3

Ráfagas de plomo sobrevolaban las cabezas de las policías locales. Estaban en pleno tiroteo siendo la única defensa de la hija del presidente de los Estados Unidos.

—¡Qué mal día hemos escogido para trabajar! —gritó Richard Raimond, antes ya presentado como integrante de la policía local.

El castaño sacaba su arma fuera de la cobertura de sus vehículos policiales y disparaba de ella, tratando de hacer frente a las personas que les disparaban.

Los hostiles que no les daban un respiro, mucho menos dejaban a los oficiales asomar para nada la cabeza porque realmente deseaban darle a alguno de ellos. Esto último era como esos típicos juegos de feria en los cuales consistía golpear los topos con un martillo cada vez que salían de su hueco.

—Al menos esto es más entretenido que cuidar una bodega de la biblioteca central —comentó su compañera de patrulla, Allison Black, sosteniendo su 9 mm.

Un fuerte golpe en el metal, a poca distancia de ellos dos, cobró su completa atención.

—¡Dejará de serlo cuando pasen por encima de nosotros y asesinen a la señorita Clover! —replicó el sargento Jhonson, aferrándose a su escopeta.

—Bien, Sargento. ¿Pero no cree que es mejor morir riendo que lamentando? —respondió Richard recargando la misma pistola que todos los oficiales de policía tenían —. Son demasiados, si no los acabamos ahora ellos lo harán con nosotros.

—Podemos con ellos —replicó el sargento buscando alentar a su equipo a no rendirse, no ahora que todo parecía terminar ahí —. No dejen que el miedo se haga dueño de su mente.

—¿Al menos llegará algo de ayuda? —inquirió nuevamente Richard, apenas soportando el horrible dolor de aquella herida en su hombro.

El sargento miró al cielo cubierto por el sofocante humo negro, cuya textura había sido dada por las llamas ocasionadas por los edificios destruidos por cargas explosivas y lanzacohetes RPG con el fin de arrinconarlos. Sabía que eran lo único que ahora podría proteger aquella mujer, pero no sabía si llegaría más ayuda antes de que sus enemigos barrieran la zona con ellos. Tal vez sí la tendrían, pero seguiría siendo tarde para ellos.

Los oficiales al ver al sargento sin expresión al instante supieron que no sabía nada relacionado a eso y en el peor de los casos, que estaban perdidos.

—Estamos muertos si no recibimos apoyo —dijo Allison, recordando cuando perdió su radio en alguno de aquellos edificios llameantes al momento de deshacerse de una camioneta llena de personas armadas —. ¿Alguien puede comunicarse por radio? —salió de su cobertura de momentos sólo para devolver un poco el fuego enemigo.

—Tengo uno —respondió Bradley, al otro extremo de la calle.

El oficial abandonó su lugar para acercarse al sargento con un fuego de cobertura de parte de sus compañeros, más un tirador agazapado sobre el techo de un pequeño local dio al primer intento al hombre que cambiaba de posición. Sólo Richard mejor que nadie fue capaz de presenciar como caía su cuerpo, haciéndole desear nunca haber hecho aquel chiste.

—¡Brad! —gritó con fuerza al ver a su mejor amigo caer al suelo.

De inmediato el castaño dejó su puesto para tratar de correr e ir a socorrer a Brad. No pasó mucho antes de sentir como algo además de la gravedad tiró de él, haciéndolo caer con la mejilla contra la acera. Aparentemente su mayor lo había derribado para evitar otra baja.

—¿Qué crees que haces? —reprendió el sargento.

El rubio al lado del sargento explotó por dentro al ver a su compañero de patrulla que iba a perecer a poca distancia de ellos.

—Bradley... ¡Maldicion! —gritó con furia y melancolía en su voz —. ¡Hijos de perra!

El castaño observaba desde el suelo como la rojiza sangre fluía de Bradley. Aunque se negara a hacerlo, si llegaba a salir de la seguridad que la abollada patrulla le ofrecía terminaría por compartir el mismo destino que él. Le tomó poco tiempo en salir de aquel trance del que era víctima, pero cuando finalmente lo hizo, no la pensó dos veces antes de arrastrarse hasta Brad y tirar de su uniforme para atraerlo a él. Se había arriesgado, muchísimo más de lo que lo haría en toda una vida. Sólo esperaba que su amigo siguiera con vida. Recargó su cuerpo con cuidado en la patrulla y tomó la radio que necesitaban antes de tratar de hacer algo con las heridas.

