xlvii. money, power, glory

xlvii. dinero, poder, gloria

El día siguiente amaneció tan plomizo y lluvioso como el anterior y la única ventaja del día era que no tenía a Snape.

Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonear a los alumnos sobre la importancia de los TIMOS.

—Lo que debéis recordar —dijo el profesor Flitwick, un mago bajito con voz de pito, encaramado, como siempre, en un montón de libros para poder ver a sus alumnos por encima de la superficie de su mesa— es que estos exámenes pueden influir en vuestras vidas en los años venideros. Si todavía no os habéis planteado seriamente qué carrera queréis hacer, éste es el momento. Mientras tanto, ¡me temo que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos vosotros rendís a la altura de vuestra capacidad en el examen!

Luego estuvieron más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor Flitwick, era probable que aparecieran en el TIMO; remató la clase poniéndoles como deberes un montón de encantamientos.

Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.

—Pensad que no aprobaréis los TIMOS —les advirtió la profesora McGonagall con gravedad— sin unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo ningún motivo por el que algún alumno de esta clase no apruebe el TIMO de Transformaciones, siempre que os apliquéis en vuestros estudios. —Neville hizo un ruidito de incredulidad—. Sí, tú también, Longbottom —agregó la profesora—. No tengo queja de tu trabajo; lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo. Por lo tanto... hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los ÉXTASIS, se consideran uno de los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendréis que demostrar en vuestros TIMOS.

Margaery disintió con esto ya que consiguió hacer desaparecer su caracol al tercer intento, y la profesora McGonagall le dio diez puntos extra a Hufflepuff. Fue la única a la que la profesora McGonagall no puso deberes; a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles

La profesora Sprout empezó la clase sermoneando a sus alumnos sobre la importancia de los TIMOS, lo cual no sorprendió a nadie. Margaery estaba deseando que los profesores dejaran de referirse a los exámenes; empezaba a notar una desagradable sensación en el estómago cada vez que recordaba la cantidad de horas que había pasado haciendo deberes, una sensación que empeoró notablemente cuando, al finalizar la clase, la profesora Sprout les mandó otra redacción. Así pues, cansados y apestando a estiércol de dragón, el tipo de fertilizante preferido de la profesora Sprout, los de Gryffindor y Hufflepuff regresaron al castillo. Nadie hablaba mucho ya que había sido un largo día.

Como Margaery estaba muerta de hambre y tenía su primer castigo con la profesora Umbridge a las cuatro en punto, fue directamente al Gran Comedor sin dejar su mochila en la sala común, con la idea de comer algo antes de enfrentarse a lo que la profesora le tuviera preparado. Sin embargo, cuando acababa de llegar a la puerta, alguien le gritó, con voz potente y enfadada:

—¡Eh, Potter!

—¿Qué pasa ahora? —murmuró Margaery con tono cansino. Al darse la vuelta vio a Zacharias Smith, el nuevo capitán del equipo de quidditch de Hufflepuff después de que Cedric se hubiera graduado, que parecía de un humor de perros.

—¿Cómo que qué pasa? —replicó él dirigiéndose hacia ella y clavándole el dedo índice en el pecho—. ¿Cómo has permitido que te castiguen el viernes a las cuatro?

—¿Qué? ¿Qué...? ¡Ah, sí, las pruebas para elegir a los nuevos cazadores!

—¡Ahora se acuerda! —rugió Zacharias—. ¿Acaso no te dije que quería hacer una prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No te dije que había reservado el campo de quidditch con ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú has decidido no ir!

—¡Yo no he decidido nada! —protestó Margaery, dolida por la injusticia de aquellas palabras—. La profesora Umbridge me ha castigado por decir la verdad sobre Quien-tú-sabes.

—Pues ya puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes —dijo Zacharias con fiereza—. Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que Quien-tú-sabes es producto de tu imaginación, pero ¡quiero verte el viernes en el campo!

Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.

—¿Sabéis qué? —les dijo Margaery a Angelica y Colette cuando entraban en el Gran Comedor—. Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se ha matado en una sesión de entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se ha apoderado del cuerpo de Zacharias.

Luego, Margaery se dió cuenta que sus dos amigas no tenían ni idea de lo que hablaba.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que la profesora Umbridge te levante el castigo del viernes? —preguntó Angelica con escepticismo mientras se sentaban a la mesa de Hufflepuff.

