9
Allison se miró en el espejo, respirando hondo una y otra vez hasta alcanzar esa tranquilidad que tanto quería. Después de todo, las palabras de Dakota sí la habían dejado pensando en ello. ¿Qué sería lo primero que diría su padre sobre su nueva tarea en CyberTec?
La alarma de su despertador le hizo abandonar su lugar, indicándole que era hora de su desayuno.
El pensar el momento de hacerle saber aquella noticia a su padre le hacía sentir... nerviosa. Estaba emocionada, pero a su vez estaba aterrada.
Preparó su tazón de cereal y se sirvió jugo de naranja en un pequeño vaso de cristal. Luego le dio dos sorbos, deleitándose con su ácido sabor.
Inesperadamente tocaron a su puerta. Aquel suceso tomó por sorpresa a la jóven, haciéndole dar un pequeño salto del susto y reventar el vaso por la involuntaria fuerza ejercida en el objeto de cristal.
Inmediatamente Allison alejó sus pies descalzos de la escena.
Nuevamente llamaron a la puerta.
La mujer rápidamente se acercó para echarle un vistazo al exterior por la mirilla de su puerta. Posteriormente giró la manija para dejar entrar a su buen amigo Richard en una de sus tantas y tempranas visitas. Tras eso corrió a limpiar el desastre que había dejado atrás, recogiendo cada fragmento de cristal con un trapo azúl que había tomado de la cocina.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el castaño, juntando ambas cejas con desconcierto.
—Te dará risa saberlo —respondió ella, levantándose de su lugar para desechar la primera parte de su desastre en el contenedor más cercano —. Resulta que aún no puedo controlar bien la fuerza de mi brazo —giró su cuerpo sólo para quedar congelada en ese punto al ver a su padre detrás del oficial.
Robert mantuvo una larga sonrisa como si fuera la primera vez en mucho tiempo que se veían, justo antes de ir a abrazarla con todas sus fuerzas.
—¿Cuándo te dieron de alta? —inquirió ella, alegre de verlo de vuelta en casa.
—Justo hoy —respondió Richard, en esos momentos portando su uniforme de oficial —. El señor Black me pidió que te diera esta sorpresa.
—Y vaya que lo fue —soltó Allison, en una rara combinación de emociones de sorpresa, felicidad y pavor.
Ambos se separaron, con Robert examinando bien a detalle el nuevo brazo de su pequeña.
—¿Esto fue lo que te dieron en CyberTec? —preguntó, impresionado por la alta tecnología de la que gozaba su extremidad —. Casi parece de uso militar.
—Anne Clover quiso lo mejor de lo mejor —Allison sonrió, contestando con una verdad a medias.
Su padre acercó su muñeca derecha a su brazo como una extraña prueba a algo que sólo él conocía, luego simplemente se encaminó a la cocina y se sirvió otro vaso de jugo.
—Dakota y algunos compañeros de mi antiguo pelotón vendrán a la ciudad, y quería planear una pequeña fiesta de bienvenida. ¿No te gustaría acompañarnos, Raimond? —el señor Black le pasó el vaso a su hija, posteriormente llevando sus cansados ojos al amable amigo de Allison.
—Sería todo un gusto asistir, señor —respondió, volviendo a la puerta para iniciar su habitual jornada laboral —. Pero me temo que tendrá que ser después de mi turno.
—Gracias, Richard —se despidió Allison, viendo como su amigo asentía y se marchaba de ahí mismo.
Robert se recargó en la barra, mirando su casa y apreciando cada detalle de ella. Aún habían cosas que Allison mantuvo en su lugar, al igual que hizo una pequeña remodelación en la sala de estar.
—Es bueno estar de regreso... —confesó, recordando los años en los que había vivido bajo ese mismo techo al lado de las dos personas que amaba más que a su propia vida —. Y esta vez para quedarme.
Allison lo miró con los nervios aumentando cada vez más. Antes de siquiera pensar en la reacción de su padre con la oportunidad que Anne le había obsequiado, ¿cómo le haría para decírselo?
—¿Ya no servirás más? —indagó, buscando dar con algún tema de conversación que la ayudara a sobrellevar los nervios antes de la gran noticia.
Robert negó con la cabeza dejando salir un gran suspiro. Su tiempo ya había pasado. Desvió sus oscuros ojos a su querida hija y sonrió con cierta pesadez.
—Iré a hacer las compras —le dijo a Allison sólo tomando una tarjeta que tenía escondida en la alacena e irse.
