ocho
Kirjaht no supo qué hora era ni dónde estaba cuando se despertó.
Sus ojitos se abrieron y se sintió sofocado, sin aire, se levantó con fuerza y el dolor de cabeza chocó contra su cráneo como una bofetada. El mundo tembló a su alrededor, las paredes eran de tierra negra, pura, el Omega llevó una mano a su pecho y abrió la boca buscando más oxígeno, mucho más. Abrió con fuerza los ojos, el techo de tierra, las maderas en cada esquina y el suelo frío bajo su cuerpo. Kirjaht tembló y se encogió apretando su pecho con fuerza. Sus manos temblorosas observaron su piel sucia, sus piernas cubiertas de barro y el camisón mugriento que Oliver le había regalado. Cuando consiguió calmar su respiración miró todo su alrededor con ojos abiertos, cubiertos de lágrimas calientes y acompañados de fríos temblores.
Kirjaht gimió bajito, abrazando sus brazos y piernas. No traía ropa interior, pero pudo notar la fuente de metal que habían dejado a su lado llena de agua. El trapo que traía era blanco y Kirjaht se arrastró hacia él. Estiró la mano y la tocó. Estaba fría.
Todo ahí era frío y sofocante.
Hundió las manos en el agua, y empezó a limpiar sus brazos. Kirjaht sintió una presión molesta en su pecho, en su estómago, el nudo en su garganta le generó cristalinas lágrimas en los ojos. Tenía rasguños en los brazos, y sollozó, sollozó cuando miró que le habían dejado un par de prendas sobre el suelo. Kirjaht estiró sus piernas y empezó a limpiarlas porque le molestaba la suciedad. Porque sentía la impureza en su piel, sentía una esencia extraña, desconocida por todo su cuerpo. El Omega presionó su vientre y lloró, lloró y levantó el camisón para ver los rasguños que se había ganado al ser arrastrado por el suelo. Su piel pálida ahora estaba rojiza y su vientre estaba frío y sucio.
Se mordió los labios y llevó sus manos temblorosas a sus mejillas, el llanto lo atacó fuertemente y temía ser escuchado, temía ver aquella puerta de madera. El temblor en su cuerpo fue monstruoso cuando quiso arrastrarse hacia la ropa, se sentía débil, cansado. Kirjaht no podía respirar bien ahí y tenía miedo por el frío y por su cachorro. Observó la lámpara de aceite que había, y tomó la ropa que habían dejado.
Kirjaht sintió la lana entre sus dedos, la levantó y observó el suéter color gris, estaba un poco maltratado pero rápidamente sintió el calor que le podía transmitir. El Omega lo dejó sobre sus piernas y estiró el brazo para ver la remera, los pantalones, pero no había ropa interior. Sintió en ellas un aroma extraño, tal vez a hierro y a tierra roja. Kirjaht quiso tomar la lámpara cuando sintió que la puerta de madera se abrió y rápidamente retrocedió. Se arrastró hasta la pared y tapó sus piernas con el camisón sucio, sus ojos se agrandaron con rapidez y su mirada se dilató cuando sintió un extraño aroma, mucho más sofocante que entró por su nariz y tensó sus músculos.
Kirjaht gimió bajito y sollozó, apretando las manos en su camisón, observando entre su mirada cubierta de lágrimas cómo una silueta alta se asomaba, traía una lámpara de aceite, mucho más pequeña que la que tenía junto a él. Kirjaht sintió que el aire se le iba de los pulmones cuando lo miró. Y se quedó ahí, quietito, con los ojos grandes y las manos temblorosas sobre sus piernas.
—¿Estabas por cambiarte? —escuchó una voz gruesa, rasposa, Kirjaht lo miró y tembló, su piel se erizó por completo y gimió bajito cuando lo observó dar un paso. El Omega se encogió y tembló más, cubrió su boca cuando sintió que su cuerpo se volvía extraño—. Aquí es frío. Ponte ropa.
Lo escuchó y lo miró, tenía el cabello negro, demasiado, le recordó la oscuridad del cielo cuando la noche no tenía estrellas, pero el suyo lucía húmedo, tal vez sucio. Era alto, tanto que sus pasos sonaron con fuerza contra el suelo de tierra, Kirjaht lo observó agacharse, tomar la ropa con una mano y con la otra las dos lámparas, entre aquellos dedos largos, aquella mano grande y venosa. Kirjaht tembló cuando sintió su aroma, sus feromonas, lo podía notar. Quería tranquilizarlo, quería tranquilizarlo con sus feromonas pero Kirjaht no dejaba de respirar cada vez con más velocidad, sus pupilas se dilataban más y su expresión se volvía débil y alerta.
