xlv. backstabber
xlv. traidora
Margaery entendió que estar en Hogwarts sin Electra era la menor de sus preocupaciones cuando tuvo una discusión la primera noche en la habitación.
Susan y Hannah ya habían llegado al dormitorio y habían empezado a cubrir las paredes que había junto a sus camas con pósters y fotografías. Cuando Margaery abrió la puerta estaban hablando, pero se interrumpieron en cuanto la vieron.
—¡Hola! —las saludó, y después se dirigió hacia su baúl y lo abrió.
—¡Hola, Marg! Y tu debes ser Angelica. Un placer, soy Susan Bones —respondió la pelirroja, que estaba poniéndose un pijama—. ¿Han pasado un buen verano?
—No ha estado mal —masculló Margaery, pues le habría llevado toda la noche hacer un verdadero relato de sus vacaciones—. ¿Y tú?
—Sí, muy bueno —contestó Susan con una risita—. Mejor que el de Hannah, desde luego. Estaba contándomelo.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Margaery.
Hannah no contestó enseguida; estaba complicándose mucho la vida para asegurarse de que su póster de The Beatles quedara completamente recto. Al fin contestó, aunque todavía estaba de espaldas a Margaery.
—Mi madre no quería que volviera.
—¿Qué dices?
—No quería que volviera a Hogwarts.
—Pero ¿por qué? —preguntó Margaery, perpleja
Hannah no contestó hasta que hubo terminado de abotonarse el pijama.
—Bueno —respondió con voz tranquila—, supongo que... por ti y tu hermano
—¿Qué quieres decir? —inquirió Margaery rápidamente.
El corazón le latía muy deprisa y tenía la extraña sensación de que algo se le caía encima.
—Bueno —continuó Hannah, esquivando la mirada de su compañera—, es que... Esto... Bueno, no sólo por ustedes, sino también por Dumbledore...
—¿Se ha creído lo que cuenta El Profeta? —se extrañó Margaery—. ¿Cree que mi hermano es un mentiroso y que Dumbledore es un viejo chiflado?
Hannah levantó la cabeza y miró a Margaery.
—Sí, más o menos.
Margaery no dijo nada. Tiró su varita encima de la mesilla de noche, se quitó la túnica, la metió de cualquier manera en el baúl y sacó el pijama. Qué estupidez no haber imaginado que ocurriría algo así, pensó, furiosa, mientras se cambiaba. Claro que todo el mundo iba a reaccionar así; dos meses antes su hermano había salido del laberinto del Torneo de los tres magos con su cadáver en brazos y asegurando haber visto cómo lord Voldemort volvía al poder para que solo una hora después ella volviera a estar respirando normalmente.
Se metió en la cama, pero cuando iba a correr las cortinas del dosel, Hannah dijo:
—Oye..., ¿qué pasó aquella noche? La noche en que..., ya sabes, cuando..., lo tuyo y todo eso...
Hannah parecía nerviosa y expectante al mismo tiempo. Susan, que estaba inclinada sobre su baúl intentando sacar una zapatilla, se quedó de pronto muy quieta y Margaery comprendió que estaba escuchándolas.
—¿Por qué me lo preguntas? —replicó Margaery, la furia contornándose dentro de ella como un remolino—. Sólo tienes que leer El Profeta como tu madre, ¿no? Así podrás enterarte de todo lo que quieras saber.
—No te metas con mi madre —le espetó Hannah.
—Me meto con cualquiera que llame a mi mellizo mentiroso —contestó Margaery. Angelica la miró, tratando de calmarla, pero sin atreverse a hacer nada.
—¡No me hables así!
—Te hablo como me da la gana —estalló Margaery—. Si tienes algún inconveniente en compartir dormitorio conmigo, ve y pídele a Sprout que te cambie... Así tu madre no tendrá que preocuparse por ti...
—¡Deja a mi madre en paz, Potter!
—¿Qué pasa aquí?
Electra acababa de entrar por la puerta. Con los ojos como platos, miró primero a Margaery, que estaba arrodillada en la cama apuntando con la varita a Hannah, y luego a Hannah, que estaba de pie con los puños levantados.
—¡Está metiéndose con mi madre! —gritó Hannah.
