diez
Por un momento creyó que estaba envuelto en el rocío del pasto y en la brisa fresca de las grandes montañas. Se imaginó el pasto abundante, verde en demasía y el aroma a tierra mojada rondando sus pies y manos. Kirjaht volvió a recordar la gran casa, entre su humedad y su aroma extraño, en la mirada suave de Oliver, con sus mejillas bañadas en pecas y sus ojos tiernos y salvajes. Sintió humedad en su piel, sintió calor, por un momento su cabeza volvió a recordarlo. Él estaba ahí, entre el húmedo bosque con su aire animal, con la madre naturaleza marcada en los huesos y en la piel. Hvitsärk se veía igual de alto, con su rostro bello y extraño perdido entre los árboles. Sin embargo, cuando abrió los ojos con el cráneo palpitando y la vista adolorida volvió a encontrarse con las paredes húmedas. El poco aire lo abofeteó y Kirjaht se levantó de repente, llevando una mano a su pecho y abriendo la boca para buscar llenar sus pulmones.
El Omega apoyó los dedos sobre su viejo camisón húmedo en sudor, Kirjaht respiró con fuerza mientras gotitas cristalinas limpiaban la tierra de su frente y enjuagaban su cabello sucio y despeinado. Sintió que su piel estaba bañada en un aceite extraño, repleto de sudor brillante que no pudo creer hasta que tocó toda su ropa húmeda. Los ojitos de Kirjaht se llenaron de lágrimas y suavemente se arrastró hasta el vaso con agua que siempre le dejaban, bebió un poco con manos temblorosas y sintió la frescura por todo su interior. Los ojos le ardían, los sentía pegajosos y no tenía el agua suficiente para lavarse las manos y limpiarlos debidamente.
Siquiera sabía cuántos días habían pasado, la luz de su pequeño cuarto era chiquita, tan pequeña y diminuta que la sombra que lo rodeaba fácilmente podría tragarselo por completo. Kirjaht arrastró los harapos que utilizó como cama y los colocó en su espalda cuando se apoyó, bajó la mirada a su estómago notorio, y suavemente levantó el camisón para ver su panza pálida. Kirjaht respiró fuerte, el sudor le cayó como tiernas gotitas desde su nariz y sonrió apenas cuando colocó su mano sucia sobre la piel.
A veces solía sentirlo. Era una sensación extraña e inexplicable, Kirjaht no podía ponerlo en palabras ni tampoco podía despegar la mirada de su vientre. Era lo único real y suyo entre todo. Era su cachorro y se volvía más grande cada día, Kirjaht limpió el rastro de tierra que dejó con la propia tela del camisón húmedo. Estiró la mano hacia el plato y tomó un poco de fruta seca y algunas semillas para comer. La comida que le servían apenas le daban las fuerzas para levantarse. El Omega miró a su alrededor, el poco aire a veces lo mareaba y otras lo hacía dormir largos sueños. A veces Kirjaht sentía en el aire el aroma al aceite, a hierro y al vapor del agua caliente. Entrecerró los ojitos y trató de comer más antes de volver a caer dormido, se fregó los ojos y tomó un puñado de semillas y las metió todas en su boca. Empezó a masticar con lentitud, acariciando su vientre con cuidado y mirando la nada, la oscuridad se asomaba lentamente y había perdido, en cierta manera, el miedo hacia ella.
Bebió un poco de agua y dejó un restito para lavarse la cara, sus manos temblorosas alzaron el vaso y vertió apenas un chorrito para limpiar su piel pegajosa en sudor y polvo. Kirjaht relamió sus labios cuando su cabeza empezó a doler, acomodó con su poca fuerza una especie de almohada improvisada y se dejó caer con lentitud para cerrar sus ojitos y esperar el próximo plato de semillas y frutos secos. Tal vez, si tendría suerte, se despertaría y pediría un poco de agua para lavar su cuerpo.
Kirjaht volvió a dormirse por tercera vez en el día con el sudor bañándole el cuerpo. El calor de su cuerpo volvió a humedecer su ropa como otras veces en que el oxígeno no era suficiente para satisfacer sus pulmones. A veces la puerta de madera se abría y un par de ojos lo espiaban para verificar que seguía vivo, otros entraban y las manos traviesas aprovechaban a tocar su pequeño rostro juvenil, a faltarle el respeto levantándole un poco el camisón. A veces Kirjaht despertaba con las piernas rasguñadas, pero estaba tan cansado e ido que siquiera podía darse cuenta de la cantidad de aromas que lo rodeaban. Aún si fueran leves, aún si las manos traicioneras hicieran un intento de limpiar su piel para que el gran Alfa no se diera cuenta.