Allison, en lugar de seguirlo y serle de compañía, prefirió quedarse y hacer que su hogar se viera más que bien para cuando él y la visita llegara. Para su suerte, no le tomó más que una media hora hacer todo eso y esperar echada sobre el sofá pensando en más de una forma para hablar con su papá sin que éste perdiera la cabeza. Hasta que más visita inesperada tocó a su puerta.
No se demoró mucho en atender, llevándose la sorpresa de encontrarse con encontrarse a un pequeño grupo de desconocidos que cargaban consigo maletas. En especial, una mujer de tez oscura cargaba con una gran botella de vino tinto sonriendo ingenuamente a Allison.
Dakota se abrió pasó entre sus compañeros con un pequeño pastel entre sus brazos.
—¿Podemos entrar? —pidió, viéndose incluso más amable a como Allison lo recordaba —. Es una pequeña sorpresa que le teníamos preparada al sargento.
Finalmente la hija del tan estimado sargento se hizo a un lado, dejando pasar por lo menos nueve personas y siendo saludada por cada una de ellas.
—Tú eres Ali, ¿no? —preguntó la mujer, mayor a Allison por un par de años, con una sonrisa presente en su rostro —. Es un gusto conocerte. El sargento siempre hablaba de tí —la mujer hizo un fuerte estrechón de manos, quedando impresionada por la fuerza que poseía la muchacha.
Dakota dejó el pastel sobre la barra, rápidamente ayudadando los demás a acomodar sus pertenencias en un lugar donde estorbaran menos.
—¿Cuándo crees que vuelva Robert? —inquirió después.
Allison encogió los hombros.
—No debe de demorarse mucho más. Con suerte y estará aquí en media hora —cruzó ambas manos, algo tímida entre tanta gente desconocida.
(...)
Un par de horas más pasaron antes de que Robert finalmente regresara a su casa acompañado de un Sintético que le había ayudado gustosamente con todas sus compras. Al atravesar la puerta de madera, se encontró con al menos doce personas conviviendo en la sala de estar. Allison fue la primera en acercarse y ayudarlo también con todas las bolsas que cargaba, notando al instante el rostro de cansancio de su padre.
—¿Todo bien, papá? —le preguntó, llevando las bolsas una por una a la cocina.
Robert asintió, remarcando aún más su cansancio.
Posteriormente cada uno de sus amigos se acercó para abrazarlo gustosamente y levantarle el ánimo al sargento. También Richard y su prometida lo recibieron con una sonrisa.
—¿Cuántas balas lleva, sargento? —inquirió un hombre de misma estatura que Dakota, elevando una ceja en burla.
Robert rió entre dientes.
—Diez, y contando —le contestó al soldado Acker, provocando una larga sonrisa de impresión en el rostro del hombre de cabellera oscura.
Tan pronto como Robert Black recompensó al Sintético por su desinteresada ayuda, se reunió con sus invitados y comenzaron a compartir experiencias con el oficial y su futura esposa. Mientras tanto, Allison y Dakota se encargarían de servir los refrescos a sus amigos y compañeros.
—¿Qué tal te fue hablando con él? —el rubio preguntó discretamente acortando distancia con la hija del sargento —. Porque parece que se lo ha tomado bastante aceptable. Aunque le es imposible ocultarlo.
—¿Hablar sobre qué? —cuestionó ella de vuelta juntando ambas cejas, llena de curiosidad y confusión.
—Ya sabes sobre qué... —Dakota pareció imitar la expresión de Allison —. ¿No se lo has dicho?
Ella negó con la cabeza, sin palabras. Aquello de lo que tanto se preocupó toda una mañana volvía para atormentarla aún más.
—Pues parece que ya sabe todo al respecto —mencionó el soldado, retirándose de ahí con un vaso en cada mano.
Allison respiró hondo. «Supongo que pronto tendremos una larga charla...», pensó, siguiendo a Dakota con otras dos bebidas en sus manos.
—¿Qué es lo que hará ahora que no podrá acompañarnos, sargento? —preguntó el mismo soldado que admiraba tanto a ese viejo como todos los demás presentes.
—Relajarme, dormir más de ocho horas diarias y tal vez hacer cosas que nunca antes he hecho —respondió, relajándose lugar sobre el sofá.
Allison se acercó a él y le entregó su bebida. El rubio pasó a un lado, posando su mano libre sobre el hombro de la Black.
—Tienen que hablar —le recomendó en un susurro, siguiendo de largo tan pronto dijo lo que tenía que decir.
Allison asintió sucesivamente, armándose con el valor suficiente para llamar la atención de su padre tímidamente. Los oscuros ojos del viejo ornamentados con más de un par de arrugas a su alrededor, miraron fijamente a su querida hija y como si le hubiese leído la mente, abandonó su cómodo asiento. Con uno de sus brazos rodeó a la chica, posteriormente encaminando a su descendiente hacia el pequeño patio de su vivienda.
