xxxiv. mr. crouch
xxxiv. el señor crouch
Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo. Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. La lechuza parda que Harry había enviado a Sirius con la fecha del permiso para ir a Hogsmeade volvió el viernes por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto Harry le desprendió la carta de Sirius se escapó, temiendo que la enviaran otra vez.
La carta de Sirius era casi tan corta como la anterior:
Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde.
Llevad toda la comida que podáis. Que Alys y Marg vengan también.
—¡No habrá vuelto a Hogsmeade! —exclamó Ron, sorprendido.
—Eso parece —observó Hermione.
—No puedo creerlo —dijo Margaery muy preocupada—. Si lo cogen...
—Hasta ahora no lo han conseguido —le recordó Ron—. Y el lugar ya no está lleno de dementores.
A las doce del fin de semana siguiente salieron del castillo bajo un débil sol plateado que brillaba sobre los campos. El tiempo era más suave de lo que había sido en lo que llevaban de año, y cuando llegaron a Hogsmeade los tres se habían quitado la capa y se la habían echado al hombro. En la mochila de Harry llevaban la comida que Sirius les había pedido: una docena de muslos de pollo, una barra de pan y un frasco de zumo de calabaza que les habían servido en la comida.
Fueron a Tiroslargos Moda a comprar un regalo para Dobby, y se divirtieron eligiendo los calcetines más estrambóticos que vieron, incluido un par con un dibujo de refulgentes estrellas doradas y plateadas y otro que chillaba mucho cuando empezaba a oler demasiado. A la una y media subieron por la calle principal, pasaron Dervish y Banges y salieron hacia las afueras del pueblo.
Margaery nunca había ido por allí. El ventoso callejón salía del pueblo hacia el campo sin cultivar que rodeaba Hogsmeade. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían jardines más grandes. Caminaron hacia el pie de la montaña que dominaba Hogsmeade, doblaron una curva y vieron al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarlos. Lo reconocieron enseguida.
—Hola, Sirius —saludó Harry, cuando llegaron hasta él.
El perro olió con avidez la mochila de Harry, meneó la cola, y luego se volvió y comenzó a trotar por el campo cubierto de maleza que subía hacia el rocoso pie de la montaña. Margaery, Alyssane, Harry, Ron y Hermione traspasaron la cerca y lo siguieron.
Sirius los condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con sus cuatro patas; pero Margaery, Alyssane, Harry, Ron y Hermione se quedaron pronto sin aliento. Siguieron subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado y serpenteante. El perro movía la cola mientras ellos sudaban bajo el sol.
Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegaron al lugar en que había desaparecido, vieron una estrecha abertura en la piedra. Se metieron por ella con dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se hallaba el hipogrifo Buckbeak. Mitad caballo gris y mitad águila gigante, sus fieros ojos naranja brillaron al verlos. Los cinco se inclinaron notoriamente ante él, y, después de observarlos por un momento, Buckbeak dobló sus escamosas rodillas delanteras y permitió que Alyssane se acercara y le acariciara el cuello con plumas. Margaery, sin embargo, miraba al perro negro, que acababa de convertirse en su padrino.
Sirius llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo que cuando se había aparecido en la chimenea, y sucio y enmarañado como el curso anterior.
—¡Pollo! —exclamó con voz ronca, después de haberse quitado de la boca los números atrasados de El Profeta y haberlos echado al suelo de la cueva.
Harry sacó de la mochila el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregó.
—Gracias —dijo Sirius, que lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a devorarlo sentado en el suelo de la cueva—. Me alimento sobre todo de ratas. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.
Sonrió a Harry, pero a éste le costó esfuerzo devolverle la sonrisa.
—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó.
—Cumplir con mi deber de padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No se preocupen por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.
Seguía sonriendo; pero, al ver la cara de preocupación de Harry, dijo más seriamente:
—Quiero estar cerca. Tu última carta... Bueno, digamos simplemente que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.
Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Margaery los cogió y los desplegó.
Harry, sin embargo, siguió mirando a Sirius.
—¿Y si te atrapan? ¿Qué pasará si te descubren?
—Vosotros cinco y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un animago —dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.
—Y Snape —recordó Alyssane, severamente.
—Sí, pero dudo que Snape venga a Hogsmeade —repuso Sirius—. Es todo muy... vivo para él
Margaery le dio un codazo a Harry y le pasó los ejemplares de El Profeta. Eran dos: el primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo, «La bruja del Ministerio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora personalmente del caso».
Margaery miró el artículo sobre Crouch. Las frases le saltaban a los ojos: «No se lo ha visto en público desde noviembre... la casa parece desierta... El Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas rehúsa hacer comentarios... El Ministerio se niega a confirmar los rumores de enfermedad crítica...»
