siete
—Hueles distinto.
Oliver arrugó la naricita un poco, olisqueando el cabello del Omega más chico, Kirjaht se encogió de hombros. Su mirada perdida se desvió de la gran ventana y miró los ojos verdes del rizado a su lado. Este le sonrió, y notó cómo sus pecas se confundían en el rubor de sus mejillas.
—¿Estuviste con aquél cambiaformas anoche? —le preguntó y los ojitos claros de Kirjaht volvieron la mirada a sus manos, estaban pálidas y un poco húmedas, sintió los dedos delgados de Oliver en su cabello, pasando el peine—. Tienes un aroma distinto por todo el cabello, no es como el tuyo, digamos... Tú hueles a té verde, y ahora tienes el aroma a rocío y tierra húmeda.
—¿Qué es té verde? —preguntó suavemente y volvió la mirada hacia el gran bosque, algunos Omegas estaban sentados en el pasto, otros con sus cambiaformas, el ambiente fuera de la gran casa era tranquilo y silencioso. Oliver dejó el peine sobre una mesita de madera y acarició su cabello.
—Mmm, té verde es una bebida a base de hierbas... Creo. Solo probé una vez, cuando era más chico. Le había puesto mucha azúcar porque no estaba acostumbrado a probar cosas así en mi tierra... El té era suave, y olía bien —murmuró y se inclinó un poco más—. ¿Quieres trencitas?
Kirjaht asintió—. Háblame de tus tierras, por favor.
—Bueno... Yo no soy de aquí, mi hogar está a dos semanas de caminata, por el Este, vivía en el campo, tenía tres hermanitos chiquitos y dos grandes. Éramos una familia numerosa... A veces la comida no alcanzaba, mi madre usaba la harina de trigo junto con las cenizas del fuego, para que el pan alcanzara para todos. Era un clima difícil, pero la vista era bellísima, en las montañas, los arroyos, era feliz a pesar de no tener para comer a veces.
Kirjaht se quedó quieto, mientras Oliver seguía hablando sobre su país. Y se preguntó sobre su familia, sobre sus padres, se preguntó si aquellos ojos que tenía habían visto la mirada de un hermano, de una hermana. Kirjaht miró sus manos y lentamente acarició su vientre. También tenía, o tuvo, un alfa en su vida. El Omega cerró los ojos, mientras el sol chocaba contra su camisón blanco y las manos de Oliver acariciaban su cuero cabelludo.
—No te duermas —escuchó y sintió que Oliver jalaba un mechón de su cabello. Kirjaht abrió los ojos y apretó su vientre. Sintió algo extraño y bajó la mirada, sus manitos rodeaban la panza apenas notoria, ahí, y se quedó quieto, respirando más lento, con los ojos abiertos, atentos a sentir la misma reacción—. ¿Qué pasa?
—Sentí algo raro —murmuró, removiendo su cuerpo sobre la silla frente la ventana. Oliver se volvió y se puso de cuclillas a su lado, mirando su vientre—. Se movió.
—Déjame ver —el Omega rizado tomó el camisón de Kirjaht y lo miró—. ¿Puedo?
El Omega más chico se encogió, con las mejillas calientes—. No traigo ropa interior...
—¿Ah no? ¿Qué estuviste haciendo con aquél cambiaformas anoche que hoy apareces sin calzones? —preguntó el rizado y Kirjaht enrojeció por completo, Oliver sonrió y pegó sus manitos al vientre del más chico—. No tengas vergüenza. Si quieres te doy un poco de ropa, llevas ese camisón desde que entraste aquí. No te haré nada. Es de madre a madre.
Los ojitos de Kirjaht se desviaron a su camisón blanco, estaba arrugado, y le llegaba hasta las rodillas. Apretó los puños, y asintió, se puso de pie con lentitud y se alejó un poco de la puerta. Oliver tomó los pliegues de su ropa y lo levantó, Kirjaht cerró los ojos cuando se quitó la prenda y los orbes verdes del rizado recorrieron su cuerpo.
