~Capítulo 1~
El baño de mujeres del segundo piso era uno de los mejores lugares del colegio para llorar porque casi nadie iba por allí. Persephone había descubierto eso por las malas. Al principio intentaba esconderse en su cuarto, pero la sala común era demasiado concurrida, y siempre podía correr el riesgo de que alguna de sus odiosas compañeras de habitación llegase y la viese, así que ese lugar quedaba descartado.
Su segunda idea fue esconder la cabeza detrás de un libro en la biblioteca, pero tampoco quería que la señorita Pince la desterrase para siempre del lugar por mojar los libros con sus lágrimas. Mientras pensaba en otros lugares como el patio (por supuesto que no) o la torre de astronomía (mejor que no porque adoraba ese lugar), por casualidad escuchó a dos alumnas de un curso superior quejarse de aquel lugar y de Myrtle. El baño era perfecto, pero Persephone comprendió también por las malas las quejas sobre Myrtle.
Desde el primer día, la fantasma poco había hecho por consolarla o hacer que se sintiera bien; se dedica a quejarse de sus propios problemas (Persephone había llegado a compadecer a un tal Olive Hornby de tanto que oía a Myrtle quejarse de ella) y a gimotear. Aunque las cosas habían mejorado un poco de tanto que había ido allí: ahora Myrtle la saludaba al llegar y de vez en cuando, muy de vez en cuando, le preguntaba sobre cómo estaba.
A Persephone le daba igual Myrtle, había ido allí a estar sola y la fantasma solo molestaba, aunque el jaleo que hacía escondía sus propios llantos, así que de cierta manera se beneficiaba.
Hoy Myrtle estaba especialmente irritada y como se dedicaba a gritar maldiciones sobre Olive Hornby más alto de lo habitual, Persephone no notó que alguien había entrado al baño hasta que vio sus pies bajo la puerta.
Se quedó en silencio del susto, y se echó un poco más atrás, hacia la pared, para que no la descubrieran; sería una verdadera vergüenza que alguien la viera así.
-Vete, Myrtle. -Persephone reconocía esa voz: era Maya Gardener, una de las prefectas de su Casa-. Tenemos cosas que hablar y a ti no te interesan.
-¡Oh, la Rompemaldiciones tiene cosas que hacer! -se quejó la fantasma-. ¿Qué será? ¿Hacer que otro estudiante muera?
-Porque eres un fantasma, que sino...
-Está bien, Maya -contestó otra voz. Persephone también lo reconoció: era Barnaby Lee, el hijo de unos amigos de sus padres y también prefecto. ¿Qué hacían los dos allí? -. Myrtle, mi amiga y yo tenemos cosas de las que hablar. ¿Podrías dejarnos solos, por favor?
-Por supuesto que sí, Barnaby -contestó, para gran sorpresa de Persephone, con voz juguetona-. ¿Ves? ¡Solo hacía falta un poco de educación! ¡Maleducada!
Silencio. Al menos Myrtle no la había delatado, pero no tenía forma de salir del baño sin que los prefectos la viesen.
-Ya estamos solos -dijo Barnaby-. ¿Qué querías decirme?
-He encontrado una pista sobre R, sé dónde...
-¿Otra vez, Maya?
-Sí, otra vez. Necesito vuestra ayuda.
-Recuerda lo que le pasó a Rowan hace dos...
-¡Sé muy bien qué ocurrió! ¡Estaba allí, Barnaby! ¡La vi morir!
-Y aún así sigues obsesionada con la Bóvedas y R.
Persephone había oído alguna vez historias sobre una alumna muy peligrosa que ponía la vida de los alumnos en juego por una estúpida leyenda. Pensaba que Dumbledore ya la habría expulsado hacía tiempo, pero si la prefecta era esa alumna...
-Voy a hacerlo, Barnaby -dijo la prefecta Gardener-, con vuestra ayuda o sin ella. Por Rowan y por mi hermano.
«Es la hermana de Jacob Gardener», dedujo Persephone por el apellido. De él sí que había oído hablar más: se decía que era un seguidor de Aquel que no debe ser nombrado. Muchos hablaban mal de Jacob porque era un supuesto mortífago, pero eso no era del todo malo, ¿no? Su padre también era seguidor de Aquel que no debe ser nombrado y sus familia siempre había defendido la pureza de sangre. Eran distintos y tenían más derechos que los nacidos de muggles o mestizos. Siempre había una clase poderosa y privilegiada y por debajo suya todas las demás.
-Lo sé -a Persephone le pareció que aquella era una discusión recurrente entre los prefectos por el tono de voz-. Nunca nada te ha detenido: Mérula, Snape, Rakepi...
-¡No menciones su nombre! -cortó la prefecta Gardener.
-Perdón.
