17

Allison
 

Días habían pasado desde aquel entrenamiento, más psicólogico que físico, en el que Allison casi se daba por vencida. Le gustara negarlo o no, la paliza que Sade le dio y las dolorosas y acertadas palabras del teniente la habían afectado. Aún así, no dejaría que eso la frenara en su camino.

Con el amanecer siendo anunciado por la Inteligencia Virtual de su sección, Allison finalmente despertó. Aún contaba con un par de hematomas presentes en su cuerpo que destacaban sobre su piel ligeramente albaricoque, y que aún eran algo sensibles al tacto.

Sin mucha más demora, abandonó la comodidad de su cama y miró directamente hacia una pequeña bolsa que se encontraba colgando de su pared. Curiosa de quién o cuál era su contenido, se acercó y lo abrió. Dentro había una barra de chocolate, una manzana roja y una bolsa de galletas abierta. Por más que revisó su contenido una y otra vez, no fue capaz de encontrar una nota o algo que pudiera identificar a quién lo había dejado ahí.

La IV de un tono azulado hizo su aparición dentro de su camareta. La soldado de inmediato dio la vuelta y ocultó aquella bolsa con su cuerpo, dado a que lo que tenía ahí mismo estaba prohibido por no ser algo que la misma base proporcionaba con regularidad. Contar con todo aquello era un lujo que se sólo una vez al mes se podían dar.

—Mack Wray la espera afuera —anunció, ignorando por completo la existencia de algo detrás de ella.

Rápidamente lo ocultó abajo de su cama, y se vistió con su uniforme informal militar que constaba de una camiseta de licra oscura y un pantalón azul marino. Finalmente con sus botas y su cabello en orden, se dispuso en salir y recibió con una sonrisa al castaño que la esperaba todas las mañanas para desayunar juntos.

—Buenos días, Allison. ¿Qué tal el descanso?

Ella encogió los hombros, y con la misma sonrisa respondió:

—Bueno, de nada me sirve quejarme.

—Yo hasta me acostumbré al silencio —mencionó su compañero, siendo el primero en avanzar.

Allison lo siguió, recordando que aún tenía un misterio por resolver.

—¿De casualidad no dejaste algo en mi camarote? —inquirió.

Mack se replanteó la pregunta un par de segundos, pensando en la posibilidad de haberlo hecho en una de sus visitas.

—Ah, no. No creo —respondió, alcanzando la puerta de la cafetería y luego le cedió el paso a su compañera —. ¿Por qué?

Inmediatamente al entrar en el lugar, el alto soldado de metal que mantenía su único ojo fijo en la lectura la mayor parte de su tiempo, alzó la vista y levantó una mano para saludarlos. Allison correspondió el saludo, alargando aún más su sonrisa.

—Vamos por el desayuno y te cuento —le dijo al hombre a su lado.

Ambos se acercaron a la barra donde se repartían bandejas con comida y cada quien tomó uno con una botella de agua para complementar el primer alimento del día. Una vez hecho, se sentaron en la misma mesa que Anthon.

—¿Qué es lo que lees, robot? —Richard se mostró curioso.

Anthon nuevamente centró su atención en el castaño frente a él.

—Releyendo —lo corrigió —. El Arte de la guerra de Sun Tzu.

—Sabía que te gustaría —le dijo Allison.

—Agradezco que me lo hayas prestado, Allison. Es increíble cómo un viejo libro con gran conocimiento perduró hasta nuestra actualidad —la emoción se elevó en su voz —. Tal vez la humanidad no merezca del todo el exterminio por parte de las máquinas.

Su último comentario cambió repentinamente la expresión facial de Mack. Anthon, al no ser todavía muy bueno en ese campo, rió con levedad.

—Bromeaba.

El soldado rió con él, buscando relajarse un poco.

—Bueno, no podemos descartar esa posibilidad —replicó —. Tal vez no ahora, ¿pero que tal en un futuro?

—Creo que ya lo he hablado mucho con varios de ustedes, pero el exterminio a manos de las máquinas es todo un cliché —se quejó el robot, siendo un experto en ese tema —. Al menos por mi parte, no sería capaz de hacer algo así. No es correcto.

—No sabes cuánto me alivia escucharlo... —susurró Mack. Posteriormente aclaró su garganta y llevó su atención en Allison. —. Cambiando de tema... ¿Qué era lo que te encontraste?

