tres
Sentía la tierra húmeda bajo sus pies, el día estaba soleado sin embargo, podía sentir una brisa fresca que se escapaba del frondoso bosque que se alzaba ante sus narices. Los grandes árboles dejaban un aroma exquisito que lo calmó de toda injuria y mala vibra que sentía. El suave viento que soplaba traía consigo el ruido de los pájaros, sus cantos. Era, de cierta forma, una imagen hermosa y gratificante antes de llegar a la gran casa.
Muchas veces había escuchado relatos sobre aquél lugar. Grande, majestuoso, capaz que mantener tantas personas que intuyó la inmensidad de su estructura. Y en otras palabras, así lo era. El ambiente que lo rodeaba empezó a llenarse de cierta angustia, lo sentía en la piel, en la esencia de los otros Omegas que lo acompañaban, igual de chicos que él. Tal vez igual de asustados al ver la gran edificación que se alzaba en medio del bosque. No poseía una belleza normal, no estaba pintada, y sospechaba que el color verdoso de sus paredes se debía a la humedad del bosque, sin embargo, las enredaderas y las flores que se treparon a su grandeza le daban una imagen terriblemente bella. El Omega apretó los puños sobre su camisón blanco y siguió avanzando. Su mirada se elevó a la gran montaña que se alzaba a lo lejos, allá, donde el padre del cambiaformas que le pidió que llevara sus cachorros vivía. Allá, domde probablemente permanecía la primer bestia humana en tocar las tierras vírgenes de toda contaminación que el hombre pudo haber hecho. De repente, sintió un frío seco llegar hasta su nuca, hasta su piel y se encogió de tal manera que su Omega se removió como loco. La gran casa cada vez se hacía más y más grande a medida que se acercaban, cada vez podía notar a los cambiaformas que hacían guardia, podía ver las ventanas, los balcones, hasta pudo observar a lo lejos un Omega y un cachorro en sus brazos, sentados, admirando la belleza del día. Como si a metros de él no hubiera una gran fila de más de cien Omegas danzando hacia sus puertas para ser preñados por una raza antigua. Su mirada no se apartaba de sus brazos, de su piel pálida, sus rizos negros, pensó, tal vez, que lucía muy calmado.
Se quedó muy cegado por aquella imagen, pensó que ese sería su futuro, que ahí dentro finalmente entregaría su cuerpo a un hombre enorme, de casi ocho pies de altura que podría matarlo de un golpe si quisiera. Que su único propósito dentro de aquella arquitectura hermosa que destilaba una maravilla a sus ojos no era más que el lugar donde prestaría su cuerpo para que lo preñaran como quisieran.
El Omega llevó una mano hacia su vientre, ¿Sería capaz de aguantar un Cambiaformas? ¿Sería capaz su anatomía pequeña de soportar un cuerpo como los suyos? Solo pensó en la posibilidad de no toparse con un cambiaformas en celo, porque la verdad era que no sabría si sus partes íntimas podrían soportar aquella diferencia de cuerpos, porque si un cambiaformas era ya de por sí muy grande físicamente, pensó, seguramente su aguante y cuerpo durarían más tiempo en el coito. Pero no lo sabía, no estaba seguro y realmente desconocía el paradero de su destino, porque tal vez corría el riesgo de desgarrarse por completo una vez cruzara esa puerta.
De repente, sintió un gran escalofrío por todo su cuerpo, su espina dorsal se enderezó del miedo y su rostro se volvió, agitado, cuando sintió un aroma picante chocando contra su cuerpo. Sus ojos se volvieron a otros ajenos, su mentón se elevó y volvió a encontrar aquella mirada negra, aquél cambiaformas que le había pedido con tal cortesía que dejara preñarlo. El Omega se quedó quieto, estático, mientras la fila avanzaba y sus pies seguían ahí, enfrentado al gran hombre.
—Omega —respondió agitado, notó la capa de sudor que bañaba su frente, su cuello. Su mirada viajó a sus lados, los otros cambiaformas lo ignoraban, como si no se dieran cuenta que uno de los suyos estaba tomando el brazo de los Omegas destinados a la gran casa—. Escucha.
—Te digo que aún debo pensarlo bien... —murmuró desviando la mirada hacia su espalda, los Omegas avanzaron y la fila se estaba perdiendo de su vista. Un hombre de cabello rubio se detuvo, esperando. El Omega apenas movió su pie cuando sintió el agarre sobre su brazo—. Suéltame, por favor.
—Elígeme —murmuró el cambiaformas, los ojos claros del menor se clavaron en los dedos sobre su delgada muñeca, eran fuertes, cálidos.
—Oye —habló el hombre que los esperaba, su voz hizo que se sobresaltara—. Pantera, los reclamos se hacen en la Gran Casa, no hagas que la criatura tarde. Padre se enojará.
—Pase lo que pase, elígeme, yo te protejo —habló una vez más y el menor lo miró con el ceño fruncido, quiso alejarse cuando empezó a sentir el aroma ajeno, fuerte, intenso, como si quisiera marcar su piel. El Omega chilló justo cuando el hombre rubio apareció detrás de él, su gran mano empujó la del otro y lo miró con dureza. El más chico se encogió de hombros cuando ambos gruñeron—. Es mi criatura.