-Avisa a los miembros del Círculo, ya os diré la fecha y el lugar.
Persephone sintió que algo frío la golpeaba. Myrtle surgió de su espalda. No era una sensación agradable ser atravesada por un fantasma. Luego, la fantasma flotó hasta que los prefectos pudieron verla.
-¡Una cotilla! -chilló, y Persephone quiso matarla otra vez-. ¡Intrusa!
Myrtle se fue riendo como una desquiciada.
-Seas quien seas, sal ahora mismo -ordenó la prefecta Maya.
Persephone se levantó y se secó las lágrimas con la manga de la túnica. Abrió la puerta del baño y salió.
Como había supuesto, solo estaban los dos prefectos, Barnaby mirando con curiosidad y Maya con una mirada que de haber querido la habría matado.
-¡Malfoy! -Persephone nunca pensó en tener miedo de la prefecta-. ¿Tus padres no te enseñaron a no espiar conversaciones ajenas? ¡Veinte puntos menos para Hufflepuff!
-Maya, no seas tan dura -intercedió Barnaby-. Mírala, la chiquilla solo estaba llorando.
-Yo me ocupo de los de primer año de Hufflepuff y tú ocúpate de los de Slytherin. ¡Vete ahora mismo, Malfoy, o te quitaré más puntos!
Persephone salió corriendo del baño y no paró hasta que estuvo bien lejos.
⎯⎯ 🌻⎯⎯
Tras el encuentro con los dos prefectos en el baño, Persephone se encerró en su dormitorio hasta la hora de la cena. Durante el resto de la tarde se dedicó a limpiar su telescopio y a repasar la carta estelar que había hecho.
Estaba sentada en su cama, con las piernas dobladas y la carta sobre sus rodillas. Su telescopio esperaba bien limpio en su maletín. La constelación de Casiopea no terminaba de encajar en aquellas coordenadas; Persephone frunció el ceño, se habría confundido la semana pasada y hoy tendría que corregirlo.
-Ya está la cena -avisó un prefecto desde el pasillo, y por suerte para Persephone no era la prefecta Maya-. Los de primer año recordad que hoy tenéis Astronomía en la Torre del Reloj. No hagáis esperar a la profesora Sinistra, por favor.
Persephone se calzó y recogió sus cosas para la clase, contenta por primera y última vez en la semana. El martes era el mejor día de la semana por Astronomía.
⎯⎯ 🌻⎯⎯
-Id acabando, chicos -dijo la profesora Sinistra caminando entre ellos-. Ya casi son las dos, continuaremos en la siguiente clase. Si tenéis alguna duda, podéis encontrarme en mi despacho. Y recordad que al examen está permitido llevar vuestro mapa; así que cuanto más lo perfeccionéis ahora, menos problemas tendréis durante la prueba.
Persephone ya casi había acabado. Revisó un momento otra vez con su telescopio y asintió para sí misma, satisfecha con el resultado. Ya había corregido el problema de la constelación de Casiopea y había tenido el tiempo suficiente para terminar de definir a Andrómeda, y la semana que viene se encargaría de Cefeo.
El mago Ptolomeo había realizado grandes aportes en el área de la adivinación, sobre todo en la astrología. Él había descrito en sus trabajos gran parte de las constelaciones conocidas en la antigüedad, incluidas las constelaciones que estaban estudiando. Ptolomeo las había bautizado con nombres de reyes: Cefeo y Andrómeda, reyes de Etiopía y padres de Casiopea.
Casiopea le gustaba, sus estrellas formaban un patrón muy bonito, aunque no era su favorita.
Su madre le contaba historias para dormir, y amaba cuando le contaba sobre el origen de su nombre. Persephone, lñpor la diosa del mismo nombre, hija de Deméter y esposa de Hades. Su madre le había contado que el nombre de la diosa antes de casarse era Kore, que significaba "doncella". Virgo era la única constelación representada por una mujer, y también era el signo del zodíaco de Persephone. Su segundo nombre venía de otra constelación cercana a Virgo: Leo, la constelación hecha por Zeus como homenaje al León de Nemea, una gran bestia a la que Hércules debió dar muerte en el primero de sus doce trabajos.
Persephone guardó con sumo cuidado todos sus artilugios. Su compañero de al lado todavía miraba por su telescopio.
-Te falta Alderamin -dijo Persephone al echar un rápido vistazo a su mapa estelar. ¿Cómo se había podido olvidar de la estrella más brillante de Cefeo?-. Debería estar aquí, debajo de Alfirk.
Persephone solo lo conocía de vista al otro. Cedric Diggory era uno de los alumnos más populares de primer año y, por tanto, nunca se había dignado a hablar con ella. Sí, la saludaba cuando se encontraban en la sala común o se sentaban cerca o en Gran Comedor, pero nada más allá de eso. El chico de oro de Hufflepuff tenía mejores cosas que hacer que hablar con ella, la paria del curso.
