diecisiete

La lluvia limpió el barro en su rostro. Kirjath los cerró y elevó la mirada a las nubes grises que dejaban caer gotas gruesas sobre el incendio del bosque. El humo quemaba sus pulmones y los animales huían a las montañas con suma rapidez. El Omega sostuvo su vientre con ambas manos y se encogía con cada rugido que escuchaba, los gritos, los lamentos, todo se oía desde ahí.

Volvió la mirada a las grandes cuevas y la oscuridad que brindaba le dió mala espina, le causó un escalofrío terrible y no supo si quedarse ahí era una buena opción. La tarde avanzaba y cada vez la montaña se volvía más sombría, como si la naturaleza misma se estuviera oscureciendo para todos ellos. El Omega volvió la mirada a los árboles y recordó a Oliver, a su cachorra y a todos los Omegas que habitaban en la gran casa. En su corazón se instauró el miedo ante lo que sabía, que los Alfas asesinaban cachorros cambiaformas sin piedad y estaba completamente seguro que ese era el propósito de aquél grupo. Los cambiaformas recibían su fuerza de la naturaleza... y esta se estaba destrozando a cada segundo. No quería bajar, pero tampoco quería mantener el nudo en su estómago al pensar en Oliver.

El pequeño bajó con cuidado de la montaña, se sentó en el suelo, y resbaló con cuidado entre el barro y el pasto húmedo. Su camisón quedó hecho un desastre cuando llegó a tierra y el humo ganó terreno, la lluvia caía con tanga intensidad que le hizo doler la piel y le dificultaba respirar. Si esa era obra del Dios definitivamente estaba apagando el fuego, pero el humo dejaba tras de sí decenas de animales intoxicados por el suelo. Kirjath se inclinó sobre un conejo blanco que temblaba bajo un árbol, lo alzó con cuidado y lo cubrió con su camisón húmedo. Su ropa olía a lluvia, a barro y sudor, suficiente para apaciguar el humo que lo rodeaba.

El Omega avanzó, guiándose por los ruidos fuertes, por los rugidos y los gritos. Cuando notó que estaba cerca de la gran casa pudo ver la gran llamarada que no se acababa ni con la lluvia más fuerte. La gran estructura donde muchos cambiaformas habían fecundado a los Omegas reventaba en fuego junto con los árboles. Kirjath abrió los ojos con fuerza, observando a los cambiaformas transformados, gruñendo a los Alfas. Algunos yacían en el suelo y otros se encargaban de desgarrarle la garganta a los dominantes. Kirjath sintió sus pulmones intoxicados y respiró con fuerza, mientras sentía la desesperación y la adrenalina que bañaba el aire. Era una lucha de feromonas pesadas, fuertes e intensas que lo marearon al segundo. El Omega caminó, observando los cuerpos muertos sobre el suelo de Alfas, Omegas, cachorros y felinos atravesados por completo. La tierra destilaba un aroma fuerte a sangre, el aire contaminado no era solo humo, era ira, enojo y odio. Kirjath soltó al conejo con rapidez y cubrió su vientre con miedo, su corazón se aceleró ante los rugidos cuando un cambiaformas lanzó a un alfa contra un árbol.

El Omega escuchó el momento exacto que los huesos de aquel se rompieron por completo. Una gran bestia negra y peluda atacó y desgarró el rostro por completo, bañando de sangre el suelo y todo a su alrededor. Kirjath retrocedió asustado al ver a la bestia y corrió lejos de él. No podía creer el salvajismo que cargaban, había vivido por varios meses junto a los cambiaformas y jamás había notado este ambiente destructivo que descargaban. Las feromonas de Alfa eran tan fuertes y puras que los diferentes aromas hacían que la piel de Kirjath ardiera. Su cabeza dolía pero siguió avanzando cuando el humo dejó de gobernar un poco el bosque. Kirjath se guió por el primer llanto que escuchó y rápidamente vio a lo lejos a una Omega acurrucada contra un árbol. Se abalanzó con desesperación para decirle que lo acompañara a las montañas, pero cuando la tomó del hombro el cuerpo cayó contra el suelo. El rostro pequeño de una Omega destilaba la sangre por la nariz y la boca, Kirjath puso la mano en su pecho y no pudo sentir sus latidos. El llanto del cachorro en su pecho le rompió el corazón y esta vez lo tomó y lo abrazó con fuerza. No dejaría que se lo quitaran, el Omega volvió la mirada a todas partes y rápidamente se escondió entre los árboles.