—Ninguna —contestó Margaery con desánimo; se sirvió unas costillas de cordero y empezó a comer—. Pero de todos modos será mejor que lo intente, ¿no? Le propondré cambiar el castigo del viernes por dos días más o algo así, no lo sé... — Tragó un bocado de patata y añadió—: Espero que no me entretenga demasiado esta tarde. ¿Te das cuenta de que tenemos que escribir dos redacciones, trabajar en un contraencantamiento para Flitwick, traducir ese capítulo para Runas y empezar ese absurdo diario de sueños para Trelawney?

—Y para colmo parece que va a llover —se quejó Colette

—¿Qué tiene eso que ver con nuestros deberes? —le preguntó Andrew, que aparecía por detrás.

—Nada —contestó—. Pero me gusta quejarme.

—¿Así que ahora eres rebelde, Val? —preguntó el chico, sentándose enfrente de ella.

—Siempre he sido rebelde —intentó bromear Margaery, pero no le salió. Los tres familiares se miraron preocupados y la azabache lo notó—. Bueno, me tengo que ir. Adiós, chicos.

Margaery se dio cuenta que Electra estaba entrando al Gran Comedor y, no dispuesta a cambiar un milímetro de su rumbo, chocó su hombro con el de ella. Llamó a la puerta del despacho de la profesora Umbridge, en el tercer piso y ella contestó con un meloso «Pasa, pasa». Margaery entró con cautela, mirando a su alrededor.

Margaery había visto aquel despacho en la época en que lo habían utilizado cada uno de los tres anteriores profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras. Cuando Gilderoy Lockhart estaba instalado allí, las paredes se hallaban cubiertas de retratos suyos y pelucas rubias. Cuando lo ocupaba Lupin, se podía encontrar en aquella habitación cualquier fascinante criatura tenebrosa en una jaula o en una cubeta. Y en tiempos del falso Moody, el despacho estaba abarrotado de diversos instrumentos y artefactos para la detección de fechorías y ocultaciones.

En ese momento, sin embargo, estaba completamente irreconocible. Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran tan feos que Margaery se quedó mirándolos, petrificada, hasta que la profesora Umbridge volvió a hablar.

—Buenas tardes, señorita Potter.

Margaery dio un respingo y miró nuevamente a su alrededor. Al principio no la había visto porque llevaba una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la profesora tenía detrás.

—Buenas tardes, profesora Umbridge —repuso Margaery, haciendo su mejor intento por sonreír—. Disculpe la tardanza estaba poniéndome al día con el libro de Teoría de defensa mágica.

Margaery rogó que la profesora Umbridge no la tome como una aduladora, pero la profesora pareció encantada.

—Siéntese, por favor —dijo la profesora señalando una mesita cubierta con unmantel de encaje a la que había acercado una silla

—Bonitos gatos —alabó Margaery, sentándose.

—Los colecciono desde que tenía diecisiete —replicó la profesora Umbridge con orgullo—. Desde que empecé a trabajar en el ministerio. Siempre quise muchísimos gatos pero mi madre no me dejaba.

—Me pasaba lo mismo —Margaery le siguió el juego—. Con mi tía.

—¿Cuál es su raza favorita? 

—En Camelot solo hay Azules rusos y Bosques de Noruega, pero mis favoritos son los Orange Tabby —Margaery rogaba por que no se hubiera equivocado de animal.

—Son muy juguetones para mi gusto —replicó la profesora y Margaery comprendió que le había encantado su adulación ya sea falsa o verdadera—. Verá señorita Potter...

—Esto... —la cortó ella, educadamente—, profesora Umbridge... Esto..., antes deempezar quería pedirle... un favor.

—¿Ah, sí?

—Sí, mire... Es que estoy en el equipo de quidditch de Hufflepuff. Y el viernes a las cuatro en punto tenía que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y me gustaría saber si... si podría librarme del castigo esa tarde y hacerlo... cualquier otra tarde...

Antes de terminar la frase ya había comprendido que no iba a servir de nada, pero la mujer le dirigió una sonrisa.

—Eso depende de su respuesta hoy —dijo la profesora Umbridge, esbozando una sonrisa tan amplia que parecía que acabara de tragarse una mosca especialmente sabrosa—. La he llamado por divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretende obtener notoriedad, señorita Potter, pero no es mi intención castigarla.

