15

Richard

 
 
—Es hora de levantarse.

Richard lentamente abrió los ojos, y pese a que había tenido un largo descanso de ocho horas, aún sus párpados le pesaban tanto.

—No querrás llegar tarde, ¿o sí? —Jennyfer, ya cambiada y lista para iniciar otro día, le extendió su mano.

Raimond a comparación de su compañera, no estaba ni cerca de estar listo. Se talló los ojos y sonrió amorosamente al ver a su prometida con su camisa blanca, unas mallas oscuras y la típica falda del mismo color que debía de llegar cada día en su trabajo. Sin tardar mucho más, tomó su suave mano y a duras a penas logró abandonar la cama.

—Perdón, debí de levantarme más temprano...

Pronto fue callado por un corto beso de Jennyfer, quien después simplemente sonrió.

—¿No quieres que te lleve? —preguntó el castaño por consiguiente.

Jennyfer negó con la cabeza, igual de sonriente como siempre.

—No te preocupes por eso, una amiga pasará por mi.

Una pequeña esfera azul apareció sobre el buró al lado de la cama.

—Tiene una visita —anunció con su habitual monótona voz.

Jennyfer caminó de espaldas.

—Debe ser ella —mencionó dirigiéndose a la sala para recoger su bolso —. Te veo más tarde. Te amo —gritó, encaminándose a la puerta.

—Ten cuidado —le deseó a su pareja, tomando su uniforme del clóset.

Poco después escuchó cómo la puerta principal de la casa se cerró.

Esa seguridad que tanto le deseaba, era la misma por la cuál trabajaba todos los días y se veía obligado a colaborar con algunos sintéticos para asegurarla.

—El pronóstico del día... —comenzó a hablar su asistente personal —... parcialmente nublado.

Un par de minutos fueron suficientes para que Richard se vistiera completamente, recogiendo por último su placa plateada y las llaves de la patrulla antes de abandonar también la comodidad de su hogar. Al momento de entrar a su vehículo, la misma esfera azul que solía rondar por toda su casa apareció entre los dos asientos delanteros con algo importante que anunciar:

—Mensaje entrante de Abina Lewa. ¿Desea reproducir?

Richard hizo un ademán con sus manos, al final no logrando evitar el tener que escuchar a la IV.

—Oficial Raimond, quiero que se pase a mi oficina en cuanto llegue a la estación. Es importante —la voz de la teniente fue reproducida en los altavoces.

El oficial, con rumbo a la primera parada del día antes de iniciar con su servicio juntó ambas cejas, pensativo. Ya tenía una idea sobre lo que podría tratarse, pero no estaba del todo seguro. Durante semanas estuvo cambiando de compañeros mientras se le asignaba uno definitivo y que realmente tuviera sinergia con su forma de pensar y actuar, por desgracia ninguno había encajado con su perfíl por más agradable haya sido su pareja en esos momentos.

Odiaba tanto ese sistema.

Aún así desde que fue aplicada obligatoriamente bajo la supervisión de CyberTec, las parejas habían aumentado su rendimiento y los largos tiempos de espera se habían hecho incluso más amenos. También ese mismo sistema, y sus fallidos intentos por emparejarlo con alguien, le recordaban diariamente la posibilidad de no encontrar a un buen compañero como lo había sido Allison antes de los oscuros días.

Al aparcar y bajar de su auto, caminó con lentitud y seguridad a la puerta corrediza de cristal hasta pasarla, y como era usual, tanto Humanos como Sintéticos se movían de un lado a otro por toda la estación ordenando papeles y entregando otros archivos a sus superiores. La mayoría de ellos alzó su mano para saludarlo, más que privilegiados de tener a un héroe como él aún entre ellos.