Todo quedaba en la oscuridad, su frágil despertar se asomaba después de los actos nefastos y poco solía recordar. Fue así que Kirjaht perdió semanas de su vida entre sueños pesados y alucinaciones por su cerebro mal oxigenado. Su alfa venía cuando encontraba un hueco entre su tiempo ocupado y se encargaba de alimentarlo con carne y darle un baño con agua tibia y hojas de menta para que se sintiera bien. Solía hablarle de cosas que Kirjaht no entendía, su silencio penoso se volvía como una muralla ante el miedo y el deseo en su cuerpo.
A veces Kirjaht creía escuchar voces fuera de la puerta, a veces oía llantos, gritos, otras creía escuchar el rugido de un animal pero poco podía diferenciar de lo real a lo que su mente le imponía. Fueron muchas las veces que Kirjaht creyó estar rodeado de pasto, de aire fresco, de nadar en las profundidades del lago o de caer de las más altas montañas. Todo siempre en el mismo lugar. Toda su fantasía se daba en un pequeño cuarto con paredes de tierra, con un soporte de tronco grueso y una puerta que lo separaba de otra oscuridad.
Cada día el rostro de Kirjaht perdía color, su estómago se volvía más grande y el cachorro en su vientre se encargaba de absorber cada diminuto nutriente que las semillas y los frutos pudieran darle para sobrevivir. Kirjaht a veces deseaba ver al Alfa que lo llamaba Ulises porque sabía que eso significaba un baño y más comida. A veces, incluso, más oxígeno. Aquél pequeño privilegio solía darse una vez cada tanto, cuando estaba más lúcido había calculado unos cuatro días, después cinco, y ahora siquiera estaba despierto para diferenciar el desayuno de la cena.
Cuando volvió a despertar sintió su boca pastosa y los ojos pegajosos. Kirjaht llevó una mano a su cabeza y trató de levantarla para fijarse si habían llenado su plato y su vaso. Su cabello castaño cayó sobre sus ojos y se quedó quieto cuando oyó suaves chillidos de un roedor. La mirada clara del Omega se abrió al observar la pequeña rata que husmeaba su plato, tomando las migajas que había dejado. Kirjaht se quedó quieto, aquél animal estaba húmedo, al igual que él, pero notó entre sus patas y su pelaje mojado la sangre que lo manchaba.
Creyó que estaba alucinando y trató de tocarlo, sus dedos temblorosos se asomaron con miedo cuando el animal chilló y volvió a correr hasta la puerta. Los ojos de Kirjaht se abrieron con fuerza cuando observó la luz que entraba, estaba abierta. Se quedó quieto unos segundos para asimilar la información, el Omega tragó saliva y se arrastró apenas para espiar. La puerta de madera lo enfrentó a pasillos angostos y a lámparas de aceite con mínima luz. Observó las patitas ensangrentadas del animal sobre el suelo y respiró profundo, sintiendo una pequeña brisa a humedad y sangre. Kirjaht cerró los ojos, y su cuerpo entero se relajó cuando volvió a respirar más profundo. Había más aire que en el cuarto.
El Omega se volvió, miró sus piernas sucias y buscó entre los harapos la pequeña campera de lana que le habían dado, se la puso con cuidado. El aire en el pasillo era fresco y trató de buscar ropa seca entre el montón de trapos. No pudo encontrar mucho, la mayoría estaba húmeda. Kirjaht sintió sus mejillas calentarse y el sudor resbaló por su rostro nuevamente cuando se sostuvo de la pared para levantarse. Sus piernas temblaron como un venado recién nacido y su cabeza pareció dar vueltas por todo el cuarto. Kirjaht abrió los ojos con fuerza y trató de estabilizar su condición, tomó su lámpara de aceite con manos temblorosas y abrió la puerta con cuidado.
Los ojos de Kirjaht se abrieron como platos ante cualquier cosa, confiando en sus pocos instintos y en su cuerpo débil. Cubrió su vientre con la lana y se sostuvo de la pared para caminar. El aire era pesado, pero fresco y extraño. Sentía un aroma a hierro, a sangre y agua que a veces no pudo evitar las arcadas que eso generaba. Kirjaht se encogió de hombros, su rostro bañado en sudor empezó a demostrar el malestar y el sobreesfuerzo que hacía por caminar, a pesar de que lo hiciera con lentitud. La poca energía que tenía apenas funcionaba para dar pasos pequeños y mantener los ojos abiertos. A veces se detenía porque creía que la oscuridad tras su espalda lo tomaría de los tobillos y se lo llevaría. Otras oía llantos, gritos lejanos que le hacían erizar la piel. Cuando oía pasos apresurados trataba de encogerse y confundirse con la oscuridad, a veces temblaba más de lo debido y confiaba en los pequeños pellizcos que solía darse en la piel de los muslos cuando su cabeza fallaba.