—Sigue funcional —avisó, aún despejando su mente para luego entregárselo al canoso hombre que le daba órdenes.

Una respiración ahogada anunció que Brad seguía con vida, pero muy mal herido como para que siguiera gozado de ese lujo. Jhonson tomó la radio y colocó su mano libre sobre el hombro de Richard, compartiendo su sentimiento de alivio. El aparato con el que se comunicarían fue colocado a unos cuantos centímetros de su boca, perplejo. Jamás creyó que experimentaría algo así en su vida.

—Llamando a oficiales en servicio, ¿me reciben? —comunicó, tratando de mantenerse estable para su equipo —. Necesitamos apoyo de inmediato.

La estática seguía persistente por cualquier canal al que tratara de pedir ayuda. Más minutos transcurrieron, llenando de malestar al hombre portador de dicho artefacto.

—¡Alguien responda, moriremos si no recibimos apoyo! —gritó, desesperado.

El sargento Jhonson no desea ver morir a todos las buenas personas bajo su mando, pero con todos los que hasta el momento habían perecido, aquella pesadilla se volvía cada vez más en una realidad. A sus oídos le fue posible escuchar en medio de los llantos, gritos y disparos, como uno de los oficiales accionaba el gatillo de su arma, pero ninguna bala era disparada. La munición ya había comenzado a escasear entre ellos, mientras sus atacantes parecían portar con munición infinita y aprovechaban de dicha ventaja para abarcar más terreno. Nuevamente posó sus ojos a todos los oficiales a cargo: Richard, Allison, Verónica, Terry, Jeff y Rey. Los únicos que quedaban de todo un departamento que tenía hace unas horas. Suspiró e ingenió una última jugada que les daría el tiempo suficiente para que encontraran más ayuda de oficiales o si es que tenían suerte, de la guardia nacional. Pero lo más seguro era que estarían ocupados tratando de mantener el orden en toda la ciudad.

—Todos tomen a la hija del presidente y avancen entre los edificios... —indicaba a sus hombres, antes de ser interrumpido por Jeff.

—Nos matarán antes de poder llegar a la esquina.

En el rostro de aquel hombre se veía la determinación en servir y cumplir con su deber como policía, con una ligera pizca de pesimismo por su situación.

—Por eso me quedaré aquí y los mantendré a raya al menos hasta que ustedes puedan pasar de aquella esquina —replicó el sargento entregando la única radio que tenía a Allison —. Tienen que sacarla de aquí.

Allison asintió y avanzó agazapada hasta llegar a Anne Clover, quien se encontraba donde anteriormente le había indicado que no se moviera. La joven se tapaba los oídos en un vano intento de no sucumbir aún más al miedo de morir por alguno de los proyectiles de aquellas personas que deseaban verla muerta.

—Señor, nos quedaremos —dijo Richard, recargándose en su cobertura —. Pero alguien tiene que sacar también a Brad de aquí.

Jeff, Verónica, Terry y Rey también estaban de acuerdo con apoyar a su sargento. Mas sin embargo un detalle se les estaba escapando, uno que Jhonson tuvo que destacar.

—Ella sola no podrá proteger a Clover y a Bradley al mismo tiempo —objetó el viejo. Enfocó sus ojos a la escopeta aferrada entre sus brazos, y dejó salir un suspiro —. Antes de jubilarme quería irme con broche de oro, hagan que ese último deseo se cumpla y salven a la señorita Clover.

Richard y Terry se negaban con la cabeza el dejar atrás a sus compañeros, y con la petición de su sargento aún más. Pero tenía un deber que cumplir y si el grupo del sargento tenía éxito, los volvería a ver cuando toda esa pesadilla acabara. Finalmente esos tres oficiales se dispusieron a abandonar la zona, ambos corrieron a la cobertura de su compañera.

—Adelante —indicó Richard, tomando el mando del grupo.

Todos avanzaron, apuntando sus armas al frente y haciendo de escudo para Anne Clover en caso de que un hostil se pusiera con su camino.

(...)

El sargento vio como se marchaban en el edificio de al lado. Dejó salir un suspiro al mismo tiempo en que reponía los cartuchos en su escopeta. Cuando los pasos de los enemigos se hacían más cercanos y los disparos cesaban, un silencio inundó el ya de por sí pesado ambiente.

