diecinueve
Sentía tanta paz. Su cuerpo parecía flotar en agua, en algodón suave y recién cosechado. Apenas podía sentir que respiraba, ¿Lo hacía acaso? Siquiera le importó. Ya no sentía dolor en ninguna parte de su cuerpo. Solo el peso vago de su cuerpo en una especie de tranquilidad excesiva. Elevó las manos a su rostro, pudo sentir sus ojos, su nariz, sus labios, era espeso. ¿Se trataría de agua? No. Kirjath se removió y lentamente se elevó entre aquella mezcla extraña y salió de ella.
Creyó estar muerto. La luz del sol se filtró y lo cegó por completo, rápidamente cubrió su rostro. Le quemó, le quemó la mirada o al menos así se sentía. El minino tardó varios minutos en acostumbrarse a la luz del lugar. ¿Estaba muerto? No, podía sentir latidos en su pecho, sentía su cabello mojado, todo su cuerpo entero sudando una especie de líquido transparente. Tenía un aroma dulce pero no conocía de dónde procedía.
El Omega abrió los ojitos de apoco, a su alrededor las flores, las plantas y enredaderas rodeaban su cuerpo. Sus piernas, sus cintura y brazos, Kirjath siquiera las notó, parecía estar en un pequeño estanque, tan chiquito que su cuerpo cabía a la perfección. Elevó las miradas a las paredes de roca, a los árboles, las raíces gruesas que rodeaba todo el ambiente y el aroma a vida que había en aquel ñ lugar. Numerosos árboles de pétalos cálidos eran iluminados por la luz del sol, el agua corría en aquel lugar y Kirjath definitivamente creyó que había muerto. No existía tal lugar más bello que ese, el Omega elevó la mirada, pajaritos de colores claros volaban por todas partes, y allá a lo lejos podía verse la apertura dónde se filtraba la luz caliente del sol.
Los ojos claritos de Kirjath bajaron a las plantas que rodeaban su cuerpo, eran raíces verdes que trepaban por su piel. Algo le extrañó en su cuerpo, algo le faltaba pero no podía recordarlo. Lentamente empezó a desatar la planta entre sus piernas, está se sujetaba a sus muslos, su cintura y su vientre plano. Kirjath procedió a desatar la planta de su pecho y a duras penas se levantó, sus piernas temblorosas lo traicionaron y se cayó al pasto suave. Estaba desnudo, y rápidamente su mano viajó a su vientre con protección, pero lo único que encontró fue una pequeña pancita plana.
Kirjath bajó la mirada automáticamente, enormes cicatrices abundaron en la piel de su vientre y apenas recordó de dónde venían. Se sintió vacío, triste y sumamente decaído. Sus ojitos brillaron en lágrimas cuando se movió un poco desorientado. Las raíces de las plantas verdes buscaban rodear sus pies nuevamente, avanzando como si tuvieran la decisión de enterrarlo en el agua. El Omega elevó la mirada y apretó los dedos en la tierra, pétalos blancos danzaban en aire puro y la oscuridad del otro lado lo llenó de miedo al segundo.
—No deberías moverte tanto —oyó una voz y rápidamente se quedó quieto. Las plantas dejaron de buscar los pies de Kirjath y el Omega de quedó quieto contra la tierra. Era una voz extraña, sumamente fuerte y tranquila a la vez, el minino levantó la mirada a la oscuridad del otro lado—. Debes dejar que tu cuerpo se acostumbre.
No contestó. El Omega respiró con fuerza contra la tierra y entre temblores trató de levantarse. Sentía que las piernas no eran suyas, que nada de su cuerpo hacía caso a su cerebro. El menor se quedó de pie y la luz del sol iluminó su cuerpo desnudo, sus hombros pequeños, su cintura delgada y piel suave. El Omega acarició su vientre, gruesos cortes partían su piel.
—¿Dónde está mi bebé? —murmuró ido, le dolía la cabeza. Él tenía un bebé, lo tenía pero no recordaba la sensación de tenerlo en su vientre. ¿Por qué no lo recordaba?