—Suena como si se estuviera muriendo —comentó Harry
—Pero no puede estar tan enfermo si se ha colado en Hogwarts... —siguió Margaery
—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius—. Dice que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.
—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...
—Se está llevando su merecido por despedir a Winky —dijo Hermione con frialdad. Estaba acariciando a Buckbeak, que mascaba los huesos de pollo que Sirius iba dejando—. Apuesto a que se arrepiente de haberlo hecho. Apuesto a que ahora que ella no está para cuidarlo se da cuenta de lo que valía.
—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó Ron a Sirius, dirigiendo a Hermione una mirada severa.
Pero Sirius parecía interesado.
—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?
—Sí, en los Mundiales de quidditch —repuso Harry, y se puso a contar la historia de la aparición de la Marca Tenebrosa y de que habían encontrado a Winky con la varita de él en la mano, y del enojo del señor Crouch.
—No me contaron eso, hijos de su madre —reprochó Margaery.
—Tenemos la misma madre —respondieron Harry y Alyssane, con una sonrisita.
Pero Sirius no sonreía, al contrario se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear de un lado a otro de la cueva.
—A ver si lo he entendido todo bien —dijo después de un rato, blandiendo un nuevo muslo de pollo—. Primero visteis en la tribuna principal a la elfina, que le estaba guardando un sitio a Crouch, ¿no es así?
—Sí —respondieron los cuatro al mismo tiempo.
—Pero Crouch no apareció en todo el partido.
—No —confirmó Alyssane—. Me parece que dijo que había estado muy ocupado.
Sirius paseó en silencio por la cueva. Luego preguntó:
—¿Miraste en los bolsillos si estaba la varita después de dejar la tribuna principal, Harry?
—Eh... —Harry intentó recordar—. No —contestó por fin—. No la necesité antes de llegar al bosque. Entonces metí la mano en el bolsillo, y lo único que encontré fueron los omniculares. —Miró a Sirius—. ¿Crees que el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa me robó la varita en la tribuna principal?
—Tal vez —dijo Sirius.
—¡Winky no robó esa varita! —aseguró Hermione con vehemencia.
—La elfina no estaba sola en la tribuna principal, ¿verdad? —dijo Sirius frunciendo el entrecejo mientras seguía paseando—. ¿Quién más había sentado detrás de ti?
—Mucha gente —explicó Harry—. Funcionarios búlgaros... Cornelius Fudge... Alexander Pendragon...
—¡Ese hijo de puta!—exclamó Alyssane de repente, tan alto que su voz retumbó en la cueva. Buckbeak sacudió la cabeza nervioso—. Perdón. Pero seguro que fue Alexander Pendragon.
—¿Nadie más?
—Nadie —dijo Harry.
—Sí, había alguien más: Ludo Bagman —recordó Hermione.
—¡Ah, sí...!
—No sé nada de Bagman, salvo que fue golpeador en las Avispas de Wimbourne —comentó Sirius, sin dejar de pasear—. ¿Cómo es?
—Guay. Se empeña en ofrecerme ayuda para el Torneo de los tres magos.
—¿De verdad? —El ceño de Sirius se hizo más profundo—. ¿Por qué lo hará?
—Dice que tiene debilidad por mí.
—Mmm. —Sirius se quedó pensativo.
—Lo vimos en el bosque justo antes de que apareciera la Marca Tenebrosa —le dijo Hermione a Sirius—. ¿Os acordáis? —añadió volviéndose a Alyssane, Ron y Harry.
—Sí, pero no se quedó en el bosque —observó Ron—. En cuanto le hablamos del altercado, se fue al campamento.
—¿Cómo lo sabes? —objetó Hermione—. ¿Cómo sabes adónde fue al desaparecerse?
—¡Vamos! —exclamó Ron en tono escéptico—. ¿Es que crees que fue Bagman el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa?
—Antes sospecho de él que de Winky —replicó Hermione con testarudez.
—Ya te lo he dicho —señaló Ron, dirigiendo a Sirius una significativa mirada—, está obsesionada con los elfos dom...
Pero Sirius levantó la mano para que se callara.
—¿Qué hizo Crouch después de que apareció la Marca Tenebrosa y de que hubieron descubierto a su elfina con la varita de Harry?
—Se fue a mirar entre los arbustos —explicó Harry—, pero no encontró a nadie más.
—Claro —susurró Sirius, paseando de un lado a otro—, claro, quería encontrar a cualquier otro que no fuera su elfina doméstica... ¿Y entonces la despidió?