—¿Ah, no? —preguntó Margaery, notando que la sangre le subía a la cabeza y oyendo unos golpes sordos en los oídos. Así que lo que hacía era divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretendía obtener notoriedad, ¿eh?

La profesora Umbridge la miraba con la cabeza un poco ladeada y seguía sonriendo abiertamente, como si supiera con exactitud lo que Margaery estaba pensando y quisiera comprobar si se ponía a gritar otra vez. 

—No —asintió la profesora Umbridge—. Pero es un avance aprender a controlar el genio, ¿verdad? —Margaery sonrió, falsamente.

—Disculpe, profesora —dijo Margaery, tragándose sus palabras de verdad—. Es que Harry me comparte su genio cuando intento calmarlo.

"Que estúpida", pensó Margaery instantáneamente al ver la cara de satisfacción de la profesora Umbridge. Le había entregado a su hermano en bandeja de plata.

—Ya veo —contestó la profesora Umbridge con ternura—. Pero no se preocupe. Pasado perdonado.

Margaery estaba segura de que era "pasado pisado" y no "perdonado", pero decidió no mencionarlo.

—¿Ah, sí?

—Sí. De hecho, le quería hacer una oferta. El Ministerio y el ministro entienden que usted se pueda ver... trastornada y manipulada por su hermano y otros —Margaery apretó la mandíbula y tuvo que contenerse para no gritar—. Y por eso quería preguntarle si usted, estando en su situación, encuentra algo... peculiar en su mellizo.

—¿Peculiar...? ¿En qué sentido?

—Creo que las dos sabemos a qué me refiero, señorita Potter —contestó la profesora. Claro que lo sabía pero se negaba a creerle—. ¿Y bien...?

—Pues no por ahora —respondió Margaery, confundida.

—Aquí viene la cosa —prosiguió la profesora Umbridge dulcemente—. Necesito que me informe sobre algún movimiento... extraño de su hermano o del profesor Dumbledore.

"¿Qué carajos?", se preguntó Margaery. Esa mujer despreciable le estaba ofreciendo ser su espía personal. ¡Y quería que espiara a su propio hermano mellizo! Si bien Margaery seguía enojada con Harry, no iba a llegar tan lejos.

 —¿Y qué obtendría yo a cambio de espiar a mi hermano mellizo? —preguntó Margaery.

No era tonta. Sabía que Umbridge era alguien a quien no quería como enemiga, pero no iba a hacer nada por ella sin algo a cambio. Claro que no iba a informarle de nada que Harry hiciera o no hiciera, pero la profesora no se enteraría de eso.

 —Dinero, poder, gloria —respondió la profesora Umbridge y Margaery notó que su tono ya no era tan dulce. "Dice ser docente, pero es una política hecha y derecha", pensó Margaery, pero, para su suerte, ella también lo era—. He escuchado que la nombraron embajadora en el Senado de Camelot, felicitaciones. Y que, posiblemente, también sea nombrada princesa de Viana...

—Soy segunda en la línea —aclaró Margaery, con voz dura—. Eso no me hace princesa de Viana

—El punto es —continuó—, que no le conviene tenerme como enemiga. Pero como su amiga, podemos hacer grandes cosas. Como nuestra aliada, tiene un futuro brillante. Solo al salir de Hogwarts puede escalar a lo alto del Ministerio. Como nuestra enemiga, puede ver su anhelada carrera política derrumbarse.

La estaba chantajeando. Manipulando. Si la profesora iba a jugar ese juego, entonces Margaery lo iba a jugar con ella.

—Con una condición —impuso Margaery.

—No creo que este en posición de poner condi...

—Pero lo estoy —la cortó—. Imagine como reaccionará el profesor Dumbledore si se entera que, además de infiltrarse en su escuela, está amenazando a sus alumnos. O peor, mi hermana o mi prima. Ambas tienen reputación de locas —dijo Margaery, en tono inocente—. Viene de familia, al parecer —la profesora la miró, con expresión seria y una ceja levantada. Margaery le mantuvo la mirada y Umbridge le hizo una seña para que continuara—. Esto no sale de estas cuatro paredes. Es nuestro pequeño secreto.