—Vaya... Te ves incluso más pequeño sin ropa —murmuró y picó su dedo sobre una marca de nacimiento que tenía Kirjaht sobre el hombro—. Tienes una manchita rara aquí.
—Tengo frío —murmuró y Oliver asintió, lo tomó de la mano y lo arrastró hasta el solcito, el rizado apretó suavemente su vientre, mirándolo—. Puedes.
El Omega de cabello negro bajó la mirada y se puso de cuclillas, Kirjaht sintió sus rizos sobre su vientre y el calor que tenía el rostro de aquél Omega. Se quedó quieto, abrazando el camisón que tenía en manos y sintiendo los dedos de Oliver apretándose sobre sus caderas.
—Todavía no siento nad... ¡Ah! ¡Ahí está, ahí está! —murmuró y Kirjaht sintió algo extraño en su pecho, su interior se llenó de un sentimiento extraño, emocionante, cuando volvió a sentirlo—. ¿No lo sientes maravilloso, Kirjaht? ¡Es muy tierno! Aún recuerdo cuando mi cachorra se movía dentro de mí.
—¿Se mueven mucho? —preguntó Kirjaht mirando su vientre. Oliver se puso de pie, y caminó hasta una mesita donde habían muchas prendas blancas.
—¡Claro! Después te patearán más seguido, en los últimos meses. Los bebés tienen mucha fuerza —comentó y tomó un poco de ropa, se acercó al Omega más chico y estiró la prenda blanca. Kirjaht miró, era un camisón de lino, pero estaba planchado y tenía mangas largas. El Omega observó que tenía un botoncito en el pecho—. Aquí tienes ropa interior.
El más chico asintió, tomando la prenda para colocarla en su cuerpo. Se la puso con cuidado, le quedaba un poco grande pero no se quejó, Oliver lo ayudó a ponerse el camisón.
—La próxima dile a aquél que no te quite los calzones.
Kirjaht asintió, a pesar de que Hvitsärk no le había quitado nada. Miró la silla y volvió a sentarse sobre ella, la ropa de Oliver tenía aroma a vainilla, suave, combinada con el agua del lago. El rizado volvió a mirar su cachorra, que descansaba en su cama, quietita.
—¿Cómo es tener un bebé? —preguntó Kirjaht suavemente, acariciando su vientre al sol. Oliver se recostó sobre el suelo, y estiró las piernas. Dejó descansando su cabeza contra la cama y suspiró.
—Muy doloroso.
—¿Enserio? —preguntó el más chico, mirándolo con preocupación.
—Claro —Oliver murmuró—. Di a luz aquí, cuando era más chiquito ayudaba a mi mamá para atender a las Omegas embarazadas. He visto muchos partos, aquí humm creo que hay unas dos o tres Omegas que me ayudaron a parir. También había un cambiaformas que sabía, pero sus manos eran muy grandes y mi cambiaformas no quería que dañara al bebé. Ella era pequeña... Mucho. Pero es una niña fuerte, lo sé porque tiene sangre de cambiaformas.
—¿Es el primer cachorro que tienen... De un Omega común?
—Lo es. Ella es la siguiente generación de híbridos. El Dios dice que ella reiniciará la sangre del mundo. De hombres capaces de cambiar su forma, Omegas... Alfas... Lo que sea que el fruto de las montañas le entregue al nuevo mundo.
—¿Omegas cambiaformas? —preguntó Kirjaht.
—Claro, pero al ser una cruza... Va a ser más débil. No del todo natural, ni animal —Oliver acarició su panza, miró a Kirjaht y sonrió—. Verte así me da ganas de tener otro cachorrito.
El más chico sonrió suavemente.
—Pero ahora tengo bastante con mi terroncito, gracias a los dioses que decide dormir en un día tan lindo como este —murmuró y se levantó del suelo, se recostó en la cama está vez y sus rizos negros cayeron sobre la almohada, sus pecas eran notorias y sus ojos se volvieron risueños y cansados.
—Puedo retirarme si quieres descansar...
—No, no... Solo cerraré los ojos un ratito.