Al atravesar la mayor parte de la estación, finalmente llegó a la oficina de su teniente. En dos de las paredes era posible ver los marcos, diplomas y condecoraciones adquiridas durante la carrera de la inteligente y aplicada mujer afroamericana. La misma persona no tardó en darse cuenta de su presencia, desactivando por momentos la pantalla holográfica sobre su escritorio y enfocando toda su atención en el oficial que recién tomaba asiento frente a ella.

—Creí que tardarías en llegar —mencionó ella sonriendo con levedad.

—No veo razón para hacerla esperar, teniente —el castaño no se hizo esperar con su respuesta.

Lewa extendió su sonrisa.

—Supongo que te llevas mejor con tu IV. Me alegro por ti.

—¿Por fin tendré un compañero permanente? —indagó el oficial, no teniendo en mente alguna otra razón para haber sido citado en ese lugar llenos de galardones y montones de archivos por revisar —. Porque si es así, permítame decirle que mi último compañero parecía ser el indicado.

—¿Cody? —Lewa entrelazó sus dedos, curiosa de escuchar al castaño.

—Ese mismo —afirmó Richard con entusiasmo —. Era más joven que yo, pero tenía la energía y actitud de servir como policía.

—Ya veo —la teniente se recargó sobre su asiento de piel —. Por desgracia ya fue asignado a alguien más.

Raimond dejó salir un disimulado suspiro, no tan sorprendido por tal hecho.

Alguien llamó a la puerta, no haciendo que la sonrisa de la mujer desapareciera y robando la total atención del oficial.

—Puede pasar —le dijo Lewa sin necesidad de tener que alzar ni un poco su voz para que pudiera ser escuchada a través del cristal que dividía su oficina del resto de la estación.

Un robot de poco más altura que Richard entró, rápidamente colocándose en posición de descanso con su plano rostro templado fijo en la afroamericana.

—Richard, me gustaría presentarte a tu nuevo compañero —anunció Lewa, incluso más alegre que el propio oficial —. Brad hace poco fue transferido a este departamento, y está muy deseoso de trabajar contigo.

Richard, con su entusiasmo poco a poco apagándose, juntó ambas cejas y alzó la mirada al robot a su lado. Tenía que tratarse de una broma pesada al traer a un Sintético como su compañero y que todavía se llamase de la misma manera que su no olvidado amigo.

—Me alegra volver a verte —le dijo Brad, no logrando expresar su felicidad gracias a aquella cubierta de cristal donde debería de estar su rostro.

Como si su corazón se hubiera detenido en ese momento, Richard mantuvo la mirada ahora más confundido y asustado por haber escuchado la voz de su amigo. Posteriormente desvió la mirada a su teniente, quien al ver su expresión poco a poco borró aquella sonrisa.

—Sí... Yo... Ah... —comenzó a tartamudear, con su cabeza tan saturada como para poder pensar bien en sus palabras —. V-Vuelvo en unos momentos...

El oficial se levantó del asiento, y tambaleándose con sus cortos pasos, apenas esquivó al robot en su camino a la salida. Con los latidos de su corazón presurosamente palpitando en sus oídos, Richard alcanzó a salir de la estación avanzando errante hasta su vehículo donde se encerró y trató de calmarse a un alto volúmen con la primera canción que su radio arrojó.
 

(...)

Los constantes proyectiles disparados en su dirección no hacían más que motivarlo a seguir con su agonizante amigo en sus brazos, pensando en los posibles lugares donde podrían esconderse y sobrevivir al ataque hasta que el apoyo llegara. Todo su cuerpo ya le pedía un descanso, mas la energía que la adrenalina le proporcionaba sin parar le evitaba flaquear en momentos tan críticos como ese.

Luego de doblar por varias esquinas, finalmente Richard se dio en la tarea de perder de una vez por todas a sus perseguidores arrojando su arma a la siguiente calle y encerrándose junto a Brad dentro de una pequeña bodega. Tan pronto como bajó el telón de metal, se movió junto a su malherido amigo hasta el fondo para sentarse detrás de grandes cajas que no parecían tener nada más que basura de algún acumulador compulsivo.

