xlvi. twins pt. 2
xlvi. mellizos pt. 2
Margaery se había aislado de la gran mayoría de personas, pensando que así podría encontrar un poco de paz.
La calma resultó ser efímera. Margaery se despertó tras unas pocas horas de sueño poblado de pesadillas. Estaba en frente de un lugar de ejecución, contemplando a Alessia y dos niños de rodillas junto a una piedra cubierta de sangre. Alessia lloraba, ajena al ejército de hachas que la cercaban por todos los flancos. Margaery le gritaba con todas sus fuerzas que se levantara, que saliera corriendo, pero Alessia no la oía. Cuando las hachas tocaron la cabeza de la niña, sus alaridos resonaron por todo el bosque solo para que su cabeza saliera rodando después.
Torturada por el sentimiento de culpa y empapada de sudor, Margaery comprendió que no había tenido en cuenta todo lo que implicaba haber enviado esa nota. Alessia tendría serios problemas. Pudo ver la carta de Alessia hacia Angelica en su mesa de luz. Exageraba. Lo más probable era que los guardias no entenderían la nota, y menos aún que se la enseñaran a Alyssane o Arya. ¿Por qué iban a molestarse en leer una nota arrugada llevada por una lechuza común y corriente? No había ninguna razón, la verdad. Su gesto era cuestionable, sí, pero no desembocaría en la muerte de Alessia, ni de sus niños.
Aquel pensamiento la sosegó, hasta que se dio cuenta de que, en tal caso, había vuelto a la casilla de salida y corría un grave peligro por el mero hecho de conocer el embarazo de su prima. La mera idea de que ese embarazo terminara en un niño y haga que el reclamo de su hermana se debilite... La atemorizaba y enfurecía a partes iguales. Ese incumplimiento del compromiso. Esa invitación al caos y a todo lo que vendría después. ¿No entendían aquellas personas que el sistema entero se colapsaría sin el control, la rigurosidad, la verdad?¿Que harían bien todos en vivir como partidarios de la traición y el asesinato porque eso es a lo que se habrían visto reducidos si Alexander seguía como rey?
Le hacía desear que la lechuza entregara su mensaje, después de todo. Pero si, por casualidad, los espías de su hermana interceptaran la confesión de Alessia a Angelica, ¿qué harían con ellas? ¿Sería motivo suficiente para que la ejecutaran haberle escondido secretos a la reina? No, espera, Margaery no había dicho nada relacionado con la carta. Tan solo la parte en la que decía que Alessia había confesado que su niño no era de Alexander..., aunque eso ya era bastante grave de por sí.
Quizá le hiciese un favor. Si pillaban a Alessia antes de que pudiera actuar, quizá la mantuvieran encerrada en Tintagel en vez de recibir otra pena más contundente. O, lo más seguro, su padre negociaría para sacarla de cualquier apuro al que se enfrentara. Alessia y sus hijos serían expulsados de Camelot, lo cual le haría feliz, y probablemente el trono regresaría a Alyssane y ella mataría a su madre, padre y hermano, lo cual ya no le haría tan feliz. Desdichada o no, conservaría la vida. Y, lo más importante, se convertiría en el problema de otro.
—No esperaba encontrarte aquí —la voz de Harry, bajo la trampilla que había en lo alto de la torre norte, la asustó sacándola de su dilema moral.
—Ah, sí... Es que Angelica y Elizabeth no paraban de pelear y decidí venirme —mintió.
—Me pasa igual. Con Ron y Hermione —el chico se sentó a un lado de ella—. Siempre están como el perro y el gato... No lo soporto. Y Victoria que no ayuda con sus comentarios pro-ministerio y Catherine, que no entiende que todos tenemos problemas más grandes que elegir cual va a ser su vestido para el Día de la Mancomunidad de Naciones.
—Sí... Yo estoy igual —concordó Margaery—. Electra no me habla, Hannah me llama loca, Susan es neutral aunque no me habla mucho, Colette se preocupa de cuantos castigos puede tener y Angelica me habla para hacer mi día peor.
—Esto es una mierda —dijo Harry.
—Sí, un asco...
Pasaron el resto de la hora en silencio, sentados bajo el aula de Adivinación, por eso fueron los primeros en subir por la escalerilla de plata que conducía al aula de Sybill Trelawney cuando sonó la campana.