Oliver se durmió minutos después. Kirjaht se quedó un tiempito en el sol, mirando la ventana, se levantó y cubrió al Omega de ojos verdes con una sábana y salió de allí, caminó en silencio por la gran casa. Escuchando conversaciones de vez en cuando, sus ojos miraron las paredes viejas, agrietadas en algunas partes y húmedas en algunas esquinas. Las puertas de madera dejaban salir el aroma a Omega, y acarició su vientre. Sus ojos claros vagaron por todos lados, hasta que escuchó, mientras caminaba, suaves gemidos ahogados. Kirjaht volvió la mirada, y notó la puerta entreabierta. Sus ojos se fijaron en un Omega moreno, de cabello negro largo, con los ojos cerrados y la saliva resbalando por toda su barbilla y cuello. Sintió el calor subir por todo su pecho, cuello, hasta llegar a su rostro y orejas. Kirjaht enrojeció como un tomate cuando notó al Omega sobre un cambiaformas, cuando notó aquellas grandes manos sobre la cintura delgada, y el gran miembro que se enterraba en el cuerpo ajeno. Retrocedió, asustado, y siguió caminando con las mejillas rojizas.
Se detuvo cuando dejó de oír los gemidos y se dejó descansar contra la fría pared. Kirjaht respiró profundo, sintiéndose mal, incorrecto por haber observado tal situación. Si bien al estar en estado le confirmaba que no era del todo desconocido del tema, verlo de aquella manera lo había agitado extrañamente. No era tonto, sabía lo que pasaba allí, lo sabía. Pero se sentía nuevo en todo, Kirjaht acarició su vientre, siquiera recordaba cómo se sentía tener relaciones. Le era nuevo y vergonzoso. Además... La diferencia de tamaños que tenían aquellos dos... Se veía doloroso, se veía doloroso y aún así el Omega parecía disfrutarlo. Sintió un temblor extraño por todo su cuerpo, su piel, y abrazó su vientre, sus piernas estaban temblorosas. Percibió su pecho extraño, y el frío en su nuca se presentó de manera incómoda y horrible.
Sin embargo, salió de allí. Decidió tomar un poco de aire, un poco de sol. El día afuera estaba bellísimo y el aire puro limpiaría la inquietud que lo gobernó tras aquella escena. Kirjaht salió y sintió el pasto húmedo bajo sus pies cuando notó a los otros Omegas sentados, algunos estaban en ronda, otros, solitos. Los ojitos de Kirjaht siguieron los árboles, y trató de no acercarse tanto a los otros cambiaformas.
Apretó su camisón cuando siguió el sendero hacia el lago. Su mirada viajó del pasto verde al cielo celeste, a las montañas que se veían a lo lejos. Sus pies se detuvieron, recordando la noche anterior, en aquél lago de aguas tibias. Recordó el tacto baboso, suave que tenía aquella cosa en su mano. El Omega tembló, y a pesar de todo eso, volvió la mirada a la gran casa y a los cambiaformas que estaban trabajando. Respiró profundo, y se desvió del sendero para caminar hacia aquél lago.
—Kirjaht —escuchó y se volvió, el Omega apretó las manos en la tela de su camisón cuando observó los ojos negros de Hvitsärk. El cambiaformas tenía el pecho desnudo, y de sus manos colgaba una canasta llena de pescado, los ojitos del Omega bajaron la vista a los peces muertos, a la sangre—. ¿Qué haces aquí? Es peligroso.
—Quería... —murmuró y desvió la mirada a la montaña. Su cabeza trabajó al segundo. ¿Debería contarle? ¿Debería decirle que la noche anterior había encontrado restos de carne humana en el agua? El Omega sintió malestar en su estómago y tragó saliva, pensar en aquello le revolvió el estómago—. Quería ir al lago de anoche. Quería bañarme... En agua tibia, por mi bebé.
—Pero está muy lejos... Cariño —murmuró con la mirada preocupada—. ¿Enserio... Quieres ir hasta allá por eso? ¿Solo?
Kirjaht no respondió, sino que desvió la mirada, apretando su vientre.
