xxxvii. not today

x. hoy no

El sentimiento de estar muerta era algo a lo que Margaery se estaba acostumbrando.

A lo que no se podía acostumbrar era a que cada vez que se lo intentaba no podía recordar nada. Era como un trance. Hacía memoria y no encontraba en su cerebro nada más que imágenes en negro o destellos que la cegaban.

Era como si su mente le jugara en contra, como si, por alguna razón, alguien más tomara su mente y la manejara como si fuera un títere. No era consciente de nada que hacía y tampoco sabía a qué se debía su comportamiento. Llegó a pensar que era producto de la maldición imperius, pero no había posibilidad de que eso fuera real. La maldición imperius se sentía como estar flotando en una nube esponjosa y calentita, lo que ella sentía era absolutamente nada.

No sabía en qué momento había llegado su mente a tal punto de escabullirse en el laberinto de la última prueba del torneo. Solo sabía que tenía un objetivo: matar a alguien. No sabía a quién. Cedric o Harry, Cedric o Harry. Su mente vagaba en esas dos personas mientras atravesaba el laberinto y rompía todo a su paso.

Hechizó a uno de los campeones. No era consciente si era Fleur o Krum pero sabía que era uno de ellos. Le había dado la orden de atacar a otro campeón. De torturarlo hasta que, al menos, quedara fuera de la competencia. Y luego...

Ella estaba pulverizando a una araña. Una araña que había salido de no sabía donde y que estaba atacando a alguien. "A Cedric", susurró su inconsciente luego de unos segundos. "¡Detenla! Pero esas no eran sus órdenes. Ella tenía que matar a.... "¡No puedes!" La voz en su cabeza hablaba de una manera que la estaba haciendo sentir mareada, abrumada. Y entonces...

—¡Margaery!

Era Harry. Estaba segura de ello.

"¡Matalo!", le gritó una de las voces en su cabeza.

"Margaery, no", se opuso otra.

Pero no era ella. No era su voz.

Era la voz de otra mujer. De una mujer adulta.

Su primer pensamiento fue su madre. Pero eso no era posible... la princesa Aemma estaba muerta y los muertos no vuelven. Se van, para siempre.

"Niña tonta, hazlo ya", le insistió la voz en su cabeza, pero Margaery la sentía muy distante. Era como si se estuviera ahogando, como si se estuviera silenciando...

—¡Margaery!

Escuchó que uno de los dos que estaban ahí conjuraban un hechizo, que hizo que cayera al suelo.

La burbuja a su alrededor se explotó repentinamente. Sus oídos se destaparon y escuchó un largo pitido que la hizo estremecer de pies a cabeza.

—Margaery... —le susurraron. Harry la abrazó tan fuerte que el aire en los pulmones de Margaery se comenzó a disipar.

—Harry... —murmuró ella, abatida—. ¿Qué fue...?

—Nada, Marg... —le respondió Harry, aunque Margaery pudo ver en sus ojos un atisbo de desconfianza.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó el otro. Margaery recordó que era Cedric

—N-no... no lo sé... —empezó Margaery, aun aturdida

—Marg, calmate. ¿Cómo llegaste? —le preguntó Harry, asiéndola por los hombros.

—S-solo recuerdo que estaba acompañando a Electra porque...

Los eventos de hace unas horas le llegaron como una ola. Se llevaban a Victoria, Theo y Philip, luego su tía Margaery anunciaba que el rey Maegor estaba muerto, acompañaba a Electra a la oficina de Dumbledore, el corte... y luego todo era negro y borroso.

—¡Harry! —Margaery lo dijo tan de repente que su hermano se sobresaltó—. ¡Tenemos que ir con Alys! Eso la va a destruir...

—¿Qué pasó con Alyssane? —preguntó Cedric, muy serio.

—Cógela —le dijo Harry a Cedric, sin aliento—. Vamos, cógela. Yo iré con Alys y Margaery.

Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirándolos. Luego se volvió para observarla. Margaery vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a los mellizos.

Cedric respiró hondo y dijo:

—Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces. Yo llevaré a Margaery y veré a Alys.

—No es así el Torneo —replicó Harry—. El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.

Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

—No —dijo.

—¡Deja de hacer alardes de nobleza! —exclamó Harry irritado—. No tienes más que cogerla, y podremos salir de aquí.

—Tú me dijiste lo de los dragones —recordó Cedric—. Yo habría caído en la primera prueba si no me lo hubieras dicho.

—A mí también me lo dijeron —espetó Harry—. Y luego tú me ayudaste con el huevo: estamos en paz.

