra su cuerpo, también supuso que las alucinaciones tuvieron que ver en eso.
Continuará...
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