xxxviii. as the sky falls

xxxviii. mientras el cielo cae

Margaery siempre se había preguntado cómo era morir. Pero en ese momento, yaciendo boca abajo pensaba que lo había descubierto

Estaba absolutamente sola. Nadie la estaba mirando. Nadie más estaba allí. De hecho, no estaba completamente segura de que ella misma estuviera allí.

Bastante tiempo después, o quizá en ese mismo instante, le vino el pensamiento de que debía de existir, debía de ser más que un pensamiento incorpóreo, ya que estaba tendida, definitivamente tendida sobre alguna superficie. Por tanto tenía el sentido del tacto, y la cosa contra la que estaba tendida también existía.

Casi en el momento en que llegó a esa conclusión, se preguntó algo más. Si bien podía sentir, se preguntó si también podría ver. Abriéndolos, descubrió que tenía ojos.

Yacía en medio de una brillante neblina, aunque no era como las otras neblinas que siempre había experimentado. Los alrededores no estaban ocultos por vapor nublado; más bien el vapor nublado no se había formado a su alrededor. El suelo en el que estaba echado parecía ser sucio, ni caliente ni frío, simplemente así, un espacio rugoso y sucio en el que estar.

Se sentó. Su cuerpo parecía indemne. Se tocó la cara.

Se puso en pie mirando alrededor. ¿Estaba en alguna gran sala secreta? Cuanto más lejos miraba, más se veía. Los arboles brillaban en lo alto bajo la luz del sol. Tal vez era el mítico Bosque de Brocéliande. Todo estaba silencioso y quieto, exceptuando esos extraños golpeteos que salían de algún lugar cercano, en la neblina...

Margaery se giró lentamente, y los alrededores parecieron inventarse a si mismos ante sus ojos. Un gran espacio abierto, brillante y limpio, un grandioso claro de bosque mucho más grande que los Bosques de la Corona. Estaba bastante vacío. Era la única persona allí, excepto por...

Margaery retrocedió.

—No te asustes —le dijo la voz de una mujer. La misma voz que había escuchado en su cabeza durante el laberinto —. No te voy a lastimar. Al contrario...

—¿Q-quien eres? —preguntó Margaery, tartamudeando y alejándose de la mujer.

Era, por lejos, la mujer más bella que Margaery había conocido en su vida. El cabello negro como la noche le caía por los hombros y hacía contraste con su piel increíblemente pálida, más pálida que la de Alyssane o Arya, y con sus ojos azules eléctricos, justo como los de Margaery. Estaba vestida con una túnica blanca de seda, tan reluciente que Margaery pensó que estaba siendo iluminada por dentro, y por arriba un saco negro que parecía hecho de telarañas.

—Morgana santísima... —murmuró Margaery, cuando se dio cuenta de quién se trataba.

—La misma —Morgana Pendragon, la misma que había intentado usurpar el trono de su hermano pero que, al morir, había sido convertida en mártir y en la imagen de la Antigua Religión, estaba parada enfrente de ella—. Debo decir que has puesto a todos en este lado un poco... nerviosos.

—¿Nerviosos? —repitió Margaery, confundida—. Yo no pongo nerviosa ni al más mínimo bichito.

—Margaery —sonrió ampliamente—. Niña maravillosa. Valiente, valiente niña. Ven, paseemos.

—Es que no... —Margaery comenzó, pero fue obligada a correr para alcanzar a Morgana—. Escuche... —Margaery empezó a preguntarse porque las Venerables no le enseñaban cómo tratar con Diosas de la Antigua Religión—. No puedo quedarme, por mas que quiera. O sea, la admiro mucho y todo eso pero mi hermano está en un grave peligro y no creo que salga vivo de esta. Necesito ayudarlo.

—Tranquila —Morgana le puso una mano en el hombro. Margaery descubrió que era cálida y reconfortante—. Tu hermano está ocupado gritándole a todos los profesores de tu escuela por tu muerte.

—Pero... estábamos en el cementerio hace dos segundos.