—No veo que él esté de acuerdo —terminó el otro y lo empujó, el de ojos negros frunció el ceño cuando el más chico se volvió, acompañado del cambiaformas que lo había esperado—. Vamos, pequeño, elige bien a tu pareja. No querrás que un cachorro como él se encargue de ti, ¿Verdad? Esa pantera es muy joven aún.
El menor lo miró, ¿Cien años era ser joven? Si terminaba preñado de un cambiaformas, pensó, tal vez su cachorro tendría un estándar de vida alto. Sin embargo, no sabía si la cruza entre gigantes como esos y Omegas como él traerían al mundo cachorros fuertes. El Omega iba a hablar justo cuando volvió a sentir una mano sobre su brazo, la fuerza lo sorprendió y su rostro quedó peligrosamente cerca a un destello animal del cambiaformas que le había pedido su vientre. De repente, la sola idea de observar a la pantera negra causó que su piel se erizara, pero solo lo notó en sus ojos, en su voz.
—Omega —murmuró bajito, rápido—. Estás preñado. Tienes un cachorro en tu cuerpo, lo puedo sentir, tu esencia, elígeme a mí. Otro te obligaría a...
—¡Aléjate! ¡Es la última advertencia que te doy, Hvitsärk! —lo empujaron y el Omega lo miró con grandes ojos. Aquél retrocedió y su mirada viajó a su vientre justo cuando arrastraron al menor hacia delante. El Omega quedó ido, mientras sus piernas se movían y perdía su vista del cambiaformas. De sus ojos negros.
Hvitsärk. Era la primera vez que oía su nombre. De repente, sintió dolor en su pecho, en su corazón. Su mirada aturdida viajó al suelo, a sus pies. El dolor de cabeza lo desgarró y se quedó callado. Volvió a sentir el gusto de las feromonas de miedo y nervios en el aire. El aroma a Omega.
Levantó la mirada, y en un segundo tenía la gran estructura de la gran casa frente a sus ojos. Su respiración se volvió irregular. Sus manos, sus ojos claros viajaron a los rostros ajenos, a los otros Omegas. Toqueteó su ropa, su camisón. Estaba preñado. En estado, el temblor que sintió lo acorraló como a un animal herido, el pequeño temió liberar sus feromonas, temió, siquiera, sentir su propio sudor. Sus manos viajaron a su cuello y limpiaron la capa húmeda que bañaba su piel. Su esencia, su aroma. ¿Qué clase de aroma tenía? ¿Cómo se sentía?
¿Cómo siquiera podía estar esperando un cachorro?
No podía creerlo, no podía ser cierto. Sus pies dejaron de sentir tierra y sintió algo sólido y frío en sus plantas. Su mirada aturdida bajó al suelo, era roca liza. Era el suelo de la gran casa. Ahí, llena de Cambiaformas, llena de hombres que esperaban sedientos probar el gusto de su sexo, el gusto de ser padres de las siguientes generaciones. Al minuto siguiente de sentir los fuertes aromas dentro de aquél lugar su cuerpo ya estaba respondiendo a sus pensamientos. Se sentía descompuesto, mal. Sus manos viajaron a su vientre y presionaron con fuerza.
No recordaba nada. No recordaba nada del viejo mundo. De repente, la angustia de no poder entregarse a sus memorias lo llenó de desesperación, el sudor, el miedo de emitir feromonas y buscar algún recuerdo sólido que lo trajera a la gordura lo volvió un desastre. Lo último que recordaba era la primera vez que llegó ahí, que lo marcaron con hierro. ¿El golpe que tenía en la cabeza lo había privado de su pasado? ¿Tenían sus sueños el secreto de todo? El alfa con el que soñaba...
Tú eres mi alfa.
—Alfa... —tenía un alfa. Un cachorro. Tenía un cachorro en su vientre de un ser que era cazado por gigantes. Las lágrimas brillaron en sus ojos, la desesperación, el ligero gusto a saliva en su boca le dió arcadas, se sentía descompuesto. Alterado. De repente, todo su alrededor empezó a llenarse de sus feromonas, de su propio aroma. El susto, el miedo, sus manos cubrieron sus brazos cuando otros Omegas lo miraron.
—Oye... ¿Estás bien? —preguntó uno, otro lo miró con grandes ojos.
—Cachorro —habló suave uno, el menor levantó la mirada agitado cuando escuchó el apodo. Sus manos presionaron su vientre con fuerza y sus ojos claros se pegaron a otra mirada llena de preocupación—. Oye, chico, todos aquí estamos asustados... Pero, por favor, ¿Puedes dejar de emitir ese olor...?
Lo puedo sentir, tu esencia, elígeme a mí. Otro te obligaría a...
Su corazón se aceleró, el llanto se reveló en sus ojos cuando se volvió a las grandes miradas, no quería que sintieran su aroma, sus feromonas. No quería que sintieran su esencia. Si se enteraban que tenía el cachorro de un Alfa se lo quitarían. Se lo arrancarían del vientre con garras filosas, el simple hecho de imaginar el dolor que aquello provocaría en su cuerpo le causó malestar en sus entrañas. De repente, la desesperación se volvió el manojo de sus acciones.
