5

Allison abrió los ojos, sintiéndose rara. Diferente. Lo primero que le llegó antes de la duda y preocupación, fue un gran alivio por aún seguir con vida. Al momento de tratar de hacer algún movimiento con su brazo le fue imposible al estar amarrada a una fría silla metálica, y en su mismo lugar era suministrada de sangre. 

—Maldición... —susurró.

Dakota a tan solo dos metros de distancia, alzó la vista con una notable expresión de alivio en sus ojos. El rubio poseía hematomas e inclusive cortadas recientes. Eran tan inusuales sus heridas que era obvio que no se las había ganado cuando el Vampac chocó. Al menos, no todas.

—Despertaste.

—¿D-Dónde estamos? —preguntó Allison, observándose de abajo para arriba.

Si no mal recordaba, antes de llegar a parar en ese lugar, estuvo al borde de la muerte. Pero ahora, gracias a quien sea que le haya suministrado la nueva sangre a su sistema, se sentía mucho mejor.

—Nos encontramos en un cuarto oscuro donde las sombras reparten golpes —aclaró el soldado, mirando su única fuente de luz: un foco en medio de la habitación que parpadeaba una y otra vez entre cortas pausas.

Su atención fue robada por pasos tan pesados provenientes de algo o alguien que se dirigía a ellos. Sus ojos se centraron por completo hacia aquel oscuro pasillo. El eco de los pasos terminó justo allí. Pronto una figura femenina se reveló entre la oscuridad, caminando con completa calma hacia ellos dos. Su rostro, a excepción de sus ojos, era cubierto con algo parecido a una manta, sin mencionar que, por el brillo titilante de la poca luz disponible y la falta de su uniforme en ciertas partes de su cuerpo, se revelaban inusuales trazos y rupturas sobre la piel morena de la misma. Allison no dejó de verla. El hecho de que una Sintético fuera quien los tuviera de rehenes y además formara parte de todo el caos allá afuera, no haría más que levantar más el odio y discriminación que ya de por sí sus creadores tienen hacia ellos.

—Perdón por no poder darte la mejor comodidad, pero eso es lo mejor que puedo hacer —expresó la mujer, tomándose de la cintura.

La extraña vestía como cualquier otro soldado, pero con un uniforme más ajustado y personalizado. En ese mismo era posible destacar un patrón de camuflaje que sólo le debía de dar ventaja en lugares gélidos.

—No hay porque disculparse. ¡Es muy agradable la estadía! —habló el soldado Dakota como cortesía, al mismo tiempo en que forcejeaba con las ataduras.

—Era obvio que no te hablaba a ti —replicó la mujer, viendo al soldado con desdén.

Por como se veían mutuamente y como el soldado buscaba burlarse de la Sintético, Allison podía pensar que ya tenía algo de tiempo "charlando". Por si fuera poco, ella estaba en medio y podría ser usada por su captora para mostrarle al soldado lo que era capaz su captora. Antes de la adrenalina generada por el miedo a la muerte, pensó por momentos en lo que pudo haber sido de Brad y Richard. ¿Los habían capturado? ¿Asesinados? Todas sus preocupaciones saltaron a su cabeza, aún sin embargo no podía permitir que sus nervios la traicionaran. No ahora.

—¿Qué es lo que quieres? —inquirió, sin dejar de mirarla.

—Sólo quería echarle un vistazo a mis invitados —respondió la mujer hablando con elegancia —. Soy Morrigan, su anfitriona —se presentó, haciendo una rápida reverencia.

Allison y el soldado Dakota se mantuvieron en silencio hasta que este último decidió abrir la boca.

—Debe estar pérdida, señorita. No estamos en ningún baile real pero, por lo que veo, no puede distinguir la sangre derramada en el suelo de un vino tinto —una sonrisa burlona se vio reflejada en su rostro.

Tal vez su comentario tenía cierta gracia, pero para Allison no la había por el simple hecho de ambos no estaban en el lugar correcto para hacer ese tipo de chistes. La mujer retiró aquel pañuelo de su rostro, mostrando una sonrisa. Después se acercó lentamente al hombre, con aquella expresión desapareciendo de su rostro poco a poco.