—El tiempo pasa diferente cuando estás aquí —dijo Morgana

—O sea, ¿qué sí estoy muerta? —"no dolió al menos", pensó.

—Ah —dijo Morgana, sonriendo más abiertamente—. Esa es la cuestión ¿no es cierto? En conjunto, querida mía, creo que no.

Se miraron mutuamente, la mujer todavía sonriendo.

—¿No? —repitió Margaery.

—No —dijo Morgana.

—Pero... Pero debería haber muerto... ¡Solo conjuré un patético hechizo de protección bretón!

—Que, casualmente, es un hechizo de la Antigua Religión —dijo Morgana—. ¿Sabías en que se especializa la Antigua Religión?

Margaery pensó. Dejó que su mirada vagase por los alrededores. Si efectivamente estaban sentadas en un palacio, era uno extraño, con sillas colocadas en pequeñas filas y trozos de verja aquí y allá. Y aun así, ella y Morgana eran las únicas allí. Entonces la respuesta brotó en sus labios con facilidad, sin esfuerzo.

—La muerte.

—Precisamente —asintió Morgana—. Sin embargo...

—No en traerlas de la muerte... —Morgana volvió a asentir ante las palabras de Margaery—. Entonces, sí morí... pero el hechizo...

—Hizo lo que un hechizo de protección debe hacer —dijo Morgana, acercándose a algo que parecía una ventana. Margaery la siguió—. Pero... el único problema que encuentro es que eso no estaba destinado a pasar.

—¿Qué? —preguntó Margaery, atónita.

—Cuando le dijiste a Cedric Diggory que se fuera y él aceptó, cambiaron el destino de básicamente todo —contó Morgana, señalando hacia abajo. Estaban ella, en una camilla, Harry, Alyssane, Arya, Cedric y varias otras personas que Margaery reconocía pero, irónicamente, no era capaz de verlas—. Y cuando aplicaste el hechizo de defensa, uno que no se había usado en miles de años por su excepcionales métodos de protección...

—No los llamaría excepcionales —ironizó Margaery.

—Otra cosa se despertó en ti —prosiguió Morgana—. Algo que no se había visto desde los tiempos de Merlín.

—No soy una gran fanática del viejo chalado, Miladi, asi que preferiría que no nos compare —mencionó Margaery, haciendo reír a Morgana. Esto le impactó muchísimo; nunca había pensado que alguien tan tenebrosa como Morgana reía—. Mire, en serio, soy su mayor defensora en Camelot pero tengo que irme. Si estoy viva aquí tengo que estar viva allá. Mi hermano me necesita.

—Sí que lo hace... Pero Margaery —la detuvo Morgana—. ¿Tienes conciencia de lo que has desatado?

Margaery permaneció pensando durante bastante tiempo, o tal vez segundos. Ahí era bastante complicado estar seguro de cosas como el tiempo.

—No... Ni idea —admitió al fin—. Pero mamá me dijo que...

—¿Qué eras la portadora del ciclo artúrico? —adivinó Morgana.

—Pero los muertos no hablan —la interrumpió Margaery.

—¿Por qué no miras? —señaló con la cabeza la ventana.

La enfermería seguía ahí cuando Margaery miró pero ahora estaba más nítida, clara. Ella seguía tirada en la camilla, Harry estaba agarrándole la mano, Alyssane estaba abrazando a Cedric, Arya tenía ambas manos juntas sobre su frente, pero su tía Margaery abrazaba a alguien más. A una mujer platinada, vestida con una túnica color lila oscuro, tenía dos trenzas y el resto de su cabello suelto. Pero a Margaery fue su cara la que la impactó.

Era su madre. Era Aemma Potter.

Viva.

—Pero es imposible... —susurró Margaery —. ¿Yo...?

—No, tu no —le dijo Morgana, respondiendo a su pregunta no terminada—. Fue ese necio de Tom Riddle... Las personas no saben medir con la muerte, son irresponsables y, por lo tanto, peligrosas. Cuando tu madre murió, su protección permitió que tu hermano no lo hiciera. Ahora, Riddle ha usado su sangre para revivir. Error. Gran error —Morgana negó con la cabeza—. La protección de Aemma corre en las venas de Harry y ahora en las de Riddle. El problema es que Aemma es una Pendragon, descendiente del dragón y Riddle es un simple mestizo común y corriente. Su ritual para volver a la vida, devolvió también a tu madre.

