Capítulo 02

Capítulo 02:

Ella era perfecta, claro que lo era, parecía una princesa de esas de caricaturas, pero, sin embargo, el hombre aquel, no miraba esa belleza que había en ella, o tal vez si, pero o la comprendía, él solo quería esa belleza únicamente para sexo, porque estaba deseoso de aquel sentimiento, y más ahora que ella no podía hacer nada para negarse, pues era su noche de bodas, y se suponía que era lo que hacían las parejas recién casadas en esa noche tan especial. Pero quizás esa noche no era especial para ninguno de los dos, y menos para esa rubia que lo único que hacía ahora era contener las lágrimas y no llorar como estúpida, porque justamente eso era lo que ella creía que era, una estúpida.

—Oh, por Dios... —se relamió los labios en señal de deseo incontenible —. Qué afortunado soy... —. Su sonrisa sádica no desaparecía, es más, incrementaba a cada segundo, y eso era algo que la rubia no se podía explicar en esos momentos, quizás se debía al miedo, no lo sabía —O más bien, tú sí que eres afortunada —dijo por última vez, antes de acercarse hasta tocar su cuerpo.

Le repugnaban esas manos, odiaba esos ojos, le provocaban nauseas aquellas palabras, eran tan sucias que sus oídos sangraban, y ni siquiera estaba preparada para lo que se venía, pero lo presentía, los vellos de su cuerpo se lo avisaban con anterioridad.

—No me hagáis daño... —susurró con un notable temor. No podía hacer nada más que rogar por piedad.

Una carcajada resonó en la habitación. Le divertía el hecho de tener a esa chica de la forma en que la tenía, cubierta por una capa invisible de miedos y temores, y todos ellos eran creados en torno a él.

—Solo tenéis que portarte bien —inhaló el aroma que su cuello desprendía, ella quería apartarlo, pero temía perder hasta la vida con un solo movimiento.

—Te lo ruego... —volvió a hablar, su voz era apenas audible, y dolía que el sonido saliera de su boca, no lo soportaba, deseaba estar muerta, pero no lo estaba.

—Pídeme que te desnude —ordenaba con su voz ronca y prepotente, y le había dado donde le dolía, lo que menos quería era tener sexo con él.

No quería hacerlo, no quería pedirle que hiciera tal cosa, pero es que las cosas no eran de querer o estar de acuerdo, era hacer lo que él ordenara sí o sí, pero es que en esos momentos ni la voz le salía, no porque no quería –en parte sí –, sino que no podía sacar su voz y decir lo que ese tipo había pedido.

Una mano pesada y extremadamente fuerte impactó contra su mejilla, la había hecho casi girar su cabeza los trecientos cuarenta grados completos, maldecía porque eso no había sucedido, pues habría muerto si hubiese pasado, y solo así el sufrimiento acabaría —¿ESTAIS SORDA? —le gritó histérico. Las cosas empezaban a complicarse, si es que no estaban complicadas desde que él entro a la habitación.

—Quítame la ropa —miraba al techo, respiraba hondo por la nariz, y cuidadosamente dejaba salir el aire por la noca, eso la ayudaba un poco con sus lágrimas que estaban impacientes por salir. El golpe aún seguía doliendo. Mucho.

—Buena chica —maldito. Eso era, un perfecto maldito.

La despojó de su ropa, completamente, se podría decir que estaba como Dios la trajo al mundo, pero no era así, estaba segura de que ella no había venido al mundo con sufrimientos ni golpes en su cara, a parte que, Dios no estaba ahora con ella, se preguntaba por qué no la quería ¿sería que estaba ocupado con otras personas? ¿o solamente se olvidó que ella existía? sí, quizás eso era.

—Ahora pídeme que te haga el amor —le ordenó otra vez, y otra vez una espina en su ser, pero esta vez el pinchazo no era tan doloroso, ya se había hecho a la idea de que eso iba a suceder.

—Hazme el amor —le contestó, casi al instante, pues quizás esta vez no soportaría otro golpe, de por sí, ya tenía bastante con el moratón que se estaba formando en su cara, no quería un gemelo que lo acompañara.

—Pero hazlo de rodillas —la tomó del cabello y con fuerza hizo que se arrodillara y lo mirara a los ojos.

—Hazme el amor... —repitió las mismas palabras. Malditas palabras.

—¡HAZLO BIEN, MALDITA PERRA! —gritó otra vez, y otra vez un golpe en la mejilla, con la diferencia que esta vez fue en la mejilla opuesta. Cada vez sentía que esos golpes dolían más.

—Te lo ruego, te lo pido, te imploro que me hagáis el amor, ahora mismo... —lo miró a los ojos, tratando de ocultar su odio, mismo que creía más a cada segundo, y más cada vez que sonreía con diversión al escucharla decir aquello.

—Justo así... —la agarró del brazo, y la tiró a la cama. La fuerza de ese hombre sobre ella la doblegaba, sentía que más moratones aparecerían en su cuerpo, su brazo ahora estaba doliendo, pero ni siquiera se podía sobar para calmar un poco el dolor pues las manos del que ahora era su esposo sostenían las suyas con fuerza contra la cama.

Comenzó besando su cuello, mordiendo esas partes sensibles de ella, pero ni siquiera lo hacía con amor, todo era tan brusco y doloroso que lo hacía pensar en lo estúpida que eral al pensar que lo haría con delicadeza después de cómo la había tratado.

El sonido del timbre resonó por toda la casa, incluso en esa habitación, él rodó los ojos con desespero y se separó de ella bruscamente, golpeándola con la rodilla en el acto. Mierda, eso sí que le había dolido.

Bajó rápidamente dejándola a ella tirada en la cama, rogando que no regresara hoy, ni nunca, pero era estúpido rogar o esperar eso. Desgraciadamente él regresó a los pocos minutos, su semblante no había cambiado en nada, seguía frio y con cara de asesino, maldita cara, cómo la odiaba.

—Sharon está aquí, vístete que quiere verte —y dijo y volvió a salir de la habitación.

Ella pensó que tal vez aquella podría ser una oportunidad e irse con su tía. Se vistió lo más rápido que pudo para estar un poco presentable, pero los notables colores morados de su cara no los pudo quitar, y bajó así.

Y la señora rubia estaba allí, sentada en uno de aquellos grandes sillones de piel color negro, sus piernas estaban cruzadas y su mirada era fija en los hermosos jarrones de porcelana de colores azul y blanco que había allí. La rubia menor sonrió al verla y corrió hacia ella y la abrazó, pero no recibió ni un saludo por parte de la contraria.

—Tía, ayúdame, por favor, sácame de aquí... —le pedía con los ojos llenos de lágrimas, ella confiaba en que la mujer aquella la aceptaría.

Lo que no sabía, era que, en esa misma sala, estaba Matteo, y había escuchado las súplicas que ella le recitaba a la mujer, su semblante a simple vista no había cambiado en nada, pero por dentro quería matar a la de ojos azules.

Cuando la chica se percató de la presencia del hombre, supo que estaría en problemas, si no es que ya lo estaba, y de eso no cabía dudas. Había metido la pata, hasta el fondo.

Continuará... 

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