—Mike...

Alcé la vista de mi cama con temor, buscando la figura de Timba. Él estaba frente a mi cajón favorito sosteniendo tus cartas.

—¿Qué es esto?

...

—¡No las toques!—fue lo único que pude decir.

Me acerqué rápido a él con la intención de quitarle a mis confidentes, pero él fue más astuto y las alzó donde no podía alcanzarlas.

—Mike pero... dijiste que ya lo estabas olvidando —murmuró confuso. Resoplé—. ¿Por qué?

—No es tan fácil Timba. Lo intento, lo intento cada día, pero es tan difícil.

Para cuando me di cuenta, las lágrimas ya empezaban a correr por mis mejillas. No me molesté en quitarlas, Timba ya me había visto llorar muchas veces, una vez más no cambiará nada.

—Mike, tienes que aceptar que tú y él no volverán a estar juntos.

No respondí. Sabía que tenía razón, yo mismo me lo recordaba cada segundo de mi vida, pero no podía hacerlo.

Antes de que pudiera reaccionar, Timba me tomó por la muñeca para empezar a arrastrarme hasta la salida de mi departamento.

—Espera ¿qué haces? —pregunté tratando de zafarme, pero él es más fuerte que yo, por lo que lo vi imposible—. ¿A dónde me llevas?

—Con los demás.

—¿Qué? No, no necesito ayuda. Suéltame.

—Mike —se detuvo de golpe, se dio la vuelta y me vio a los ojos, aún sin soltarme—, ¿entiendes lo que estas haciendo? Nos estás alejando, desde hace un año. Nosotros decidimos no insistirte; creímos que con darte espacio se te pasaría pero sólo logramos agrandar el problema. Estás llevando demasiada carga tu solo y eso no es bueno.

»Porque no puedes alejar una tormenta solo.