—¡Pero que descortés! —fingió indignarse ante tal comentario —. No estás tratando con cualquier persona.

—Espero y mis palabras no dañen su ego —expresó el soldado, tratando de hacer una reverencia como otra de sus burlas.

Una leve sonrisa apareció en el rostro de Morrigan que, tan rápido como llegó, también se desvaneció. Cerró su puño y golpeó con fuerza al hombre en el estómago. Dakota, con ese solo aporreo recibido, exhaló todo su aire con una carcajada.

—Parece que no usas toda tu fuerza —la desafió ocultando el dolor con una sonrisa irritante, posteriormente a eso escupió sangre al suelo.

La mujer hizo una mofa.

—Me sorprende el punto al que puedan llegar con tal de sólo dar una buena impresión —habló Morrigan, dando la vuelta para acercarse a Allison —. ¿Qué hay de tí, eres más educada que él? —cuestionó inclinando un poco la cabeza. No tardó mucho en esa posición porque para ese entonces, ya se había contestado a sí misma. —. Pero claro que tienes que serlo. He salvado tu vida. Una conversación clara y respetuosa es lo mínimo que debo obtener de recompensa.

—No estoy segura de ello... —Allison llevó su vista al soldado retenido también a su lado.

En el fondo sabía que Dakota trataba de alguna manera eliminarse a sí mismo para evitar tener que ceder a las peticiones de su captora.

—Abrelatas, sigo aquí —exclamó el soldado, apenas recuperándose del último golpe.

Para ser un simple hombre, era muy persistente e irritable, incluso para Allison. Morrigan hizo un chasquido con un par de dedos, llamando a dos hombres más para que les hicieran compañía. La morena apuntó a Dakota y estos inmediatamente se acercaron para golpearlo.

—Puedes considerarlo una sesión de modales —indicó la mujer mientras se cruzaba de brazos, contemplando con satisfacción como era golpeado.

Allison también no dejaba de verlo, ni siquiera podía creer como él era capaz de soportar todo eso y por lo que veía, no era la primera vez que lo hacían.

—¡Basta! —alzó la voz, tiempo después de ser testigo.

Morrigan enarcó una ceja, mirando a la oficial.

—Querida, se les tiene que educar —replicó, acercándose a la mencionada.

Allison negó con la cabeza, mirándola con firmeza.

—¿Por qué hicieron todo esto?

Su servidora aguardó unos segundos en silencio en lo que se acercaba a su prisionera.

—No lo entenderías, pero supongo que tienes una burda idea —indicó Morrigan, relajando su postura cada vez que hablaba con ella -—. Ahora dime, ¿dónde está Anne Clover?

—¿Qué?

A duras apenas recordaba que había pasado antes de despertar en ese lugar. Lo demás para ella aún seguía en blanco.

—Por favor, no empecemos con esto —pidió Morrigan pasando dos dedos por el puente de su nariz, claramente mostrando que no quería darle más vueltas al asunto —. Tú preguntaste, yo respondí. Ahora yo pregunto, tú respondes.

Allison quedó en silencio por breves momentos, hasta que se decidió en responder tal y como se lo pedía su anfitriona.

—No sé dónde está.

Le había tomado tiempo dar su respuesta, pero al menos decía la verdad. Aunque en realidad eso no era lo que importaba o poseía un sólo valor para su custodia. Morrigan no evitó esbozar una sonrisa, a la vez que encogía los hombros.

—Bueno, él sí —indicó, apuntado con uno de sus dedos al otro hombre.

Los mercenarios dejaron de golpear a Dakota. El soldado, manchado de su propia sangre en compañía de varias hematomas, negó con la cabeza y aún cabizbaja era capaz de sonreír como burla para su anfitriona.

—Veo que no te importa morir —mencionó Morrigan encogiendo ambos hombros con irrelevancia —. Menos tiempo para lamentos.

La mujer desenfundó una pistola para luego apuntar con ella al soldado que no hacía más que quitarle tiempo. Dakota se mantuvo al margen viendo con firmeza a su verdugo.

—Muy bien —su dedo comenzó a apretar el gatillo.

—¡Espera! —un tercero la interrumpió.