Debía ser sigiloso. Hvitsärk le había repetido muchas veces que su baja estatura y su cuerpo delgado le permitía ocultarse con facilidad entre el bosque. Había aprendido a cazar junto a él y la enseñanza fue beneficiaria cuando se camufló entre los árboles. Kirjath apretó al bebé contra su pecho y cubrió su carita con su camisón mojado. Los pies del cachorro chocaban contra su vientre hinchado y la sensación de protegerlo le llenaba de fuerza con cada paso.

El ambiente se sentía como una gran explosión que aturdía sus oídos. Cubrió al bebé e incluso su llanto desgarrador apenas podía oírse. Las grandes bestias luchaban contra los Alfas a morir, tan salvajes, tan desesperados por proteger sus tierras que Kirjath no paraba de ver un campo de batalla cubierto de cadáveres. Todo lucía como un cultivo entero de flores rojas, de un día frío y cubierto de niebla que volvía a los árboles como grandes entes oscuros y deformados. La naturaleza había tomado un papel devastador y Kirjath corrió como alma que lleva el Diablo.

—¡Kirjath! —el Omega se volvió y sus ojitos irritados se cerraron apenas para ver con claridad. Su corazón se llenó de alegría absoluta cuando encontró a lo lejos a Oliver y rápidamente corrió hacia él. El Omega abrazaba a su cachorra, que lloraba con tanta fuerza que su rostro estaba rojo como un tomate. El Omega se rizos negros lo atrajo hacia sí y ambos se dieron un rápido abrazo. Las manos del otro Omega se detuvieron en su estómago—. ¡¿Dónde estuviste?! ¡Debes salir del humo, te estás dañando y lastimarás a tu bebé!

—En las montañas es seguro, Hvitsärk fue ahí, no hay nadie. Debemos llevar a los Omegas y a los cachorros ahí —murmuró y volvió la mirada. Detrás de Oliver había una montaña de cadáveres. Cuerpos de cambiaformas que abajo de ellos cubrían un montón de caritas sucias y asustadas—. ¿Se estaban escondiendo debajo de un cadáver?

—Mi cambiaformas me dijo que lo hiciera, es desagradable pero... Todo el mundo pasa desapercibido. Cpmo son grandes nadie presta atención y con los ruidos apenas se escuchan los llantos de los niños —Oliver volvió la mirada y le dijo que se agachara—. Oí que toman a los cachorros y los ahogan en el río. ¿Es eso cierto? Temo por mi bebé y los niños de otros Omegas.

Kirjath abrazó al cachorro en sus brazos y asintió apenas. El rostro sucio de Oliver se llenó de tristeza y los otros Omegas sintieron terror. No sabía con exactitud dónde se encontraban y el humo no dejaba que se guiaran por el sol.

—Debemos ir a las montañas, Oliver, llévate a este cachorro. Yo iré por más Omegas —Kirjaht le entregó el cachorro a otro Omega. Este lo abrazó y el menor vio con tristeza su vientre sumamente hinchado, mucho más que el suyo. Eran dos Omegas embarazados y dos con cachorros, contando a Oliver. No eran tantos como los que habitaban en la gran casa—. ¿Sabes dónde pueden estar?

—¡No puedes ir por otros Omegas! ¡Estás esperando un cachorro, el humo te dañará! —gritó Oliver tomándolo del brazo. Kirjath tragó saliva, intentando levantarse—. Si los Alfas te ven te arrancarán la cría del vientre, yo lo ví, Kirjath, lo ví con mis propios ojos. Quédate con nosotros y vayamos a las montañas como dices.

—Los Alfas no me dañarán, Oliver —murmuró y se levantó—. Descubrí que el jefe es el padre de mi cachorro. Estaban cautivos bajo tierra más allá de las montañas, cruzando el río. Vivían bajo las ruinas de un viejo pueblo, estaban aquí todo este tiempo. Si un Alfa me encuentra... No me hará nada porque estoy embarazado de uno de ellos.