—¿Qué? —se extrañó Electra y Margaery notó que su voz era más fría de la que la recordaba—. Margaery nunca haría eso. Conocimos a tu madre en primer año y nos cayó muy bien...
—¡Eso fue antes de que empezara a creer al pie de la letra todo lo que dice sobre mi hermano ese asqueroso periódico! —exclamó Margaery.
—Ah... —dijo Electra, que empezaba a comprender—. Ya veo...
—¿Sabes qué? —chilló Hannah acaloradamente, lanzando a Margaery una mirada cargada de veneno—. Tiene razón, no quiero compartir dormitorio con ella; está tan loca como su hermano.
—Eso está fuera de lugar, Hannah —aseguró Electra, con voz calmada. Margaery intentó encontrar amabilidad en la voz de su mejor amiga pero simplemente no pudo.
—¿Fuera de lugar, dices? —chilló Hannah—. Tú te crees todas las chorradas que cuenta sobre Quien-tú-sabes, ¿no? Te tragas todo lo que cuenta, ¿verdad?
—No —contestó Electra—. Pero no creo que resuelvas algo así porque tu pareces más loca que ella.
Margaery sintió su corazón partirse en pequeños pedazos. Electra no le creía y, para colmo, la había llamado loca. Tuvo que parpadear varias veces para poder borrar el indicio de lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.
Hannah hizo un ruidito desdeñoso con la boca, se dio la vuelta, se metió en la cama de un brinco y cerró las cortinas con tanta violencia que se desengancharon y cayeron formando un polvoriento montón amarillo en el suelo.
—Mi madre dice que eso son tonterías —intervino Susan—. Afirma que el que está perdiendo los papeles es El Profeta, y no Dumbledore. Así que ha cancelado la suscripción. Nosotros creemos en Harry —concluyó con rotundidad. Luego se metió en la cama y se tapó con las sábanas hasta la barbilla—: Mi madre siempre ha dicho que Quien-tú-sabes regresaría algún día, y asegura que si Dumbledore dice que ha vuelto, es que ha vuelto.
En ese momento Margaery sintió una oleada de gratitud hacia Susan. Nadie más dijo nada, y Hannah cogió su varita mágica, reparó las cortinas de la cama y desapareció tras ellas. Angelica también se acostó, se dio la vuelta y se quedó callada.
Margaery se quedó tumbada mientras Electra iba de aquí para allá, alrededor de la cama de al lado, poniendo sus cosas en orden. A Margaery le había afectado mucho la discusión con Hannah, que siempre le había caído muy bien. ¿Quién más iba a insinuar que mentía o que estaba trastornada?
«Al final se sabrá que tenemos razón», pensó Margaery, que se sentía muy desgraciada, mientras Electra se metía en la cama (sin dirigirle ni un "hola") y apagaba la última vela que quedaba encendida en el dormitorio. Luego se preguntó cuántos ataques como el de Hannah debería soportar antes de que llegara ese momento.
A la mañana siguiente, Hannah se vistió a toda velocidad y salió del dormitorio antes de que Margaery se hubiera puesto las zapatillas.
—¿Qué le pasa? ¿Teme volverse loca si está demasiado tiempo en una habitación conmigo? —preguntó Margaery en voz alta.
—No te preocupes, Margaery —dijo Susan colgándose la mochila del hombro—. Lo que le pasa es que...
Pero al parecer no sabía decir con exactitud lo que le sucedía a Hannah, y tras una pausa un tanto violenta, salió también del dormitorio. Angelica miró a Margaery como diciendo «Es problema suyo, no le hagas caso», pero eso no la consoló demasiado. ¿Tendría que aguantar muchas situaciones semejantes? Angelica salió de la habitación pero Margaery se quedó dentro. Iba a fingir armar su mochila para ver si Electra se dignaba a hablarle siquiera. Pasaron cinco minutos en completo silencio y cuando Electra se dispuso a irse sin hablarle, Margaery la detuvo.
—¿No piensas decirme nada? —espetó la azabache, sin darse la vuelta para verla—. Un "hola, Marg. ¿Qué tal el verano? ¿Cómo estás?"
Margaery escuchó un suspiro.
—Tu no lo hiciste —replicó la castaña.