—¿Cree que podríamos alcanzarlos?

Jhonson apenas le fue audible aquella pregunta, giró su cabeza y miró con firmeza al hombre de cabeza rapada que había decidido quedarse con él. ¿Qué si podían? Claro que sí. Lo único que se los impedía eran esas personas que les disparaban a matar. Si fueran detrás de Richard y su grupo, no tardarían en ser acorralados y diezmados.

—Podemos, pero no debemos —respondió él, contando la poca munición de la que ahora disponía —. Antes debemos permanecer aquí, peleando. Cuanto más nos quedemos, más probabilidades tendremos de recibir ayuda.

—Muy bien. Esos malditos sabrán de qué estamos hechos —afirmó Jeff, con una respiración algo agitada por la adrenalina que ahora recorría cada parte de su cuerpo —. ¿No es así Rey y Verónica?

El androide de oscura carcasa y la morena de negruzco cabello agarrado en una coleta, asintieron con la cabeza. Claramente motivados a pelear hasta su último aliento. Ésta última giró su cabeza hacia su jefe, fijándolo con sus llamativos ojos azules llenos de brío.

—Estamos con usted, sargento. ¿Cuáles son las órdenes?

—Ya saben —declaró Jhonson, empujando la corredora de su escopeta hacia atrás y después adelante con la fuerza necesaria para recargar la recámara —. Un poco de orden.

(...)

Allison avanzaba con precaución por los pasillos de aquel edificio desolado por la muerte y destrucción, lo único que pensaba era en salir con vida; lograr lo que muchos de sus compañeros no habían logrado.

—Pude hablar con mi padre cuando todo esto apenas comenzó, dijo que enviaría al Pelotón de infantería Hawk... —mencionó Anne, creyendo que esos momentos sería tan oportuno.

En su respiración era notable el cansancio después de haber corrido sin parar detrás de los oficiales, y aún más por el chaleco blindado que le habían brindado. Las piernas de Allison simplemente se detuvieron en aquel instante, conocía aquel Pelotón conformado por mortíferos soldados, su padre, Robert Black, los lideraba.

Aquella repentina acción preocupó a sus compañeros.

—¿Pasa algo? —preguntó Terry, deteniéndose al mismo tiempo que Anne. A duras a penas podía cargar con su mal herido compañero, pero el creer que le podía salvar la vida le daba una fuerza de voluntad increíble.

—Mi padre está en ese Pelotón. Él nos salvará —una sonrisa llena de esperanza apareció en su rostro.

Trás eso, volvieron al mismo y presuroso paso que tenían con anterioridad. Eso sí, sin dejar de ver por cada puerta por la que cruzaban.

—¿Algo más que le haya dicho su padre? —indagó Richard, sumamente curioso.

Ante aquella pregunta, la chica junto ambas cejas con preocupación.

—Que me mantuviera con vida...

Los oscurecidos pasillos del edifico por el plomo y el humo daba un aspecto espeluznante. No era algo que los oficiales no hubieran visto antes. Al contrario, ellos seguían a muchos sospechosos y vándalos por ese tipo de caminos, pero era la primera vez en que ellos eran ahora perseguidos por aquellos que los odiaban sin más aparente razón que no fuese por su búsqueda de la "libertad". Sus esfuerzo por salir de una pieza de ahí, se vieron opacados cuando se encontraron hombres que hablaban en un idioma extranjero al final del pasillo por el que los oficiales y la civil cruzaban. Éstos últimos eran demasiado silenciosos, ¿o era que aquellos hombres simplemente estaban más enfocados en su conversación que en sus alrededores?

Black y Raimond levantaron el cañón de sus armas hacia ellos.

—Nos descubrirán si hacemos algo —habló Terry, también indicando con sus manos que sus dos compañeros se calmaran antes de precipitarse a un encuentro que no podrían ganar -. Debemos tomar otro camino.

La joven de cabello dorado gracias a un excelente tinte, miró a lugares diferentes, sintiéndose presionada por el hecho de tener tan cerca suyo personas que deseaban arrebatarle la vida. En un acto desesperado, corrió por otro pasillo.

—¡Espera! —susurró Allison, al ver correr a la mujer imprudentemente por otro lado.