Oliver lo observó con grandes ojos, los Omegas detrás de él se miraron. La sangre y la mugre cubrían sus finos camisones blancos, igual a los suyos. El atuendo tradicional de los Omegas cambiaformas era tan fácil de ver que Kirjath enterró las manos en la tierra mojada en sangre y cubrió el vestido de Oliver. Este saltó con sorpresa.

—Deben cubrir sus vestidos —murmuró—. Es más fácil camuflarse si el blanco no se nota. Ensucien sus rostros, su piel, la ropa de sus cachorros. Busquen el río más cercano que los guíe a las montañas y mojen sus narices y sus ropas, deben cubrir sus rostros si el humo es fuerte.

—¿Dónde aprendiste todo eso? —Oliver preguntó y el menor se encogió de hombros. La mayoría lo había aprendido de Hvitsärk, pero lo otro le pareció instinto propio. El castaño cubrió a la cachorra de Oliver con tierra y sangre, rápidamente los ayudó a levantarse. La lluvia caía suave esta vez y las ramas de los árboles más afectados caían al suelo con estruendo. La naturaleza agonizaba y cada vez se oían más rugidos. Kirjath miró con una lastima pura el bosque incendiado, cubierto de humo fuerte. Si esto seguía así pocas chances tenían los cambiaformas de salvar sus vidas.

—Llévate esto, es lo único que tenemos —habló Oliver entregándole un cuchillo de cocina. Era pequeño y los Omegas solían usarlo para cortar las verduras y destripar pescados. Kirjath lo tomó con seguridad y habló.

—Sigan el río hasta la montaña. Hay agua y el aire es puro arriba de todo —murmuró—. Los animales lo guiarán, están yendo todos ahí.

El de rizos oscuros lo miró con grandes ojos, suavemente lo abrazó y la cachorra lloró entre sus brazos. El humo había llenado el cabello sedoso de Oliver con un aroma fuerte a carbón, sus manos, su ropa y piel estaban cubiertas de cenizas que caían como nieve junto a la lluvia. Era un Omega tan bonito, tan comprensivo que las lágrimas picaron en los ojos de Kirjath. La lluvia cubrió el cielo nuevamente y las gotas limpiaron las mejillas de Oliver.

—Cuidate, por favor, Kirjath —murmuró, suavemente guió a los Omegas y se perdió en el humo. El castaño volvió a cubrir su nariz con su camisón mojado y elevó el rostro a la lluvia intensa. Dejó que se metiera a su nariz y estornudó unas dos veces, Kirjath limpió su rostro con la lluvia y se despejó. Su vientre frío se cubrió de su calor cuando lo acarició con suavidad, sintió que su bebé se movió y sonrió apenas. La sangre, los cuerpos, los pocos Omegas que encontraba cada vez le enfermaba el alma.

Recogió a unos diez Omegas entre los cientos que había en la gran casa. La mayoría estaba en el suelo, cubierto de un charco de sangre o consumidos por el fuego. Kirjath evitaba ver a los Omegas quemados, con las manos postradas en el vientre hinchado. No podía creer las atrocidades que los Alfas habían causado, el estómago se le revolvía de solo pensar que el padre de su hijo era el causante de tantas muertes de Omegas y cachorros. Momentáneamente el malestar lo golpeaba con fuerza, el aroma fuerte de la sangre, el calor, Kirjath vomitó con fuerza al ver tantos cadáveres a su alrededor.

Los rugidos y gritos que lo rodeaban le alteraban, el corazón del Omega se aceleró y se obligó a quedarse quieto por un momento. Llevó una mano temblorosa a su camisón húmedo y aspiró con fuerza, el aroma a tierra, lluvia y humo entró por su nariz. Su estómago enorme se enfrió y el dolor le causó calambre por completo. Ulises se dejó caer a la tierra húmeda en lluvia, sus manos y rodillas se cubrieron de un barro rojizo en sangre, en cenizas negras y grises. El dolor en sus entrañas le causó repulsión, asquerosidad. El Omega sintió un gusto agrio en su boca cuando empezó a salivar más de la cuenta, su mirada llorosa se levantó y el vomito llegó de su garganta al suelo en un segundo. 