—Lo iba a hacer hasta que me llamaste loca —dijo Margaery.
—¿Y qué quieres que haga? —Electra soltó el pomo de la puerta—. ¿Qué acepte que el mago tenebroso más poderoso de los últimos años regresó? ¿Estando en mi posición?
—¿Desde cuando te importa tu posición para dar tu opinión? —dijo Margaery, parándose—. ¿Y desde cuando eres amiga de los Slytherin?
—Escúchame, Potter —Electra se dió la vuelta y la enfrentó, sus ojos brillaban peligrosamente—. Ahora soy la hermana de la reina. Soy segunda en una línea de sucesión inestable. Soy el reemplazo de una monarca que puede llegar a fallar en su deber. Y no puedo permitirme tener amistades tan...
—¿Tan qué? —ladró Margaery, acercándose a Electra.
Electra pareció meditar sus palabras muy meticulosamente. Cerró los ojos y suspiró pesadamente antes de continuar.
—No puedo, Margaery. No puedo segu...
—¿Tan qué? —repitió Margaery antes de darse cuenta de lo que Electra iba a decir.
—Ya no impo...
—¿Tan qué, Britannia? —repitió Margaery, escandalosamente alto.
—¡Tan indecente! —explotó Electra—. ¡Tan polémica! ¡Escandalosa!
Apretó su mandíbula y asintió, tratando de ignorar el dolor de las palabras de Electra. No podía creer lo que estaba pasando; que Electra, su amiga más cercana la hubiera traicionado de aquella manera. Margaery no podía imaginar cómo habría sido el último lustro sin la sonrisa de Electra, su risa y su infatigable buen humor.
Margaery la amaba incluso más de lo que pensó que podría. Y Electra la amaba incluso más que a su propia hermana.
—Bien —asintió Margaery—. Así es, entonces. Ve con tus amigos más decentes, menos polémicos, sin escándalos y no se te ocurra volver en cuanto uno de ellos te deje sola en tus peores momentos.
—Margaery...
—No —la cortó la azabache—. Ya no te conozco. Te veo ahora y solo siento pena por ti. Aislada del mundo en tus enormes palacios, pasando tiempo con tus nuevos amigos y, seguramente, chismeando sobre Harry y sobre mí y nuestra supuesta locura, dañando a tu mejor amiga porque tenías miedo de alzar la voz en la realidad. —Margaery se frenó—. No tienes idea. No tienes idea de lo que han sido estos dos meses para mi. Ni una mísera pista. No estoy loca, ni remotamente, pero cada vez que alguien me llama así me vuelvo loca. Tu no sabrías sobre eso —dejó salir una risa sarcástica—, ¿cómo podrías? Siempre has sido mimada, consentida. No sabes lo que es sufrir, Electra
Margaery caminó hacia la puerta, decidiendo que era momento de irse y dejar de lastimarse a si misma más.
—¿Y tu crees que estos meses han sido buenos para mí? —gritó Electra, dándose la vuelta hacia Margaery—. ¡Perdí a mi padre, casi pierdo mi hogar y a mi mejor amiga! ¡Hablas de sufrimiento, pero no has sufrido más que yo! ¡Te victimizas cuando intento poner un freno entre las dos porque nos haríamos mal la una a la otra en lugar de entenderme y aceptarlo! ¿En qué te convierte eso?
Margaery la miró. Todo indicio de compasión o cariño se había ido, solo había disgusto, repulsión. Aversión ante la joven que había tirado por la borda una amistad de cinco años que nunca había dado indicios grandes de romperse. Aversión ante la joven que había tirado por la borda su amistad más importante solo por el "qué dirán".
—Deseo nunca más ver o hablarte.
Y con eso abrió la puerta de un sopetón y salió por ella, azotandola con todas sus fuerzas al salir. Notó que unas estudiantes de primer o segundo año la miraban, atemorizados.
—¿Qué? —rugió Margaery, haciendo que las dos niñas se internaran rápidamente en su habitación.
No ayudaba para nada a su plan de intentar no parecer una loca.
Apoyó su cabeza en la pared tratando de calmarse. De pronto, la realización cayó sobre sus hombros como un yunque que amenazaba con quebrarla. La puerta que tenía al lado ocultaba una de las personas que jamás pensó que la traicionaría. ¿Qué había hecho? Había sido una idiota sin compasión ante su mejor amiga y casi hermana que había perdido a su padre hace no más de dos meses.
