xxxv. peace (and a lot of chaos)
xxxv. paz (y mucho caos)
Otros años, en primavera, Margaery entrenaba a fondo para el último partido de la temporada. Pero ahora, con la suspensión de los partidos, Margaery se concentraba en los exámenes y deberes tres veces más de lo usual. Pasaba, junto a Electra y a veces Angelica y Alessia, miles de horas en la biblioteca.
—Me encantaría que en Beauxbatons enseñaran estas cosas —murmuró con anhelo Angelica mientras leía un fragmento de "Las mujeres en las revoluciones"
—Pues que las enseñen bien —replicó Margaery—. No mencionan ni a Collette Beatroux ni a Odette Anouk.
—¿A Anouk no? —preguntó Angelica sorprendida.
—Imagínate lo mal que enseñan si solo mencionan a Knight —negó Margaery—. No es por demeritar su trabajo pero Beatroux y Anouk también hicieron muchísimo trabajo.
—¿Knight no era el apellido del chico que t...? —previniendo lo que Electra iba a decir, Margaery le pegó una patada en los pies.
—Knight es mi apellido... —dijo Angelica—. El de mis hermanas, de mi papá, de mi tío, de mis dos primos.
—Y de Andrew —canturreó Electra.
—Mi pri... —Angelica se paró, mirando a Margaery que estaba coloradísima—. ¡Te gusta mi primo!
—¡Shhh! —exclamó Margaery, pidiéndole que baje la voz—. No me gusta Andrew, Angelica —Margaery se lo pensó dos veces—. O sea... es bueno y amable y atento y caballeroso... En fin, el punto es que me trata increíble y somos muy buenos amigos. Y es un bailarín fantástico —Alessia rió— pero eso no más.
—No te creo ni un poquito —sentenció Angelica—. Nunca, nunca, nunca en mi vida me había sentido tan sorprendida de ti.
—Ay, por los cuatro dioses, no estoy enamorada de...
—¿De quién no estás enamorada? —preguntó una voz atrás de ellas.
A Margaery se le cayó el alma a los pies.
—¡Hola, Andy! —saludo, nerviosa, dándose la vuelta.
—¿Por qué me llamas Andy, Val? —le preguntó él.
—¿Por qué la llamas Val? —preguntó Angelica en regreso.
—Tan entrometida como siempre, Angelica —le sonrió Andrew—. Te llama tu hermano —señaló a Margaery.
—¿Y por qué no viene él? —cuestionó Margaery, levantándose.
—Si yo fuera Harry te lo diría pero no lo soy —Andrew levantó los hombros—. Pero me dijo, y cito, que "necesitaba de tu inteligencia excepcional"
—Extraño —murmuró Margaery—. Me voy a ver a mi hermano abandónico. Adiós, chicas.
Con un pequeño "adiós" de parte de las tres chicas se fue de la biblioteca con Andrew atrás de ella.
—¿Tan ansioso de verme estabas que no pudiste resistir buscarme aunque sea un encargo de mi hermano? —preguntó Margaery, sonriendo.
—Algo así —asintió él.
—Eres una ternura —dijo Margaery arrugando la nariz.
—¿Yo soy la ternura? —le preguntó él mirándola.
—Totalmente —asintió ella—. Y además me acompañas.
—Te acompaño porque tengo que volver al carruaje
—Me acompañas porque quieres acompañarme —le corrigió ella—. Admítelo.
—¿Y por qué no me dices de quien estás enamorada? —le atacó él.
—De nadie —se apresuró Margaery.
—Querida —a Margaery se le hizo un nudo en el estómago—, tengo dos hermanas menores sé perfectamente cómo reaccionan las mujeres enamoradas.
—Bueno, querido —otro nudo en el estómago— no estoy enamorada de nadie excepto de tu bisabuela y sus poemas.
—Me gusta que te quedes en la familia —bromeó Andrew.
—Me gusta que te guste que me quede en la familia —continuó Margaery con la broma—. Puede hablar mucho de ti. Quizás seas tú el que tiene que decirme algo sobre estar enamorado.
Andrew rió.
—Quizás puedas quedarte en la familia con alguien más, pequeña inteligente —le susurró él, cuando Margaery lo abrazó al llegar al Gran Comedor.