—Como te decía antes, lo que encontré era un pequeño saco —continuó —. Y es bastante extraño, a decir verdad. Creo que sólo apareció de la nada y...

—Espera... —el castaño la interrumpió, terminando de tragar aquello que masticaba en su boca —. ¿Acaso dentro tiene una manzana, un chocolate y unas galletas a medio terminar?

Allison juntó ambas cejas, confusa de que él haya adivinado el contenido a la primera.

—Sí... ¿Cómo...?

—Sade lo dejó para tí. Creo que te está pidiendo una disculpa por lo de la otra noche —le comentó, teniendo más sentido para él que para ella.

La expresión de Allison se desdibujó un poco. No veía del todo una razón para hacer eso, pero tampoco rechazaría el gesto.

—¿No se supone que no debemos de tomar nada de las dependencias? —indagó Anthon, curioso de saber porqué se rompería una regla como esa.

—De hecho —concordó el hombre —. Pero es Sade, es mejor insultando que disculpándose.

—¿La intención es lo que cuenta...? —inquirió el robot.

Mack apuntó a su compañero con su dedo, y luego efectuó asentimiento con la cabeza. El electrodoméstico había dado con el clavo.

—Entonces... ¿vas a querer algo de chocolate? —preguntó Allison, más tranquila ahora que sabía la procedencia de aquel pequeño contrabando.

Wray sonrió haciendo un asentimiento a su vez.

—Creí que nunca lo preguntarías.

—Me temo que eso será después, amigos —dijo el robot, cerrando su libro —. Pronto nos marcharemos de regreso a CyberTec.

Ambos soldados cruzaron miradas, puesto que ellos no estaban enterados de nada. El robot se irguió, sorprendido.

—¿No lo sabían?
 

Dakota
 

En esos mismos instantes estaba a una hora de llegar a su destino junto a su pelotón. El sargento había pedido que Allison se sentara a un lado, obviamente con la intención de hablar de su último comportamiento después de unos días del entrenamiento, pues la cabo en sus tiempos libre sólo golpeaba un costal relleno y practicaba con Anthon.

—¿Sientes mejoría? —preguntó.

—Sí —respondió ella de inmediato, jugando con un pequeño centavo que era lanzado al aire cada vez que era posible.

—Supongo que entrenar con el robot te ha sido de ayuda —mencionó.

Allison de manera instantánea lo miró y luego asintió.

—Él y Mack me han ayudado a progresar.

—En ese caso, algún día deberías de mostrarme qué tanto has mejorado —indicó.

Ella volvió a asentir, posteriormente formándose una pequeña sonrisa en su rostro.

—No me gustaría verlo con el ojo morado, sargento.

Allison volvió a lanzar la moneda al aire. Dakota la atrapó, y la observó minuciosamente al sujetarla con su lugar y su dedo índice.

—Bonita moneda, creo que la conservaré —una ligera sonrisa se formó —. Con gusto te la devuelvo cuando puedas ganarme —lo lanzó en una sola ocasión al aire y luego de atraparla, lo guardó en su bolsa.

—Adelante —la mujer con aquella misma sonrisa no lo detuvo, encongiendo los hombros.

El sargento por su actitud seria y disciplinada, sólo pocas veces tenía la posibilidad de interactuar con sus compañeros como antes lo hacía cuando era Robert quien estaba al mando. Ahora no podía hacer eso, estaba en contra de su prioridad como líder.

—Socializa un poco con los demás. ¿Quieres? —dijo Dakota, y le dio un leve golpe amistoso con su codo.

Allison asintió. Aunque preferiría disfrutar de un silencioso viaje, otro intercambio de palabras no le vendrían mal.

—No quisiera aburrirlo, señor.

Titán, al otro lado, escuchó lo último que dijo aquella chica. Una larga sonrisa apareció en su rostro.

—¿Aburrirlo? ¿A él? —se entrometió, escéptico —. El sargento es todo oídos —halagó —. No pasa ni una sola hora hasta que hace conversación, o saca a tema una experiencia graciosa.

Sí, el calvo de la gorra, a sus cuarenta y tantos años, tenía suficientes cosas por contar a sus hijos y nietos, empezando por Dakota. El rubio sonrió levemente. Había olvidado como era visto por sus amigos y compañeros, sobre todo después de un tiempo después de lo sucedido en Damasco y New York.