—Tranquilo, criatura —susurró la oscuridad. Kirjath abrió los ojos con sorpresa, reconoció un tono profundo y femenino. No quiso acercarse ni tampoco pensó en la figura que tendría. El Omega elevó la mirada nuevamente, paredes rocosas, abertura lejana donde entraba el sol. Ahí dentro olía a tierra mojada y flores silvestres, era un aroma delicioso que le dormía la cabeza. Sus manos viajaron a su vientre—. ¿Lo extrañas? ¿A tu cachorro?
Kirjath no contestó, solo asintió con la cabeza. Temía saber con quién hablaba y eso le aterraba. Estaban dentro de la montaña, supuso, el hogar de los cambiaformas.
—¿Te gusta aquí? —oyó su voz nuevamente y asintió con lentitud—. Era más grande antes, hace mucho tiempo. Estaba lleno de cachorros, de mis hijos. Ellos son tan pequeños y curiosos... Siempre el mundo de afuera, la gente y todas sus bellas criaturas. Siquiera conocían el sol, solo era este lugar, aquí con su madre y nada ni nadie que los lastime. Pero me han debilitado, Omega. No puedo tocar el sol porque estoy débil, ya... No puedo engendrar a mis niños porque me lastimaron mucho. Tu pueblo, tu gente venenosa. No tuve más remedio que dejarlos libres, que luchen por lo que es nuestro. Y sin embargo... Jamás creí que existirían criaturas como ustedes. Me han arrebatado a mis cachorros... Asesinaron a mis nietos y me quemaron cruelmente. ¿Debería extinguirlos por completo? Me pregunté, y lo intenté, lo intenté muchas veces.
Kirjath se quedó sin habla. Apenas pudo moverse porque la información no le entraba por la cabeza, la oscuridad de aquél lugar era grande y pudo notar que el pasto, los árboles y las raíces eran oscuras, como si le hubieran quemado.
—Ha pasado poco tiempo desde entonces... Aun recuerdo lo que mi cachorro me dijo. Mi pequeño Hvitsärk envuelto en sangre, tan lastimado que creí que no querría volver al mundo —murmuró, Kirjath sintió que todo su cuerpo se erizaba y sus orejas se calentaban—. Pedía un mundo mejor para ti y para tu cachorro. Creí que era suyo al notar sus lágrimas, pero no fue así. Engendraste el cachorro de un demonio y lastimaste a los míos como nunca. Te cuidé, curé tus heridas y te alimenté porque mi último hijo me lo pidió, pero días enteros no he dejado de desear que te murieras de una vez por todas. Que te ahogaras en el agua que sana tu piel o que tu corazón dejara de latir. Eres un ser cruel, Ulises, y solo sigues respirando porque mi hijo te aprecia y adora todo de tí.
El Omega sintió calor en su rostro, tembló nerviosamente y deseó no estar ahí. Su aroma se cubrió de miedo y suavemente bajó la mirada.
—Ocasionaste muchos desastres y deberás pagar por ello —sentenció—. La descendencia de tu primogénito será majestuosa, serán seres inteligentes, bellos como la hermosura que cargas, pero su lado animal representará la irracionalidad de su naturaleza. Serán bestias grandes, crueles y enormes que buscarán saciar sus deseos a toda costa. Es puro de una raza destructiva y estará cegado ante su propia naturaleza, será su único enemigo y no lo podrá controlar. Bestias grandes, puras e irracionales... Descendientes de una criatura suave con ojos de cordero, pero cruel en su interior. Estás maldito, Ulises.
Kirjath se quedó pálido, su boca se llenó de un mal gusto y bajó la mirada cubierta en lágrimas. Le pidió que se retirara y entre temblores y sacudidas salió de allí. El Omega siguió los pétalos blancos que lo guiaron a la salida y su piel ardió por completo cuando cayó frente a la salida de la puerta. El aire frío y puro del mundo chocó contra su cabello húmedo, contra su desnudez y su cabeza desorientada. Los ojitos claros del Omega se abrieron y cuando sintió una manta sobre su cuerpo levantó la mirada asustado.