—Ven —murmuró agachándose frente a él, los ojos de Kirjaht se levantaron y lo miraron. Era grande, pero más delgado que Hvitsärk. Sin embargo había algo en su aroma que lo hacía sentirse inferior y pequeño. Kirjaht lo miró, temblando, sin poder moverse. Era un alfa. Era un alfa como el que había perdido Oliver y como el de sus sueños. Se sintió sofocado, por sus feromonas, por el aroma. Porque Kirjaht sintió en su ojo negro, en su ojo blanco, en la cicatriz que lo atravesaba y su piel sucia y sudorosa. Sentía en él un peligro extraño. Porque a pesar de que le hablara con lentitud podía notar el vacío en sus ojos. Porque su mirada no le brindaba lo mismo que sus labios decían.
Dejó la lámpara a su lado, escuchó su voz mientras sus manos acomodaban la ropa—. ¿Tú trajiste al cambiaformas de afuera?
No contestó. Kirjaht se quedó callado, respirando cada vez con más fuerza. El sudor brilló en su piel y todo su cuerpo húmedo por el agua. Su pecho subía y bajaba como un animal herido, y el alfa lo notaba, lo notaba cada vez que le tiraba una miradita. El más grande miró las piernas blancas, en el camisón sucio, y los dedos rojizos que se apretaban con fuerza y temblor sobre las piernas. Los pies del Omega estaban rojos del frío.
—Provocó mucho desastre allá arriba, ¿Sabes? Costó una vida —murmuró quieto, sus ojos se clavaron en aquellos, y Kirjaht lo miró, su cabello estaba húmedo—. ¿Tú lo trajiste? Responde.
El Omega se quedó callado, temblando. El alfa bajó la mirada y le restó importancia, la situación había sido problemática pero supieron manejarla bien. Era un solo cambiaformas, y una pantera. Los peores eran los depredadores más grandes, en especial, el Dios, él era el más monstruoso y extraño. Siguió acomodando la ropa y acercó una mano hacia la pierna blanca del Omega y este se agitó. Kirjaht lo golpeó en el rostro de una estocada y el alfa volvió la mirada cuando este se alejó, rompiendo en llanto y temblores. La sangre escurrió en sus labios y llegó a su lengua cuando volvió la mirada, en las gotas de sangre que empezaron a caer en el pantalón de sus manos.
Miró la sangre y apartó la mirada. El alfa se puso de pie y le dió la espalda, Kirjaht cubrió su boca para acallar sus sollozos cuando encontró su mirada. Cuando observó el hilo de sangre que aquél se limpió de la barbilla. Sus ojos se volvieron más extraños, más crueles, y Kirjaht tembló y negó, entre sollozos lastimeros cuando aquél se acercó con rapidez.
—¡¿Qué mierda quieres de mí entonces?! —gritó y notó el destello rojizo en sus ojos, su aroma se volvió amargo, tan agrio que Kirjaht gimió y se pegó más contra la pared. Su cuerpo tembloroso se encogió y no pudo evitar volver la mirada, porque sus instintos dejaron a la vista su cuello húmedo en sudor—. No me muestres el maldito cuello. No me lo muestres, Ulises. Te dije que no me siguieras, aquí no. ¿Y qué mierda hiciste...? —el alfa se cortó, y Kirjaht sollozó con fuerza cuando notó que las venas sobre su cuello se volvían notorias y su respiración más pesada y fuerte. El alfa se acercó con brutalidad y su ojo negro se tornó rojizo cuando sintió en el cuello del Omega un aroma extraño, a tierra húmeda, al aire sofocante de las montañas. Su mano encerró las muñecas del más bajito e hizo su cabeza a un lado, y lo vió. Vio la cicatriz, el número, el maldito número blanquecino sobre su piel tierna y suave. El alfa lo soltó cuando aquel lloró con fuerza y retrocedió—. ¿Estuviste en aquella casa? ¿Entre los hijos de la montaña? Responde. Responde, Ulises.
Kirjaht lo miró con los ojos hinchados por el llanto, sentía su piel caliente, su cuerpo sudoroso, todo débil. Los temblores, su pecho latiendo con locura... El tacto de aquél Alfa lo afectó demasiado. Se sentía enfermo, sofocado. Dejó caer la cabeza contra la pared y sintió las gotas de sudor resbalar por su cabello, el alfa se acercó, y puso una mano en su frente.