—Puedo conseguirte agua caliente aquí, he visto a unas millas una cabaña que tiene... —el Omega lo miró.
—Iré al lago, no quiero ser una molestia —el cambiaformas volvió la mirada hacia la gran casa. Kirjaht se encogió de hombros.
—No eres una molestia, Omega, pero si quieres ir... Déjame acompañarte —el hombre bajó la canasta con pescados y el Omega lo esperó. Lo vio alejarse, y se quedó de pie ahí, el pasto húmedo bajo sus pies era suave y el sol estaba tan delicioso que no pudo evitar frotar sus ojitos. Kirjaht acarició su vientre, esperando sentir a su cachorro.
Sabía que los cambiaformas los veían como criaturas maravillosas, algunos eran brutos, otros eran suaves, como Hvitsärk. Valoraban la fertilidad que tenían pero Kirjaht estaba asustado, estaba aterrado de solo pensar que aquellos restos eran de algún cachorro. Relamió sus labios, recordando al primer cambiaformas que lo aborreció por estar esperando un cachorro de Alfa. ¿Realmente podían despreciar de aquella manera a los Alfas? Se sintió mareado, y un poco débil, tenía miedo de preguntarle a Hvitsärk, tenía miedo de pensar que aquellos restos eran crías de Alfas.
Sus ojos claros se desviaron a los Omegas preñados, a los chicos y chicas que estaban sentados en el pasto al sol, comiendo frutas, tan tranquilos. ¿Realmente eran criaturas sagradas? ¿Realmente los cambiaformas no buscaban dañarlos? Los alfas y los betas estaban casi extintos del mundo, estaban desapareciendo, estaban volviéndose historia del pasado y los cambiaformas tomaban terreno. Los alfas habían perdido la guerra, y el botín era la tierra y los Omegas. Era la promesa de un cachorro por cambiaformas, de un Omega, por tranquilidad, paz.
Kirjaht se tambaleó y sintió un dolor terrible en el pecho, ahí, llegando hasta todo su cuerpo y ahogando sus pensamientos. ¿Y si el padre de su cachorro había sido asesinado por los cambiaformas? No podía pensarlo, no podía llorarle a alguien que no tenía rostro, que no tenía voz en su cabeza, más que unas cuantas palabras que recordaba de sueños borrosos. El Omega retrocedió una vez más y sintió que sus ojos picaban, necesitaba hablarlo, necesitaba preguntar, ver, demostrar. Desvió la mirada a la montaña, allí donde el Dios de gigantes estaba. El cuerpo de Kirjaht dió un salto cuando sintió una mano en su brazo.
—Hey —el cambiaformas habló y el Omega lo miró con grandes ojos. Hvitsärk sonrió suavemente—. Me gustan mucho tus trencitas. ¿Esa ropa es nueva?
—Sí —murmuró y caminó al lado del más alto. El de ojos negros se inclinó un poco para hablarle.
—Le pedí al sastre de la manada que te hiciera algunas prendas —habló sin mirarlo, Hvitsärk escondió las manos detrás de su espalda—. La mayoría de las telas que tenemos son de lino blanco, pero encontré una del color del cielo a tres millas de aquí, estaba un poco dañada... Pero le dije que tú eras pequeño —murmuró y puso las manos delante suyo, Hvitsärk se relamió los labios cuando acomodó sus dedos, como si tomara algo—. Le mostré que tu cintura era así, pero que tienes un bebé que crecerá.
—Gracias... —murmuró Kirjaht y el cambiaformas se inclinó más para mirarlo a los ojos.
—¿Estás cansado? ¿Quieres que te lleve?
—Estoy bien.
Hvitsärk asintió y desvió la mirada al piso, su boca se apretó y notó el silencio que abundaba entre ellos. Siguieron caminando por unos minutos, los ojos del más alto se desviaban al cabello suave, trenzado de Kirjaht pero este no le devolvía la mirada. Se quedó en silencio, esperando que el más bajito dijera algo, pero no sé aguantó.
—¿Hice algo que te incomodara, Omega?