—No te culpes —dijo la voz de Morgana a su lado y, ya estando acostumbrada, Margaery no se inmutó ante su aparición repentina—. La chica fue una tonta. Quiso romper su relación contigo y tu solo le dijiste lo que pensabas.
—No ayudas a... —se calló inmediatamente al ver otras chicas al final del pasillo.
Otra cosa para afirmar su locura.
—¡Colega, esto parece infinito! —la voz de Angelica la sobresaltó a su lado.
—Quizás lo sea —admitió, limpiándose las lágrimas fingiendo arreglarse—. Vamos a desayunar.
Angelica había conocido Hogwarts lo suficiente como para saber donde estaba el Gran Comedor, por lo que no les tomó mucho tiempo llegar. En la puerta se encontraron con Colette, que parecía maravillada.
—¡Angie! ¡Marg! —saludó la pelinegra—. ¿Sabían que aquí no hay un límite de castigos? Pueden castigarme tantas veces ellos quieran y no me van a expulsar.
—¿En Beauxbatons hay uno? —preguntó Margaery, confundida.
—Sí, cinco castigos al año son una suspensión. Y tres suspensiones son la expulsión —explicó Angelica—. Lettie ha estado al borde de la expulsión varias veces
—Es que Madame Maxime y la princesa Eleonor me odiaban —se defendió Colette y Margaery, lejos de reírse, sintió una punzada de dolor ante la mención del familiar de su ex-mejor amiga.
De repente se oyó como un rugido, y cientos de lechuzas entraron volando por las ventanas más altas. Bajaron hacia las mesas del comedor y llevaron cartas y paquetes a sus destinatarios, a quienes rociaron con gotas de agua; evidentemente, fuera estaba lloviendo. Margaery no vio a Hedwig, pero eso no le sorprendió: los únicos corresponsales de ella y Harry eran Sirius y Aemma, y dudaba mucho que su padrino o su madre tuvieran algo nuevo que contarles ya que sólo llevaban veinticuatro horas sin verse.
Historia de la Magia y Pociones repitieron el patrón del desayuno. Margaery pensando sobre su amistad, ahora inexistente, con Electra y que la había llevado a decir aquellas palabras tan hirientes. Una vocecita en su cabeza afirmaba que Electra era la que la había herido primero y que no era su culpa porque se estaba defendiendo. Aun así, su estómago se encogía al verla hablando con las mismas personas a las que habían odiado por tanto y no burlándose de Binns con ella.
—Hoy vamos a preparar una poción que suele salir en el examen de Título Indispensable de Magia Ordinaria: el Filtro de Paz, una poción para calmar la ansiedad y aliviar el nerviosismo —explicó la voz monótona y seca de Snape aunque Margaery estaba segura de que había hablado antes—. Pero os lo advierto: si no medís bien los ingredientes, podéis provocar un profundo y a veces irreversible sueño a la persona que la beba, de modo que tendréis que prestar mucha atención a lo que estáis haciendo. Los ingredientes y el método —continuó Snape, y agitó su varita— están en la pizarra. —En ese momento aparecieron escritos—. Encontraréis todo lo que necesitáis —volvió a agitar la varita— en el armario del material. —A continuación, la puerta del mueble se abrió sola—. Tenéis una hora y media. Ya podéis empezar.
Como había imaginado Margaery, Snape no podía haber elegido una poción más difícil y complicada. Había que echar los ingredientes en el caldero en el orden y las cantidades precisas; había que remover la mezcla exactamente el número correcto de veces, primero en el sentido de las agujas del reloj y luego en el contrario; y había que bajar el fuego, sobre el que la pócima hervía lentamente, hasta que alcanzara los grados adecuados durante un número determinado de minutos antes de añadir el último ingrediente.
—Ahora un débil vapor plateado debería empezar a salir de vuestra poción — advirtió Snape cuando faltaban diez minutos para que concluyera el plazo.