—También a mí me ayudaron con el huevo.

—Seguimos estando en paz —repuso Harry.

—Te merecías más puntos en la segunda prueba —dijo Cedric tercamente—. Te rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber hecho yo.

—¡Sólo yo fui lo bastante tonto para tomarme en serio la canción! —contestó Harry con amargura—. ¡Coge la Copa!

A Margaery se le hizo un nudo en el estómago.

"No dejes que vaya él, Margaery", susurró una voz en su subconsciente.

—No —contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Harry.

Éste vio que Cedric era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de Hufflepuff no había conquistado desde hacía siglos.

—Vamos, cógela tú —dijo Cedric.

Era como si le costara todas sus fuerzas, pero había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.

Harry miró alternativamente a Cedric y a la Copa.

—Cedric, vete —dijo Margaery.

Tenía que irse. Margaery no se lo iba a perdonar si algo malo le pasaba. Alyssane tampoco se lo perdonaría. Y ella no era lo suficientemente fuerte como para soportar una muerte en su conciencia.

—¿Qué? —le respondió el Hufflepuff.

—Si confías en m... si amas a mi hermana vete —le reiteró Margaery—. No ganaras, lo sé pero Alyssane está en una situación tres veces peor que esta.

Margaery se guardó las ganas de decir que su hermana no iba a ser capaz de superar con la misma fuerza lo que estaba pasando allá afuera si Cedric no estuviese de su lado.

Cedric la miró.

—¿Qué le pasa a Alyssane, Margaery? —le preguntó el de nuevo.

—Cedric, ¿confías en mí? ¿Confías en ella? —le preguntó Margaery, mirándolo a los ojos.

—Siempre —le respondió él, firmemente.

—Entonces ve.

Cedric miró a Harry, quien se sostenía a un seto para mantenerse en pie.

—No sé qué está pasando, Cedric. Pero si Margaery dice que Alyssane te necesita entonces es porque realmente algo malo está pasando.

Cedric asintió y, levantando la varita, disparó al aire una lluvia roja que brilló por encima de ellos, marcando el punto en que se encontraban.

—Vamos. Los dos —propuso Harry, mirando a Margaery.

—¿Qué?

—La cogeremos los dos al mismo tiempo. Yo seré el campeón, pero voy a atribuirle una parte de la victoria a Cedric. Tu podrías ser... algo así como una escolta —le explicó él—. Vamos, Marg. No podría haberlo hecho sin ti —le insistió Harry, ayudándole a pararse aunque fue Margaery la que estaba sosteniéndolos a los dos.

—Suerte —les murmuró Cedric.

—Cuida de Alyssane —le ordenó Margaery, aunque sonó como un ruego.

—A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...

Margaery y Harry agarraron las asas de la Copa.

Al instante, Margaery sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: la llevaba hacia delante, en un torbellino de viento y colores, y Harry iba a su lado.

Al instante sintió que los pies daban contra el suelo y cayó de bruces. La mano, por fin, soltó la Copa de los tres magos.

—¿Dónde estamos? —preguntó.

Margaery sacudió la cabeza. Se levantó, ayudó a Harry a ponerse en pie, y los dos miraron en torno.

Habían abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habían viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo. Se hallaban en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta se podía ver tras un tejo grande que tenían a la derecha. A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.

Margaery miró la Copa y luego a Harry.

—¿Te dijo alguien que la Copa fuera un traslador? —preguntó.

—Nadie —respondió Harry, mirando el cementerio. El silencio era total y algo inquietante—. ¿Será esto parte de la prueba?

—Ni idea —dijo Margaery. Estaba nerviosa. Estaba pálida y había comenzado a temblar—. Alguien viene —dijo de pronto, sin que se produjera ningún ruido de más.

Escudriñando en la oscuridad, vislumbraron una figura que se acercaba caminando derecho hacia ellos por entre las tumbas. Margaery no podía distinguirle la cara; pero, por la forma en que andaba y la postura de los brazos, pensó que llevaba algo en ellos. Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con capucha que le ocultaba el rostro. La distancia entre ellos se acortaba a cada paso, permitiéndoles ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era simplemente una túnica arrebujada?

Margaery bajó un poco la varita y echó una ojeada a Harry. Éste le devolvió una mirada de desconcierto. Una y otro volvieron a observar al que se acercaba, que al fin se detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos. Durante un segundo, los mellizos y el hombrecillo no hicieron otra cosa que mirarse.

Harry produjo un alarido de dolor. Se llevó las manos a la cara y la varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas. Cayó al suelo y se quedó sin poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.