Un par de ojos oscuros se pegaron a él y rápidamente saltó a su cuello. Kirjath se abrazó con fuerza al cuerpo de Hvitsärk y lloró fuertemente. Sus sollozos hicieron ruido contra su pecho y el cambiaformas rodeó su cintura. Las lágrimas bañaron el rostro de Kirjath, cuando se separó rápidamente besó al hombre, buscando su calor, su protección. Escondió su nariz en su cuello y aspiro su aroma entre el llanto.
—Ya, estás bien. Estás a salvo —murmuró Hvitsärk y ambos se miraron. Las manos del más grande acariciaron el cabello húmedo y despeinado del Omega, las mejillas de Kirjath estaban rojas, sus ojos irritados y su cuerpo buscaba el calor y el aroma del ajeno.
—Te extrañé tanto, te extrañé tanto —repitió y repitió entre el llanto, el otro sonrió, volviendo a besarlo con lentitud. La brisa chocó contra sus cuerpos y Hvitsärk marcó con su aroma al Omega. Kirjath hizo a un lado su rostro y le mostró el cuello, su pecho agitado y todo su cuerpo lo necesitaba. Quería que lo marcara, con sus dientes, su aroma, con todo lo que pudiera ofrecerle.
Hvitsärk frotó su piel con la tela y Kirjath se dejó tocar, le secó el cabello, los brazos, el pecho, las piernas, todo. El cambiaformas lucía bien, tenía cicatrices en sus muñecas y en sus pies descalzos, ambos tenían marcas que pertenecían a una época oscura. Los ojitos lagrimosos del Omega se volvieron y el bosque oscuro le quebró el corazón. Donde antes habían árboles verdes y grandes ahora solo había ruinas y espectros negros.
—Fue una época dura —susurró Hvitsärk.
—¿Dónde... Dónde están todos?
—Más allá, en el norte. Están todos los Omegas y cambiaformas con sus familias. Ya nadie está aquí, solo... Venimos a veces para remover la tierra y cultivas nuevos árboles —habló y atrajo un bolso de cuero marrón, sacó de él un camisón color azul con bordados dorados—. Yo... Mandé a hacer mucha ropa para ti, traje esta porque pensé que se vería bonito en ti.
Kirjath no dijo nada, pero su sonrisa y sus mejillas calientes hicieron que el cambiaformas bajara la mirada. Le colocó la prenda con cuidado, las manos de Hvitsärk tomaron al Omega de los brazos y suavemente lo puso de pie, en su cintura ató un cordón de cuero fino donde colgaban plumas y piedras preciosas en sus extremidades. Las sandalias le quedaron un poco grandes pero se las puso igual. El Omega elevó la mirada al cambiaformas y se sonrojó fuertemente.
—¿Te gusta? —le preguntó.
—Me encanta —susurró y besó sus labios. Hvitsärk colgó el bolso en su hombro y se agachó apenas para que Kirjath se subiera a su espalda. El Omega se quedó parado—. ¿Puedo verte transformado? Extraño acariciar el pelo de tu pantera.
Hvitsärk asintió, soltó el bolso y su cuerpo empezó a cambiar de piel, sus ojos se volvieron amarillos puros. Escuchó que sus huesos crujían, que cambiaban, la mirada del Omega se cegó, tan ido que siquiera se dió cuenta cuando el animal chocó su gran cabeza contra su vientre. Kirjath sonrió y lo acarició, beso su frente y el animal quiso lamer sus manos. El Omega retrocedió y sonrió.
—Tu lengua es áspera —susurró y el animal metió sus narices debajo de su camisón azúl. El Omega rió y se sentó, cerró las piernas y miró los ojos amarillos. Le encantaban—. ¿Podemos ir al bosque y descansar por hoy? Creo que es un camino largo.