Margaery volvió a quedarse callada por más tiempo

—¿Dónde estamos, exactamente? —preguntó, luego de un rato.

—Bueno, eso depende de ti —dijo Morgana, mirando alrededor—. ¿Dónde dirías que estamos?

Hasta que Morgana lo preguntó, Margaery no lo había sabido. Ahora, sin embargo, se encontró con que tenía una respuesta preparada.

—Parece —dijo lentamente—, el Bosque de Brocéliande. Excepto que no está desaparecido.

—¡Brocéliande! —Morgana se estaba riendo entre dientes—. Te falta practica para ser mi neach-leantainn. ¿Dios mío, de verdad Brocéliande?

—Bueno, ¿dónde piensa usted que estamos? —dijo Margaery, un poco a la defensiva.

—Eso, querida mía, queda a tu interpretación. Esto es, como dicen, tu fiesta.

Margaery no tenía ni idea de lo que quería decir eso; Morgana estaba siendo exasperante. La miró airada, y entonces se le vino una pregunta mucho más apremiante que esa de su actual localización.

—Lo que mi mamá me dijo...

—¿Sobre ser la portadora del ciclo artúrico? —Morgana la miró—. ¿Qué hay sobre eso?

—Que yo no puedo serlo.

—Querida, ¿Quién más sino tú? —preguntó en un tono tan dulce como uno materno.

—Yo no soy una Pendragon. No porto a Excalibur, ni monto un dragón, ¡ni siquiera tengo el cabello platinado! —dijo Margaery, mirando a la mujer.

—¿Quién más sino la niña que murió acompañando a su hermano y que, en el momento en que conoció a una diosa, decidió que era más importante ir con él?

La comprensión de lo que había ocurrido se aposentó gradualmente sobre Margaery en esos largos minutos, como suave nieve cayendo.

—Tengo que volver, ¿verdad?

—Si así lo quieres.

—¿Tengo elección?

—Oh, sí —Morgana le sonrió—. ¿Estamos en Brocéliande dijiste? Creo que si decides no volver, podrás, digamos, caminar hacia el bosque.

—¿Y adónde me iría?

—Adelante —dijo Morgana simplemente—. Nos harías un favor. Aunque dudo que la Cailleach te acepte de este lado

Silencio de nuevo.

—La Cailleach tiene razón. Aun me queda tiempo en el mundo de los vivos.

Se miraron durante un largo momento a la cara.

—Dígame una cosa más —dijo Margaery—. ¿Por qué, de todas las personas en mi familia, me eligieron a mí?

Morgana le sonrió ampliamente, y su voz sonó alta y fuerte en los oídos de Margaery a pesar de que la brillante niebla estaba descendiendo de nuevo, oscureciendo su figura.

—Margaery, lo mejor para superar la tristeza es aprender algo nuevo. —le dijo Morgana, mientras que su alrededor se pintaba de negro—. Esa es la única cosa que nunca falla. Puedes envejecer y temblar en tu anatomía, puedes quedarte despierta por la noche escuchando el desorden de tus venas, puedes perder a tu único amor, puedes ver el mundo a tu alrededor devastado por lunáticos malvados, o conocer que tu honor ha sido pisoteado en los desagües de mentes más bajas. Solo hay una solución: aprender. Aprender por qué el mundo gira y qué lo hace girar. Esa es la única cosa que la mente nunca puede agotar, nunca alienar, nunca torturar, nunca temer o desconfiar, y nunca soñar con lamentar. Pero, solo se consigue con la cosa más mística de todas; —en este punto, Margaery no veía nada— el tiempo.






























































































Cuando Margaery despertó, sintió como si había estado dormida hace tres años. Como si hubiese estado inerte.