Después de Pociones, Adivinación era la asignatura que menos le gustaba a los mellizos, debido sobre todo a la costumbre de la profesora Trelawney de vaticinar, de vez en cuando, que alguno de los dos moriría prematuramente. Cuando Harry y Margaery entraron en el aula, ella estaba ocupada repartiendo unos viejos libros, encuadernados en cuero, por las mesitas de finas patas que llenaban desordenadamente la habitación; pero la luz que proyectaban las lámparas cubiertas con pañuelos, y la del fuego de la chimenea, que ardía con lentitud y desprendía un desagradable olor, era tan tenue que pareció que la profesora Trelawney no se había dado cuenta de que los dos se sentaban en la penumbra. Los demás alumnos llegaron al cabo de unos cinco minutos.
Ron fue derecho hacia Harry, o todo lo derecho que pudo, pues tuvo que abrirse camino entre las mesas, las sillas y los abultados pufs.
—Hermione y yo ya hemos dejado de pelearnos —aseguró al sentarse junto a Catherine en la mesa conjunta.
—Me alegro —gruñó Harry.
—Pero Catherine dice que le gustaría que dejaras de descargar tu mal humor sobre nosotros —añadió Ron.
—Dile a Catherine que...
—Sólo te repito lo que ella me ha dicho —aclaró Ron sin dejar que Harry acabara—. Pero creo que tiene razón. Nosotros no tenemos la culpa de cómo te traten Seamus o Snape.
—Yo nunca he dicho que...
—Buenos días —saludó la profesora Trelawney con su sutil y etérea voz, y Harry se interrumpió—. Y bienvenidos de nuevo a Adivinación. Como es lógico, durante las vacaciones he ido siguiendo con atención vuestras peripecias, y me alegro mucho de ver que habéis regresado todos sanos y salvos a Hogwarts, como yo, evidentemente, ya sabía que sucedería.
»Encima de las mesas encontraréis vuestros ejemplares de El oráculo de los sueños, de Inigo Imago. La interpretación de los sueños es un medio importantísimo de adivinar el futuro, y es muy probable que ese tema aparezca en vuestro examen de TIMO. No es que crea que los aprobados o los suspensos en los exámenes tengan ni la más remota relevancia cuando se trata del sagrado arte de la adivinación, porque si tenéis el Ojo que Ve, los títulos y los certificados importan muy poco. Con todo, el director quiere que hagáis el examen, así que...
—Dudo que un ojo no ciego me de importancia —murmuró Margaery, haciendo sonreír a Harry.
—Abrid el libro por la introducción, por favor, y leed lo que Imago dice sobre el tema de la interpretación de los sueños. Luego sentaos en parejas y utilizad el libro para interpretar los sueños más recientes de vuestro compañero. Podéis empezar.
Lo único bueno que tenía aquella clase era que no duraría dos horas. Cuando todos terminaron de leer la introducción del libro, apenas les quedaban diez minutos para la interpretación de los sueños. En la mesa contigua a la de Harry y Margaery, Catherine había formado pareja con Ron, quien de inmediato emprendió un corto relato de un sueño de Quidditch; Harry y Margaery se limitaron a mirarse con desánimo.
—Yo nunca me acuerdo de lo que sueño —mintió Margaery—. Cuéntame tú algún sueño que hayas tenido.
—Seguro que recuerdas alguno —replicó Harry con impaciencia.
Margaery no pensaba compartir sus sueños con nadie, ni siquiera su mellizo. Sabía perfectamente qué significaba su pesadilla sobre la ejecución de Alessia; no necesitaba que Harry, la profesora Trelawney o ese estúpido libro se lo explicara.
—Cuéntame uno tu —insistió Margaery—. No recuerdo ninguno, en serio.
—Eres muy mala mintiendo —informó Harry
—Cuéntame algo que no sepa —ironizó Margaery—. Uno de tus sueños por ejemplo.
—¿Y por qué no me cuentas uno tu?
—Porque no —respondió Margaery, negando rotundamente.
—Yo no te voy a contar ninguno —negó Harry.
—Pues yo tampoco
—¿Quieres que reprobemos o qué? Vamos.
—Dije que no —repitió Harry—. Si tanto quieres aprobar, cuentame uno tu.
—¡No! —exclamó Margaery, comenzando a impacientarse.
—Entonces yo no te cuento nada.
—Puedes mentir, idiota —replicó Margaery—. Para que Trelawney vea que hacemos algo.