Pronto los disparos cesaron, tomando su lugar murmuros y gritos lejos de poder ser entendidos por los dos policías.

—¿R-Richard...? —susurró Brad a su lado, más muerto que vivo, tratando de no ahogarse con su propia sangre.

El castaño se arrastró nuevamente para acercarse, ya sintiendo todo el peso del cansancio y el dolor.

—¿Qué sucede, amigo? —lo sujetó con cuidado de su pálida mano.

—No... No creo lograrlo... —débilmente expresó, aterrado por aquello que lo aguardaba pacientemente.

—¿De q-qué hablas? —Richard rió nerviosamente, tratando de ocultar su temor —. S-Sólo tenemos que esperar poco más a que los refuerzos lleguen.

Brad tosió bruscamente, casi perdiendo el aliento en cada expulsión; después se esforzó en respirar profundamente hasta que logró mantener algo de aire dentro de sus pulmones por más tiempo y con más calma. Con una torpe lentitud tomó una fotografía de su querida familia, manchando los bordes de la misma con su sangre.

—C-Cuida mucho de ellos... No dejes que se sientan solos... —suplicó, pasando aquella bella imagen a su amigo —. Dile a Tomy que siempre haga el bien... y ahuyenta a los delicuentes que se hagan pasar por los pretendientes de Hana...

Richard apretó su mano, queriendo darle un poco de su fuerza a su amigo para que mínimo él pudiera vivir más tiempo.

—Te aseguro que huirán en cuanto vean mi placa —le dijo sonriendo, apenas provocándole una última y débil carcajada a quien también había sido su amigo del alma.

Ambos mantuvieron esas pequeñas carcajadas un par de segundos hasta que uno de ellos dejó de escucharse. En ese punto, Richard continuó riendo y viéndose a futuro haciendo aquello que Brad le había pedido repentinamente soltando un mar de lágrimas.

...

El tiempo pasó sin que Richard se diera cuenta de ello, aún teniendo su cabeza saturada de mil y un cosas. Sorpresivamente sus pensamientos fueron alejados de él al momento de escuchar un fuerte golpe a la cortina de metal que dividía su pequeño espacio oscuro de aquel campo de guerra, al cual su amigo no había sido capaz de sobrevivir.

Otro golpe, y otro más sin parar.

La respiración y el corazón del oficial se aceleró, sintiéndose inútil y débil como para poder afrontar aquello que se encontraba al otro lado. Cada topetazo le hacía recordar que el peligro era inminente y que no tenía nada con qué combatirlo.

Al momento en que la luz del sol entró a ese pequeño espacio, Richard pudo vislumbrar un tenue brillo naranja. Posteriormente, más de una linterna apuntó a ese oscuro lugar dando con el oficial Raimond apenas logrando relajarse luego de haber sido encontrado por la guardia nacional y por la IA que había sido introducida a la ciudad y sus habitantes poco tiempo atrás. Jamás en su vida se había sentido tan agradecido y culpable por no ser encontrados a tiempo.

La mujer naranja vio al cuerpo sin vida del otro oficial que también había estado en el frente para cuando todo estalló; en ese momento no evitó afligida por tal terrible final, pero al menos no había estado solo.

—Lamento tu pérdida —susurró la IA, haciendo que los ojos del otro policía se empañaran una vez más.
 


(...)

 
—¿Es la primera vez que sufre de un ataque de ansiedad? —indagó el psicólogo especializado, asignado especialmente en ese departamento para brindar apoyo a los oficiales y víctimas de alguna injusticia.

Richard con la vista baja asintió en una sola ocasión, mintiendo descaradamente.

—¿Qué tiene que ver Brad con eso? —aquella pregunta atrajo la total atención del oficial.