—Sí —contestó Hermione muy acalorada—, la despidió sólo porque no se había quedado en la tienda y dejado que la pisotearan.
—¡Deja en paz a la elfina, Hermione! —le dijo Ron.
Pero Sirius negó con la cabeza.
—Ella ha calado a Crouch mejor que tú, Ron. Si quieres saber cómo es alguien, mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales.
Se pasó una mano por la cara sin afeitar, intentando pensar.
—Todas esas ausencias de Barty Crouch... Se toma la molestia de enviar a su elfina doméstica para que le guarde un asiento en los Mundiales, pero no aparece para ver el partido; trabaja muy duro para reinstaurar el Torneo, y luego también se ausenta... Nada de eso es propio de él. Si antes de esto había dejado alguna vez de ir al trabajo por enfermedad, me como a Buckbeak.
—¿Conoces a Crouch, entonces? —le preguntó Margaery.
La cara de Sirius se ensombreció. De pronto pareció tan amenazador como la noche en que Margaery lo había visto por primera vez, cuando aún creía que era un asesino.
—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me llevaran a Azkaban... sin juicio.
—Y me llamo loca. No dejemos pasar ese detalle —agregó Alyssane
—¿Qué? —exclamaron a la vez Margaery, Ron y Hermione.
—¡Bromeas! —dijo Harry.
—No, no bromeo —respondió Sirius, arrancando otro bocado al muslo de pollo—. Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?
Harry, Ron y Hermione negaron con la cabeza.
—Todos pensaban que sería el siguiente ministro de Magia —explicó Sirius—. Barty Crouch es un gran mago y está sediento de poder. Ah, no, nunca apoyó a Voldemort —añadió, comprendiendo lo que significaba la expresión de Harry—. No, Barty Crouch fue siempre un declarado enemigo del lado tenebroso. Pero, entonces, un montón de gente que estaba también contra el lado tenebroso... Bueno, no lo entenderíais: sois demasiado jóvenes...
—Eso es lo que dicen todos —dijo Margaery con un dejo de irritación en la voz—. ¿Por qué no lo intentas?
Sirius sonrió un instante.
—Vale, lo intentaré... —Paseó unos momentos por la cueva, y luego empezó a hablar—: Imaginaos que Voldemort está ahora mismo en su momento de máximo poder. No sabéis quiénes lo apoyan, no sabéis quién es de los suyos y quién no, pero sabéis que puede controlar a la gente para que haga cosas terribles sin poder evitarlo. Tenéis miedo por vosotros mismos, por vuestra familia y por vuestros amigos. Cada semana llegan las noticias de nuevas muertes, nuevas desapariciones, nuevas torturas... El Ministerio de Magia está sumido en el caos, no sabe qué hacer, intenta que los muggles no se den cuenta de nada, pero, entre tanto, también van muriendo muggles. El terror, el pánico y la confusión cunden por todas partes... Así estaban las cosas.
»Bueno, esas situaciones sacan a la luz lo mejor de algunas personas y lo peor de otras. Las intenciones de Crouch tal vez fueran buenas al principio, no lo sé. Ascendió rápidamente en el Ministerio y empezó a aplicar medidas muy duras contra los partidarios de Voldemort. Concedió nuevos poderes a los aurores: por ejemplo, permiso para matar en vez de capturar. Y yo no fui el único al que entregaron a los dementores sin juicio previo. Crouch empleó la violencia contra la violencia, y autorizó el uso de las maldiciones imperdonables contra los sospechosos. Diría que llegó a ser tan cruel y despiadado como los que estaban en el lado tenebroso. Tenía sus partidarios, por supuesto: mucha gente que pensaba que aquél era el mejor modo de hacer las cosas, y muchos magos y brujas pedían que asumiera el poder como nuevo ministro de Magia. Cuando desapareció Voldemort, parecía que era sólo cuestión de tiempo que Crouch ocupara el cargo más alto del escalafón, pero entonces sucedió algo bastante inoportuno. —Sirius sonrió con tristeza—. El propio hijo de Crouch fue descubierto con un grupo de mortífagos que se las habían arreglado para salir de Azkaban. Según parecía, buscaban a Voldemort para reinstaurar su poder.
—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Hermione con voz entrecortada.
—Sí —contestó Sirius, tirándole a Buckbeak el hueso de pollo; luego se apresuró a coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino. Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.
Empezó a devorar el pan a grandes bocados.
—¿Su propio hijo era un mortífago? —inquirió Harry.
—Sí —asintió Alyssane, con la mirada perdida—. Desde luego, el muchacho fue descubierto en compañía de gente que me apostaría mis cuatro dragones a que eran mortífagos, pero tal vez sólo estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.