—Papá... —Allison susurró, siendo interrumpida por el mencionado con un ininteligible sonido con su boca.
—Lo sé todo, cariño, o al menos en parte —habló Robert, tratando de mantenerse firme frente la preocupación y tristeza que la noticia que él solo dedujo le provocaba —. Vas a irte también, ¿verdad?
Su hija, en el fondo sintiendo una pequeña porción del sufrimiento de su padre, asintió con la cabeza.
—¿Cuándo lo supiste? —preguntó ella después.
Robert inmediatamente procedió a quitarse el reloj plateado de la muñeca, posteriormente enseñándole a su hija la hora exacta en la que el reloj se detuvo.
—Fue algo difícil de aceptar en un principio, pero al final no me queda más que apoyarte como siempre lo he hecho.
Allison se abalanzó sobre él con un abrazo.
—Cuidado con los apretones —le dijo su padre por la fuerza desmedida que le otorgaba la prótesis de su hija.
(...)
La joven recluta ahora se despedía de su padre y amigos, llevando en su espalda todas sus pertenencias y algunos de los objetos recomendados por los miembros del pelotón Hawk. La acompañante del oficial, más preocupada que el propio y más cercano compañero de Allison, la sujetaba fuertemente de las manos mientras ella mantenía sus ojos cerrados y oraba en silencio por su seguridad.
—Jenn, todo estará bien. Ella estará bien —insistió Richard, sonriendo por la maravilla de persona que era su futura esposa.
Robert se acercó a Dakota con determinación, y antes de que éste último se excusara por sus fallidos intentos de impedir que la chica se uniera a ellos, el veterano le extendió la mano.
—Sé que no es tu deber pero... necesito que alguien vea por ella. ¿Puedo confiar en ti? —sus ojos cansados aún mostraban su preocupación.
El rubio estrechó su mano, decidido a hacerlo. Después de todo era lo menos que podía hacer después de las cosas que el sargento había hecho por él.
—Te recomendé con la señorita Clover, por lo tanto ahora tú serás quién cuide de todos ellos —informó, sorprendiendo al joven soldado con tal noticia —. Felicidades, sargento —Robert sonrió de orgullo.
—Gracias, señor. Significa mucho para mí viniendo de usted —pese a que siempre debía mantener una actitud seria, por ese momento se permitió sonreír.
—¡Dakota, el transporte llegó! —anunció la morena apenas asomando la mitad de su cuerpo por la puerta principal.
Ambos hombres hicieron un último saludo militar antes de que el soldado y la recluta Black se marcharan subiendo al transporte dónde se encontraban también personal y nuevos reclutas de CyberTec.
Ubicación desconocida...
Yeti
Yeti cayó de espaldas con todo su cuerpo sudoroso y con más de un moretón en diversas partes del mismo. Su respiración turbulenta cada vez tomaba un ritmo más calmado y sus músculos descansaban por momentos del dolor.
—Entrenas muy duro —le dijo su oponente, parada frente a ella —. ¿Algunas vez consideras dejar de poner tu cuerpo al límite?
—No puedo —le contestó, haciendo un gran esfuerzo por volver a levantarse y seguir con la pelea.
—Los humanos necesitan reposar —insistió la mujer frente a ella en un educado porte.
—No soy como todos los demás —replicó dirigiendo su puño hacia su rival para seguir con su entrenamiento.
Morrigan esquivó el golpe con facilidad luego de que su protegida había derrochado la mayor parte de su energía en intentar vencerla en un combate cuerpo a cuerpo.
—Tienes razón —susurró caminando de espaldas —. No todos tienen una enfermedad degenerativa ocasionada por un ataque químico al que se suponía que no debía de sobrevivir.
Yeti volvió a reincorporarse, dispuesta a abalanzarse sobre su mayor en una nueva ocasión.
—Y es por eso mismo que no debes de tener miedo a verte débil —continuó deteniendo el arranque de la mujer con otra evasión que hizo tambalear a Yeti y caer con su mismo impulso —. Recuerda que tu vulnerabilidad también puede ser tu mayor fortaleza. Y cuando la fuerza bruta no funcione, utiliza la cabeza y engaña a tu oponente.
Morrigan le ofreció su mano para ayudarla a levantarse, la cual aceptó gustosamente pese a la paliza que había recibido por su parte.
—Sí que es buena para eso, señora —le dijo la joven de piel pálida y blancuzco cabello.