—¿Harry? —le murmuró Margaery, agachándose.

Desde lo lejos, por encima de su cabeza, oyó una voz fría y aguda que decía:

—Mata a la otra.

Entonces escuchó un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas palabras:

—¡Avada Kedavra!

Margaery se había tardado demasiado en reaccionar, pero cuando lo hizo la única cosa que se le ocurrió fue levantar su varita y gritar un hechizo en Drílico.

—¡Custōdire! ¡Expelliarmus!

Margaery, sin entender muy bien si seguía viva o había muerto, salió disparada unos tres metros de donde estaba, comprendiendo que ninguno de los dos hechizos que había utilizado habían servido de mucho. No escuchaba nada, no podía ver tampoco. Quería moverse pero ni sus piernas ni brazos le respondían. Quiso gritar pero sus cuerdas vocales habían enmudecido. No sentía nada, ni física ni sentimentalmente. Lo único que parecía servir era sus cerebro, que estaba tan abrumado que empezaba a darle a Margaery dolor de cabeza. El único pensamiento que pudo entender fue que había pasado con Harry.

Lo que confirmó si su hermano estaba vivo o muerto fue el grito que soltó. Rompió el silencio como si fuese una copa de cristal cayéndose, perforó la noche y atravesó a Margaery como si estuviese sintiendo el mismo dolor.

"Margaery, cielo mío", Margaery escuchó en su cabeza y se dio por muerta.

Era su madre. No había otra persona con un tono de voz tan dulce como ella. Pero su madre estaba muerta y si Margaery la estaba escuchando era porque ella también lo estaba.

"Querida... Morgana me ha dado tiempo y te lo ha dado a ti también.", le susurró su madre. Margaery podía jurar que la estaba sintiendo como le acariciaba el cabello, con docilidad. "Tubī daor, mi niña. Tu eres la portadora del ciclo artúrico, Margaery. Mantente firme", las dos últimas palabras resonaron en su mente como campanas. "Harry estará bien. Estoy con ustedes."

"Tubī daor" era hoy no. Hoy no.

Se preguntó a si misma como era capaz de sobrevivir si estaba destrozada. O, al menos, así se sentía ella. O quizás...

Eso tenía que hacer... quedarse quieta... firme. Pero, ¿y Harry?... Su madre estaba con él. La princesa Aemma de Camelot. La única mujer a la que lord Voldemort le había temido jamás.

Escuchaba voces. Pero era como si estuvieran bajo el agua.

Alguien más habló. La voz le salió temblorosa, y parecía aterrorizado.

—¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu hijo!

Margaery escuchó como si algo se resquebrajara.

Empezaba a escuchar mejor, pero aun mantenía su vista oscurecida. Aunque, en realidad, Margaery no sabía si estaba viendo o si solo veía el cielo. Llegaba a detectar pequeños puntos blancos pero eran tan diminutos y fugaces que le daban más dolor de cabeza del que tenía.

La voz de la persona se le quebraba en sollozos de espanto.

—¡Carne... del vasallo... voluntariamente ofrecida... revivirás a tu señor!

Escuchó otro grito, oyó un golpe contra el suelo, los jadeos de angustia, y luego el ruido de una salpicadura que le dio asco. La vista de Margaery no había mejorado pero logró ver una luz roja que ocupó la visión negra que tenía.

—Sa... sangre del enemigo... tomada por la fuerza... resucitarás al que odias.

Entre quejidos, el hombre vertió algo.

Al instante el lugar adquirió un color blanco cegador. Lo siguiente que Margaery escuchó fue como alguien caía de rodillas al suelo y se quejaba de dolor.

Algo hervía a borbotones, salpicando en todas direcciones chispas de un brillo tan cegador que todo lo demás parecía de una negrura aterciopelada. Nada sucedió hasta que se extinguieron las chispas que saltaban del caldero. Una enorme cantidad de vapor blanco surgió formando nubes espesas y lo envolvió todo, de forma que Margaery pudo ver menos de lo que lo hacía.

—Vísteme —dijo una voz fría y aguda por entre el vapor.

Margaery sintió algo. Un sentimiento que no era de ella. Era de Harry. Pero tampoco le costó mucho averiguar a quien podría pertenecer la voz... Era la misma voz del individuo que había habitado en la parte trasera de la cabeza del profesor Quirrell en primer año.

Lord Voldemort había vuelto. Y lo peor era que Harry estaba solo e indefenso en frente de él.



















































































AUTHOR'S NOTE:

surpriseeeeee

a este ritmo termino este acto antes de mañana, eh JAJAJJA

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