Tenía todos sus sentidos funcionando. Podía escuchar, tenía tacto, no sabía si gusto pero si olfato porque olía a alcohol etílico, y, como descubrió al abrir los ojos, también vista.

Estaba en la enfermería, tal como en la vista que había tenido con Morgana, pero nadie estaba a su alrededor. O eso pensaba ella. Escuchaba voces, que se hacían cada vez más fuertes.

—Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Harry: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente... ¿Ha retornado Voldemort, Harry? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo hizo?

Ese era Moody, quien estaba hablando con, indudablemente, Harry.

—Cogió algo de la tumba de su padre, algo de Colagusano y algo mío —dijo Harry, que parecía que tenía un resfriado.

—¿Qué fue lo que el Señor Tenebroso cogió de ti? —preguntó Moody.

—Sangre —dijo Harry.

Moody profirió un silbido largo y sutil.

—¿Y los mortífagos? ¿Volvieron?

—Sí —contestó Harry—. Muchos...

—¿Cómo los trató? —preguntó en voz baja—. ¿Los perdonó?

—¡Hay un mortífago en Hogwarts! Hay un mortífago aquí: fue el que puso mi nombre en el cáliz de fuego y se aseguró de que llegara al final del Torneo...

Harry trató de levantarse, pero Moody lo empujó contra el respaldo.

—Ya sé quién es el mortífago —dijo en voz baja.

—¿Karkarov? —preguntó Harry alterado—. ¿Dónde está? ¿Lo ha atrapado usted? ¿Lo han encerrado?

A Margaery le entró una prisa por sacar a Harry de ahí, pero no podía porque ella estaba, para los demás, muerta.

Entonces recordó algo. Los ingredientes en el armario de Moody... la obsesión por beber todo el tiempo de su petaca... el líquido grumoso y marrón que bebía... Y luego recordó lo que Harry le había contado en su segundo año, luego de usar la Poción Multijugos; "No he tomado algo más horrible en mi vida, pero de un momento a otro era Goyle. No había diferencia entre él y yo"... Pero era imposible que Moody fuera un mortífago enmascarado.

Aunque, pensándolo mejor, Margaery recordó que el auténtico Moody era viejo y, según algunos, estaba débil. No debería ser muy difícil para un mago talentoso y joven vencerlo...

—¿Karkarov? —repitió Moody, riendo de forma extraña—. Karkarov ha huido esta noche, al notar que la Marca Tenebrosa le escocía en el brazo. Traicionó a demasiados fieles seguidores del Señor Tenebroso para querer volver a verlos... pero dudo que vaya lejos: el Señor Tenebroso sabe cómo encontrar a sus enemigos.

—¿Karkarov se ha ido? ¿Ha escapado? Pero entonces... ¿no fue él el que puso mi nombre en el cáliz?

—No —dijo Moody despacio—, no fue él. Fui yo.

Margaery lo oyó y confirmó toda sospecha. Ese no era el Moody real. Era un impostor, un mortífago.

—No, usted no lo hizo —replicó Harry—. Usted no lo hizo... no pudo hacerlo...

—Te aseguro que sí —afirmó Moody. Al mismo tiempo, Moody sacó la varita y apuntó a Harry con ella—. Entonces, ¿los perdonó?, ¿a los mortífagos que quedaron en libertad, los que se libraron de Azkaban?

—¿Qué?

—Te he preguntado —repitió Moody en voz baja— si él perdonó a esa escoria que no se preocupó por buscarlo. Esos cobardes traidores que ni siquiera afrontaron Azkaban por él. Esos apestosos desleales e inútiles que tuvieron el suficiente valor para hacer el idiota en los Mundiales de quidditch pero huyeron a la vista de la Marca Tenebrosa que yo hice aparecer en el cielo.

—¿Que usted...? ¿Qué está diciendo?

—Ya te lo expliqué, Harry, ya te lo expliqué. Junto a tu hermana que ahora está ahí tirada en esa cama. Si hay algo que odio en este mundo es a los mortífagos que han quedado en libertad. Le dieron la espalda a mi señor cuando más los necesitaba. Esperaba que los castigara, que los torturara. Dime que les ha hecho algo, Harry... Dime que reconoció que yo, sólo yo le he permanecido leal... y dispuesto a arriesgarlo todo para entregarle lo que él más deseaba: a ti.