—¿Ah? —murmuró el de ojitos claros y el cambiaformas se detuvo. Bajó la mirada al más chico y frunció el ceño, apenas, desviando la mirada.
—Es que... Estás muy silencioso —habló—. Si hice algo que te lastimara, ¿Podrías decírmelo? Me disculparé... Es mi primera vez tratando con un Omega. No sé qué... No sé cómo debería actuar... Por eso, si no te gustó que te tocara anoche, dejaré de hacerlo.
Kirjaht lo miró preocupado y negó lentamente con la cabeza—. No sentí ninguna incomodidad contigo. Me gustó que me tocaras... Solo no tengo ganas de hablar.
Hvitsärk se quedó callado y bajó la mirada, frunciendo un poco el ceño sin entender bien—. ¿Estás cansado? Te puedo cargar.
—Está bien —respondió y se volvió, Kirjaht miró para todos lados. De repente el bosque estaba silencioso y desierto, el Omega abrió los ojos, mirando para todos lados. Su corazón se aceleró cuando, de repente, sintió la lengua áspera de un gran animal a su lado. Quitó su mano al instante cuando la gran cabeza de la pantera negra se asomó, y acarició su brazo. El Omega posó sus manos en el rostro del animal y lo miró, los ojos amarillos del felino eran grandes, sus bigotes, sintió su corazón acelerado cuando desvió la mirada a las cosas que Hvitsärk había dejado en el suelo.
Las levantó y el animal se recostó en el suelo cuando el Omega se quiso subir a su espalda. Sintió sus mejillas arder cuando agradeció haberse puesto ropa interior, el pelaje del felino era suave, negro y brillante, le pareció asombrosa la agilidad que tenía y hundió las manos en su piel. Tardaron menos de treinta minutos en cruzar la montaña, pocas veces se detuvieron a mirar algunas cosas, a apreciar la vista. Hasta que Hvitsärk empezó a sentir el aroma del lago.
Cuando llegaron el Omega se bajó y dejó las cosas del cambiaformas en el suelo. Hvitsärk se transformó y lo miró hasta que el Omega se asomó al lago, levantando su camisón blanco un poco.
—Está bajo —murmuró Kirjaht para sí mismo. Las aguas estaban bajas, miró a los lados, el río desencadenaba desde las rocas grandes a su derecha, a kilómetros y se iba del otro lado, donde no había nada más que árboles y aguas tranquilas.
—Es muy temprano aún —murmuró el cambiaformas cuando se acercó a su lado, Kirjaht lo miró.
—¿A dónde va este lago?
—Del otro lado, va derecho hacia la montaña, y dobla para la izquierda, antes había una represa hecha de madera. Pero la destruimos —el hombre se inclinó sobre la tierra, su mano se hundió en el agua, frunciendo el ceño, olía extraño.
—¿Y qué hay del otro lado, allá? —el pequeño Omega miró los grandes árboles, el agua estaba baja y las piedras grandes sobresalían del río. Kirjaht se subió sobre una y notó sus pies pálidos, húmedos, no estaba tan alejado.
—Papá dijo que Oliver vino de allí —murmuró Hvitsärk mirando con extrañeza el agua. Se puso de pie, avanzando un poco, sus ojos negros miraron más allá, frunció el ceño cuando notó un movimiento extraño. Se quedó quieto, y sus ojos se dilataron cuando notó la ropa sucia, cuando notó, desde lejos, el aroma camuflado a canela y barro, Hvitsärk frunció el ceño, y retrocedió, a veces habían betas u alfas perdidos en los bosques—. Kirjaht.
El cambiaformas se volvió, y se quedó quieto, estático, cuando el sonido de las aguas fue lo único que retumbó en sus oídos. Sus ojos negros recorrieron a sus alrededores cuando no vio al Omega a su lado. Caminó un poco, adentrándose al agua, mirando las rocas, buscando la ropa del más pequeño.
—¿Kirjaht? —preguntó mirando por todas partes, miró las rocas, y sus ojos se pegaron a la pequeña silueta que caminaba más allá, entre los árboles. El camisón blanco del Omega se volvió notorio entre el verde y el marrón.