-Gracias -respondió Cedric-. Sabía que me faltaba una estrella, y no sabía cúal...
-La próxima vez puedes mirar el Almagesto -aconsejó Persephone-. Allí están todos los descubrimientos de Ptolomeo.
Cedric volvió a darle las gracias. Para ser el mejor de su curso parecía muy perdido en Astronomía... Persephone se marchó mientras Cedric empezaba a recoger.
Algunos perfectos ya estaban allí para acompañarlos de regreso a los dormitorios. Sus caras de sueño hacían pensar que preferían que los primer año volvieran solos a la sala común, pero eran las dos de la mañana y tener a unos niños de once años dando vueltas por el castillo no le gustaba al insoportable de Filch y a su gata.
La profesora Sinistra estaba riñendo a un par de chicos pelirrojos de Gryffindor. Astronomía era junto con Vuelo una de las pocas clases en las que las cuatro casas de Hogwarts asistían juntas. Persephone miró un momento hacia allí intentando descubrir qué habían hecho aquellos chicos para enfadar tanto a la profesora.
Se chocó con alguien sin querer. Persephone cayó al suelo de rodillas.
-¡Cuidado! -gritó la otra chica, también de Gryffindor-. ¡Ten más cuidado, Malfoy, o la próxima vez verás!
-Si las cosas fueran distintas me hablarías con el respeto que merezco, Longbottom -masculló Persephone entre dientes, aquel no era el primer encontronazo con Anastasia Longbottom-. Mi tía Bellatrix...
Anastasia Longbottom le dio un puñetazo en el estómago antes de que pudiera siquiera reaccionar. Volvió a caer al suelo.
-¡Vosotras dos, apartaos! -gritó uno de los perfectos.
Un prefecto de Gryffindor apartó a Anastasia de ella, mientras que otro ayudaba a Persephone a levantarse.
-Tiene un buen de rechazo.
-¿Esa es Malfoy? ¿Otra vez?
-Debe gustarle quedar mal.
-La princesita no pudo con el dragón.
-¡Ey, Malfoy! ¿Qué se siente al no ser taaaan buena como piensas?
Persephone sintió que sus mejillas ardían. Otra vez se había puesto en evidencia... Recogió sus cosas con rapidez y se marchó sin darle las gracias al prefecto que la había ayudado. Ignoró por completo cualquier estímulo izquierdo hasta que llegó a la sala común y se encerró en el baño de su dormitorio. No salió de allí en toda la noche por miedo a la reacción de sus compañeras de habitación.
⎯⎯ 🌻⎯⎯
«El plan es sencillo: entras, coges algo para comer y sales pitando hacia Herbología», repitió Persephone. «Entrar, comida, huir».
Al despertar, y tras un tiempo prudencial, Persephone había abierto con cuidado la puerta del baño para comprobar si sus compañeras ya se habían marchado a desayunar. Por suerte, las otras tres ya no estaban y pudo salir a arreglarse.
Su túnica estaba arrugada después de haber sido utilizada como manta durante la noche. Su madre había hecho muy bien en encargarle otra túnica, solo por si acaso...
Por fuera, Persephone lucía impecable, como siempre, pero por dentro seguía sintiendo el corsé que desde hacía semanas le dificultaba respirar. Nunca se había sentido antes de entrar en Hogwarts, tan sucia y tan vacía, pero al poco de entrar en el colegio... Todo era culpa del estúpido Sombrero Seleccionador, fue él quien empezó todo gritando la casa equivocada. Ella no era Hufflepuff, era Slytherin igual que sus padres, sus abuelos y la mayor parte de su familia. Pero allí estaba, una nube gris oscuro manchando el brillante día soleado.
No podía seguir así; una vez que aparecían en sus cabeza los malos pensamientos, estos seguían y seguían hasta conseguir hacerla sentir aún peor. Y tenía hambre.
«Entrar, comida, huir», repitió.
Las puertas del comedor estaban abiertas, podría ir con rapidez hasta su mesa y coger cualquiera cosa.
Persephone suspiró y entró. La mesa de Hufflepuff estaba en el extremo derecho, casi a una eternidad de la puerta. Si nadie hablaba con ella, podría irse sin llamar la atención.
-Buenos días, Malfoy.
«¡Por las barbas de Merlín!».
Cedric Diggory, siempre siendo el perfecto Hufflepuff, le sonrió mientras le ofrecía sentarse a su lado.
-Buenos días -murmuró Persephone, mientras cogía una manzana del montón.
-Mary me ha dicho que no saliste del baño en toda la noche. ¿Estás bien? Vi el puñetazo de Longbottom y no tuvo pinta de doler poco...
