once
Le ardían los pulmones. Los sentía como fuego en su interior y la molestia en sus ojos no se iba. Kirjaht avanzó entre la oscuridad de la tierra asfixiante con las manos apretadas en el pecho, su camisón envuelto en sudor, en sangre y barro reveló el pequeño cachorro que cargaba con fuerza. Sus brazos temblorosos lo sostenían con protección mientras avanzaba con los ojos grandes ante la oscuridad y los aromas que se presentaban a su alrededor. Era, de alguna manera, aterrador e insoportable. Sentía la boca espesa y el estómago le rugía hambriento, sus piernas eran tan pesadas que la posibilidad de caer en el suelo y dormirse se volvía remota y absoluta. No tuvo siquiera las fuerzas para emitir feromonas, para calmar al cachorro inquieto, pequeño y extraño que cargaba entre manos.
Kirjaht lo sostenía con ambos brazos, y cuando ya no podía soportar la fuerza entregada se recostaba en la pared con el rostro bañado en lágrimas y los ojos irritados por la tierra y el polvo del lugar. Sollozó como un niño solitario, mientras sentía en la oscuridad la piel blandita y jugosa en sangre de aquél bebé. Su estómago dolía, su vientre, sentía a su cachorro pesado y sus pies parecían no aguantar el peso de más.
Las lágrimas ardieron en sus mejillas cuando trató de respirar, Kirjaht avanzó con pasos lentos cuando observó a lo lejos una pequeña luz, podía notar en el ambiente la tierra danzando, el aroma a sangre, a sudor y mugre. Sus ojos se abrieron y sus iris claras se iluminaron por aquella luz, la irritación rojiza se notó en sus orbes, las ojeras relucieron y sus labios agrietados y secos se vieron con claridad. Kirjaht abrazó al bebé y apoyó una mano sobre su vientre, sus piernas transpiradas dejaban gotas de sudor frío, y sus pies se enterraron en la tierra seca del suelo. Kirjaht oyó a lo lejos el silbido del viento, rápidamente se movió, chocando contra las paredes cuando la brisa limpió sus pulmones del aroma a mugre y humedad. El Omega sintió sus ojos llorosos cuando aspiró con fuerza, llenando su cuerpo al tope, destapando al cachorro para que respirara bien. La claridad lo dejó ver con cuidado, su rostro ensangrentado, sus manitos pequeñas y ojitos cerrados. Observó su pecho pequeño, sus partes íntimas y sus piernitas enroscadas para conservar el calor. No lo oyó quejarse y lo cubrió con su ropa. Kirjaht se tambaleó cuando avanzó, siguiendo el aire fresco, la próxima luz limpia que vino de afuera y los rayos de sol que se filtraron cuando recordó aquél lugar. El mismo por donde había caído, donde conoció a otros Alfas. Kirjaht volvió la mirada, notando las telas mugrientas en sangre que había en el suelo. Observó la escalera hecha de troncos y abrazó al bebé con fuerza cuando levantó la mirada, la madera filtraba la luz, y supo que era de día. Kirjaht no oyó nada a su alrededor cuando subió con cuidado, por el cachorro y su vientre hinchado.
Su mano se alzó, tratando de levantar la madera para salir, abrió un poco y elevó el rostro cuando sintió el aire puro del bosque. Kirjaht abrió la boca y tragó bocanadas de aire cuando volvió a visar las ruinas de un pueblo, los árboles, el sonido de los pájaros y el silbido del viento danzando como ninfas entre la maleza. Su cuerpo se llenó de una alegría inmensa, de una euforia que lo llenó de tal fuerza que pudo levantar la madera y poner con cuidado el bebé sobre el suelo. Kirjaht trepó con cuidado cuando observó el ceño fruncido en la carita del cachorro y rápidamente lo atrajo a su pecho cuando se arrastró entre la tierra. Su camisón se llenó de barro, de hojas secas y sangre. Kirjaht se raspó las rodillas cuando volvió a mirar todo a su alrededor. La luz del sol lo cegó por completo y no pudo evitar colocar una mano sobre su frente.