Morrigan bajó el arma, impresionada de que esa persona aún siguiera consciente. Pasó por en medio de sus primeros dos prisioneros para poder llegar hasta el sargento del pelotón que tiempo antes había suplicado por la vida de la oficial. Allison trató de girarse de su asiento al escuchar a su padre.

—Sargento, nuestra misión... —decía el soldado antes de ser interrumpido por otro hombre que le cerró la boca de un puñetazo.

—Su punto de extracción es en la instalación de CyberTc —Robert reveló lo que tanto Morrigan había querido saber y su subordinado, ocultar, provocando que la interrogadora bajara los hombros con desánimo al ser un lugar muy difícil de acceder.

—Es bueno que hayas decidido hablar, dudo que haya hecho entrar en razón a tu soldado —Morrigan se arrodilló, observando lo mal herido y pálido que se encontraba el sargento por la emboscada, y al tener que dar de su sangre para salvar a la oficial.

—Papá... —lo llamó Allison con una temblorosa voz.

—Ali, te prometo que todo esto acabará rápido... —respondió Robert, deseando también poder girarse de su asiento para poder verla.

Morrigan se alzó de su lugar, sonriendo por lo conmovida que debía de estar por esa escena. La oficial comenzó a sollozar. Ya no le importaba la situación en la que se encontraba, sólo quería hablar con él si esa era su última oportunidad.

—Perdóname, no hice suficiente...

—Hiciste todo lo que pudiste, mi niña —replicó el viejo apretando los ojos con fuerza, deseando que nada más le sucediera a su única hija —. Sin importar que pase, quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti.

El soldado que era callado a golpes, observó al lugar de donde su captora había provenido. Había visto algo moverse entre las sombras y, sin duda alguna, sabía que no eran más de esos bastardos que entraban a golpearlo.

—¡Cierra los ojos! —le dijo lo más rápido que pudo a la oficial.

Allison arrugó la frente, confusa. Al ver como una pequeña esfera plateada entraba rodando al lugar fue cuando hizo lo que el rubio a su lado le pidió, girando su cabeza a otro punto antes del gran destello que aún así la afectó. Tres soldados entraron en la habitación disparando a los enemigos que tenían cautivo a dos de sus compañeros. Por más que descargaron todo lo que tenían en Morrigan, esta misma seguía de pie con los proyectiles rebotando de su piel. La morena divisó los orificios creados en su uniforme. Su cara de confusión y sorpresa cambió repentinamente a un semblante serio.

—Es de mala educación interrumpir —se quejó juntando ambas cejas juntas.

Aquellos tres recargaron armas, dispuestos a darle muerte de cualquier manera. Fue entonces cuando la encapuchada se abalanzó sobre ellos, igual que un feroz León al ser interrumpido en su festín. Lo que hizo primero fue inutilizar las armas de sus atacantes al doblar el cañón de las mismas, después desenfundó un largo cuchillo curvo para asestar un mortal golpe en el vientre a uno de los soldados.

—¡Masen! —exclamó otro de ellos.

El soldado que era apuñalado sólo veía el lugar donde la cuchilla era hundida, pero después levantó la mirada a la mujer que se había convertido en su verdugo. No se veía satisfecha, titubeante o alguna otra cosa. Sólo parecía estar pensando. Tal vez no en su muerte, pero sí en algo que la preocupaba más que ese asalto de parte de aquella escuadra de soldados. Trás eso dejó ir su último suspiro, convirtiéndose de poco a poco en peso muerto y permitir que Morrigan bajara lentamente su cuerpo hasta el suelo.

—Tan sólo lo que buscaba era una ubicación —murmuró para todos en general —. Odio tener que llegar a esto —suspiró, aceptando el hecho de que tenía matar a todos esos soldados antes de hacer alguna otra cosa.