—Joder, estás ardiendo —el hombre lo tomó de la cintura y lo alzó, Kirjaht negó en voz baja, sintiéndose débil, devastado. Su vientre chocó contra el alfa cuando lo dejó a un lado, el Omega sollozó y lo miró. Kirjaht apretó las manitos sobre su camisón pero este lo apartó como si no fuera nada, se lo quitó, y el Omega tembló, desnudo, muerto de frío a pesar de que su cuerpo ardía con fuerza. El alfa buscó la fuente con agua y tomó el trapo húmedo y empezó a mojar sus piernas, sus brazos, las ligeras heridas estaban rojas. Sus manos pasearon por la piel pecosa, rojiza, ardiente. Y el alfa se detuvo en el vientre notorio, Kirjaht sollozó, temblando, muerto de frío. Cuando el alfa apoyó una mano sobre su estómago el Omega gimió, y se encogió, sus manitos rodearon los dedos de este.
—Está grande —murmuró el alfa—. La última vez que te vi no tenías nada... Y dormías mucho... —comentó y detuvo sus manos, su respiración se calmó y sus feromonas volvieron a ser tranquilizantes y menos pesadas. Kirjaht lo miró, y sintió una presión extraña en su corazón—. Será un cachorro fuerte —murmuró y su mano acarició la pancita del Omega. Este lo miró con los ojos cristalinos y una lágrima se resbaló por su mejilla, el alfa fue subiendo al pecho del Omega, a sus pezones, sus clavículas—. ¿Estuviste con aquél cambiaformas, Ulises? Puedo sentir su aroma en tu piel... Y entre tus piernas.
El alfa bajó la mirada al vientre y detuvo sus manos. Kirjaht lo miró, no sé animaba a hablar. No le salía la voz, la presencia de aquél era intensa, fuerte, y se sentía tan mareado y abarrotado que entrecerró los ojos cuando aquél alejó la mano de su cuerpo. Gimió bajito cuando aquél acarició su piel con suavidad y lentitud. Kirjaht presionó la mano, y su respiración se volvió pesada cuando empezó a sentir que subía nuevamente por su pecho, por su cuello. El Omega gimió, entre el ardiente calor de su piel y el frío que sentía. Su piel entera se erizó y sintió el poder que tenía su tacto en él, su mirada, su manera de tocarlo. Kirjaht no comprendió lo que sentía, lo que sentía su cuerpo. Era intenso, sofocante, casi asfixiante. Porque cuando el Alfa acercó su mirada y notó sus ojos, claramente pudo sentir la dominación nata, pudo sentir su presencia y lo que generaba. Era fuerte. Inmenso. Kirjaht sintió que su Omega le obligaba a mostrarle el cuello con sumisión, ahí, en el suelo, a pesar de la fiebre. El alfa lo miró y acarició su cabello. Sus trencitas desechas.
—Siempre fuiste muy sensible ante mí —murmuró—. Todo tu cuerpo, tus sensaciones... Parece que no fui el único. ¿Mmm? ¿Tú viniste con aquél cambiaformas, pequeño? Me habían dicho que una pareja se asomaba al río por la noche. Jamás pensé que fueras tú. Que entre todos... Tú. ¿Te quisieron preñar, Ulises? Te marcaron como a un jodido ternerito. Te marcaron donde yo iba a dejar mi mordida cuando cumplieras dieciocho años. Al menos... El cachorro que tienes no es un maldito cambiaformas.
Kirjaht sintió su cuerpo débil cuando el alfa lo sostuvo contra la pared, le secó el cuello, y volvió a pasar el trapo por su cintura, sus manos se volvieron más lentas, más fuertes, y Kirjaht sintió su mirada perdida cuando percibió que el aroma del alfa empezaba a envolver su cuerpo. Su naricita se frunció y llevó su puño a los hombros ajenos cuando sintió que limpiaba entre sus piernas. Cuando entre su aroma, su respiración, Kirjaht le resultó algo atrayente, algo que le faltaba. El alfa lo miró, y sus ojos se dilataron cuando notó que entre las piernas del Omega empezó a gotear lubricante.
Kirjaht gimió bajito y apretó las manos sobre los hombros del alfa. Las alejó y ladeó la cabeza, sintiendo frío, dolor de cabeza, y sensaciones extrañas por todo el cuerpo. El Omega cubrió sus partes íntimas con las manos y su voz bajita y quebrada murmuró un suave no. Porque no comprendía qué pasaba. No comprendía bien, su cabeza daba vueltas y se sentía cansado, Kirjaht se dejó caer con lentitud hacia suelo, justo cuando observó aquella mirada dilatada, y sintió las manos sobre sus muslos desnudos.
—No temas, Ulises.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top