Los altavoces de la aeronave interrumpió a los pasajeros con un chasquido. Luego de eso se escuchó la voz de la piloto que los transportaba:

—¿Conversando sin mí? Ya ni los buenos días me desean —dijo, fingiendo su tono de voz melancólica.

El muy apenas tolerado soldado, y que pasaba la mayor parte del tiempo al lado de la morena, alzó la vista a uno de los altavoces.

—Claro que no, únete —dijo Acker muy amable, algo que rara vez se veía de él —. Sabes que eres especial.

Una risita fue oída.

—Oh, Acker. Tan galán como siempre.

Sade se encorvó al frente, apoyando su brazo sobre su pierna. Instantáneamente dejó salir una carcajada.

—¿Si con galán te refieres a conversar con alguien que te habla con la boca más sucia que un albañil? Que me parta un rayo ¡porque lo es! —se burló la chica.

Más de uno de los presentes soltaron una risa.

Dakota sólo se permitió sonreír, pero nada más. Volvió dar un pequeño golpeteo amistoso a su compañera, teniendo en cuenta que todos habían comenzado a discutir temas y bromear entre ellos.

—Conoce mejor a quienes cuidarán tu espalda —le susurró.

Allison suspiró y se incorporó recta, esperando la oportunidad de decir algo no tan estúpido como acostumbraba al socializar. Mientras tanto Dakota volvió a tomar aquella moneda que había tomado prestada de la cabo, inmediatamente recordando la melodiosa y dulce voz de una mujer y con una simple pregunta: ¿Cara o cruz?
 

Dos años atrás...

—¿Cara o cruz? —preguntó la hermosa mujer de cabello largo y marrón que reposaba sobre Dakota, sosteniendo entre sus dedos una moneda de cobre.

Dakota sonrió, meditando un poco su respuesta.

—Cruz.

Su acompañante echó la moneda al aire y la atrapó pocos segundos después. Una mueca soberbia se asomó por su bellas facciones.

—Cara —anunció con euforia.

Lo observó por una milésima de segundo, y después lo besó. Salió de la  cama para recoger su ropa del suelo manifestó:

—Te toca hacer el desayuno.

—¿Cómo es que siempre me ganas? —cuestionó él, intrigado.

La mujer se giró a él aún sin tener alguna prenda encima, y formuló una sonrisa de media mejilla.

—Tengo suerte —respondió ella, igual de sonriente. Posteriormente alzó una ceja al ver a Dakota aún postrado en la cama. —. Tienes un desayuno que preparar, ¿recuerdas?

Él asintió con levedad.

—No lo sé, Grace... podrías motivarme a salir de aquí —sugirió, contemplando la esbelta figura que ella poseía.

La cariñosa sonrisa de Grace cambió repentinamente a una pícara.

—¿Cómo? ¿Así? —preguntó, fingiendo incredulidad y dio una vuelta completa para que Dakota presenciara una vez más su cuerpo completo.

El rubio encogió los hombros.

—Aún no me convences —aseveró.

Ella se tomó de la cintura y cambió su expresión facial a una seria y amenazante.

—Sabes que tengo otra manera de hacerlo, ¿verdad?

Dakota alzó las manos en señal de  rendición. Acto seguido también abandonó de la cama para al menos colocarse las prendas inferiores.

(...)

El delicioso aroma de un par de chuletas estando en su mejor punto de cocción, llenó de un hambre voraz a la bella mujer que terminaba de servir dos vasos con zumo de naranja. Grace, ya lista con su uniforme completo y su cabello arreglado, tomó asiento en la pequeña mesa redonda que formaba parte de la cocina. Dakota sirvió el desayuno en la mesa.

—Piensa rápido —le advirtió su huésped, aventando a su cara una playera color caqui.

El rubio sin un tiempo de reacción, se resignó a retirar de su cabeza parte de su uniforme.

—Te ves muy sexy sirviendo el desayuno, sin camisa y mostrando tus abdominales. Pero tenemos una salida, y el sargento no te querrá de esa manera —comentó Grace, cortando un pedazo de su desayuno y dirigirlo a su boca con un largo tenedor.

Al masticar y saborear, alzó ambas cejas impresionada por el grandioso sabor.

—Nada mal.