—Angie, quizás —le susurró ella, sonriendo.
Se había hecho la inocente pero sabía perfectamente que era a lo que se había referido. Aunque había coqueteado de nuevo, su corazón estaba bombeando tres mil veces más rápido que antes y estaba bastante segura que Andrew lo podía escuchar. Inclusive, estaba segura de que cualquiera a un kilómetro a la redonda podía escucharlo.
—¡Marg! —le gritó Harry—. ¡No sabes lo que pasó!
Y, casi sin darle tiempo de despedirse de Andrew, Harry la llevó hacia un pasillo desierto en Hogwarts y empezó a contarle todo sobre algo ocurrido con Krum y Crouch.
—Vuélvelo a contar, Harry —pidió Margaery—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?
—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas... mencionó a su hijo.
—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo malhumorada.
—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo parecía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba instrucciones a Percy.
—Y ¿me puedes recordar qué dijo sobre lord Voldemort? —dijo Margaery, con una mano en la barbilla.
—Ya te lo he dicho —repitió Harry con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.
Se quedaron callados. Luego Margaery habló con fingida calma:
—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.
—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuso Harry—. Tenía verdaderos problemas para decir dos palabras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore. Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dijo con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dice, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?
—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —exclamó Margaery—. Justo cuando Crouch habla del señor tenebroso, Snape, quien ha sentido justo un dolor en el antebrazo izquierdo, te detiene. Puede que... espera... ¿Cuánto podría haber tardado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberos adelantado?
—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contestó Harry.
—En él no me extrañaría —murmuró—. Tenemos que ver al profesor Moody. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.
—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opinó Harry.
—A menos que Crouch hubiera salido ya de los terrenos —observó Margaery—, pero eso sería muy difícil.
Los dos se encaminaron a hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y encontraron al profesor Moody que salía de allí. Se le caía el párpado de su ojo normal, lo que le daba a la cara una apariencia más asimétrica de lo habitual.
—¡Profesor Moody! —gritó Harry, mientras avanzaban hacia él entre la multitud.
—Hola, Potter —saludó Moody. Miró con su ojo mágico a un par de alumnos de primero, que aceleraron nerviosos; luego giró el ojo hacia el interior de la cabeza y los miró a través del cogote hasta que doblaron la esquina. Entonces les dijo—: Venid.
Se hizo atrás para dejarlos entrar en el aula vacía, entró tras ellos cojeando y cerró la puerta.
—¿Lo encontró? —le preguntó Harry, sin preámbulos—. ¿Encontró al señor Crouch?
—No. —Moody fue hacia su mesa, se sentó, extendió su pata de palo con un ligero gemido y sacó la petaca.
—¿Utilizó el mapa? —inquirió Harry.
—Por supuesto —dijo Moody bebiendo un sorbo de la petaca—. Seguí tu ejemplo, Potter: lo llamé para que llegara hasta mí desde mi despacho. Pero Crouch no aparecía por ningún lado.
Margaery pensó que Moody debía tener serios problemas de hidratación si tomaba agua de su petaca en tantas cantidades.
—Pero nadie se puede desaparecer dentro de los terrenos del colegio —recordó Margaery, sus ojos puestos en la petaca de Moody—. ¿Podría haberse esfumado de alguna otra manera, profesor?
El ojo mágico de Moody tembló un poco al fijarse en Margaery y en su interés en la petaca.
—Tú también valdrías para auror —le dijo—. Tu mente funciona bien, Potter.
—No, gracias —dijo Margaery—. Quiero ser senadora o embajadora para el reinado de mi hermana.
—Bueno, no era invisible —observó Harry, haciendo caso omiso a Margaery—, porque el mapa muestra también a los invisibles. Por lo tanto debió de abandonar los terrenos del colegio.
—Pero ¿por sus propios medios? —preguntó Margaery—. ¿O se lo llevó alguien? Sería muy improbable que alguien lo hubiese montado en una escoba y habérselo llevado por los aires. Crouch no tiene a nadie de su familia vivo; su esposa e hijo están muertos.
—Podría haber sido Winky, su antigua elfa doméstica —apuntó Harry.
