Isaac Lahey
"No te mereces esto"
Estabas en tu casa viendo la televisión, habías logrado que tus hermanos menores se quedaron dormidos después de un largo tiempo tratando de hacerlo.
Ya tenías algo de sueño, así que estabas pensando en apagar la televisión y subir a tú habitación para dormir. Apagaste la televisión y estabas por subir cuando escuchaste que golpearon la puerta, esta acción te extraño ya que no esperabas a nadie a estas horas y tus padres tenían llaves así que no te podías imaginar quien fuera, tomaste uno de tus zapatos y decidiste usarlo como arma para quien estuviera afuera, sabías que no era una gran arma pero por lo menos podrías distraerlo lo suficiente para pensar en algo mejor. Abriste la puerta con tu "arma" en mano y te sorprendiste por quien estaba afuera.
-¡Isaac! ¿que te pasó?- preguntaste preocupada lanzando tu zapato al interior de la casa y tomaste su mano para entrarlo a tú casa.
-No quería molestarte Karla, pero no sabía a donde ir- dijo de manera cansada, Isaac tenía la cara cubierta de golpes y sangre seca por unos cortes que tenía.
-Nunca eres molestia Isaac- dijiste con una pequeña sonrisa mientras con suavidad lo sentabas en tu sillon- espera aquí, ya vuelvo.
Fuiste al baño corriendo y tomaste el botiquín, y volviste con la misma velocidad.
-Tranquilo, te curare- dijiste mojando un alcohol para empezar a curarlo- ¿Fue tú padre?- preguntaste en un murmullo, Isaac te había confiado lo que su padre le hacia y a pesar de que habías tratado por todos los medios decirle que debia decirle a alguien lo que su padre le hacia mantenias el secreto por él, ya qie harías lo que fuera por él. Isaac se mantuvo callado, pero con solo ver su reacción supiste la respuesta- no te mereces esto.
-El es mi padre- dijo como si esa fuera la respuesta.
-Aún así no lo mereces- dijiste ya soltando el algodon- eres una persona increible y tú padre es horrible al tratarte así, te mereces lo mejor.
Se quedaron un tiempo en silencio, habías llegado a pensar que lo habías molestado, pero en unos segundos te sonrió.
-Gracias Karla, siempre sabes que decir- dijo.
-Soy la mejor- dijiste riendo.
-Que no se te suba el ego- bromeó.
Y así sugirieron hablando por horas hasta que ambos se quedaron dormidos en el sillon de tu sala.
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