Dakota se colocó la playera y se sentó para acompañar a Grace en el desayuno. Cuando se trata del platillo más importante del día, James siempre buscaba algo diferente y mucho más cuando su compañera echaba a la suerte quién cocinaría. Pero de todas las veces, sólo Grace había cocinado dos. Por lo también tenía que preocuparse por no quedarse sin ideas para la próxima vez que tenga que hacer comida.

El desayuno parecía que sería igual que todos los demás, con miradas cruzadas y sonrisas mutuas, pero Grace tenía algo en mente y que debía hablarlo con él para calmar un poco aquel sentimiento que la carcomía poco a poco.

—Pienso retirarme —dijo sin vacilar, en medio de todo el silencio.

Dakota al escuchar eso casi se ahogó con su propia bocado.

—¿R-Retirarte? —preguntó, no creyendo a la primera lo que Grace había dicho —. Es... raro escucharlo de tí —mencionó, sabiendo que ella amaba lo que hacía día con día incluso más de lo que lo amaba a él.

—Si... sólo temporalmente —aclaró, y dio un sorbo al delicioso jugo que tenía a un lado del desayuno.

Vio la confusión de Dakota y decidió aclarar esa duda:

—A mi padre le diagnosticaron cáncer de pulmón.

Con su dedo índice hizo círculos en el borde del vaso. Después sonrió.

—Es irónico. Él nunca ha fumado.

Dakota no se dedicó a decir un simple lo siento, lo único que hizo fue levantarse de su lugar e ir hasta ella para abrazarla y estar a su lado cuando escuchó que la voz de su amada persona empezaba a sonar quebradiza. Grace se limpió las pocas lágrimas que salieron de sus ojos.

—En fin, quería... Quiero estar con él hasta que llegue el día —añadió, tomando la mano de Dakota.

—Sé que no es algo que te gustaría hacer sola —comentó, sonriendo de la manera más comprensible que podía mostrar ante esa situación.

Los ojos de Grace brillaron, sabiendo qué era a lo que él quería llegar.

—Gracias... —agradeció devolviendo con aún más fuerza el abrazo, recordando una frase que él le dedicó alguna vez —. Sabes que te seguiría hasta el fin del mundo, ¿verdad?

Actualidad...

Los recuerdos del sargento fueron interrumpidos en cuanto la piloto informó a todos sus pasajeros sobre la tan esperada llegada a la instalación de CyberTec. El teniente levantó a todos de sus lugares para hacer que bajaran de forma ordenada y se establecieran nuevamente en las camaretas hechas especialmente para cada uno de ellos.

—Sargento —llamó Simons, antes de que bajara de la plataforma de metal.

—¿Señor? —no tardó en acudir a su llamado.

—Su misión fue asignada, y según tengo entendido será en Telangana —informó.

Dakota quedó algo atónito al escuchar como el teniente no se incluyó en la próxima operación.

—Como ya debe de sospechar, n estaré presente. Tengo que ver a mi hijo... —mencionó después, cabizbaja.

Dakota entendía la razón de aquello que no era de preguntar o discutir. Según un archivo en el que Miller había husmeado meses atrás, el  único hijo del teniente, Andrew Simons, se encontraba en coma desde hacía más de un año. Desde entonces no había mostrado alguna señal que indicara un progreso en su estado, o al menos la posibilidad de que se recuperaría algún día. Por lo tanto, tener en cuenta todo el peso que cargaba su teniente sobre sus hombros le habían entender muchas de sus decisiones.

—No se preocupe, teniente. Todo estará hecho —afirmó Dakota, confiado.

Simons por primera vez en todo el tiempo que llevaban conviviendo juntos, lo tomó del hombro y asintió levemente, confiando en su palabra.

—Me enteré de su reunión con el capitán, y me alegra que haya reconsiderado muy bien su decisión. No todos estamos hechos para esto.

Aquello tomó desprevenido al sargento, irritándose por tal elección de palabra. Mas no podía mostrarlo, no con facilidad. ¿Cómo se había enterado de eso? Ni Dakota tenía idea. Tras eso Simons se largo de ahí sin importarle lo que el rubio tuviera que decirle al respecto.

Dakota miró al suelo y apretó sus puños, buscando encontrar algo que lo tranquilizara un poco. Simons era un hijo de puta, pero incluso cuando Robert estaba en su lugar era más tolerable y amistoso.