Sus rizos mugrientos no se movieron cuando el viento besó su piel. Kirjaht se quedó quieto, asimilando el hecho de que era libre, que estaba más despierto que nunca con los pulmones ahogados en aire puro. Las ruinas estaban envueltas en maleza, en hojas, tan desoladas que siquiera pudo imaginar la grandeza de los túneles bajo sus pies. El Omega miró a sus lados, cerró la puerta de madera del suelo y volvió a cubrirla con hojas, miró todo con grandes ojos, tan perdido.
Elevó la mirada a los gigantes árboles y a lo lejos divisó la montaña. Allí donde nacieron los cambiaformas entre las cuevas y la oscuridad. Kirjaht sintió el ardor de sus pulmones, su boca seca, siquiera podía creer que aquellos seres vivieron milenios ahí dentro, entre la oscuridad y el agua escasa de la montaña. El corazón de Kirjaht se encogió y de su garganta salió un gemido lastimero cuando recordó a Hvitsärk, lo había visto decenas de veces en sus pensamientos, en sus alucinaciones, todo. Sin embargo, pudo sentir en el ambiente el aroma puro, la tierra mojada y la sangre fresca, el Omega de Kirjaht gimió nuevamente, llamándolo.
—Hvitsärk... —susurró y el viento pareció llevarse su voz. Kirjaht se quedó de pie, con los dedos de los pies enterrados en el pasto y el cuerpo frágil temblando. A lo lejos solo se veía un omega sucio y asustado, con un cachorro ajeno en los brazos y el vientre abultado. Siguió caminando, ocultándose entre las ruinas, llamando al cambiaformas que mucho antes había desaparecido entre los árboles. Volviendo a sus orígenes, a la naturaleza y al calor de su madre mientras su sangre alimentaba el suelo que alguna vez juró cuidar. Porque el silencio del lugar no hacía más que erizar la piel del Omega, mientras sus temblores se unían a la soledad y al miedo de volver, mientras asimilaba la información. El hecho de que más chicos como él, con el vientre abultado de cachorros y la sangre llena de barro se ocultaban debajo del suelo. Kirjaht miró al cachorro entre sus brazos, sintió en él el aroma a mugre, a sangre, al líquido amniótico que aún no lo abandonaba. Pero supo, en sus pequeños ojitos claros y salvajes que ese era un híbrido, de la misma manera que la cachorra de Oliver. Se veía tan tranquilo, tan distraído por la naturaleza que le extrañó el simple hecho de que no llorara por estar con brazos desconocidos, como si hubiera olvidado a su madre y el viento y los árboles lo acunaran a la realidad de su naturaleza. Kirjaht se apoyó contra un árbol, con los ojos alertas a su alrededor, descubrió el cuerpo del cachorro y este lo miró, sus ojitos claros y grandes se pegaron a los suyos y más tarde se perdieron entre las ramas de los árboles.
—¿Qué eres? —susurró y lo puso cerca de su cuello. Kirjaht acarició su espaldita y el bebé puso su manito en su cuello. Lo escuchó balbucear y lo cubrió con su ropa, el sol relucía brillante y el aire empezó a tornarse espeso y pesado. El Omega avanzó con cuidado, mirando a su alrededor para tratar de recordar el camino a casa. A veces se detenía, buscando en el piso semillas o algo para comer. El silencio del bosque lo inundó en un ambiente pacífico y risueño, el sol caliente se alzaba luminoso, hacía que su piel brillara por el sudor. Kirjaht se alejó de las ruinas con cuidado y lentitud, con la paciencia que su cuerpo preñado y el cachorro necesitaban. Se escondió entre los árboles, buscando el sonido del río y masticando hojas de menta que encontraba. El haber pasado meses cazando con los cambiaformas le había otorgado su debida experiencia respecto a las plantas, a los frutos comestibles y los venenosos, alguna que otras veces veía un venado, pero ya no tenía el cuerpo ni la fuerza para hacer una trampa, tampoco tenía la valentía para quitarle la vida. La mayoría de las veces los cambiaformas de dedicaban a atraparlos y los Omegas perseguían el rastro mediante pisadas, olores y marcas. El cachorro entre sus brazos se removió, frotando su carita contra su pecho, dejando saliva por todo el camisón. Kirjaht acarició sus piernitas, se ocultó entre la maleza cuando observó el río a unos metros, parecía desolado, el agua corría con fuerza pero temía encontrarse con algún Alfa que lo arrastrara nuevamente bajo tierra. Kirjaht se agachó y fue sigiloso como un animal, como los cambiaformas al intentar atrapar una presa. El Omega se asomó a las orillas del río, dejó al bebé recostado entre la maleza y este miró el cielo, balbuceando y ahogando su puño en saliva.