Le ardió el esófago, el estómago, todo. Las lágrimas enjuagaron su mirada y sollozó con fuerza, Kirjath llevó una mano a su vientre y levantó los ojitos llorosos. El humo ardió y el calor con la lluvia lo enfrió, su cachorro se removió, pateando su mano con suavidad. La humedad en el cabello de Kirjath resbaló por su frente hasta su barbilla, sus orbes claras se dilataron y sus mejillas se tiñeron de un fuerte rojizo cuando entre el humo y la lluvia lo encontró cubierto de sangre. 

El padre de su cachorro tenía la ropa desgarrada, el cuero de su pechera estaba rota por completo y la piel de su pecho derramaba la sangre rojiza entre el hollín y el barro. Su rostro cubierto de sangre estaba lleno de ira, de euforia y enojo. El Omega se encogió y no pudo moverse cuando sus ojos negros se volvieron hacia él, su gran cuerpo transpirado y dañado se quedó quieto. Sus feromonas fuertes estaban cubiertas de dominación, tan ruin y terrible que Kirjath empezó a llorar al instante, temblando. 

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —gritó el Alfa, Kirjath retrocedió arrastrándose entre el barro. Su rostro lloroso se cubrió de una mueca de terror y su mano automáticamente viajó hacia su vientre. El Omega llevó con miedo el cuchillo delante de él, con la mano temblorosa y las feromonas lloviendo de terror por el ambiente. 

—¡¿Por qué mataste a esos cachorros?! —gritó y la bilis le resbaló por la barbilla. El Alfa lo miró con grandes ojos, enojado—. ¡Eres malo, eres un monstruo! ¡Yo también cargo un cachorro en mi vientre, y es tuyo! ¡Es tuyo! ¡¿Cómo tienes el pudor de matar a otros Omegas preñados cuando estoy yo?! ¡Ellos no tienen la culpa, no los mates! ¡No te acerques a mí! ¡No vuelvas a tocar mi vientre! 

—Ulises —murmuró con fuerza el Alfa, sus pisadas fuertes parecieron vibrar en la tierra. Kirjath retrocedió con rapidez, como podía con un vientre hinchado. Cuando chocó contra el primer árbol su cuerpo tembló por completo. De repente las feromonas del hombre chocaron contra su piel sucia, eran fuertes y picantes, tanto que toda su fuerza volvió a disminuir con rapidez. La presencia ajena estaba cubierta de un aura ruin y peligrosa, tan sedienta de sangre que Kirjath no pudo aguantar la mirada furiosa del Alfa—. Tan escurridizo como siempre. Tendría que romperte las piernas para no encontrarte en los lugares menos indicados, a ver si así cumples con tu deber y te quedas donde te dejé sanito y a salvo cuidando de nuestro jodido cachorro. 

—No me toques, no me toques —lloró y lo miró con ojos llenos de asco. Kirjath tembló, escuchando los rugidos de dolor, escuchando cómo los árboles se quebraban por el fuego y la naturaleza que alguna vez lo rodeó se consumía en humo y sangre. Lo miró con tanta repulsión por ser un monstruo destructivo, su cuerpo se debilitaba, su Omega se retorcía y lo único que pedía era dejar de sentirse tan sometido a él. Kirjath rugió apenas, mostrando sus pequeños colmillos cuando el Alfa le levantó el vestido, sus manitos tomaron con rapidez el brazo y el otro le mostró los dientes en señal de que se quedara quieto. 

—Agradece que ningún cambiaformas te destrozó el útero con su maldita semilla —susurró, Kirjath apartó la mirada cuando sintió que apretaba su vientre con las garras, su aroma picante le traspasó los pulmones y lo dejó sin aliento. El sudor bañó el cuello del Omega y cerró los ojos con fuerza, llorando. El alfa se acercó a su oído, tan dominante que Kirjath no pudo evitar con temblores mostrarle la piel en signo de sumisión—. Me gustabas más cuando te callabas y me enseñabas el maldito culo para que te follara. 