Morrigan detectó a una persona más en la sala. Por primera vez en mucho tiempo, alguien peligroso. Giró sobre sus talones para ver una silueta de oscura armadura que activó su camuflaje apenas tuvieron contacto visual, dejando caer una granada que se accionó a los pocos segundos. Hubo un destello a su alrededor, friendo los circuitos de todo aparato eléctrico y eliminando su única iluminación. El escudo magnético que llevaba Morrigan apenas logró protegerla del pulso electromagnético de la granada, pero no del ataque directo de ésta misma persona que logró abatirla en segundos con una daga de calor al realizarle cortes precisos e inutilizar su cuerpo por completo. Todo dentro de sí tenía fallos, impidiéndole hacer algo para defenderse. La androide maldijo, buscando una alternativa a su gran problema. Los soldados se acercaron con sus armas fijas en los dos desconocidos, siendo espectadores. Vieron con atención como el otro soldado, perteneciente a un grupo de élite de operaciones encubiertas, y que había ayudado con el escape de Anne Clover, extraía un pequeño artefacto. Cuando lo hizo, fue cuando el cuerpo de la afamada Morrigan dejó de mostrar señales de vida. Ninguno de ellos tenía ni la más mínima idea de lo que había pasado, pero sí se sentían con un gran alivio de haber recibido algo de ayuda.

—Los cinco no cabalgarán juntos de nuevo —sentenció, observando el artefacto entre sus manos.

Su voz era distorsionada por su mismo casco, haciéndose difícil de identificar para los soldados. Ninguno podía decir si era hombre, mujer o sintético. El resto de los soldados bajaron sus armas para cuando el peligro desapareció.

—Atrapa —indicó, lanzando el artefacto hacia uno de los soldados.

El último de ellos apenas logró tomar entre sus manos aquel extraño objeto antes de que cayera al suelo. Quien les había ayudado a acabar con Morrigan, colocó dos dedos en el costado derecho de su cabeza, recibiendo el llamado de alguno de sus compañeros.

—Voy para allá —indicó haciendo a un lado a los soldados para poder pasar entre ellos y desaparecer.

Uno de sus salvadores se aproximó a Dakota para liberarlo de su incómodo asiento. Luego Allison, y por último el sargento. Mientras que el otro checada el estado de su compañero caído, buscando alguna manera de devolverlo a la vida pero era imposible... Ya había muerto.

—¿Allison? —preguntó Dakota, esperando cualquier respuesta de su parte.

La mencionada abrió y cerró los ojos sucesivamente. No lograba ver nada más que una simple mancha blanca a cualquier punto que mirara hasta que poco a poco su vista comenzó a aclararse de nuevo, teniendo de primera vista al soldado rubio que la había acompañado todo ese tiempo. Giró su cabeza hacia el cadáver de Morrigan. De él brotaba un líquido azul que pronto se fusionaría con la sangre del soldado que había muerto. Después la vista de Allison fue a su muñeca izquierda, ahí era por donde le proporcionaban y reponían toda la sangre que había perdido en todo su camino. Su padre, de preocupante aspecto, la ayudó a levantarse. Posteriormente le propició un fuerte y cálido abrazo.

—Es hora de irnos de aquí —dijo, separándose de Allison para luego mirar a Dakota —. Ayudala a salir, por favor.

El soldado sólo asintió, acercándose hasta la oficial para serle su apoyo mientras ella se animaba a caminar. Los demás alcanzaron a sujetar a su sargento antes de que cayera al suelo por un paso en falso que dio, pero sólo uno de ellos lo ayudó a seguir andando mientras que el otro levantaba a Masen y también lo llevaba hacia el Vampac. Todos avanzaron entre la oscuridad hasta llegar a los cuerpos de sus compañeros caídos y de los enemigos abatidos para cuando los refuerzos arribaron en el lugar.

El silencio se apoderó del lugar. Demasiadas buenas personas se habían ido. Todos ellos sabían que en algún punto debían aceptar la muerte de alguno de sus compañeros pero ahora que era el momento de hacerlo, parecía imposible. Allison caminó ladeada. Aún no recobraba toda su energía pérdida durante su trayecto a ese lugar.

—Interesante... —escuchó curioso e impresionado al soldado que se había hecho con la posesión de aquel misterioso artefacto —. Esto haría más que feliz a Miller —continuó en voz baja, guardándolo en uno de sus bolsillos posteriores.

—Mas vale que lo cuides, Mike —habló el sargento —. Después de todo esto, iremos detrás de esos bastardos.

El mencionado hizo un saludo militar, acatando la orden.

—¿Dónde está su vehículo? —inquirió Dakota haciendo caso omiso a los cuerpos ahí tendidos.

—Cruzando la calle —respondió su compañero, apuntando en dirección al otro Vampac.