—¿Lo ha notado? —la curiosa voz de Hemsif robó su atención —. El teniente siempre se ve tenso. Como si alguien le hubiera dado una pésima cogida.

—Incluso una mancha en su bota lo pone de mal humor... —aseguró, desviando sus ojos cafés a la piloto que siempre se quedaba al final para una revisión de rutina.

—Me pregunto qué pasará por su cabeza...

Hemsif limpió con un viejo trapo gris la placa de su ave. Tan pronto terminó de hacerlo, guardó aquel pedazo de tela a un lado de su cinturón.

—No se deje fastidiar por su nefasta actitud. Seguro ya pasará —le dijo, acompañando al sargento fuera de la aeronave.

—Si, bueno, me gustaría verlo algún día —se quejó él —. ¿Te molesta si te acompaño?

La mujer de 1.70 y de escasa cabellera, sonrió.

—Para nada, sargento. Antes de tomar un descanso pensaba en llamar a casa y saber cómo siguen por allá.

Dakota asintió con la cabeza, inmediatamente comenzando a avanzar juntos por los relucientes pasillos de la instalación.

—Si me permite preguntar, ¿qué noticias hay de su hogar? —indagó con aquel mismo espíritu curioso que poseía —. ¿Se han recuperado del último ataque?

Dakota lo pensó unos momentos. Más allá de ser un soldado, para él no existía nada más. No había una familia a la cuál acudir en Navidad o algún conocido al cual llamar para pasar el rato. Únicamente tenía al pelotón y a sí mismo.

—Me temo que no sé nada.

Hemsif se rascó la nuca, creyendo haber hecho una mala pregunta.

—Me disculpo si...

—No pasa nada —la interrumpió, pensando en la única persona que había significado tanto para él pero que ya no estaba en su vida —. No soy un hombre de familia, mucho menos alguien de un amplio grupo de amigos.

—Una vida solitaria, ¿no es así? —dedució ella, hablando más para sí misma —. Pero si se siente solo, ya sabe que nos tiene a nosotros. Si no somos de ayuda mínimo le sacamos una risa.

Pasaron entre más reclutas y oficiales también destinados a esa instalación hasta llegar a la camareta de la piloto. La mujer de escasa cabellera hizo un saludo militar, despidiéndose adecuadamente de él. Dakota correspondió su gesto. Por consiguiente puso marcha al lugar en el que descansaría, apenas entrando en cuenta que en una de sus manos cargaba con su maleta oscura.

Aproximadamente a las nueve de la noche arribó a su camareta, enfocándose en instalarse y acomodar sus cosas en dónde quisiera hacerlo.

Todo el pelotón, hasta el día de su primera misión trabajando para CyberTec, estarían de servicio en New York. Por lo que algunos aprovecharían para hacer un poco de turismo en La Ciudad que nunca duerme, y otros simplemente esperarían ansiosamente por volver al campo de batalla. Tal cual él lo haría.

El rubio dejó sus cosas en el pupitre correspondiente, encontrando entre todas sus pertenencias una vieja fotografía de Grace, la chica sonriente que tanto recordaba.

Dos golpes en algo hueco llamó su atención.

—Dakota —Sade lo llamó, parada a un lado de la entrada.

En cuanto cayó en cuenta de inconscientemente haberle faltado el respeto a su superior, la afroamericana aclaró su garganta.

—Sargento —con sus pensamientos y palabras reacomodadas, preguntó —: ¿No le gustaría salir?

Dakota giró su torso, rápidamente respondiendo con un asentimiento. No le vendría mal un paseo por la ciudad en busca de diversión, tal cual todo su pelotón hacia con anterioridad.

(...)

De camino a la salida de la instalación, todo a oídos de Dakota era silencio. Sólo los pasos de sus compañeros le daban esperanza de que el mundo no se había quedado mudo.

Esos instantes, le recordaron a Dakota una misión que se le había encomendado junto a su antiguo sargento en Damasco, Siria, el cual consistía en eliminar un cierto objetivo.

 
 
🔸✨🔸

Ya estamos cerca de llegar a la mitad de la historia, y como siempre, los invito a votar y comentar que les ha parecido este capítulo. ¿Qué les deparará a nuestros protagonistas?

¡Muchas gracias por leer!

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