xviii. confusion

xiv. confusión

—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...

—Gracias, señor ministro.

—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!

—Muchísimas gracias, señor ministro.

—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.

—En realidad fueron los Potter, Weasley y Granger, señor ministro.

—¡No!

—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su
comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara... Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.

—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a los Potter.

—Ya. Pero ¿es bueno para ellos que se les conceda un trato tan especial?Personalmente, intento tratarlosncomo a cualquier otro. Y cualquier otro sería
expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro
semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio... después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlos... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también, los mellizos, han visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.

—Bien, bien..., ya veremos, Snape. Han sido traviesos, sin duda.

Margaery escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdida.

Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostada, en aquella cómoda cama, para siempre...

—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores...
¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder, Snape?

—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.

—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry, Margaery y la chica...

—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.

Hubo una pausa. El cerebro de Margaery parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.

Abrió los ojos.

Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo blanco de Alyssane.

Margaery volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba Harry. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía petrificado, y al ver que Margaery estaba despierta, se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius
Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.

La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Harry. Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.

—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.

—¿Cómo está Lys? —preguntaron al mismo tiempo Margaery y Harry.

—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros
tres, permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis... ¿Qué haces, Potter?

Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.

—Tengo que ver al director —explicó.

—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento.

—¿QUÉ?

Harry saltó de la cama. Margaery y Hermione hicieron lo mismo. Pero su grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y
Snape.

—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey.

—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter
Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es...

Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.

—Harry, Harry, estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.

—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!

—Señor ministro, por favor, escuche —rogó Margaery. Se había acercado a
Harry y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir. Y...

—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...

—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.

—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!

—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si me escuchan...

Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.

—Ahora, por favor, señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.

Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de chocolate y volvió a levantarse.

—Profesor Dumbledore, Sirius Black...

—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director, he de insistir en que...

—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor y la señorita Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.

—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?

—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando
detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.

—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter
Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.

—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Margaery —. No llegó con tiempo para oír...

—¡Señorita Potter! ¡CIERRE LA BOCA!

—¡NO ME ALCE LA VOZ, PROFESOR! —Margaery gritó dejando a todos sin palabras—. ¡Que usted no tenga la capacidad cerebral para abrir su mente a otras alternativas no significa que todo es como usted lo piensa! En el caso de quesea capaz de pensar, claro

—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos.

—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy, os lo ruego, dejadnos.

—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.

—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.

La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.

—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.

Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.

—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos
fijos en Dumbledore.

—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.
Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.

—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.

—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió
Dumbledore con tranquilidad.

Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge
mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry, Margaery y Hermione. Los tres empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Señor profesor, Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew.

—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.

—Es una rata.

—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir, el dedo: él mismo se lo cortó.

—Pettigrew atacó a Ron y Alyssane. No fue Sirius.

Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.

—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porquentenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de tres brujos de trece años no convencerá a nadie —Al ver que Margaery iba a abrir la boca, argumentando que Alyssane también era testigo, Dumbledore añadió:— Y tampoco la de Alyssane y menos con su maldición. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.

—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de
mantenerse callado.

—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...

—Pero...

—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.

—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta
que le gastó.

—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la Señora Gorda..., entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.

—Pero usted nos cree.

—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.

Margaery miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.

—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos
azul claro pasaban de Harry a Hermione.

—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!

—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita
Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros. Señorita Potter, tres son multitud, le aconsejaría que se quedara a revisar el estado de su hermana mayor.

Margaery no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.

—Os voy a encerrar. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita
Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

—¿Buena suerte? —repitieron Harry y Margaery, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore

—¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? —preguntó Harry

Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.

—Ven aquí, Harry. Tu te quedas, Ry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido! —Harry, perplejo, senacercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Margaery pudo ver un
pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.

—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.

Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.

Las figuras de Harry y Hermione comenzaban a desaparecer lentamente. Margaery pensó que se estaba volviendo loca.

—¿Qué carajos...? —Margaery dio dos pasos hacia atrás, casi chocando con la mesa de luz. Dos segundos después Harry y Hermione entraron en la enfermería.

Margaery tanteo la mesa detrás de ella, agarró lo primero que tocó y se lo tiró a Harry y Hermione.

—Auch, Margaery —se quejó Harry, tocandose el lugar donde había impactado el objeto.

—P-pero... U-ustedes estaban ahí... —tartamudeó—. Y a-ahora están...

—¿Sabes de lo que habla, Harry? —preguntó Hermione con una sonrisa.

—La verdad que no —le respondió Harry de igual manera—. Deberías hacerte ver, hermanita.

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