—Bien —aceptó la profesora, todo rastro del tono meloso se evaporó. Le pasó a Margaery un pergamino y una pluma. La chica la miró—. No tiene nada... solo necesito que escriba unas palabras. —Al ver que Margaery no hacía nada sacó su varita, extremadamente corta, y apuntó el papel con ella—. ¡Revelio! —el papel se mantuvo en su estado original—. Quiero que escriba «Los traidores no serán tolerados» —le indicó con voz melosa.

Margaery hizo un intento para no reír.

—¿Cuántas veces? —preguntó fingiendo educación lo mejor que pudo.

—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje —contestó la profesora Umbridge con ternura—. Ya puede empezar. Tiene hasta que venga su hermano en unos minutos.

Ella fue hacia su mesa, se sentó y se encorvó sobre un montón de hojas de pergamino que parecían trabajos para corregir. Margaery levantó la afilada pluma negra y entonces se dio cuenta de lo que le faltaba.

—No me ha dado tinta —observó.

—Ya, es que no la necesita —contestó la profesora, y algo parecido a la risa se insinuó en su voz.

Margaery puso la plumilla en el pergamino, escribió: «Los traidores no serán tolerados» y soltó un grito de dolor.

Las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja, y al mismo tiempo habían aparecido en el dorso de la mano derecha de Margaery.

Quedaron grabadas en su piel como trazadas por un bisturí; sin embargo, mientras contemplaba aquel reluciente corte, la piel cicatrizó y quedó un poco más roja que antes, pero completamente lisa.

Margaery se dio la vuelta y miró a la profesora Umbridge. Ella la observaba con la boca de sapo estirada forzando una sonrisa.

—¿Sí?

—Nada —respondió ella con un hilo de voz.

Margaery volvió a mirar el pergamino, puso la plumilla encima una vez más y escribió «Los traidores no serán tolerados»; inmediatamente notó otra vez aquel fuerte dolor en el dorso de la mano; una vez más las palabras se habían grabado en su piel; y una vez más, desaparecieron pasados unos segundos.

Margaery siguió escribiendo. Una y otra vez, trazaba las palabras en el pergamino y pronto comprendió que no era tinta, sino su propia sangre. Y una y otra vez, las palabras aparecían grabadas en el dorso de su mano, cicatrizaban y aparecían de nuevo cuando volvía a escribir con la pluma en el pergamino.

Ni siquiera miró qué hora era. Sabía que ella la observaba, atenta a cualquier señal de debilidad, y no pensaba mostrar ninguna, aunque tuviera que pasar toda la noche allí sentada, cortándose la mano con aquella pluma...

—Venga aquí —le ordenó la profesora Umbridge después de que alguien tocara la puerta al cabo de lo que a Margaery le parecieron horas aunque solo fueron veinte minutos.

La chica se levantó. Le dolía la mano, y cuando se la miró vio que el corte se había curado, pero tenía la piel muy tierna.

—La mano —pidió la profesora Umbridge.

Margaery se la tendió y ella la cogió entre las suyas. Margaery contuvo un estremecimiento cuando la profesora se la tocó con sus gruesos y regordetes dedos, en los que llevaba varios feos y viejos anillos.

—Muy bien —comentó sonriente—. Bueno, tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya puede marcharse. ¡Pase!

Era Harry. Margaery se preocupó por su hermano, si ella había tratado de complacer a Umbridge y le había dado ese castigo no se imaginaba que le haría a él que complaciente como ella. Margaery se marchó del despacho sin decir palabra en voz alta, excepto por dos palabras articuladas sin sonido hacia Harry "Ten cuidado".

Margaery jamás se había planteado la posibilidad de que existiera algún otro profesor en el mundo al que odiara más que a Snape, pero mientras volvía caminando hacia las cocinas, tuvo que reconocer que había encontrado a un poderoso contrincante. "Es cruel", pensó mientras bajaba por las escaleras. "Es una vieja loca, cruel y retorcida." Y Margaery podía ser igual de loca, cruel y retorcida. Solo tenía que probarla un poco más. 

Estaba de segura que la profesora Umbridge iba a pinchar la bolsa en la cual guardaba todas sus preocupaciones y miedos y los iba a convertir en rabia. En infinita e incontrolable rabia. Y se tendría que abstener a las consecuencias.

Solo era cuestión de tiempo para que ella, con su propio dinero, poder y gloria, destrozara a la profesora Umbridge.

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