—Yo no te miento, lo sabes —siseó Harry.
—Yo tampoco —dijo Margaery.
—Entonces no hagamos nada.
—¡Bien!
—¡Bien!
Se pasaron el resto de la clase releyendo el libro y enojados el uno con el otro. Harry y Margaery nunca, jamás se habían peleado. Su tía Daenerys solía decir que era algo así como un milagro encontrarlos separados o enojados, porque siempre estaban juntos. Y que ahora se haya peleado con su mellizo por algo tan tonto como los sueños la irritaba de sobremanera. Además, buscar fragmentos de sueños en el libro era un trabajo aburridísimo, y no le hizo ninguna gracia que la profesora Trelawney les mandara escribir durante un mes un diario de los sueños que tenían. Cuando sonó la campana, Harry y Margaery fueronlos primeros en salir del aula y bajar la escalera; Ron gruñía sin parar lo que también irritaba a Margaery.
—¿Se dan cuenta de la cantidad de deberes que tenemos ya? Binns nos ha puesto una redacción de medio metro sobre las guerras de los gigantes; Snape quiere que le entreguemos otra de treinta centímetros sobre las propiedades y los usos del ópalo; ¡y ahora Trelawney nos manda redactar un diario de sueños durante un mes! Fred y George no andaban equivocados sobre el año de los TIMOS, ¿no crees? Espero que la profesora Umbridge no nos ponga...
—¿Quieres callarte, Ron? —pidió Margaery, exasperada—. Gracias.
Cuando entraron en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge ya estaba sentada en su sitio. Los alumnos guardaron silencio en cuanto entraron en el aula; la profesora Umbridge todavía era un elemento desconocido y nadie sabía lo estricta que podía ser a la hora de imponer disciplina.
—¡Buenas tardes a todos! —saludó a los alumnos cuando por fin éstos se sentaron. Unos cuantos respondieron con un tímido «Buenas tardes»—. ¡Ay, ay, ay! —exclamó—. ¿Así saludáis a vuestra profesora? Me gustaría oíros decir: «Buenas tardes, profesora Umbridge.» Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenas tardes a todos!
—Buenas tardes, profesora Umbridge —gritó la clase.
—Eso está mucho mejor —los felicitó con dulzura—. ¿A que no ha sido tan difícil? Guardad las varitas y sacad las plumas, por favor.
Unos cuantos alumnos intercambiaron miradas lúgubres; hasta entonces la orden de guardar las varitas nunca había sido el preámbulo de una clase que hubieran considerado interesante. Margaery metió su varita en la mochila y sacó la pluma, la tinta y el pergamino. La profesora Umbridge abrió su bolso, sacó su varita, que era inusitadamente corta, y dio unos golpecitos en la pizarra con ella; de inmediato, aparecieron las siguientes palabras:
Defensa Contra las Artes Oscuras: regreso a los principios básicos
—Muy bien, hasta ahora vuestro estudio de esta asignatura ha sido muy irregular y fragmentado, ¿verdad? —afirmó la profesora Umbridge volviéndose hacia la clase con las manos entrelazadas frente al cuerpo—. Por desgracia, el constante cambio de profesores, muchos de los cuales no seguían, al parecer, ningún programa de estudio aprobado por el Ministerio, ha hecho que estéis muy por debajo del nivel que nos gustaría que alcanzarais en el año del TIMO. Sin embargo, os complacerá saber que ahora vamos a rectificar esos errores. Este año seguiremos un curso sobre magia defensiva cuidadosamente estructurado, basado en la teoría y aprobado por el Ministerio. Copiad esto, por favor.
Volvió a golpear la pizarra y el primer mensaje desapareció y fue sustituido por los «Objetivos del curso».
1. Comprender los principios en que se basa la magia defensiva.
2. Aprender a reconocer las situaciones en las que se puede emplear legalmente la magia defensiva
3. Analizar en qué contextos es oportuno el uso de la magia defensiva.
Durante un par de minutos en el aula sólo se oyó el rasgueo de las plumas sobre el pergamino. Cuando los alumnos copiaron los tres objetivos del curso de la profesora Umbridge, ésta preguntó:
—¿Tenéis todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard? —Un sordo murmullo de asentimiento recorrió la clase—. Creo que tendremos que volver a intentarlo —dijo la profesora Umbridge—. Cuando os haga una pregunta, me gustaría que contestarais «Sí, profesora Umbridge», o «No, profesora Umbridge». Veamos: ¿tenéis todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard?