Dakota asintió, acercándose al vehículo para ingresar a la oficial dentro. Luego regresó a los cuerpos de sus compañeros caídos para tomar sus placas y guardarlas. Era la mínimo que podía hacer ahora que ya se habían ido. Robert colocó su mano sobre el hombro del hombre, seguido de darle un leve palmada de consuelo.

El soldado Davis tomó el volante mientras su compañero se hacía con el asiento del copiloto para dejar a Dakota, al sargento y a la chica atrás cuidando del maletero, lugar donde residían sus camaradas de momento. El soldado Dakota quedó sumido en sus pensamientos, mirando por la ventana raspada a su derecha. Durante el transcurso no pudo evitar ver cómo la guardia nacional encaminaba pequeños grupos de civiles a un lugar seguro de la ciudad, o lejos de la misma.

—Me parece que llegamos en buen momento —comentó el copiloto observando minuciosamente por la ventana.

—Lo hicieron. De no haber sido así... —Dakota no logró seguir en ese instante porque cuando eran interrogados pudo dejar que la hija de su sargento fuera asesinada de la manera más dolorosa posible o, que su misión fracasara; probablemente matando al resto del pelotón.

Cual hubiese sido su decisión, estaba seguro de que no podría vivir con la poca tranquilidad que le quedaba.

—De no haber sido así, no se sabe con certeza que hubiera sido de nosotros —Robert respondió por él, mirándolo fijamente y no necesariamente para reprochar cualquier decisión que pudo haber tomado.

—Lo que importa ahora es que hemos salido —comentó Mike, girándose de su asiento para poder verlos mejor.

El soldado de enfrente regresó a su posición normal para buscar vendas o alguna otra cosa que pudiera servir para tratar cualquier sangrado. Por lo menos logró encontrar un Kit médico no usado en su totalidad. Posterior a eso se lo cedió a Dakota.

—«Tiene razón. Es lo que importa»—, pensó el rubio, echándole un vistazo a la herida de bala la parte superior izquierda del pecho del sargento. Por un momento había creído que iba a requerir más cosas para su cuidado, pero no fue así. Todo ya estaba hecho. Aún le era difícil entender porque esa tal "Morrigan" se había encargado de los delicados cuidados que debía tener en el poco tiempo que estuvieron a su disposición. Aún así, Robert se veía pálido y más cansado. El haber dado de su sangre para salvar a su hija estaba cobrando factura. La chica se movió un poco para ver como Mike acariciaba una fotografía de un pequeño niño no mayor de los siete años, queriendo sin tener que decirlo, estar a su lado. Tal vez era así como su padre la veía cuando estaba a punto de iniciar una operación, o cuando ésta concluía. Realmente era una persona afortunada por tener aún a su padre con ella.

Entonces, su padre gruñó de dolor.

—Hicieron bien, niños... —dijo dando un gran respiro y luego exhalando el mismo aire con cansancio —. Hicieron bien.

—Gracias, señor —respondió Dakota, casi igual de agotado físicamente.

Robert cerró los ojos y quedó sumido en un profundo sueño, preocupando a su hija quién se encontraba al lado.

—Está bien. Déjalo descansar, sólo un poco —le dijo el rubio.

El Vampac siguió su curso, avanzando entre los escombros y automóviles abandonados. Los tiroteos ya casi habían cesado del todo, escuchando en la ausencia de los disparos uno que otro llanto y ladridos de los perros que ahora vagaban por las calles, huyendo del peligro.

Lo peor ya había pasado.

—¿Sabes? —Dakota le dirigió la palabra una vez más a la mujer —. De nada me sirve decirte que deseo que esto nunca hubiese pasado, pero ten en cuenta que tú y todo tu departamento son los héroes de esta historia —de alguna forma trató de reconfortar un poco la agitada mente de la oficial que no hacía más que preocuparse por cosas que estaban fuera de su control.

Trás eso, el hombre prefirió no decir nada más al respecto para que ella se procesara un poco más a los amigos y compañeros que había perdido en ese día tan trágico. Después de todo, se trataba de un proceso largo para dejar ir a quienes más estimaba.