—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Hermione.
Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido.
—¿Liberar a su hijo? ¡Creía que habías entendido cómo es, Hermione! Quería apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa. —mientras hablaba Alyssane negaba—. Mi tío Maegor siempre dice que el amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.
—¿Entregó a su propio hijo a los dementores? —preguntó Harry en voz baja.
—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los dementores lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan calmándose... salvo cuando gritan en sueños.
Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más triste que nunca.
—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.
—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año después de entrar.
—¿Murió?
—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a morir alguien porque los dementores lo sentían, se excitaban. El muchacho parecía bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mí celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que el muchacho. Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios dementores lo enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.
Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.
—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado. Cuando el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.
Hubo un prolongado silencio.
—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le dijo Margaery a Sirius.
—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya —repuso Sirius, asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de recobrar su antigua popularidad si atrapa algún mortífago.
—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron eufórico, mirando a Hermione.
—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.
—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado.
Pero Alyssane negó con la cabeza.
—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo vigilado.
—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry, pero Hermione lo interrumpió:
—Me da igual lo que digáis. Dumbledore confía en Snape...
—Vamos, Hermione —dijo Alyssane impaciente—, ya sabemos que Dumbledore es muy inteligente y todo eso, pero siempre es posible que un mago tenebroso realmente listo lo pueda engañar.
—Entonces, ¿por qué Snape salvó a Harry la vida en primero, eh? ¿Por qué no lo dejó morir?
—No lo sé. A lo mejor le daba miedo que Dumbledore lo pusiera de patitas en la calle.
—¿Qué piensas tú, Sirius? —preguntó Harry, y Alyssane y Hermione dejaron de discutir para escuchar.
—Pienso que los dos tenéis algo de razón —contestó Sirius, mirándolos pensativamente—. En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes oscuras; ya en el colegio era famoso por ello. Era un pelota empalagoso de pelo grasiento —añadió—. Cuando llegó al colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos mortífagos —Sirius levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los dos los mataron los aurores un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que son matrimonio, están en Azkaban; Avery, del que he oído que se quitó de en medio diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición imperius, todavía anda suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.
—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.
—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que tenía en el brazo, pero no vi qué era.
—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius, desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse de hombros
—Y la otra noche Snape estuvo tocándose el brazo izquierdo —añadió Margaery—. Parecía que le dolía
—Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser... pero si Karkarov está de verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... —Sirius miró la pared de la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera estado alguna vez al servicio de Voldemort.
—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho? —insistió Ron.
—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que Ojoloco hubiera entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto. Sin embargo, tengo que decir una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nunca descendió al nivel de los de cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada olvidadiza, todo lo contrario. No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la boca cerrada. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...
Sirius exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.
—¿Qué hora es?
Harry miró el reloj. Luego recordó que no funcionaba desde que se había sumergido en el lago.
—Son las tres y media —informó Hermione.
—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Le dirigió a Harry una mirada especialmente dura—. No quiero que os escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas. Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgas de Hogwarts sin permiso: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.
—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo el dragón de mi hermana y un par de grindylows —contestó Harry.
Pero Sirius lo miró con severidad.
—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio. Y no lo olvidéis: si habláis de mí entre vosotros, llamadme Hocicos, ¿vale?
Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak dándole unas palmadas en el cuello.
—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer con otro periódico.
Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad. Allí les permitió que le dieran unas palmadas en el cuello en señal de despedida, antes de volverse y salir para dar una vuelta por los alrededores del pueblo.
Los tres emprendieron el camino de vuelta al castillo pasando de nuevo por Hogsmeade.
—Me pregunto si Percy sabrá todo eso de Crouch —dijo Ron, de camino al castillo—. Pero a lo mejor le da igual... a lo mejor lo admiraría más por ello. Sí, Percy adora las normas. Diría que Crouch se negó a saltárselas incluso por su propio hijo.
—Percy no entregaría a los dementores a nadie de su familia —afirmó Hermione severamente.
—No lo sé —dijo Ron—. Si pensara que nos interponíamos en su camino de ascenso... Percy es muy ambicioso, ¿sabes?
Subieron la escalinata de piedra de acceso al castillo, y, al entrar en el vestíbulo, les llegó un delicioso olor a comida procedente del Gran Comedor.
—¡Pobre Hocicos! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererlos mucho... ¡Imagínate, vivir a base de ratas!
Pero Sirius era la mínima preocupación de Margaery. Estaba más preocupada por Crouch; ¿Estaría de verdad enfermo? Si lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está... ¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que tenía que juzgar las pruebas del Torneo?
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