—Sí, profesora Umbridge —contestaron los alumnos al unísono.
—Estupendo. Quiero que abráis el libro por la página cinco y leáis el capítulo uno, que se titula «Conceptos elementales para principiantes». En silencio, por favor.
¿Para principiantes? ¿Por qué los tomaba? ¿Niños de preescolar?
La profesora Umbridge se apartó de la pizarra y se sentó en la silla, detrás de su mesa, observándolos atentamente con aquellos ojos de sapo con bolsas. Margaery abrió su ejemplar de Teoría de defensa mágica por la página cinco y empezó a leer. Notó que le fallaba la concentración, pues al poco rato se dio cuenta de que había leído la misma línea media docena de veces sin entender nada más que las primeras palabras. Pasaron unos silenciosos minutos. A su lado, Harry, distraído, giraba la pluma una y otra vez entre los dedos con los ojos clavados en un punto de la página. Harry miró hacia su derecha y se llevó una sorpresa que lo sacó de su letargo. Victoria ni siquiera había abierto su ejemplar de Teoría de defensa mágica y estaba mirando fijamente a la profesora Umbridge con una mano levantada.
Pero pasados unos minutos más, dejó de ser el único que observaba a la chica. El capítulo que les habían ordenado leer era tan tedioso que muchos alumnos optaban por contemplar el mudo intento de Victoria de captar la atención de la profesora Umbridge, en lugar de seguir adelante con la lectura de los «Conceptos elementales para principiantes».
Cuando más de la mitad de la clase miraba a la reina en vez de leer el libro, la profesora Umbridge decidió que ya no podía continuar ignorando aquella situación.
—¿Quería hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —le dijo a Victoria como si acabara de reparar en ella.
—No, no es sobre el capítulo.
—Mire, ahora estamos leyendo —repuso la profesora Umbridge mostrando sus pequeños y puntiagudos dientes—. Si tiene usted alguna duda podemos solucionarla al final de la clase.
—Tengo una duda sobre los objetivos del curso —aclaró Victoria.
La profesora arqueó las cejas.
—Mire, Su Majestad, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —dijo la profesora Umbridge con decisión y un deje de dulzura.
—Pues yo creo que no y sé leer muy bien —soltó Victoria sin miramientos—. Ahí no dice nada sobre la práctica de los hechizos defensivos.
Se produjo un breve silencio durante el cual muchos miembros de la clase giraron la cabeza y se quedaron mirando con el entrecejo fruncido los objetivos del curso, que seguían escritos en la pizarra.
—¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge con una risita—. Verá, Su Majestad, no me imagino que en mi aula pueda surgir ninguna situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?
—¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron en voz alta.
—Por favor, levante la mano si quiere hacer algún comentario durante mi clase, señor...
—Weasley —dijo Ron, y levantó una mano.
La profesora Umbridge, con una amplia sonrisa en los labios, le dio la espalda. Harry y Victoria levantaron también las manos inmediatamente. La profesora Umbridge miró un momento a Harry con sus ojos saltones antes de dirigirse de nuevo a Victoria.
—¿Sí, señorita Britannia? ¿Quiere preguntar algo más?
—Sí —contestó ella—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?
—¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, Su Majestad? —le preguntó la profesora Umbridge con aquella voz falsamente dulce.
Victoria alzó una ceja y la clase contuvo la respiración.
—Usted tampoco lo es pero está aquí —dijo ella con voz dura.
La profesora Umbridge rió entre dientes, aunque estaba claro que el comentario no le había hecho nada de gracia.
—Sin ofender, Su Majestad, pero me temo que no está cualificada para decidir cuál es el «único propósito» de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos...
—¿De qué va a servirnos eso? —inquirió Harry en voz alta—. Si nos atacan, no va a ser de forma...
—¡La mano, señor Potter! —canturreó la profesora Umbridge.
Harry levantó un puño. Una vez más, la profesora Umbridge le dio rápidamente la espalda, pero otros alumnos también habían levantado la mano entre ellos Margaery. Pero la profesora le dió la palabra a Catherine
—¿Su nombre?
—Catherine Windsor-Spencer. Bueno, creo que Harry tiene razón. Si nos atacan, no vamos a estar libres de riesgos. Y con lo único que nos pueden ayudar los libros es para tirarlos a la cabeza de alguien.