Pero Kirjaht no escuchó la voz de Hvitsärk a lo lejos, sus ojitos se guiaron por la luz, por los caminos sin pasto y la tierra húmeda que había en aquellos lugares. No era verde, los árboles eran más grandes, más gruesos, y había olor a tierra húmeda por todas partes.
Empezó, lentamente, a ver estructuras destruidas de lo que alguna vez fueron viviendas. Sus ojos claros se agrandaron cuando lentamente se acercó y a lo lejos vio el pueblo abandonado. Ahí, donde Oliver había estado. Las casas eran pequeñas, vacías, simples, estaban cubiertas de maleza y la lluvia las había deteriorado. Sus pies se hundieron entre las hojas, las ramas y la tierra húmeda cuando caminó hacia ellas.
Se preguntó si él había venido de aquellos pueblos, si había tenido parientes, algo, entre aquellos fantasmas. El Omega se asomó a una casa pequeña, vacía, y notó cómo el sol iluminaba todo en su interior, notó algunos muebles viejos de madera, destrozados. Oliver había estado con el Dios alrededor de un año, alrededor de un año... Y aquél lugar parecía abandonado desde hace tiempo.
El dolor que atravesó su cuerpo al pensar en aquellas personas, en el hambre, en lo que había pasado con Oliver. Se sintió terrible, abarrotado, Kirjaht bajó la mirada y sintió sus ojos picar, el aroma de la tierra se volvió agrio, se volvió agrio cuando escuchó pasos que venían hacia él.
—Omega.
Sintió cómo toda su piel se erizó al segundo de oír aquella voz gruesa y rasposa. Los ojitos de Kirjaht se volvieron, y su rostro se frunció en preocupación cuando observó a un hombre de pie delante suyo, era alto, grande, traía una ropa descuidada, vieja, y su cabello lucía grasoso y largo. Kirjaht retrocedió, llevando sus manitos a su vientre. Sus labios se volvieron temblorosos y el aire se llenó de su aroma, de feromonas de miedo. Empezó a agitarse cuando caminó, lento, en dirección hacia el lago. La mirada negra de aquél era grande, y lo sentía, sentía en su piel sucia la esencia de la putrefacción, sentía, debajo de toda aquella mugre que era un beta.
—Un Omega —habló y esta vez su voz se alzó un poco más fuerte. Kirjaht retrocedió sin poder hablar. Su garganta dolió con fuerza y sus piernas empezaron a temblar, empezaron a volverse débiles. El temblor de su cuerpo le fue insoportable cuando empezaron a salir otras hombres, tan sucios, llenos de tierra, de sangre. Su rostro se frunció en terror cuando notó que uno tenía la cuenca vacía de un ojo, cuando, de repente, quiso gritar, pero de sus labios se escapó un ligero gemido. El llamado de un Omega a su alfa. Pero el problema de Kirjaht era que él no tenía un alfa. No tenía un alfa.
Porque cuando quiso retroceder chocó contra otra persona, porque vio el rostro delgado de una mujer, ahí, alta, sucia hasta los dientes, que lo tomó del cabello y lo jaló con fuerza hacia el piso. Kirjaht ahogó un grito cuando cubrió su boca y lo arrastró entre las hojas y la tierra húmeda. Se removió, intentó ponerse de pie cuando no aguantó el dolor en su cabeza. Sintió en ella una esencia picante, ardiente, entre toda la mugre y el aroma a carne muerta que tenía, ahí, en sus ojos claros. Kirjaht mordió la mano con fuerza y la escuchó ahogar un grito, los otros betas lo tomaron de las piernas, a pesar de que Kirjaht intentaba liberarse. Llevó una mano a su vientre, apretando, intentando proteger a su cachorro cuando lo arrastraron hasta una de las casas, y pensó lo peor. Pensó lo peor cuando aquella lo soltó del cabello y el Omega se golpeó la cabeza contra la pared. Sintió su aroma dominante. Sintió el aroma a Alfa que tenía aquella. Kirjaht se encogió, jadeando, sollozando, cuando removió del suelo la tierra y estiró una cadena. Una puerta de madera gruesa se abrió y Kirjaht llegó a gritar con fuerza una última vez, antes de que lo empujaran hacia aquél agujero.