Kirjaht hundió las manos en el agua y empezó a limpiar su piel, miró para todos lados, tratando de divisar alguna mirada, movimiento extraño. Se apuró en limpiar sus piernas y tragar algunos sorbos. El Omega hundió la cabeza en el agua y frotó su cuero cabelludo para quitar la mugre y el sudor. Le costó un poco decidir si quitarse el camisón, de vez en cuando volvía la mirada hacia el cachorro y después volvía a quitarse las costras bajo las uñas. Kirjaht se metió más en el río y se quitó el camisón para lavarlo rápido, las manchas de sangre se volvieron rosáceas pero no se fueron, el barro pareció perder color y la piel de Kirjaht volvió a estar pálida y cubierta de suaves pecas. El Omega volvió a colocarse la ropa a pesar de su humedad, rompió un trozo de tela y empezó a frotar la piel del bebé, su carita cubierta de sangre se volvió blanquecina, y sus ojos grandes y claros lo miraron con curiosidad. El trapo quedó escarlata cuando se arrastró nuevamente al río, Kirjaht volvió la mirada al bebé y fue a buscarlo, lo alzó y con cuidado se sentó a las orillas del río. El cachorro se removió, golpeando los brazos en el agua cuando frotó las costras. El río estaba tibio y mantenía un aroma extraño. Kirjaht se detuvo cuando el cachorro volvió a perder la vista en los pajaritos, el Omega miró el agua, sintiendo el aroma a hierro, a sangre.
Kirja se puso de pie y abrazó al bebé cuando sus iridiscentes se congelaron al volver a ver la misma calamidad. Las piernas del Omega temblaron y su estómago se revolvió en su interior cuando las lágrimas empezaron a descender de sus mejillas. La pequeña criatura abrazó al bebé con fuerza mientras sus ojitos cálidos los veían. Su piel entera se erizó, su pecho se cubrió de un dolor inmenso y Kirjaht pareció perder las palabras cuando observó a los cachorros despedazados vagando por el río donde se había lavado la piel. Sus ojos se agrandaron y el viento sopló su cabello cuando su mentón tembló. El vomitó acabó en el agua, ardiente, mientras la bilis y su garganta despedían el poco alimento que había podido tragar la última semana, la sangre colgó de su saliva y el llanto se apoderó de él cuando retrocedió. Cuando notó que algunos eran cachorros tan chiquitos que su cuerpo siquiera había terminado de desarrollarse, otros estaban envueltos entre tripas, mientras vagaban por el agua como fruta podrida. Kirjaht no pudo despegar su mirada de ellos, algunos iban completos, otros despedazados. Su piel grisácea revolvía su estómago y transformaba sus palabras en grandes nudos imposibles de salir.
Las lágrimas mancharon la mejilla del cachorro cuando este se recostó en su pecho, chupando su dedo gordito mientras miraba el río, imposible de entender lo que vagaba en sus aguas. El corazón del Omega latió con fuerza, y sus pies parecieron no responder ante sus mandatos. Los rizos de Kirjaht dejaron caer gotas de agua sobre sus hombros cuando su mirada bajó al bebé. Salva. Salva. La voz quebrada de un Omega que jamás podría olvidar.