Sin embargo, cuando Kirjaht avanzó un poco más escuchó un llanto cercano. Era ahogado, poco revoltoso como otros que había oído. El Omega se quedó quieto y alzó el brazo con lentitud para iluminar el camino. Se oía suave, y cada vez que daba un paso se volvía más fuerte. Los lamentos entraron por sus oídos y se repartieron por todo su cuerpo. Porque Kirjaht volvió a temblar por otra razón, su cuerpo débil se sumó al miedo, a la oscuridad, al llanto que lo acosaba y a su mano protectora sobre su vientre.
El temblor no lo ayudó mucho, Kirjaht no podía sostener la lámpara sin que el aceite danzara como loco. Sus ojos se agrandaron cuando el llanto se volvió más cercano, su naricita se frunció y la mano en su vientre fue rápido a su nariz cuando sintió un aroma moribundo, putrefacto, atroz. El Omega avanzó con cuidado y el miedo se enterró con más fuerza en su alma. Kirjaht ya no pudo controlar sus manos cuando asomó la cabeza y se enfrentó a una puerta de madera igual a la suya. Las ojeras grisáceas bajo sus ojos brillaron en sudor cuando levantó la mirada. Cuando escuchó que el llanto se callaba y oía susurros en su interior. El rostro de Kirjaht se llenó de miedo y apenas asomó la mirada cuando abrió la puerta y la sangre se apoderó de toda vista y ambiente.
El Omega se dió para atrás cuando la puerta se abrió de golpe y observó los charcos de sangre y los Omegas preñados lamentándose, los rostros ahuecados y los grandes ojos se clavaron en él cuando tembló y gimió bajito. Su pequeño cuerpo chocó contra la pared y la lámpara de aceite cayó contra el suelo y su luz se apagó en un segundo. Kirjaht no pudo hablar, la voz no le salió de la garganta cuando aquellos ojos saltones se pegaron en los suyos. Los Omegas se arrastraron por el suelo, de la misma manera que él se arrastraba en su cuarto. Pero en su cuerpo no abundaba la tierra y el polvo, sino que la sangre manchaba su piel desnuda y desnutrida.
—Sa... S-sa... —murmuraba uno, y su mano huesuda trataba de alcanzarlo. El rostro de Kirjaht se transformó en miedo y terror, sus manos se hicieron puño en su ropa y su barbilla tembló cuando miró la tierra húmeda en sangre, cuando miró los vientres, las piernas cubiertas de sangre y los rostros pálidos y demacrados. Eran tres, no, eran cinco, al menos era la cantidad que podía ver desde ahí, Kirjaht miró con grandes ojos al Omega que se arrastraba por la puerta, tenía el cabello corto y su rostro se cubría en ojeras y pómulos puntiagudos. El aroma de la sangre inundó el pasillo y Kirjaht sintió el vómito en la punta de la garganta cuando trató de acercarse. Sus ojos claritos perdieron todo brillo, toda vida cuando observó otros tres Omegas más, cuando más ojos se pegaron a los suyos, más vientres y rostros demacrados. Kirjaht miró las paredes cubiertas de sangre, las jarras con agua, los trapos húmedos color escarlata, el suelo cubierto de placenta y restos de tripa.
Kirjaht ya no tuvo lengua para hablar. No tuvo la fuerza de comentar nada, porque sus ojos se cubrieron de lágrimas y sus manos apretaron su estómago con fuerza cuando quiso retroceder. Cuando, de repente, notó que los dedos del Omega rasguñaron apenas la piel de su tobillo para llamar su atención. Los ojos llorosos de Kirjaht bajaron y el llanto creció desde su pecho cuando el Omega lo miró con grandes ojos, sus brazos delgados, sus dedos huesudos y su rostro demacrado le rompieron el corazón de mil formas que se sintió más vivo que todos ellos juntos. Kirjaht se convirtió en un río de lágrimas cuando observó que los Omegas tomaron de los brazos de otro un pequeño bulto de harapos sucios. Sus ojos claritos se pegaron en el rostro pálido, en el pequeño Omega envuelto en sangre, en sollozos y en un vientre muerto cómo le arrebataban la vida de los brazos.
Kirjaht sintió que el alma se le caía al suelo cuando empezó a oír un pequeño llanto. Los Omegas susurraban cosas y dejaban un besito suave sobre aquél bulto de tela y lo pasaban con brazos temblorosos y ojos grandes. Kirjaht no pudo hablar más desde el momento que aquél Omega de cabello corto le tendió con manos temblorosas aquél bulto mugriento y sucio. El pequeño lo miró, observó su rostro bañado en sangre y sudor, su respiración agitada dejó salir un susurro lastimero y bajito.
—Sal... Salva...
Le habían entregado un cachorro.
Feliz décimo aniversario de One Direction.
¿Cómo están? ¿Qué tal recibieron la noticia del hackeo?
Reactivé una cuenta que no recordaba que tenía, como saben, esta es de Yuki, si pasa algo con esta pueden encontrarme como aymichrishunter
Gracias por leer, no sean fantasmas o me tiro por las escaleras.
Ahre
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