—¡No! ¡No! —gritó agarrándose con fuerza del suelo, la mujer alfa gruñó, y el Omega lloró con fuerza cuando sintió que lo jalaban hacia el interior, cuando sintió unas manos apretando sus muslos—. ¡NO, HVITSÄRK! ¡HVITSÄRK!
Y vio sus ojos rojos, sintió su dominación por toda su piel cuando pateó sus manos y finalmente Kirjaht cayó en el interior. Se removió como un loco cuando lo tomaron entre brazos y lloró con fuerza, gritando, desgarrándose al ver cómo desaparecía el último rayo de luz a sus ojos. Rasguñó la mano ajena, y sintió que su estómago se revolvía, sintió el vómito en su garganta cuando lo arrojaron al suelo. Intentó luchar, intentó luchar cuando observó a las tres personas sobre él, sobre su cuerpo. Kirjaht gritó cuando lo tomaron de las piernas y le arrancaron la ropa interior.
—¡No, no, no quiero, no quiero! —sollozó y lloró cuando cubrieron su boca con una mano. Cuando apretaron su cabeza contra la tierra, olía terrible, olía a sangre, a tripas, a carne descompuesta. Kirjaht tembló cuando le apretaron las manos contra la tierra. Cuando paralizaron su cuerpo y le abrieron las piernas.
Sintió unas manos escarbar su interior, ahí, en sus partes íntimas. Kirjaht cerró los ojos llorando, el corazón le latía como loco, le latía con tanta fuerza que no pudo concentrar su mirada. Quería vomitar, quería proteger a su cachorro.
—Está preñado —escuchó y apretó las manos, las lágrimas resbalaron por sus ojos cuando lo soltaron, y se alejó, se alejó bajando el camisón hasta sus rodillas. Dejó liberar el vómito y los restos de pan que había comido aquella mañana terminaron por toda la tierra y gran parte de su mano. La bilis colgó de sus labios y el llanto nubló su vista, y levantó la mirada con grandes ojos, no eran tres, no eran solo tres.
Su mirada viajó más allá, la luz se reflejó a lo más lejos y sintió pánico. Sintió pánico cuando un montón de miradas, de betas, de alfas, se posaron sobre su cuerpo, sobre su camisón sucio, cubierto de tierra. Kirjaht los miró, perturbado, temblando y su piel se erizó como nunca, y su corazón latió con fuerza cuando entre todos aquellos salió un alfa alto, de cabello corto, con el rostro mugriento y un ojo blanco y el labio atravesado por una cicatriz. El corazón de Kirjaht se aceleró y sollozó, dejando escapar un gemido bajito.
—Está preñado, Señor.
Kirjaht tembló y trató de calmar su respiración agitada cuando sintió aquél aroma. Cuando, de repente, lo vio acercarse un poco. Su mirada era intimidante, su aroma, su presencia, Kirjaht se encogió, era tanta dominación, era demasiada, su cuerpo se volvió tan frágil como una ramita, y entre el llanto y el dolor desvió la mirada por instinto, mientras su Omega pedía misericordia ante la sumisión de mostrar su cuello.
—Lo sé —murmuró, mirándolo, entrecerró los ojos y se volvió, dándole la espalda, dándole un respiro al pequeño—. Denle ropa que abrigue y quítenle la mierda que lleva puesto.
—¿Señor...? ¿No vamos a ver si es un cachorro cambiaformas?
—No es cambiaformas, se siente en su aroma—respondió y entrecerró los ojos, volviendo la mirada—. Es el Omega que dejé. Tiene a mi cachorro.
INSTAGRAM: CHRIS.HUNTER19. Subo mucho contenido y de vez en cuando abro una sección de preguntas, ¡Pasen si quieren saber más! Me alegraría mucho si apoyan la historia, diganme qué piensan del capítulo, por favor. ♥
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