—Los elfos domésticos no vuelan escobas —dijo Margaery, frunciendo el ceño.
—No se puede descartar el secuestro —admitió Moody.
—Entonces, ¿cree que estará en algún lugar de Hogsmeade?
—Podría estar en cualquier sitio —respondió Moody moviendo la cabeza—. Lo único de lo que estamos seguros es de que no está aquí.
Bostezó de forma que las cicatrices del rostro se le tensaron y la boca torcida reveló que le faltaban unos cuantos dientes. Luego dijo:
—Dumbledore me ha dicho que os gusta jugar a los detectives, pero no hay nada que podáis hacer por Crouch. El Ministerio ya andará buscándolo, porque Dumbledore les ha informado. Ahora, Potter, quiero que pienses sólo en la tercera prueba.
—¿Qué? —exclamó Harry—. Ah, sí...
—Esta prueba te tendría que ir como anillo al dedo —dijo Moody mirando a Harry y rascándose la barbilla llena de cicatrices y con barba de varios días—. Por lo que me ha dicho Dumbledore, has salido bien librado unas cuantas veces de situaciones parecidas. Cuando estabas en primero te abriste camino a través de una serie de obstáculos que protegían la piedra filosofal, ¿no?
—Hermione, Catherine y Ron me ayudaron —se apresuró a decir Harry.
Margaery combatió las ganas de añadir que ella también había ayudado, pero se calló.
Moody sonrió.
—Bien, que te ayuden también a preparar esta prueba, y me llevaré una sorpresa si no gana —dijo—. Y, mientras tanto... alerta permanente, Potter. Alerta permanente.
Echó otro largo trago de la petaca, y su ojo mágico giró hacia la ventana, desde la cual se veía la vela superior del barco de Durmstrang.
—Y tu —su ojo normal se clavó en Margaery— no te apartes de tu hermano, ¿de acuerdo? Yo estoy alerta, pero, de todas maneras... cuantos más ojos, mejor.
Margaery reprimió las ganas de decirle que nunca le quitaba los ojos de encima a Harry, pero, de nuevo, se calló y solo sonrió.
—Ah, por cierto, profesor. Olvidé mi libro la última clase... —había salido tan apresurada de la clase anterior de Defensa, que casi había olvidado hasta la cabeza.
—En el armario de allá —señaló Moody y Margaery se apresuró a buscarlo.
En el armario, que le dio muchísimo miedo a Margaery, había cosas tan extravagantes como: sanguijuelas, un cuerno de Bicornio, hojas de Centidonia, escrúpulos de descurainia Sophia y piel seca desmenuzada de serpiente. Además, tenía tan mal olor que le dieron ganas de vomitar. El libro estaba en el segundo estante, junto a otros, y le dio a Margaery la impresión de que era el más nuevo en la colección de libros perdidos.
Agarró el suyo lo más rápido que pudo y se acercó a Harry, quien estaba casi en la puerta.
—Adiós, profesor —saludaron ambos y salieron del aula.
—Ese Moody es de lo más raro... —murmuró Margaery.
Y Margaery corroboró esa teoría cuando en su siguiente clase de Defensa, uno de sus compañeros tiró la petaca de agua de Moody al suelo. Pero no era agua lo que había caído; era algo marrón, gomoso, burbujeante y asqueroso. Margaery hubiese apostado que tenía hasta uñas adentro. Aun así, Moody reaccionó como si lo que hubiera dentro fuera de oro y trató de recoger hasta el más mínimo milímetro de sustancia.
—Si yo fuera él —le dijo Electra cuando salían del aula—, no tomaría eso ni aunque me paguen.
Por las ventanas entraban amplias franjas de deslumbrante luz solar que atravesaban el corredor. Fuera, el cielo era de un azul tan brillante que parecía esmaltado.
—En el aula de Trelawney hará un calor infernal: nunca apaga el fuego —comentó Electra empezando a subir la escalera que llevaba a la escalerilla plateada y la trampilla.