Kirjaht apretó su vientre, y se dejó caer en el suelo mientras un sollozo ruidoso le arrebataba la vida del pecho. El Omega rompió en llanto, apretando al bebé, apretando su vientre porque sabía que no tenía la fuerza para protegerlos. La situación lo superaba, lo acorralada de tal manera que siquiera podía despegar la mirada de los inocentes, y pensar que tal vez ese podría ser su cachorro. Su bebé. Kirjaht quiso vomitar, quiso despedir el agua que había tragado pero ya nada le quedaba en el estómago. El llanto pegajoso bañó su rostro y la saliva le resbaló de los labios, el Omega empezó a gemir, tratando de llamar a Hvitsärk, de buscar protección. Su llamado de Omega fue silencioso, lastimero y sin vida, siquiera se pudo mover cuando oyó pasos a su alrededor porque su cuerpo no respondía. Le dolía el vientre, le dolía el pecho de tal manera que siquiera se movió cuando sintió un aroma fuerte y puro llegar a sus pulmones. El aroma de su alfa. Del hombre que se había proclamado padre de su cachorro. De aquél que lo tocaba y lo embriagaba con su olor. Kirjaht sollozó. No lo quería a él.
—Ulises —habló el Alfa detrás de él, notó su voz grabe, rasposa y lenta. El hombre dió un paso cuando el Omega volvió la mirada apenas, observando la sangre en sus manos, en sus brazos y ropa. Su aroma se camuflaba entre el escarlata, entre la desesperación ajena y las feromonas de terror que no le pertenecían. Kirjaht sintió cólera en su corazón cuando el Alfa observó al cachorro entre sus brazos. Su mirada se dilató—. ¿Qué haces con eso?
—Me llamo... Kirjaht —susurró y esta vez sus ojitos claros lo miraron con terror y asco. Ya no se sentía cansado, la oscuridad y el poco oxígeno ya no estaban para dormir sus sensaciones y pensamientos. El Omega apretó al cachorro en su pecho cuando miró sus manos ensangrentadas—. No Ulises.
—Me llamaste —habló él.
—No te llamé.
—¿Venías a entregarme al cachorro? —preguntó y estiró la mano. Kirjaht negó con la cabeza, con los ojos bien abiertos para grabar su rostro. La luz del día le daba un aspecto distinto. Era un Alfa alto, de hombros anchos y brazos grandes, su rostro lucía más viejo, y la cicatriz que le arrebataba el color del ojo relucía con más fuerza. Traía pantalones grises y de su pecho desnudo colgaba un rifle mugriento. Su rostro serio lo intimidó y rápidamente el Alfa empezó a emitir feromonas para la sumisión del Omega—. Dame al cachorro, Ulises.
El Omega negó, el silencio se hizo entre ambos cuando el Alfa desvió la mirada a los árboles, al bosque entero.
—¿Qué quieres entonces, mi amor? ¿Quieres que un cambiaformas te arranque la ropa y te abra las piernas? —murmuró dando un paso, Kirjaht retrocedió. Las feromonas del alfa empezaron a rondar su cuerpo cuando el cachorro entre sus brazos empezó a llorar—. ¿Quieres ir con ellos?
—Ellos no ahogan cachorros —susurró con hilo de voz. Los ojos del hombre no parecieron cambiar ante la voz rota del Omega. El Alfa dió un paso y Kirjaht retrocedió, sus pies tocaron el agua del río y sus mejillas se tornaron calientes, listas para el llanto que se atascaba en los ojos de Kirjaht.
—¿Quieres que se reproduzcan, Ulises? Ellos mataron a tu hermano, mataron a tu padre. Tu madre murió de tristeza ante la falta de un alfa y el secuestro de su único hijo Omega, ¿Quieres eso? ¿Crees que ellos perdonarán a la cría que tienes en tu vientre? No, mi amor. Porque para ellos nosotros somos calamidad, Alfas, betas, tú no eres más que un vientre al que pueden reventar en semen para reproducir su asqueroso linaje.
—No es verdad —negó y sus brazos temblaron, el cachorro lloró y el cuerpo de Kirjaht empezó a sudar y a doler por la influencia ajena. Kirjaht lloró, negando, tratando de cubrir su boca y su nariz para que el aroma de aquél Alfa no entrara en sus pulmones—. No es verdad.