—¿Han averiguado algo de los demás? —indagó el soldado, bastante curioso y esperanzado de que el resto del pelotón haya vuelto al punto de extracción a tiempo o al menos que estuviesen en camino.

—No —negó al instante el conductor con algo de pesimismo, pensando en el peor de los casos.

La frente de Dakota fue arrugada ante tan rápida y concisa respuesta.

—¿Con Hemsif? —volvió a preguntar, pensando en la piloto que los sacaría del lugar.

El soldado volvió a negar con la cabeza. Era como si estuviesen a la deriva, y lo único que podían hacer fuese confiar en su instinto e instrucciones.

El camino siguió tranquilo para Allison. Demasiado para ser verdad.
El soldado que con gusto le brindaba su ayuda, se encontraba sumamente distraído viendo por la ventanilla, aún así no quitando sus manos de encima de aquel rifle. No volvería a cometer el mismo error de bajar la guardia. Los soldados de enfrente charlaban entre ellos sobre las personas que habían perdido el presente día, así como de las personas que los esperaban en algún lugar del mundo. Después de todo servía hablarlo con alguien y no guardarlo como lo hacían sus dos pasajeros.

—Hey, ¿siguen vivos ahí atrás? —inquirió el copiloto, asomándose entre los asientos delanteros.

Dakota asintió.

—¿Cuánto falta por llegar?

—Quince minutos —respondió el conductor, realmente centrado en la única tarea que tenía al volante.

Dakota suspiró. Lo poco que deseaba saber era si su misión había sido cumplida y con eso, esperando que las muertes de sus amigos y compañeros no fuesen en vano. Para su suerte era el único que deseaba una respuesta.

—¿Qué pasó con Anne? —preguntó Allison, hablando por primera vez en todo el camino.

Aquella pregunta tomó a Dakota desprevenido. No esperaba que fuese a hablar, al menos con ellos.

—Escapó con un poco de ayuda —respondió mirándola de inmediato —. En estos momentos debería de estar refugiada en alguno de esos búnkeres de CyberTec.

La oficial asintió más tranquila, volviendo su vista hacia los paisajes de los que todavía seguía siendo parte de New York. Después de lo que había pasado, aún no lo había perdido todo.

La velocidad del Vampac comenzó a reducirse, indicando estaban por llegar al punto de extracción. El blindado giró a la izquierda, entrando por un camino lleno de ramas y piedras sueltas. Después de tantos brincos y jadeos, finalmente arribaron a la zona de aterrizaje, misma de la cual no se encontraba absolutamente nada ni nadie. Dakota fue el primero en bajar con sumo cuidado; aún portaba el mismo rifle entre sus brazos, teniendo también un dedo al lado del gatillo.

No podrían haberse ido sin ellos.

—Trata de comunicarte con Hemsif —ordenó.

El copiloto asintió, seguido de tomar radio y buscar en varios canales privados a la persona que los sacaría de ese lugar. Davis también descendió del vehículo para darle apoyo a Dakota en caso de ser necesario.

—Creo que lo mejor sería bajar a nuestros compañeros —comentó el soldado moreno.

Dakota asintió y entre ellos dos lo hicieron. Los colocaron sobre el suelo con cuidado, siendo respetuosos y dejando el arma que portaban sobre ellos.

—No hay más que estática —dijo el soldado de tez pálida, bastante confuso —. Seguiré probando —volvió a decir Mike con un par de gotas de sudor cruzando por su frente.

Dakota le extendió el pulgar hacía arriba, señalándole que lo había escuchado.

A lo lejos fue posible escuchar el sonido de los motores, parecido a la de un auto, que iba de camino a su misma posición; eso sin descartar las ramas que crujían con fuerza conforme acordaba distancia. Todos alzaron sus armas y apuntaron en dirección al sonido. Pronto otro Vampac llegó al lugar con múltiples marcas de plomo tanto en los vidrios blindados así como en toda el duro casco de éste.

Aún ninguno de los soldados había bajado su arma. Cabía la posibilidad de que algunos de los responsables del ataque hayan secuestrado aquel vehículo para despistarlos y traicionarlos a la primera oportunidad. Por suerte toda expectativa cambió por completo cuando una persona abrió la puerta del copiloto y descendió del vehículo otro soldado todo polvoriento con algunas marcas de sangre por todo su cuerpo.