La bestia asintió y el Omega se subió a su espalda con cuidado. Tomó el bolso y se abrazó al cuello suave con pereza. Su pelaje le brindó calidez y protección. Cuando bajaron de la montaña Kirjath elevó la mirada a la copa de esta y se preguntó cuánto tiempo había estado ahí. Hvitsärk parecía más alto, más grande y sus heridas tenían el aspecto de haber sanado hace mucho. Su cabeza se llenó de tantas preguntas que siquiera quiso decirlas. Cerró los ojos cuando Hvitsärk cruzó con velocidad por el bosque quemado, no quería ver el desastre, pero sintió la sombra de la gran casa quemada, hecha ruinas y tan abandonada que en su cabeza aún seguían las sábanas colgadas en los balcones, las suaves cortinas color vino y el aroma a flores silvestres del pasto. Aún pensó en el pasto, en el cantar de los pájaros y las fogatas con grandes banquetes y cantos antiguos. Había pasado mucho tiempo ahí que tan solo deseó guardar los buenos recuerdos, el Omega se recostó y cuando dejó de sentir el aroma a madera quemada abrió los ojos. El verde volvió a caracterizar el pasto y el viento se llevó consigo los nostálgicos recuerdos.
—Me gusta el bosque —susurró elevando la mano a las pequeñas flores que creían. Sus piernas rodeaban la espalda de la bestia y Hvitsärk empezó a ir con lentitud. Kirjath acarició la piel de la pantera y suavemente viajó a su vientre. Recordó a su cachorro y temió preguntar por él, el silencio inundo la boca del Omega recordando lo que le habían dicho en la montaña. Era la madre de Hvitsärk, era la madre de todo lo que veía y el miedo y el pesar en su corazón hicieron que llorara en silencio. Estaba tan feliz de ver a Hvitsärk que pensar en el destino de su bebé le era destructivo. Kirjath limpió las lágrimas en su rostro. Sabía que estaba vivo por que la mujer lo dijo, ¿Qué clase de bebé sería? ¿Tendría sus ojos, su cabello? ¿O se parecería a su padre? Ah... Aquel Alfa. De repente la necesidad de olvidar esos recuerdos lo envolvió.
Quería abrazar a su bebé pero temía preguntar por él. Tenía miedo y su boca se sellaba con fuerza, además Hvitsärk no podía hablar cuando estaba transformado. Tendría que esperar. El Omega notó las patas ágiles del felino y se alegró que volviera a andar, sus ojos se elevaron al cielo y lentamente sintió el cansancio pegar contra sus ojos. Kirjath tarareó suavemente acariciando su vientre, pensando qué nombre le pondría a su bebé. Siquiera había pensado uno en su embarazo ni tampoco recordó si le daba cariñitos. ¿Reconocería su voz? ¿Sabría que era su madre? Hvitsärk tampoco había dicho nada, ¿Acaso debía preocuparse?
Tal vez ya tenía un nombre. Cuando pararon cerca de un pequeño río Kirjath se bajó y mojó sus pies en el agua. La pantera bebió suavemente y el Omega levantó la mirada a los árboles que silbaban por el viento. La brisa fresca era un abrazo en el alma. Kirjath acarició su vientre inconscientemente.
—Tu cachorro está bien —escuchó y observó a Hvitsärk desnudo a un lado del rio, mojaba su cabeza con una mano. El Omega evitó bajar la mirada por respeto—. Es un niño saludable e inteligente.
—¿Es un varón? —preguntó a sí mismo y su piel se erizó. Su ceño se frunció y recordó el rostro del Alfa que lo había preñado—. ¿Cómo es su rostro?
—No se parece a ti —eso desconcertó al Omega, Kirjath apretó sus brazos con fuerza y lentamente se sentó en una piedra enorme junto al río. Trató de recordar el rostro del Alfa—. Tiene el cabello negro ondulado y sus ojitos son color miel, posee un rostro muy bonito, Omega. Es un cachorro sensible, tímido y bondadoso.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó y la voz le tembló al decirlo. Hvitsärk tardó un poco en decirlo, no muy seguro.