—Hvi... Hvitsärk... Hvitsärk... Mi cambiaformas —habló asustado y miró para todos lados. Era un salón enorme, el techo, las paredes, de repente observó muchas miradas puestas en él, rostros desconocidos, gigantes, grandes presencias que lo alteraron de tal manera que retrocedió, su estómago dolió, su pecho, su voz rota salió como un susurro—. Hvitsärk es el que yo...
—Oye, Cariño, ten cuidado —murmuró un hombre de ojos claros cuando chocó contra él. El menor retrocedió y levantó los brazos para protegerse, trató de no emitir feromonas, pero su cuerpo explotó en miedo y terror. El sudor que resbalaba por su piel delataba su desesperación, su terror, sus miedos. El aroma de su cuerpo tomado. Su cachorro.
—Hvit... Hvitsärk —sollozó y sus ojos se dieron vuelta, sintió que el cielo se le caía encima, su cuerpo, todo. El calor y la debilidad lo tomó desprevenido cuando cayó al suelo de estrépito, su vista se tornó borrosa, oscura. Escuchó gritos lejanos, pero no podía ver nada, nada. Debía ocultar su aroma... Debía tapar sus feromonas. Pero nada de eso importó cuando perdió la noción de su actualidad.
No supo bien cuánto tiempo había pasado.
Pero despertó. Sus ojos hinchados se abrieron con pesadez, le dolía la cabeza, y sentía que su nuca dolía. Su cuerpo, el cansancio eterno que cayó sobre sus huesos evitó que se levantara a toda costa. Tardó en reaccionar cuando divisó el techo sobre él, cuando notó la seda que colgaba de algo, que envolvía la cama donde estaba. Se encontraba tan cómodo que su mirada cansada siquiera notó los bonitos detalles de la habitación donde dormía.
—Ah... —gimió bajito y llevó una mano hacia su cráneo, le dolía. Se sentó sobre la cama y notó el nuevo camisón de tela fina que tenía. Era suave, lindo, con hermosas decoraciones que lo dejaron atónito unos segundos. Tardó en procesar la información, pero supo que estaba en una de las habitaciones de la gran casa.
Sus manos fueron a parar en su vientre, allí donde Hvitsärk había notado un cachorro pequeño. Hvitsärk... Si estaba ahí probablemente el cambiaformas lo esperaba, y lo supo, porque notó que no traía ropa interior. Sus piernas y brazos tenían un brillo extraño y olía a coco. Hizo a un lado la cabeza, notó que en una silla había una cacerola con agua, toallas y sábanas blancas. El tazón de frutas a un lado llamó relativamente su atención. Se sentía muy cansado como para levantarse, pero se asomó con cuidado, colocó sus pies en el suelo y se levantó... Ya no tenía que preocuparse, si Hvitsärk le pidió que lo eligiera era porque no le haría daño. Pensó, sus dedos arrancaron una uva y la llevaron directo a su boca. El sabor explotó en su lengua y se estremeció. Era delicioso.
De repente, sintió otro aroma dentro de la habitación, fuerte, picante. Su cuerpo entero se estremeció y rápidamente llevó una mano a su vientre.
Si realmente estaba en estado no habría necesidad de acostarse con ningún cambiaformas, supuso. Tendría al cachorro y estaba seguro que sería lo completamente normal como para no desgarrarlo o no llevarse el susto de poseer un gigante dentro de su estómago. El Omega acarició su piel, estaba alterado, asustado, pero la tranquilidad y la seguridad que Hvitsärk le había dado le generó cierta paz momentánea.
Cuando escuchó el sonido de una puerta al abrirse se volvió, notó una gran silueta, un gran cuerpo. Su cuerpo se estremeció y su corazón se aceleró terriblemente. Rápidamente bajó la mirada.
—Hvit... —empezó pero se cortó al segundo, el aroma era distinto, más salvaje, más natural. No era el mismo de siempre, su corazón se aceleró y se quedó ahí con la mirada baja, con las manos puestas en su vientre y los ojos bien abiertos. Notó que se acercaba, notó sus pies grandes, sus piernas gruesas. El Omega temió levantar la mirada, pero, finalmente, lo hizo. Sus ojos claritos se elevaron a otros verdes, dilatados, cegados. La gran altura lo abrumó y sus piernas temblaron cuando el cambiaformas se acercó para tomar su rostro. Era más... Grande, más adulto. Su cuerpo tembló y su boca se secó cuando sus dos manos rodearon su cráneo con facilidad.
—Por los dioses... Eres una criatura hermosa —susurró y se pegó más a él. El menor se puso rígido como un loco, estático, su mirada alterada se coló en aquella verde cuando sintió un bulto sobre su estómago. Era grande, enorme. Su cuerpo entero se estremeció.
—¿Q...Qué?
—No puedo esperar para fecundarte, chiquito.
Ese... No era Hvitsärk.
Un cambiaformas diferente lo había tomado.
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