—Dame el maldito cachorro, Ulises —gruñó y Kirjaht negó, sollozando. El alfa caminó hasta él y rugió con fuerza. El Omega cayó al suelo cubriendo su rostro, su cuerpo tembloroso y al cachorro entre sus brazos, Kirjaht respiró con irregularidad, su pecho se agitó cuando las feromonas entraron en su pecho. El Omega hizo a un lado el cuello, mostrando su piel blanquecina en acto de sumisión—. Eres tan débil, Ulises. Siempre creí que no serías capaz de darme un cachorro. ¿Sabes por qué no te mordí aquella vez? Porque a pesar de estar enlazados tú no tienes poder en mí, como yo tengo en ti.
Kirjaht tembló y trató de apretar los brazos alrededor del bebé cuando el Alfa lo tomó entre sus manos. El cachorro lloro con fuerza, su rostro se puso tan rojo que la mirada monstruosa del Alfa siquiera pudo detener la influencia que tenía en su cuerpo. Kirjaht sollozó en silencio y apartó la mirada, con el cuerpo erizado, temblando como nunca cuando escuchó que algo se rompió y el llanto del bebé dejó de oírse. Los ojos de Kirjaht se abrieron de par en par, sin poder hablar, sin poder moverse cuando aquel arrojó a la criatura al agua. El Omega empezó a respirar con fuerza, su boca se abrió, tratando de tragar el aire, sus manos temblorosas aún sentían la calidez del bebé.
—Ellos no pertenecen a este mundo, Ulises —habló y se puso de cuclillas a su lado. El Omega no quiso mirarlo, pero sus manos trataron de apartarlo cuando el Alfa tocó su vientre—. Este es nuestro hogar, y lo recuperaremos, aún si eso significa matar a sus bastardos.
El alfa se acercó con lentitud y besó su cuello, Kirjaht lloró y ahogó un grito cuando el otro besó su frente y su mejilla. Sintió sus manos en su vientre, en su bebé. No quería que lo tocara, no quería que tocara a su bebé. Con aquellas manos inmensas, con aquella fuerza descomunal que fácilmente podría romperle el cuello en un segundo. Kirjaht no pudo hablar, no se pudo mover siquiera cuando el otro lamió su cuello y adentró sus manos entre sus piernas. La sangre en las manos ajenas manchó su piel blanca y Kirjaht negó con la voz rota.
—Mnh —murmuró, tomando sus piernas, el alfa levantó su camisón y miró sus partes íntimas. Sus manos cubiertas de sangre mancharon su piel y dejaron huellas sobre su vientre cuando volvió a hablar—. Una vez tengas al cachorro puedes irte si quieres, por muy destinado que estemos no creo que siquiera quieras acostarte conmigo después de esto. Solo pido a mi cachorro —habló y lo miró—. Siempre supe que no funcionaría, he vivido más que tú y jamás creí que encontraría a mi Omega en el cuerpo de un mocoso. No obtendrás mi marca nunca, Ulises, siempre me hiciste pasar buenos ratos y no me gustaría verte muerto por mi ausencia.
Kirjaht gimió y su mirada llorosa se clavó en los ojos ajenos. Las lágrimas cayeron a sus costados cuando el Alfa dejo un suave beso sobre los labios del menor.
—Sin embargo... —murmuró—. Si me dices dónde está el Dios yo te devolveré al Cambiaformas que vino contigo. Con el que sueñas a veces... ¿El tal Hvitsärk?
El Omega lo miró con grandes ojos, Kirjaht se levantó apenas cuando el Alfa se alejó, sus labios temblaron y pareció olvidarse de la sangre en sus piernas y del río que siguió arrastrando la sangre ajena. Los ojitos de Kirjaht recordaron el rostro de Hvitsärk y no le costó decir palabra alguna para que el Alfa le tendiera la mano y lo llevara con él. Kirjaht se puso de pie con dificultad, y el hombre lo ayudó a caminar con cuidado. El Omega no pensó siquiera en él, su pecho se llenó de una calidad excesiva, de un sueño y una alucinación que pronto se volvería realidad. Sus mejillas se calentaron cuando volvieron a las ruinas, Kirjaht se embriagó de las feromonas del alfa y su mirada pareció cegarse, sin darse cuenta que los alfas seguían sacando mantos ensangrentados desde el infierno. Sin notar el aroma a sangre que minutos antes lo había bañado de cuerpo entero. Kirjaht solo pensó en Hvitsärk, en su calidez, su pecho.