—Basta —susurró quebrado y llevó una manito al pecho del Alfa, el hombre lo tomó del rostro y gruesas lágrimas cristalinas caían de la mirada clara e irritada. El pequeño rostro del Omega que había preñado y con quien había mantenido numerosos momentos de intimidad no hacía más que mostrarle el cuello con miedo y temor. Las feromonas dulces del niño que había cortejado eran agrias a su gusto, pero no le prestó atención, su cuerpo frágil había adquirido más carne y su vientre se veía incluso más grande que antes. El guerrero volvió la mirada a su alrededor, asegurándose de que el aroma de ningún Alfa o cambiaforma estuviera merodeando el lugar. Sus dedos apretaron el delgado cuello y lo miró. 

—Hueles a otros Omegas, ¿Dónde haz estado? —preguntó, Kirjath observó el sudor y la sangre que le resbaló del rostro. La cicatriz que cortaba la piel de uno de sus ojos tenía sangre seca. Lo sintió tan cerca, tan familiar el sentimiento del miedo y la sumisión que su propio cuerpo reaccionó con reconocimiento. El cabello negro y transpirado del Alfa goteaba, toda su piel, todo su cuerpo mantenía un aroma fuerte que le revolvía el estómago y le hacía cerrar las piernas por puro instinto. El minino sintió que el Alfa le limpiaba la mejilla sucia en tierra y lágrimas, se sintió ido, tan perdido en su aroma que rogó en silencio, con leves sollozos—. ¿Estuviste con alguien?

—No —negó. 

—No te creo, dímelo, ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Acaso no te importa que tu cachorro se dañe por todo el humo que hay? —habló, sus manos sangrientas bajaron hacia las clavículas de Kirjath, el Omega respiró con fuerza, agitado, sus orbes se dilataron—. Dime... ¿Estuviste guiando a los Omegas fuera del incendio? 

El Omega no respondió, el Alfa podía sentir sus latidos fuertes contra su pecho y eso lo hacía enojar más. Ulises había perdido la cabeza por completo, tan aniñado, siempre creyendo en las absurdas leyendas de los dioses cambiaformas y amando el campo como nadie. El Alfa ladeó la cabeza, para ser un analfabeto Ulises tenía la iniciativa para las cosas, a pesar de ser callado y asustadizo. Detrás de todo aquel cuerpito chiquito se escondía una curiosidad monstruosa hacia lo desconocido que le había traído varios problemas. Jamás había anhelado un cachorro, pero tampoco había aprendido a contenerse ante Omegas bonitos y callados. Le gustaba Ulises porque no decía nada y solo aceptaba las cosas como eran, se adaptaba rápido, y parecía conocer su lugar de Omega. Pero ahora... detestaba su palabrarería. Se veía lindo así de preñado y más con la idea de que el niño era suyo, si tan solo se callara la boca se lo llevaría lejos. 

—Creo que no nos entendemos, Cachorro —habló, rodeó la cintura de Kirjath con la mano—, pero no es algo que no se pueda corregir con el tiempo. 

El hombre levantó al Omega con facilidad y apretó sus manos. El de ojos claros gritó y se removió como pudo entre los brazos fuertes que lo apretaban. Kirjath no quiso volver bajo tierra, no quiso sentirse tan ido de lo que ya estaba. Las lágrimas florecieron de sus ojos con tanta rapidez que todo su rostro se puso colorado. Quiso gritar, pero le cubrieron la boca y apretaron su mandíbula. El aroma del Alfa se volvió más pura y fuerte contra su cuerpo y eso no hizo más que debilitarlo, no podía rendirse, no cuando entre llanto y dolor veía cómo lo arrastraba en brazos fuertes entre decenas de cadáveres. ¿Realmente era el hombre que iba a criar a su cachorro? ¿Podía hacer algo más? No, no sentía sus fuerzas. No podía actuar cuando aquel era el dominante, no cuando sus piernas se volvían débiles y su Omega le martillaba y le destrozaba el orgullo y el alma al mostrarle el cuello a aquel monstruo. 

Kirjath podía gritar todo lo que quisiera, pero su condición de Omega le limitaba las acciones. El tormento, la maldición, nadie podía cambiar al Alfa que le había tocado. Era esta su vil naturaleza y el mundo que los cambiaformas tanto odiaban. 











































































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