Cedric era el primero que sin profesor le preguntaba si estaba bien.
Persephone se sentó a su lado, a pesar de que el plan era huir cuanto antes.
-Estoy bien.
-¿Segura? Si te duele algo durante las clases puedo acompañarte a la enfermería. O si quieres puedo ir contigo a quejarte a la profesora Sprout sobre Longbottom.
«¿Y qué le voy a decir? Todos mis problemas son por mi culpa».
-No hace falta, Diggory, estoy bien.
Persephone cogió una tostada, mientras Cedric seguía hablando.
-El prefecto Lee contó que había visto la pelea, pero que ignoraba qué había pasado antes -le contó Cedric sobre lo sucedido esa noche -. Anastasia perdió treinta puntos para Gryffindor y está castigada con los gemelos Weasley. Tienen que lavar los platos durante una semana.
Los rumores sobre que Cedric era una persona agradable no podían ser más ciertos. Le contó la broma que los gemelos Weasley le habían hecho a la profesora Sinistra: parece ser que los dos consiguieron encantar su telescopio para que mostrase imágenes de un águila yendo hacia la persona que miraba por el telescopio. Uno de ellos llamó a la profesora para decir que veía algo raro y ella se acercó para ver. Cuando miró por el telescopio y vio al águila atacándola, casi se cae de la torre de Astronomía por el susto.
Cedric acompañaba su relato con gestos, sin dejar de la lado, eso sí, su desayuno. A Persephone le hizo gracia la historia, y por un momento se olvidó por completo del desastre que habían sido las primeras semanas de colegio.
Parte de los de su año los miraban desde otras mesas, seguramente preguntándose qué hacía Cedric con ella.
-Ah, ¿me puedes recordar el libro que me dijiste ayer? -preguntó Cedric al terminar-. Para estudiar Astronomía.
Así que era eso...
-El Almagesto -respondió Persephone mientras se levantaba-. Me marcho, ya casi es hora de Herbología.
-Pero aún tenemos veinte minutos. ¿Segura que no quieres quedarte un poco más?
Persephone miró un momento hacia el resto de la mesa. Todos los de Hufflepuff desayunaban con tranquilidad menos una: Emily Bean, su compañera de cuarto, la persona a la que Persephone había puesto en evidencia antes de que el Sombrero Seleccionador las colocase en la misma clase.
-Tengo que irme... -murmuró Persephone.
Casi salió a la carrera del comedor.
⎯⎯ 🌻⎯⎯
Emily. Fue ella quien empezó el problema, la que hizo que Persephone se convirtiese en la desgraciada del curso.
«Si ella no estuviera aquí, yo sería feliz».
Durante el trayecto al castillo la primera noche, Persephone había puesto en su lugar a Emily Bean. Ella no debería estar ahí, era una vergüenza.
«Asquerosa sangre sucia».
Quería llorar al recodar aquel momento, pero no porque Emily no se lo mereciera, sino porque aquel fue el inicio.
«No debería estar aquí. Soy sangre pura, este es mi lugar, no el de ella».
Luego ambas fueron seleccionadas en Hufflepuff y para empeorar todo debían compartir habitación.
Emily y sus amigas fueron a por Persephone. La avergonzaron en varias clases.
«Para sangre limpia no lo haces muy bien».
«Mira, la hija de muggles lo hizo mejor que la señorita sangre limpia».
«El Sombrero Seleccionador ya olió que no se merecía estar en Slytherin. Deja el nombre de los sangre limpia por el suelo».
Así fue su primera semana, y las dos siguientes fueron a peor. No tenía amigos, Emily se había encargado de eso. Las otras compañeras de habitación la ignoraban. No le importaba a los de cursos superiores.
Sus padres le escribían todas las semanas, y Persephone mentía sobre su vida en Hogwarts para que no se preocuparan. Les decía que tenía cientos de amigos, que era la mejor de la clase (aunque eso casi era verdad porque usaba su tiempo libre para estudiar), que era feliz...
-Malfoy.
Persephone se detuvo. El perfecto Barnaby Lee la había seguido. Pronto estuvo a su lado.
-Aquí estás, ¿sabes que tienes un paso muy acelerado? En fin, venía a hablar contigo de la pelea de anoche.
Era el hijo de los amigos de sus padres. La conocía.
-Quiero saber qué pasó para poder informar a los profesores -continuó el prefecto-. Hablé con tus compañeros y no me dijeron cosas buenos sobre ti.
Perfecto, otra vez quería llorar.
-¿A qué se debe? -preguntó el prefecto-. Si tienes algún problema puedo ayudarte a pesar de no ser de tu casa.
-Me odian, y es por mi culpa.
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