—Usted no lo hizo... No puede ser.

—¿Quién puso tu nombre en el cáliz de fuego, en representación de un nuevo colegio? Yo. ¿Quién espantó a todo aquel que pudiera hacerte daño o impedirte ganar el Torneo? Yo. ¿Quién animó a Hagrid a que te mostrara los dragones? Yo. ¿Quién te ayudó a ver la única forma de derrotar al dragón? ¡Yo!

—No fue fácil, Harry, guiarte por todas esas pruebas sin levantar sospechas. He necesitado toda mi astucia para que no se pudiera descubrir mi mano en tu éxito. Si lo hubieras conseguido todo demasiado fácilmente, Dumbledore habría sospechado. Lo importante era que llegaras al laberinto, a ser posible bien situado. Luego, sabía que podría librarme de los otros campeones y despejarte el camino. Tu pequeña hermanita me ayudó en eso. Pero también tuve que enfrentarme a tu estupidez. La segunda prueba... ahí fue cuando tuve más miedo de que fracasaras. Estaba muy atento a ti, Potter. Sabía que no habías descifrado el enigma del huevo, así que tenía que darte otra pista...

—No fue usted —dijo Harry con voz ronca—: fue Cedric el que me dio la pista.

—¿Y quién le dijo a Cedric que lo abriera debajo del agua? Yo. Sabía que te pasaría la información: la gente decente es muy fácil de manipular, Potter. Estaba seguro de que Cedric querría devolverte el favor de haberle dicho lo de los dragones, y así fue. Pero incluso entonces, Potter, incluso entonces parecía muy probable que fracasaras. Yo no te quitaba el ojo de encima... ¡Todas aquellas horas en la biblioteca! ¿No te diste cuenta de que el libro que necesitabas lo tenías en el dormitorio? Yo lo hice llegar hasta allí muy pronto, se lo di a ese Longbottom, ¿no lo recuerdas? Las plantas acuáticas mágicas del Mediterráneo y sus propiedades. Ese libro te habría explicado todo lo que necesitabas saber sobre las branquialgas. Suponía que le pedirías ayuda a todo el mundo. Longbottom te lo habría explicado al
instante. Pero no lo hiciste... no lo hiciste... Tienes una vena de orgullo y autosuficiencia que podría haberlo arruinado todo.

»¿Qué podía hacer? Pasarte información por medio de otra boca inocente. Me habías dicho en el baile de Navidad que un elfo doméstico llamado Dobby te había hecho un regalo. Así que llamé a ese elfo a la sala de profesores para que recogiera una túnica para lavar, y mantuve con la profesora McGonagall una conversación sobre los retenidos, y sobre si Potter pensaría utilizar las branquialgas. Y tú amiguito el elfo se fue derecho al armario de Snape para proveerte...

La varita de Moody seguía apuntando directamente al corazón de Harry.

—Tardaste tanto en salir del lago, Potter, que creí que te habías ahogado. Pero, afortunadamente, Dumbledore tomó por nobleza tu estupidez y te dio muy buena nota. Qué respiro.

»Por supuesto, en el laberinto tuviste menos problemas de los que te correspondían —siguió—. Fue porque yo estaba rondando. Podía ver a través de los setos del exterior, y te quité mediante maldiciones muchos obstáculos del camino: le eché a tu hermana la maldición imperius para que eliminara a Diggory y ella usó la maldición imperius para que Viktor Krum atacara a Fleur Delacour cuando pasó.

—El Señor Tenebroso no consiguió matarte, Potter, que era lo que quería —susurró Moody—. Imagínate cómo me recompensará cuando vea que lo he hecho por él: yo te entregué (tú eras lo que más necesitaba para poderse regenerar) y luego te maté por él. Recibiré mayores honores que ningún otro mortífago. Me convertiré en su partidario predilecto, el más cercano... más cercano que un hijo...