—Esos malditos... —murmuró el hombre calvo mientras bajaba del Vampac, sacudiendo a la vez una gorra militar que solía llevar.

Al mismo instante en el que observó las armas, se detuvo.

—Ha sido un largo día, ¿no?

—Me pregunto cuándo acabará —respondió Dakota, bajando el rifle para acercarse a él y recibirlo como era debido —. ¿Es toda tu escuadra? —inquirió viendo a los cuatro hombres que bajaban del vehículo.

—Por una maldita suerte, así es —respondió el mismo, limpiando con una de sus mangas todo el polvo que se había ido acumulando en sus párpados y además le limitaba ver con claridad.

Más soldados comenzaron a descender del vehículo, mientras que uno de ellos, al ver el espacio de aterrizaje completamente vacío, hizo la misma pregunta que la mayoría al llegar allí:

—¿Dónde está nuestra extracción?

—Eso tratamos de averiguar —respondió Davis.

Otro vehículo arribó al lugar, no era un vehículo blindado como los Vampac, si no, un auto común y corriente con los parabrisas destruidos y puertas que habían sido desmanteladas. Dos soldados bajaron de él, uno para ayudar a otro de sus compañeros que se encontraba herido en los asientos traseros, ya siendo tratado por una de sus compañeros, mientras el otro se acercó a Dakota y al hombre calvo presentándose como el líder de esa escuadra.

—Creí que nos dejarían —mencionó él viendo a sus compañeros con cierto alivio —. Mack está herido, ¿no tienen más vendajes?

Dakota asintió con la cabeza y luego miró el primer grupo que había llegado. Uno de ellos buscó dentro de su vehículo; con suerte encontraron lo que necesitaban.

—Tratamos de comunicarnos con todos ustedes, pero al parecer algo ocasionaba una interferencia. Y creo que sigue haciéndolo —habló Hal, el calvo de la gorra.

Entre el silencio que fue creado poco después de que cada líder de escuadra fue reunido, sólo hubo una sola pregunta que logró romperlo en ese mismo instante:

—¿Dónde está el sargento?

Finalmente alguien había notado la ausencia de Robert. Dakota liberó un pesado suspiro haciéndose a un lado para que todos pudieran ver al viejo recostado en los asientos traseros al lado de una mujer policía que tenía el mismo y cansado aspecto que el sargento.

—Hijos de puta —maldijo Jenkins, viendo al otro lado del Vampac a sus compañeros caídos.

Jenkins retiró su casco para rendirle respeto a sus compañeros caídos, así como Hal al sujetar la gorra y apretarla con la misma fuerza también ejercida en su mandíbula, reprimiendo los deseos de volver a la ciudad y darle caza a cada desgraciado relacionado con el ataque.

Realmente lo sucedido en ese día fue una desgracia.

—¡Ya entré en contacto! —informó Mike a todo volumen con las mismas ganas de gritar Aleluya —. Estará aquí en quince minutos.

Dakota asintió y miró al resto del pelotón.

—¡Ya escucharon! —dictó Hal volviendo a dejar su gorra en su cabeza para luego dirigirse a su escuadra.

Allison no dejaba de pensar en el largo día por el que estaba pasando. Muchas personas con las que había convivido innumerables veces habían perecido en aquel día. Y aún peor, había perdido su brazo más útil. ¿Qué más podía hacer ahora que no fuese un peso más? Su mente estuvo aislada de la realidad un buen tiempo entre todos los sucesos que había vivido, mismos de los cuales se repetían una y otra vez por su cabeza. También entre ellos recordó esos buenos momentos que servían de consuelo en un intento de reemplazar los nuevos. Observó por la ventanilla, mirando como todos los soldados que iban en el Vampac se habían juntado con los otros que recién acababan de llegar. —«¡Maldición!»—, gritó para sus adentros. No pasaba minuto alguno en el que no haya pensado en su padre y sus amigos. Lo peor de todo era que se sentía impotente, incapaz de hacer algo al respecto. Sabía que Robert estaba tan mal por haberla salvado, así como a aquellos oficiales que no podría regresarlos a la vida. Aún así, pensaba que posiblemente pudo haber hecho algo diferente para evitar que todo lo malo ocurriera.