—Repito —dijo la profesora Umbridge, que miraba a Margaery sonriendo de una forma muy irritante—: ¿espera usted ser atacada durante mis clases?
"Tienes cara de maniática, así que sí", pensó Margaery
—Mi paciencia sí está siendo atacada —repuso la rubia—. Si no nos enseñan a...
La profesora Umbridge no la dejó acabar:
—No es mi intención criticar el modo en que se han hecho hasta ahora las cosas en este colegio —explicó con una sonrisa poco convincente, estirando aún más su ancha boca—, pero en esta clase han estado ustedes dirigidos por algunos magos muy irresponsables, sumamente irresponsables; por no mencionar —soltó una desagradable risita— a algunos híbridos peligrosos en extremo...
—Si se refiere al profesor Lupin —saltó Margaery, enojada—, era el mejor que jamás...
—¡La mano, señorita Potter! Como iba diciendo, los han iniciado en hechizos demasiado complejos e inapropiados para su edad, y letales en potencia. Los han asustado y les han hecho creer que podrían ser víctimas de ataques de las fuerzas oscuras en cualquier momento...
—Eso no es cierto —la interrumpió Hermione—. Sólo nos...
—¡No ha levantado la mano, señorita!
Hermione la levantó y la profesora Umbridge le dio la espalda.
—Tengo entendido que mi predecesor no sólo realizó maldiciones ilegales delante de ustedes, sino que incluso las realizó con ustedes.
—Bueno, resultó que era un maníaco, ¿no? —terció Margaery acaloradamente—. Y aun así, aprendimos muchísimo con él.
—¡No ha levantado la mano, señorita Potter! —gorjeó la profesora Umbridge—. Bueno, el Ministerio opina que un conocimiento teórico será más que suficiente para que aprueben el examen; y al fin y al cabo para eso es para lo que vienen ustedes al colegio. ¿Su nombre? —añadió mirando a Angelica, que acababa de levantar la mano.
—Angelica Knight. Pero ¿no hay una parte práctica en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras? ¿No se supone que tenemos que demostrar que sabemos hacer las contramaldiciones y esas cosas?
—Si habéis estudiado bien la teoría, no hay ninguna razón para que no podáis realizar los hechizos en el examen, en una situación controlada —explicó la profesora Umbridge quitándole importancia al asunto.
—¿Sin haberlos practicado de antemano? —preguntó Angelica con incredulidad—. ¿Significa eso que no vamos a hacer los hechizos hasta el día del examen?
—Repito, si habéis estudiado bien la teoría...
—¿Y de qué nos va a servir la teoría en la vida real? —intervino de pronto Harry, que había vuelto a levantar el puño—. A no ser para tirar libros, como dijo Cath...
La profesora Umbridge lo miró y dijo:
—Esto es el colegio, señor Potter, no la vida real.
—¿Acaso no se supone que estamos preparándonos para lo que nos espera fuera del colegio?
Margaery lo miró, tratando de decirle que se calle.
—No hay nada esperando fuera del colegio, señor Potter.
—¿Ah, no? —insistió Harry.
—¿Quién iba a querer atacar a unos niños como ustedes? —preguntó la profesora Umbridge con un exageradísimo tono meloso.
—Humm, a ver... —respondió Harry fingiendo reflexionar—. ¿Quizá... lord Voldemort?
Ron contuvo la respiración, Hannah Abbott soltó un grito y Neville resbaló hacia un lado del banco. La profesora Umbridge, sin embargo, ni siquiera se inmutó: simplemente miró a Harry con un gesto de rotunda satisfacción en la cara.
—Diez puntos menos para Gryffindor, señor Potter —dijo, y los alumnos se quedaron callados e inmóviles observando tanto a la profesora Umbridge como a Harry—. Y ahora, permítanme aclarar algunas cosas. —La profesora Umbridge se puso en pie y se inclinó hacia ellos con las manos de dedos regordetes abiertas y apoyadas en la mesa—. Les han contado que cierto mago tenebroso ha resucitado...
—¡No estaba muerto —la corrigió un Harry furioso—, pero sí, ha regresado!
—Señor-Potter-ya-ha-hecho-perder-diez-puntos-a-su-casa-no-lo-estropee-más —recitó la profesora de un tirón y sin mirar a Harry—. Como iba diciendo, les han informado de que cierto mago tenebroso vuelve a estar suelto. Pues bien, eso es mentira.