No se equivocaba. En la sala, tenuemente iluminada, el calor era sofocante. Los vapores perfumados que emanaban del fuego de la chimenea eran más densos que nunca. A Margaery la cabeza le daba vueltas mientras iba hacia una de las ventanas cubiertas de cortinas. Cuando la profesora Trelawney miraba a otro lado para retirar el chal de una lámpara, abrió un resquicio en la ventana y se acomodó en su sillón tapizado con tela de colores de manera que una suave brisa le daba en la cara. Resultaba muy agradable.
—Queridos míos —dijo la profesora Trelawney, sentándose en su butaca de orejas delante de la clase y mirándolos a todos con sus ojos aumentados por las gafas—, casi hemos terminado nuestro estudio de la adivinación por los astros. Hoy, sin embargo, tenemos una excelente oportunidad para examinar los efectos de Marte, ya que en estos momentos se halla en una posición muy interesante. Tened la bondad de mirar hacia aquí: voy a bajar un poco la luz...
Apagó las lámparas con un movimiento de la varita. La única fuente de luz en aquel momento era el fuego de la chimenea. La profesora Trelawney se agachó y cogió de debajo del sillón una miniatura del sistema solar contenida dentro de una campana de cristal. Era un objeto muy bello: suspendidas en el aire, todas las lunas emitían un tenue destello al girar alrededor de los nueve planetas y del brillante sol.
Margaery miró con desgana mientras la profesora Trelawney indicaba el fascinante ángulo que formaba Marte con Neptuno. Los vapores densamente perfumados la embriagaban, y la brisa que entraba por la ventana le acariciaba el rostro. Oyó tras la cortina el suave zumbido de un insecto. Los párpados empezaron a cerrársele...
Entonces un "¡pum!" la despertó. Harry se había desplomado en el suelo. Y de pronto, en medio del silencio, Harry gritó. También lo hizo Margaery, pero era un grito de ayuda no de dolor. Se retorcía en el suelo tan fuertemente que Margaery pensó que estaba poseído. La clase estaba alrededor de ellos, y Catherine y Ron eran los únicos que estaban arrodillados al lado de Margaery.
—¡Harry! —Harry se agarraba la cicatriz, lo que la hizo preocuparse aún más—. ¡Harry, Harry!
Y de pronto abrió los ojos, respirando fuertemente.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Catherine, temblando.
—¡Por supuesto que no se encuentra bien! —dijo la profesora Trelawney, muy agitada. Clavó en Harry sus grandes ojos—. ¿Qué ha ocurrido, Potter? ¿Una premonición?, ¿una aparición? ¿Qué has visto?
—Nada —mintió Harry. Se sentó, aún tembloroso.
—¡Te apretabas la cicatriz! —dijo la profesora Trelawney—. ¡Te revolcabas por el suelo! ¡Vamos, Potter, tengo experiencia en estas cosas!
Harry levantó la vista hacia ella.
—Creo que tengo que ir a la enfermería. Me duele terriblemente la cabeza.
—¡Sin duda te han estimulado las extraordinarias vibraciones de clarividencia de esta sala! —exclamó la profesora Trelawney—. Si te vas ahora, tal vez pierdas la oportunidad de ver más allá de lo que nunca has...
—Lo único que quiero ver es un analgésico.
Se puso en pie. Todos se echaron un poco para atrás. Parecían asustados.
—Hasta luego —le dijo Harry a Margaery, Ron y Catherine en voz baja, y, recogiendo la mochila, fue hacia la trampilla sin hacer caso de la profesora Trelawney, que tenía en la cara una expresión de intensa frustración, como si le acabaran de negar un capricho.
—Voy con él —anunció Margaery, parándose y agarrando su mochila.
Pasó, tal como lo había hecho Harry, la trampilla y bajó las escaleras de mano.
—¿Dónde crees que vas? —le preguntó Margaery a Harry, cuando vio que este no se dirigía a la enfermería.
Con los ojos llenos de lágrimas, Harry contestó:
—A ver a Dumbledore. ¿Crees que... —Harry dudó—. ¿Crees que podrías acompañarme?
Reprimiendo una sonrisa, Margaery asintió y anduvieron por los corredores mientras Harry le contaba sobre su sueño. Había oído a Voldemort acusar a Colagusano de cometer un error garrafal... pero el búho real le había llevado buenas noticias: el error estaba subsanado, alguien había muerto... De manera que Colagusano no iba a servir de alimento a la serpiente... En su lugar, la serpiente se lo comería a él, a Harry...