—Tiene cuatro —Kirjath llevó una mano a su pecho, cuatro años. Cuatro años desde que la gran guerra entre Alfas y cambiaformas terminó en un enorme desastre. El Omega elevó la mirada al cielo azul recordando los truenos, las bestias oscuras que se habían comido al Alfa y padre de aquél niño. ¿Qué le diría? ¿Que le diría a su cachorro cuando le pregunte por él? ¿Que lo había dejado morir? ¿Que quería matar a todos los niños de su edad?—. No te preocupes mucho, Kirjath. Yo lo adopté como mío y le enseño de mi cultura, aprende rápido, es un buen chico y anhela mucho conocerte. Le dije que mi madre te cuida en la montaña, siempre que te visito me pregunta por ti. Cómo eres, si te pareces a él...
—Pero querrá saber... A quién se parece —murmuró y miró al cambiaformas. La sonrisa de Hvitsärk desapareció lentamente, su ceño se frunció apenas—. ¿Qué le diré?
—La verdad —susurró.
—Pero le dolerá.
—Hay que decirle igualmente —habló el hombre acercándose, Kirjath sintió las lágrimas en sus ojos—. Es mi cachorro ahora, es nuestro, Kirjath. Si piensas que mi pueblo lo dejará de lado por sus orígenes estás muy equivocado, todo el mundo lo quiere. Muchas personas me han ayudado para criarlo durante estos años, nada malo pasará con él.
Kirjath lloró en silencio, las emociones y sentimientos se apoderaron de él y rápidamente abrazó al cambiaformas, este lo rodeó con sus brazos y suspiró.
—Incluso hay niños y niñas cambiaformas que quieren robarle besitos. A veces me gustaría pensar que es por su olor dulce, pero solo... todos lo quieren mucho. Es diferente... Pero eso lo hace especial y llamativo —murmuró—. No sabes la cantidad de niños que se han parado frente a mí con una rosa blanca pidiendo que dejara a Kyerath dar un paseo por el bosque. Los he negado a todos.
—¿Kyerath? —murmuró.
—Discúlpame, Omega, por atreverme a colocarle un nombre. Padre dijo que no podía llamarlo toda la vida cachorro, ni tampoco niño —susurró Hvitsärk acariciando las manos del chico.
—Me gusta —respondió. Kirjath elevó la mirada, el agua era cálida contra su piel y escuchar su sonido lo calmó al instante. Saber que su hijo estaba bien le llenó el alma de alegría, y finakme pudo conseguir paz y seguridad. El rizado volvió la mirada a Hvitsärk, su cuerpo desnudo había ganado musculatura y ahora negras marcas decoraban la piel de su pecho. Símbolos extraños que no supo comprender. El Omega alcanzó la piel marcada con las yemas de sus dedos y el otro lo miró.
—Mamá me las hizo —susurró—. No perdonó mi traición, pero sí mi vida. Soy su último cachorro con mi padre, su vientre está seco ahora. ¿Sabes con qué me castigó?
—¿Qué te hizo? —murmuró bajito el Omega, tan temeroso al recordar las palabras de la madre.
—No podré darte cachorros —habló, sus ojos negros se pegaron a los claritos—. Me dijo que todos los hijos que engendre morirán en el vientre de mi pareja. Se enojo mucho porque te elegí a ti antes que a mi familia. Ella lo mencionó con dolor en el alma, pero es su deber. Yo le fallé, le falté a mi padre, a mis hermanos, a la naturaleza. Ella solo se paró frente a mí con su rostro bellísimo y dijo "Todas las vidas que se perdieron en la guerra por tus acciones serán las que abandonarán el vientre de tu Omega". Y no... me molesta. Le pedí que protegiera a tu bebé, a ti, fue el último favor que me hizo como madre.
—Perdóname —susurró Kirjath con lágrimas en los ojos—. Fue mi culpa, yo le dije dónde estaban.
—Pero fue por mí —respondió—. Si yo hubiera muerto tú jamás ibas a abrir la boca. Tú no tienes un deber con mi gente, Kirjath, yo sí.
—Pero tú... Anhelabas tanto tener cachorros —sollozó cubriendo su rostro. El cambiaformas lo abrazó, el agua cubrió las piernas de ambos.
—Ya tengo uno y es hermoso, Omega.
Ya solo faltan unos pocos capítulos y publicaré los extras.
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