Margaery echó un vistazo alrededor de la mazmorra, desesperada. Su caldero emitía grandes cantidades de vapor gris oscuro; el de Harry, por su parte, escupía chispas verdes. Angelica intentaba avivar con la punta de la varita las llamas sobre las que estaba colocado su caldero, pues amenazaban con apagarse. La superficie de la poción de Electra, en cambio, era una reluciente neblina de vapor plateado, y al pasar a su lado, Snape acercó su ganchuda nariz al interior sin hacer ningún comentario, lo cual significaba que no había encontrado nada que criticar.
Al llegar junto al caldero de Margaery y, sin embargo, Snape se detuvo y miró su contenido con una espantosa sonrisa burlona en los labios.
—¿Qué se supone que es esto, Potter?
Los estudiantes de Slytherin que estaban sentados en las primeras filas del aula levantaron la cabeza, expectantes; les encantaba oír cómo Snape se burlaba de alguno de los dos mellizos.
—El Filtro de Paz —contestó la chica, muy tensa.
—Dime, Potter —repuso Snape con calma—, ¿sabes leer?
Draco Malfoy no pudo contener la risa.
—Sí, sé leer —respondió Margaery, ignorando la necesidad de preguntarle al profesor si él también.
—Léeme la tercera línea de las instrucciones, Potter.
La muchacha miró la pizarra con los ojos entornados, pues no resultaba fácil descifrar las instrucciones a través de la niebla de vapor multicolor que en ese instante llenaba la mazmorra.
—«Añadir polvo de ópalo, remover tres veces en sentido contrario a las agujas del reloj, dejar hervir a fuego lento durante siete minutos y luego añadir dos gotas de jarabe de eléboro.»
Entonces se le cayó el alma a los pies. No había añadido el jarabe de eléboro y había pasado a la cuarta línea de las instrucciones tras dejar hervir la poción a fuego lento durante siete minutos.
—¿Has hecho todo lo que se especifica en la tercera línea, Potter?
—No —contestó ella en voz baja.
—¿Perdón?
—No —repitió Margaery elevando la voz—. Me he olvidado del eléboro.
—Ya lo sé, Potter, y eso significa que este brebaje no sirve para nada. ¡Evanesco! —La pócima de Margaery desapareció y ella se quedó plantada como una idiota junto a un caldero vacío—. Los que hayáis conseguido leer las instrucciones, llenad una botella con una muestra de vuestra poción, etiquetadla claramente con vuestro nombre y dejadla en mi mesa para que yo la examine —indicó luego Snape—. Tu no Potter —el profesor se dirigió a Harry—, es claro que la ceguera viene de familia —los Slytherin rieron de nuevo—. Deberes: treinta centímetros de pergamino sobre las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones, para entregar el jueves.
Mientras los otros estudiantes llenaban sus botellas, Margaery, muerta de rabia, recogió sus cosas. Sus pociones no eran peores que la de Ron, que ahora desprendía un desagradable olor a huevos podridos; ni peores que la de Neville, que había adquirido la consistencia del cemento recién mezclado, y que el muchacho intentaba arrancar de su caldero; y, sin embargo, eran ellos, Margaery y Harry, quien recibirían un cero. Guardó la varita en su mochila y se dejó caer en el asiento mientras observaba a los demás, que desfilaban hacia la mesa de Snape con sus botellas llenas y tapadas con corchos.
Cuando por fin sonó la campana, Margaery fue la primera en salir de la mazmorra, y ya había empezado a comer cuando Colette y Angelica se reunieron con ella en el Gran Comedor. El techo se había puesto de un gris todavía más oscuro a lo largo de la mañana. La lluvia golpeaba las altas ventanas.
—¡Qué injusto! —exclamó Colette intentando consolarla. Luego se sentó a su lado y empezó a servirse pudin de carne y patatas—. Tu poción era mucho mejor que la de ese gordo feo; cuando la puso en la botella, el cristal estalló y le prendió fuego a la túnica.
Goyle, de seguro.
—Ya, Snape nunca es justo con nosotros —dijo Margaery sin levantar su mirada del plato.
Quería llorar. Quería gritar. Quería romper algo.
Nunca había sido especialmente mala en Pociones, por mas que Snape intentara hacerla. Siempre había sido mejor que algunos y aun así, recibía ese trato. Si había algo que Margaery no soportaba era el fracaso. Y mucho menos si se daba después de un día como ese.