—¡No es mentira! —la contradijeron los mellizos—. ¡Nosotros lo vimos!
—¡Castigados! —exclamó entonces la profesora Umbridge, triunfante—. Mañana por la tarde. A las cinco. En mi despacho. Repito, eso es mentira. El Ministerio de Magia garantiza que no están ustedes bajo la amenaza de ningún mago tenebroso. Si alguno todavía está preocupado, puede ir a verme fuera de las horas de clase. Si alguien está asustándolos con mentiras sobre magos tenebrosos resucitados, me gustaría que me lo contara. Estoy aquí para ayudar. Soy su amiga. Y ahora, ¿serán tan amables de continuar con la lectura? Página cinco, «Conceptos elementales para principiantes».
Y tras pronunciar esas palabras la profesora Umbridge se sentó. Harry, en cambio, se levantó. Todos lo miraban expectantes, y Margaery le tiró de la manga.
—Entonces, según usted, mi hermana se cayó muerta porque sí, ¿verdad? —dijo Harry con voz temblorosa.
Todo el mundo contuvo la respiración. Ávidos de noticias, miraron a Harry y luego a la profesora Umbridge, que había arqueado las cejas y observaba al muchacho muy atenta, sin rastro de una sonrisa forzada en los labios.
—Harry —lo llamó Margaery, tratando de callarlo.
Nunca lo había escuchado hablar de eso desde el cementerio y ella prefería que arreglaran ciertas cosas entre ellos antes de que él lo dijera en voz alta.
—Su hermana está viva —afirmó con tono cortante—. Y si no lo hubiese estado, se hubiese tratado de un trágico accidente.
—Fue un asesinato —le discutió Harry, que entonces se dio cuenta de que estaba temblando—. Voldemort la intentó matar, y usted lo sabe
—El único trágico accidente aquí es su nacimiento, profesora Umbridge —espetó Margaery, la rabia que sentía, que parecía haber estado borboteando ligeramente durante todo el día, estaba alcanzando el punto de ebullición.
—Lleven esto a la profesora McGonagall, hagan el favor —les ordenó la profesora Umbridge tendiéndole la nota.
Harry la cogió sin decir nada, salió del aula y cerró de un portazo. Margaery notó las miradas de sus compañeros cuando agarró sus cosas y las de Harry y salió, cerrando la puerta de la misma forma.
Aún seguía enojada con Harry, pero aun así tenía que ir con él a ver a la profesora McGonagall
—¡Oh! El chiflado está de mal humor —escuchó Margaery y apostó que era Peeves, el poltergeist—. ¿Qué ha pasado esta vez, Potty, amigo mío? ¿Has oído voces? ¿Has tenido visiones? ¿Te has puesto a hablar en... —Peeves hizo una gigantesca pedorreta— idiomas raros?
—¡Te he dicho que me dejes en paz! —gritó otra voz, la voz de Harry.
Margaery echó a correr en dirección a las voces, pero cada vez le parecían más distantes y el cabello se le metía en la boca y le tapaba la visión.
—«Ladra el pequeño chiflado / porque está malhumorado. / Los más clementes opinan / que sólo está un poco amargado. / Pero Peeves os asegura / que es un perturbado...»
—¡Cállate!
En ese momento, se abrió una puerta en la pared de la izquierda y la profesora McGonagall salió de su despacho con aire severo y un tanto nervioso. Margaery trató de frenarse pero fue tarde y se chocó con Harry a quien insultó en varios idiomas que ni ella misma conocía.
—¡Harry!
—¡Margaery!
Se gritaron los dos en tono enfadado.
—¿Qué demonios significan esos gritos, Potter? —le espetó mientras Peeves reía socarronamente y se alejaba volando a toda velocidad—. ¿Por qué no están en clase?
—Nos han enviado a verla —le explicó Harry en un tono glacial, tocándose donde se habían chocado.
—¿Enviado? ¿Qué quiere decir que los han enviado?
Como respuesta le tendió la nota de la profesora Umbridge. La profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo, cogió el rollo de pergamino, lo abrió con un golpe de su varita, lo desenrolló y empezó a leer. Detrás de sus cuadradas gafas, sus ojos recorrían el pergamino rápidamente y con cada línea se estrechaban más.