—¿Qué tiene que ver? —respondió, ofendido, como si el mundo entero hubiese omitido el hecho de que había muerto —. ¡Vi a mi mejor amigo morir frente a mis ojos...! —sus manos se volvieron inquietas, como si sus simples palabras no fueran suficientes para describir a detalle todo lo que había vivido —. Y le prometí que cuidaría de su familia... ¡¿Cómo quieren que crea que aquel pedazo de metal parlante es el mismo hombre al que ví tomar su último aliento?!

El psicólogo tomó notas, pidiéndole después al castaño que se tranquilizara un poco. Richard liberó un pesado suspiro, cruzándose de brazos.

El moreno de bata blanca se levantó de su asiento, ajustando sus gafas.

—Es todo por hoy, oficial Raimond —anunció, señalando con una mano dónde se encontraba la salida de aquel armonioso lugar —. No es necesario que vuelva al servicio en esta semana. Disfrute de sus vacaciones.

Richard salió de ahí, primeramente mirando hacia donde se encontraba la oficina de su teniente. Los cristales de la oficina habían pasado de ser tan claros como el agua, a un color oscuro e impenetrables a ojos humanos. Sin muchos preámbulos avanzó en dirección a su vehículo, siendo recibido una vez por su IV.

—Mierda... —musitó, recargándose sobre su asiento.

Era la primera vez que había sido descansado de su trabajo, y lo único que podía pensar en lugar de la forma en la que iba a pasar sus "vacaciones" era en aquel robot.

...

El transcurso de la semana del famoso oficial Raimond sí resultó ser un ligero alivio para su ser, sobre todo al permitirse alargar un poco más sus horas de descanso y estar presente para todo aquello que necesitara su prometida. No obstante, Jennyfer se había dado cuenta de su extraño cambio de actitud; siempre estaba distraído y parecía no estar en el presente en algunas ocasiones. Por lo que la bella mujer, recién llegando de su trabajo, se dio en la tarea de preparar un buen café que le pudiera dar compañía a los bizcochos favoritos de su hombre. Y como lo curiosa que era, a sabiendas de que entre ellos no existía ningún secreto, preguntó:

—¿Está todo bien, amor?

La pregunta tomó por sorpresa al despistado hombre, quien ya se encontraba probando los bizcochos traídos para él.

—Sí... —respondió al instante, luego dudando de su propia contestación —. Bueno, no.

La rubia unió el entrecejo, ligeramente preocupada.

—¿Qué es lo que pasa? —siguió cuestionando —. ¿Tiene que ver con tu descanso?

Richard asintió con la cabeza, volviendo a recordar las palabras que aquel robot le había dedicado.

—Si te lo dijera, también creerías que es imposible... —expresó, aún afectado por lo vivido hacía un par de días —. ¿Recuerdas a Brad?

—Sí... Espero y su familia aún esté llevando las cosas bien —respondió su mujer, finalmente sirviendo dos tazas de café.

Richard tragó saliva. Luego de recapacitarlo por un largo tiempo, se abrió a la posibilidad de que tal vez, pero tal vez aquel robot realmente fuera Brad. Pese a ello, aún era difícil aceptarlo y compartirlo con alguien más.

—Él... Es probable q-que... —sus palabras fueron cortadas al escuchar a alguien llamar a la puerta principal.

Jennyfer dejó sobre la redonda mesa la taza de café favorita de Richard, y se encaminó a la entrada con su caliente taza en la otra mano. En cuanto abrió la puerta, quedó confundida al ver frente a ella a un robot sujetando una pequeña canasta llena de caramelos y una tarjeta con un remarcado Lo siento escrito en la misma.

—Buenas noches, Jenn —le dijo el robot, apenado por razones ajenas a la rubia —. He traído esto para ustedes.

Jennyfer se quedó sin habla al escuchar perfectamente la voz del hombre que Richard había mencionado con anterioridad, dejando caer la taza a sus pies y desparramando todo el líquido por el suelo. No estaba loca, lo había escuchado y éste mismo robot la llamó como siempre lo solía hacer cuando los visitaba.

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