—¿Qué harían ustedes... —comenzó Margaery, cuando vio a Electra entrar al comedor— si su mejor amiga las traiciona?
Se formó un silencio un tanto incómodo. Las dos primas se miraron entre si.
—Así que tu mejor amiga te traicionó —comenzó Angelica—. Bueno, tengo un consejo porque me ha pasado dos veces —Alessia. Alessia era la mejor amiga de Angelica y ella la había traicionado, aunque no le había hecho nada directamente. Aunque no sabía quién era la segunda—. Esta es mi estrategia secreta y creeme que funciona siempre porque el mundo no se acaba simplemente se siente así. —¿Era cierto? Margaery sentía un poco que el mundo se iba a acabar. O que al menos sus partes buenas—. Solo levanta el dedo medio y jura solemnemente que lo que digan de ti no importa.
De pronto se sintió muy culpable al caer en cuenta de todo lo que Angelica había estado sufriendo por haber perdido a su mejor amiga sin siquiera explicación. Decidió, al ver que Colette se había ido a hablar con Edward y Andrew, decirle la verdad a Angelica y disculparse por habérsela escondido.
—Me escribió —soltó—. Alessia. Me dijo que lo sentía y que...
—A mi igual —la cortó—. Al principio de las vacaciones. Le prometí que la iba a sacar de ahí...
—Yo igual —sonrió Margaery y se preguntó hasta que punto podría mantener su promesa.
—Por eso me esforcé tanto en los exámenes del Senado. Porque tengo más oportunidad de ir a la capital a sacarla —continuó—. Pero...
—¿Qué? —preguntó Margaery, alarmada.
Angelica la miró y le entregó un pedazo de papel. Margaery lo leyó, no muy preocupada hasta que llegó hasta la parte que hizo que su día peor.
Alessia estaba embarazada.
Lo que dejaba claro, aunque no tan claro porque hablaba en código, era que no era de Alexander pero que, si era un niño sería nombrado príncipe de Viana y que si era una niña... O la niña moría o Alessia lo hacía. Pero Alessia solo era unos meses mayor que Margaery... solo tenía dieciséis y, aunque en Camelot era normal, Margaery lo detestaba.
Y lo peor, Alessia planeaba escapar.
Aun así, otro pensamiento vino a su mente. Era como si ella misma se hubiese convertido también en traidora. Una traidora a la legítima reina. Debería haberse dejado llevar por el pánico, huir corriendo o, al menos, intentar denegar la carta de Alessia. Pero no hizo nada de eso. Se sintió enojada consigo misma
—Morgana... —murmuró Margaery—. Te espero en Adivinación.
Apartó su pudin de carne y patatas, se colgó la mochila del hombro y la dejó allí plantada. Subió de dos en dos los escalones de la escalinata de mármol, cruzándose con los alumnos que bajaban corriendo a comer. Todavía sentía aquella rabia que había surgido inesperadamente en su interior, pero al ver la cara de asombro de su amiga había experimentado una profunda satisfacción. ¿Por qué? No tenía ni idea.
Margaery pasó el resto de la hora de la comida sola, sentada bajo la trampilla que había en lo alto de la torre norte. No huyó corriendo o denegó la carta de Alessia pero aún podía serle fiel a su hermana. A su reina. Sus manos actuaron como si tuvieran voluntad propia. Como aquella vez, cuando había respondido a Alessia antes de ser consciente siquiera de haber tomado la decisión. Le escribió una carta a su hermana.
Un nuevo tywysog se crea en la tierra que no duerme. Derecho tiene, pero del reclamante no viene. Confesado por la creadora el delito está y ha partir planea echar.
M.A.P
Tywysog era príncipe en Drílico, la tierra que no duerme era Lyonesse (principalmente porque el sol salía temprano y se escondía muy tarde), derecho era reclamo al trono, reclamante era Alexander, creadora era Alessia, delito era la ilegitimidad y confiaba en que lo demás estaba bastante claro de por si. Margaery rogó para que su hermana entendiera. Reposó su cabeza en la pared y suspiró, guardándose la nota en el bolsillo.
Ella había sido traicionada pero ella no iba a hacer lo mismo.
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