—Pasen, Potter. —Harry y Margaery la siguieron a su despacho, cuya puerta se cerró automáticamente detrás de ellos—. ¿Y bien? —dijo la profesora McGonagall, volviéndose hacia los mellizos—. ¿Es verdad?
—¿Si es verdad qué? —preguntó Margaery con un tono mucho más agresivo de lo que era su intención—... profesora —añadió en un intento de suavizar su primera reacción.
—¿Es verdad que le han gritado a la profesora Umbridge?
—Sí.
—¿La han llamado mentirosa?
—Sí.
—¿Le han dicho que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto?
—Sí.
La profesora McGonagall se sentó detrás de su mesa y se quedó mirando a Harry y a Margaery con el entrecejo fruncido. Tras una pausa, dijo:
—Cojan una galleta, Potter.
—Que cojamos... ¿qué?
—Cojan una galleta —repitió ella con impaciencia señalando una lata de cuadros escoceses que había sobre uno de los montones de papeles de su mesa—. Y siéntense.
La profesora McGonagall dejó la nota de la profesora Umbridge sobre la mesa y miró con seriedad a los mellizos.
—Deben tener cuidado, Potter.
Los dos se tragaron el trozo de tritón de jengibre y la miró a los ojos. El tono de voz de la profesora McGonagall no se parecía en nada al que estaba acostumbrada a oír; no era enérgico, seco y severo, sino lento y angustiado, y mucho más humano de lo habitual.
—La mala conducta en la clase de Dolores Umbridge podría costarles mucho más que un castigo y unos puntos menos para Gryffindor o Hufflepuff.
—¿Qué quiere...?
—Utiliza el sentido común, Potter —lo atajó la profesora McGonagall, y volvió rápidamente al tono al que tenía acostumbrados a sus alumnos—. Ya sabes de dónde viene, y por lo tanto también debes saber bajo las órdenes de quién está.
En ese instante sonó la campana que señalaba el final de la clase. Por todas partes se oía el ruido de cientos de alumnos que se movilizaban como una manada de elefantes.
—Aquí dice que les ha impuesto un castigo todas las tardes de esta semana, y que empezarán mañana —prosiguió la profesora McGonagall, y miró de nuevo la nota de la profesora Umbridge.
—¡Todas las tardes de esta semana! —repitieron los mellizos, horrorizados
—Pero profesora, ¿no podría usted...? —comenzó Harry
—No, no puedo —dijo la profesora McGonagall con rotundidad.
—Pero...
—Ella es tu profesora y tiene derecho a castigarte. Debes ir a su despacho mañana a las cinco en punto para recibir el primer castigo. Tu a las cuatro, Margaery. Y recuerden: ándense con cuidado cuando estén con Dolores Umbridge.
—Pero ¡si sólo hemos dicho la verdad! —protestó Harry, indignado—. Voldemort ha regresado, usted lo sabe; el profesor Dumbledore también lo sabe...
—Cállate, Harry—lo interrumpió Margaery con enojo—. ¿De verdad crees que esto es una cuestión de verdades o mentiras? Por eso está esta mujer en Hogwarts porque el ministerio pierde prestigio si aceptan que Voldemort ha vuelto y quieren ponerle una traba a Dumbledore.
—¡Por favor, Potter! —la interrumpió la profesora McGonagall colocándose bien las gafas, pues había hecho una mueca espantosa al oír el nombre de Voldemort—. ¡Lo que tienen que hacer es mantenerse al margen y controlar ese temperamento suyo!
La mujer se levantó, con las aletas de la nariz dilatadas y los labios muy apretados, y los mellizos también.
—Cojan otra galleta —dijo la profesora McGonagall con irritación acercándoles la lata.
—No, gracias —repusieron los dos fríamente.
—No sean ridículos —les espetó ella.
Entonces el muchacho cogió dos galletas, una se la dio a su hermana y dijo a regañadientes:
—Gracias.
—¿No oíste el discurso de Dolores Umbridge en el banquete de bienvenida, Potter?
—Sí. Sí, dijo que... iban a prohibir el progreso o... Bueno, lo que quería decir era que... el Ministerio de Magia intenta inmiscuirse en Hogwarts.
La profesora McGonagall se quedó mirándolo un momento; luego resopló, pasó por el lado de su mesa y le abrió la puerta a los dos.
—Bueno, me alegra saber que al menos escuchas a tu hermana —comentó haciéndoles señas para que salieran de su despacho
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