El ojo normal de Moody estaba desorbitado por la emoción, y el mágico seguía fijo en Harry. La puerta había quedado cerrada con llave, y Margaery sabía que Harry jamás conseguiría alcanzar a tiempo su varita para poder salvarse. Pero ella sí. Su varita estaba a un lado de ella, en su mesa de luz. Margaery se estiró lo más que pudo hasta alcanzarla.

Cuando lo hizo, supo que el siguiente paso era pararse. Pero estaba aterrorizada. Había vuelto del Velo hace unos segundos y probablemente estaba muy débil. Muy débil para pararse, más débil para echarle una maldición al falso Moody.

—El Señor Tenebroso y yo tenemos mucho en común —dijo Moody, que en aquel momento parecía completamente loco, erguido frente a Harry y dirigiéndole una sonrisa malévola—: los dos, por ejemplo, tuvimos un padre muy decepcionante... mucho. Los dos hemos sufrido la humillación de llevar el nombre paterno, Harry. ¡Y los dos gozamos del placer... del enorme placer de matar a nuestro padre para asegurar el ascenso imparable de la Orden Tenebrosa!

Margaery hizo, literalmente, un salto de fe. Se deshizo de las sábanas que la cubrían y se enderezó lo suficiente como para poder pararse, pero sin que Moody la vea.

—¡Usted está loco! —exclamó Harry, sin poder contenerse—, ¡está completamente loco!

Margaery estaba de pie ahora y parecía poder sostenerse bastante bien, excepto por algunos temblores en las rodillas.

—¿Loco yo? —dijo Moody, alzando la voz de forma incontrolada—. ¡Ya veremos! ¡Veremos quién es el que está loco, ahora que ha retornado el Señor Tenebroso y que yo estaré a su lado! ¡Ha retornado, Harry Potter! ¡Tú no pudiste con él, y yo podré contigo!

Moody levantó la varita y abrió la boca. Harry metió la mano en la túnica. Margaery le rezó a Morgana que la ayudara de nuevo.

—¡Desmaius!

Hubo un rayo cegador de luz roja y acto seguido, con gran estruendo, echaron la puerta abajo.

Moody cayó al suelo de espaldas. Margaery, con los ojos aún fijos en el lugar en que se había encontrado la cara de Moody, vio a Albus Dumbledore, al profesor Snape y la profesora McGonagall mirándolos. Snape y McGonagall parecían haber visto a un fantasma y Margaery pensó que probablemente era así, dado que la estaban viendo a ella, vivita y coleando.

Pero Margaery comprendió por vez primera por qué la gente decía que Dumbledore era el único mago al que Voldemort temía. La expresión de su rostro al observar el cuerpo inerte de Ojoloco Moody era más temible de lo que Margaery hubiera podido imaginar. No había ni rastro de su benévola sonrisa, ni del guiño amable de sus ojos tras los cristales de las gafas. Sólo había fría cólera en cada arruga de la cara. Irradiaba una fuerza similar a la de una hoguera.

—Mary... —fue el único sonido que escuchó por parte de Harry.

Pero Margaery había ocupado, definitivamente, demasiada fuerza. Tanta fuerza que hubiese caído al suelo de no haber sido por la camilla.

La profesora McGonagall se aproximó a Margaery y, casi temblando, la subió a la cama. Después hizo algo que Margaery jamás imaginó posible: la abrazó tan fuerte que Margaery pensó que la iba a ahogar.

—Pro-profesora McGonagall... —pidió Margaery—. N-no... respiro...

—Ay, sí —Margaery notó que la profesora estaba constipada—. Sí... perdóname...

Y luego fue Harry quien la abrazó. Caminó muy lentamente hasta ella y, casi tirando a la profesora McGonagall, la abrazó. No fue muy fuerte, pero fue de una manera que indicaba que no quería que se alejara de su lado.

—No me vuelvas a hacer eso —murmuró Harry y a Margaery le dio la impresión de que estaba llorando—. No te vayas de nuevo, por favor.

—Nunca, Harry. Te lo prometo.

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