Harry pasó de largo la gárgola de piedra que guardaba la entrada al despacho de Dumbledore.
—¿Harry? —preguntó Margaery, mirándolo un par de metros más allá.
Harry se devolvió pero se mantuvo callado, haciendo que Margaery lo mirara curiosa.
—¿Sorbete de limón? —dijo probando.
La gárgola no se movió.
—No me digas que no te sabes la contraseña —reprochó Margaery
—Bueno —dijo Harry, mirándola—. Habrá que probar...
Y así estuvieron probando "Caramelo de pera. Eh... Palo de regaliz. Meigas fritas. Chicle superhinchable."
—Grageas de todos los sabores de Bertie Bott —sugirió Margaery
—No, no le gustan, creo... Vamos, ábrete, ¿por qué no te abres? —exclamó irritado—. ¡Tengo que verlo, es urgente!
La gárgola permaneció inmóvil.
Harry le dio una patada, pero sólo consiguió hacerse un daño terrible en el dedo gordo del pie.
—¡Ranas de chocolate! —gritó enfadado, sosteniéndose sobre un pie—. ¡Pluma de azúcar!
—Calmate. No lograrás nada así —lo reprendió Margaery, tocándole un hombro—. Cucurucho de cucarachas... No lo sé, de esas le gustan a Alessia...
La gárgola revivió de pronto y se movió a un lado.
—¿Cucurucho de cucarachas? —dijo sorprendido—. ¿En serio?
—Punto para Margaery
Se metieron rápidamente por el resquicio que había entre las paredes, y accedieron a una escalera de caracol de piedra, que empezó a ascender lentamente cuando la pared se cerró tras ellos, hasta dejarlos ante una puerta de roble pulido con aldaba de bronce. Oyó que hablaban en el despacho. Salió de la escalera móvil y dudaron un momento, escuchando.
—¡Me temo, Dumbledore, que no veo la relación, no la veo en absoluto! —Era la voz del ministro de Magia, Cornelius Fudge—. Ludo dice que Bertha es perfectamente capaz de perderse sin ayuda de nadie. Estoy de acuerdo en que a estas alturas tendríamos que haberla encontrado, pero de todas maneras no tenemos ninguna prueba de que haya ocurrido nada grave, Dumbledore, ninguna prueba en absoluto. ¡Y en cuanto a que su desaparición tenga alguna relación con la de Barty Crouch...!
—¿Y qué cree que le ha ocurrido a Barty Crouch, ministro? —preguntó la voz gruñona de Moody.
—Hay dos posibilidades, Alastor —respondió Fudge—: o bien Crouch ha acabado por tener un colapso nervioso (algo más que probable dada su biografía), ha perdido la cabeza y se ha ido por ahí de paseo...
—Y pasea extraordinariamente aprisa, si ése es el caso, Cornelius —observó Dumbledore con calma.
—O bien... —Fudge parecía incómodo—. Bueno, me reservo el juicio para después de ver el lugar en que lo encontraron, pero ¿decís que fue nada más pasar el carruaje de Beauxbatons? Dumbledore, ¿sabes lo que es esa mujer?
—La considero una directora muy competente... y una excelente pareja de baile —contestó Dumbledore en voz baja.
—¡Vamos, Dumbledore! —dijo Fudge enfadado—. ¿No te parece que puedes tener prejuicios a su favor a causa de Hagrid? No todos son inofensivos... eso suponiendo que realmente se pueda considerar inofensivo a Hagrid, con esa fijación que tiene con los monstruos...
—No tengo más sospechas de Madame Maxime que de Hagrid —declaró Dumbledore sin perder la calma—, y creo que tal vez seas tú el que tiene prejuicios, Cornelius.
—¿Podríamos zanjar esta discusión? —propuso Moody.
—Sí, sí, bajemos —repuso Cornelius impaciente.
—No, no lo digo por eso —dijo Moody—. Lo digo porque los Potter quieren hablar contigo, Dumbledore: están esperando al otro lado de la puerta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top