—Se podría decir que es talento natural —Morrigan sonrió, pasándole una pequeña toalla para que su compañera pudiera limpiar el exceso de sudor.
Un mensaje llegó a la red de Morrigan, desvaneciendo aquella sonrisa al instante.
—Ya es hora de irme —le dijo, cambiando su postura a su habitual porte elegante —. No olvides esconder el artefacto, y usarlo para cuando yo no esté.
Yeti asintió, todavía inquieta sobre las razones por la cual su señora había decidido que ella se quedara en la base y cuidara aquello de lo cual también carecía de explicaciones.
(...)
—Oye, Yeti —la voz gruesa de su compañero la hizo alejarse de los recuerdos —. No creo que este sea un buen momento para distraerte.
La mencionada alzó la mirada para observar con atención todo su alrededor. Sus oscuros ojos fueron puestos encima de uno de los miembros más importantes de la jerarquía en su gente. Otro hombre de desgastada armadura de metal que se encargaba de los trabajos duros lejos de casa de encontraba en medio de una rápida junta con Lady Shiva. Éste mismo la miró, haciendo que ella desviara su mirada con rapidez.
La soldado respiró hondo. Desde que Morrigan ya no se encontraba con ellos se sentía sola en medio de toda esa gente.
—Me preocupa Morrigan... —dijo Shiva delante de todos ellos.
—Sabe cuidarse. Tú misma lo has dicho —habló otro, confiado —. De una forma u otra volverá.
Yeti acarició el artefacto que aún residía en una de sus bolsas. No podía ignorar la intriga que ese objeto generaba en ella, pero no había logrado decifrar para qué servía o cómo era que lo iba a hacer funcionar. Seguido de eso miró a los dos que hablaban frente a ella. Shiva y Krishna llevaban horas discutiendo el siguiente paso hasta que la primera sacó el tema de conversación.
—¿No has logrado contactar con Morrigan? —preguntó el soldado, dirigiéndose a la mujer que hacía de guardia a unos metros de ellos.
Los nervios llegaron a Yeti. Eso hasta que se incorporó recta en su lugar y dio su respuesta:
—De momento, no.
—Si sabes algo, agradecería que nos lo comunicaras —mencionó Shiva con la misma preocupación presente.
—Serán los primeros en saber, mi señora —hizo una leve reverencia al inclinar su cuerpo al frente.
Trás eso, Shiva le sonrió. Sólo con pocas personas se había mostrado más amable y menos severa.
—Entonces, ya deberíamos de seguir con nuestros planes —indicó su acompañante, volviendo a ver las luminosas pantallas frente a ellos.
El hombre de armadura de metal extendió su mano para ofrecerle ayuda a su compañera para que se pudiera levantar de su cómodo asiento. Ayuda que fue bien recibida a pesar de que no fuese necesaria.
—Iré de visita a México y Yaca vendrá conmigo —indicó la alta mujer de característicos tatuajes, sujetando a su igual del hombro —. Sé que trabajas solo, pero necesito que alguien aprenda de tí; que se mueva, piense y hablé cómo tú.
—Lo sé —le respondió sin negarse a nada —. Prometo que obtendrás un resultado formidable.
Shiva sonrió, pronto desviando su vista a la mujer de cabello blanco.
—No lo espero de tí —susurró por último antes de marcharse con Yaca a un lado.
Einar asintió, girando de sus talones para pronto tomar rumbo hacia su nueva protegida. En ese mismo instante no dudó en inclinar su cabeza al detectar algo raro en ella.
—¿Pasa algo, o por qué estás nerviosa? —cuestionó.
Al principio, Yeti se quedó muda buscando como lograr hacer que las palabras aparecieran. Por fin el soldado que más admiraba le dirigía la palabra.
—Me disculpo, señor. Es sólo que yo no sé cómo servirle adecuadamente.
El oscuro visor que cubría el rostro del soldado, no le permitió a Yeti intentar adivinar qué era lo pensaría su nuevo mentor con su respuesta.
—Aprenderás —le dedicó el soldado tomando un pequeño objeto de uno de los compartimentos de su armadura.
La mujer recibió aquella parpadeante tablilla con una serie de números en ella. Antes de que expresara su duda, Einar se le adelantó:
—Ve por tu armadura, que nuestro trabajo no es para nada fácil.
Ella asintió, rápidamente dirigiéndose a un puesto especial donde se le podría proporcionar dicha armadura. Aún no sabía a dónde se dirigía, o qué haría con la última voluntad de Morrigan. No obstante estaba más que dispuesta a recorrer un camino desconocido para saberlo.
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