—Hey —la llamó Dakota a través de la ventanilla dando pequeños golpes con los dedos.

El silencio del que gozaba la chica fue perturbada con la presencia de aquel soldado que se había llevado toda su atención.

—Pronto vendrán por nosotros. ¿No quieres tomar algo de aire fresco? —sugirió él, pronto abriendo la puerta para que ella bajara.

Allison asintió, bajando con cuidado y aún asiendo asistida por el soldado, portando su pistola en todo momento. Nunca se separaría de su arma por razones personales y de seguridad. Pasó al lado de algunos soldados, cada uno de ellos se retiró su casco como un sentido de pésame para ella. Le fue imposible evitar que un par de lágrimas cayeran.

—Lamento que todo haya terminado de esta manera —dedicó Dakota sin alguna otra idea para consolarla.

—Mi padre cree que todo está destinado a algo —replicó Allison.

—Podemos cambiarlo —replicó el soldado que la ayudaba a andar.

Definitivamente a Dakota no le agradaba la idea de que todo ya estuviera escrito; de manera simple le gustaba pensar que eran sus acciones y decisiones que lo llevaban hasta cierto punto.

La oficial se sentó en el suelo verdoso, buscando por donde perder su vista. No le importaba si Dakota tenía razón o no. No quería pensar en nada más durante un tiempo. Un soldado con iniciativa se le acercó para revisarla por el mal estado que se le podía ver. El soldado a su lado respondió con la orden de que se le dejara sola por cierto tiempo. Un lapso de más silencio fue interrumpido por el muy notable sonido de las hélices cortando el aire que, por su gran velocidad, el ruido era retardado.

Un helicóptero HH-60 de nueva generación arribó en el lugar, aterrizando con suavidad en el suelo, listo para salir del lugar inmediatamente. Una mujer abrió la compuerta deslizándola a un lado con una gran sonrisa de alivio dibujada en su rostro. En su mismo lugar no dudó en alzar la mano y saludarlos.

Varios de los soldados, incluyendo a Dakota, correspondieron el saludo.

El rubio extendió su mano a Allison esperando a que no fuese tan arisca y accediera a ser ayudada en otra ocasión. Y como tal, así pasó. La bella mujer ahora dañada física como emocionalmente se alzó del suelo con ayuda, e igualmente, siendo encaminada hasta el helicóptero. Mismo lugar donde no estaría tan sola como creería, pues ahí estaría Dakota a su lado en caso de tener que ayudarla con su padre.

Un grupo de integrantes del pelotón cargaron a los caídos y los transportaron al helicóptero, cada uno estaba cubierto por una manta y sobre ellos la arma que empuñaron durante toda la misión. Después siguieron los heridos. Sólo se podía llevar a unos cuantos de todos los presentes, los que se ofrecieron a quedarse esperarían pacientemente por otro transporte.

—Muy bien... —decía una mujer que acompañaba al lado a un soldado herido que subía al helicóptero —. Respira hondo.

—No me puedo ir aún... —replicó el otro a la vez que veía a su líder de escuadra alejarse del transporte.

—Tuviste más suerte de la que crees. Si tuvieras un agujero en la cabeza no dirías eso —replicó la morena revisando los vendajes alrededor de su pecho —. Pero no te preocupes, cuidaré de tí. Así que aprovecha para hablar de todo lo que se te venga a la mente, no quiero aburrirme en el viaje.

El herido se carcajeó con levedad, revelando con muecas en su rostro el dolor por el que debía estar sometido.

Por último, subió el sargento con urgencia de ser tratado por un grupo de cirujanos por la herida infectada en su pecho. La piloto pasó a ver a todos antes de retomar su puesto y encender los motores para marcharse de ese lugar de una vez por todas. La morena se encargó de asegurar las compuertas deslizantes para evitar un accidente. Sólo Allison pudo mirar por última vez la ciudad humeante de la que todos provenían antes de que su vista fuese obstaculizado por el oscuro metal característico del helicóptero.

Aún le era difícil creer en todo lo que vivió en ese mismo día, de todo lo que perdió y sufrió, era real. Estaba tan segura de que cuando volviera nada podría ser igual para ella, por más que deseara otra cosa.

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