—¿Prometes decirme dónde esta el Dios? —murmuró el Alfa inclinándose. Kirjaht no se movió, no sé novio porque sintió el aroma débil de Hvitsärk cerca. Sus piernas regordetas caminaron solas hasta que cruzó una gran ruina, un hogar destrozado y paredes mugrientas. El techo intacto dejó la oscuridad en su interior cuando Kirjaht se acercó, cuando notó el cuerpo de Hvitsärk en el suelo, con los ojos abiertos y el pecho agitado. Su rostro mugriento estaba cubierto de golpes, su pecho, sus piernas. Kirjaht no pudo hablar siquiera cuando observó las cadenas sobre sus manos, sobre sus pies, le habían atravesado la piel, le habían atravesado los tobillos y lo habían atado con cadenas gruesas para que no saliera. Sus muñecas no habían tenido la misma suerte, pero le habían cortado las palmas de las manos. Kirjaht se quedó callado cuando observó su cuello envuelto en alambre, este giraba por su boca, por sus oídos, cortando su piel suave y dejando un aroma especial en su piel. Kirjaht tuvo que acercarse mucho para ver si sus pulmones seguían intactos.
—Si tú me dices dónde están yo te lo libero —murmuró el Alfa y las lágrimas recién resbalaron por las mejillas del Omega cuando Hvitsärk lo miró, sus ojos no tenían expresión, eran grandes, dilatados. Parecían alerta—. Dímelo, Ulises.
—Yo... —susurró y sus manos tocaron el cuerpo del cambiaformas, Hvitsärk se sacudió y gruñó con fuerza cuando sus ojos observaron al Alfa detrás de Kirjaht. El Omega acarició las heridas, y siquiera pudo mirar la piel gris, la sangre y la mucosidad podrida de los tobillos rotos de Hvitsärk—. Yo...
El cambiaformas se agitó, su pecho se aceleró y volvió a gruñir bajo la atenta mirada del hombre. Este se acercó a Kirjaht y sus labios se movieron ante la rabia del otro.
—¿Quieres que muera desangrado? —precuntó el Alfa y cuando Kirjaht abrió la boca Hvitsärk se alteró, sus ojos se inyectaron en sangre y gruñó, negando, mirando a Kirjaht mientras la sangre le chorreaba de la boca por intentar hablar. El Omega lloró con fuerza y sus manos intentaron quitarle el alambre filoso de la cara, la mano del alfa se detuvo en la pequeña. La sangre ya corría por la barbilla de Hvitsärk cuando esté gruñó, raro, único, como si estuviera lamentando la pérdida de un ser querido.
Y cuando Kirjaht habló el Alfa detrás suyo sonrió, sus colmillos relucieron y su mirada rojiza resaltó cuando sus labios dejaron un suave beso sobre la cabeza del Omega. Porque cuando Kirjaht quiso arrancarle el alambre del rostro el Alfa lo tomó con fuerza del cabello. El Omega gritó desgarrado cuando lo levantaron, el hombre lo tomó del cuello y lo empujó lejos del lugar. Kirjaht se golpeó la cabeza contra el suelo y sus manos se rasparon cuando sintió las piedras.
—Te dije que me lo diría —escuchó. Hvitsärk se sacudió y abrió la boca a pesar de que el alambre le cortó el labio, a pesar de que su boca se cubrió de sangre espesa gritó. Su garganta se desgarró en el llamado de su padre, como un cachorrito perdido, como un animal antes de sentir su último minuto en el mundo.
El grito de Hvitsärk se perdió como un eco entre las montañas, como un llamado a su manada cuando el Alfa pateó su cara contra el suelo.
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