La chica se detuvo en seco frente a la puerta de una oficina con los ojos en blanco. Nuevamente no sabía que hacer. Con un arma apuntándola en una nueva ocasión, era obvio que no sabría. La oficial Black llegó a ella y la derribó, salvándola de la bala que apenas rozó su brazo. Richard devolvió el fuego en cuanto arribó junto a Terry y Brad a la misma posición. Con el diluvio de plomo propiciado por los oficiales, uno de los atacantes dejó caer una granada sin su argolla justo antes de morir de manera casi instantánea.

Allison apenas pudo escuchar su estruendosa exhalación al ver a unos cuantos metros de ella un circular artefacto. Sin más tiempo para reaccionar, levantó a Anne del suelo para después empujarla con su brazo derecho al otro extremo del pasillo como un último movimiento antes de que la granada detonara.

Una estela de polvo llenó todo el cuarto cuando la granada hizo reacción. Richard y los demás se encontraban bien, habían logrado cubrirse para cuando todo pasó. Pero la otra oficial no tuvo la misma suerte, al menos no toda.

Un fuerte zumbido resonaba por sus oídos y un inmenso dolor envolvía su cuerpo justo después de haber impactado contra la pared. Toció ahogada por el polvo que cubrió el lugar, y sintió la cálida sangre sobre su cara. Trató de levantarse, pero algo pasaba con ella que no se lo permitió así sin más. Uno de sus brazos le hacia sentir el mismísimo infierno. Allison llevó sus ojos al punto originario de la mayor parte del dolor. Nadie podría asegurar lo que había pensado en cuanto se percató de su estado, incluso ni ella misma podía. Simplemente sin palabras se había quedado al ver que gran parte de su brazo derecho había desaparecido con la explosión y algunas partes fueron dispersas por toda la habitación. Y aún peor, restos de metralla de la granada estaban incrustados en su cuerpo. Richard llegó a socorrerla, mientras tanto Terry cuidaba la retaguardia. Allison nunca había visto a su compañero tan horrorizado.

—Te pondrás bien... —dijo para tranquilizar a su amiga.

La oficial no sabía que hacer o sentir, estaba por entrar en un estado de shock. Por suerte, antes de que todo eso pasase, su primordial objetivo se cruzó por su mente: mantenerse con vida para proteger a Anne.

—¿Ella... está bien? —cuestionó, haciendo un máximo esfuerzo de voluntad por no sucumbir al horror y la desesperación.

—Sí, lo está... gracias a ti —respondió Richard, atendiendo rápidamente la gran herida de Allison.

Nunca se había sentido tan nervioso. Jamás en su vida se había sentido tan presionado en hacer un torniquete para detener el sangrado. Ni una sola vez creyó ver a Allison en tan peor estado como lo era ese. La oficial gruñó de dolor. Separó sus labios para preguntar alguna otra cosa, pero el castaño se lo impidió para evitar que gastase más energía.

—No hables, sólo lograrás debilitarte —reprendió su compañero, haciendo un esfuerzo por levantarla y hacer que ella se apoyará de él colocando su brazo sobre su lomo.

Anne sollozaba sepultando su cara entre sus manos, aún le era imposible que todo ese caos se haya desatado en tan poco tiempo. Los estruendosos sonidos de las balas. Las muertes causadas por estas. El pavor entre la población. Todo eso no era demasiado de ver para una simple joven de veintidós años que sólo buscaba la paz, pero sí que lo era el experimentarlo en carne propia.

—Pelotón Hawk a sargento Jhonson, ¿me recibe? —la voz masculina de uno de los integrantes del pelotón los llamaban por la radio.

Allison dejó su apoyo para tomar la radio de su bolsillo acercarlo a su boca con la mano temblorosa.

—Te... recibimos —respondió con una titubeante voz.

—La ciudad ha sido sumida por un completo caos. Lo que haremos es realizar la extracción en las afueras. Un pequeño grupo los recogerá en el Museo de historia —informó el soldado con total profesionalidad —. ¿Qué ha pasado con su sargento?

Allison se quedó callada por el nudo en su garganta, su sargento probablemente había muerto para que ellos escaparan.

—Se quedó atrás...

—Entiendo —afirmó el soldado —. No se demoren en llegar ahí —indicó antes de dejarlos con un chasquido.

Allison aún tenía la radio en su mismo lugar esperando alguna otra cosa, pero nada se dijo después de eso.

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