xlix. naughty

xlix. atrevidos

—Esa mujer es repugnante —afirmó Hermione con un susurro, una noche que Harry y Margaery habían salido del castigo con Umbridge—. Repugnante. Cuando han entrado estaba diciéndole a Ron y Catherine... que tenemos que tomar cartas en el asunto.

—Yo propongo que la envenenemos —sugirió Catherine con gravedad—. O que la cortemos hasta que se desangre. Mi madre tenía unas pinzas en su habitación, las puedo traer y usarlas con ella.

—No, en serio... Tendríamos que decir algo sobre lo mala profesora que es y sobre el hecho de que con ella no vamos a aprender nada de Defensa —propuso Hermione.

—Pero ¿qué quieres que hagamos? —le preguntó Ron con un bostezo—. Es demasiado tarde, ¿no? Ya le han dado el empleo, y ahora no se va a marchar. De eso se encargará Fudge.

—Bueno —aventuró Hermione—, se me ha ocurrido... —Miró con cierto nerviosismo a Harry y prosiguió—: Se me ha ocurrido que a lo mejor ha llegado el momento... de que actuemos por nuestra cuenta.

—¿De que actuemos por nuestra cuenta? —repitió recelosamente Harry, que todavía tenía la mano metida en la solución de tentáculos de murtlap.

—Me refiero a... aprender Defensa Contra las Artes Oscuras nosotros solos —aclaró Hermione.

—¡Anda! —exclamó Ron—. ¿Pretendes hacernos trabajar aún más? ¿No te das cuenta de que Cath, Harry y yo volvemos a tener los deberes atrasados y sólo llevamos dos semanas de curso?

—Pero ¡esto es mucho más importante que los deberes! —protestó Hermione.

Harry, Ron y Catherine la miraron con los ojos desorbitados.

—¡No sabía que en el universo hubiera algo más importante que los deberes! —exclamó Catherine.

—No seas tonta, claro que lo hay —replicó Hermione—. Se trata de prepararnos, como dijo Harry en la primera clase de Umbridge, para lo que nos espera fuera del colegio. Se trata de asegurarnos de que verdaderamente sepamos defendernos. Si no aprendemos nada durante un año...

—No podremos hacer gran cosa nosotros solos —repuso Margaery con desánimo—. Sí, vale, podemos buscar embrujos en la biblioteca e intentar practicarlos, supongo...

—No, si estoy de acuerdo contigo: ya hemos superado esa etapa en la que sólo podíamos aprender cosas en los libros —dijo Hermione—. Necesitamos un profesor, un profesor de verdad que nos enseñe a usar los hechizos y nos corrija si los hacemos mal.

—Si estás pensando en Remus... —empezó a decir Harry.

—No, no, no estoy pensando en Lupin —dijo Hermione—. Él está demasiado ocupado con la Orden, y además sólo podríamos verlo los fines de semana que fuéramos a Hogsmeade, y eso no sería suficiente.

—Entonces, ¿en quién? —preguntó Harry, mirándola con el entrecejo fruncido.

Hermione suspiró profundamente y Margaery comenzó a entender

—¿No lo habéis captado? —se lamentó—. Podrías hacerlo tú, Harry.

Hubo un momento de silencio. Una ligera brisa nocturna hacía crujir los cristales de las ventanas y el fuego ardía con luz parpadeante.

—Podría hacer ¿qué? —se sorprendió él.

—Podrías enseñarnos Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry la miró fijamente. Luego dirigió la vista hacia Margaery, dispuesto a cambiar con su melliza una de aquellas miradas de exasperación que compartían de vez en cuando. Sin embargo, para desesperación de Harry, Margaery no parecía nada exasperada, y, después de reflexionar unos instantes con el entrecejo un poco fruncido, dijo:

—No es mala idea.

—¿Qué es lo que no es mala idea? —le preguntó Harry.

—Que nos enseñes tú.

—Pero si... —Harry sonrió, convencido de que sus amigos estaban tomándole el pelo—. Pero si yo no soy profesor. Yo no puedo...

—Harry, eres el mejor de nuestro curso en Defensa Contra las Artes Oscuras —le recordó Margaery.

—¿Yo? —dijo Harry sonriendo más abiertamente—. Eso no es verdad, tú me has superado en todos los exámenes que...

—No, Harry —aseguró Margaery cortante—. Tú me superaste en tercero, el único curso en que tuvimos un profesor que sabía algo de la asignatura. Pero no estoy hablando de resultados de exámenes, Harry. ¡Piensa en todo lo que has hecho!

—¿Qué quieres decir?

—¿Sabes qué? No estoy seguro de querer que me dé clases alguien tan estúpido —le insinuó Catherine a los demás con una sonrisita. Luego miró a Harry e, imitando a Goyle cuando se concentraba, dijo—: Vamos a ver... En primero salvaste la Piedra Filosofal de las manos de Quien-tú-sabes...

—Pero no gracias a mi habilidad —explicó Harry—, sino porque tuve suerte.

—En segundo —lo interrumpió Catherine— mataste al basilisco y destruiste a Ryddle.

—Sí, pero si no llega a ser por Fawkes...

—En tercero —prosiguió Catherine, subiendo el tono de voz— ahuyentaste a más de un centenar de dementores de una sola vez...

—Sabes perfectamente que eso fue por chiripa, si el giratiempo no hubiera...

—El año pasado —continuó Catherine ya casi a voz en grito— volviste a vencer a Quien-tú-sabes...

—¿Queréis hacer el favor de escucharme? —saltó Harry casi enfadado porque Catherine, Ron y Hermione lo miraban sonriendo—. Escuchadme, ¿de acuerdo? Dicho así suena fabuloso, pero lo que pasó fue que tuve suerte, yo ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, no planeé nada, me limité a hacer lo que se me ocurría, y casi siempre conté con ayuda...

Catherine, Ron y Hermione seguían sonriendo y Harry se puso aún más nervioso.

—¡No os quedéis ahí sentados sonriendo como si vosotros supierais más que yo! Era yo el que estaba allí, ¿no? —dijo acaloradamente—. Yo sé lo que pasó, ¿vale? Y si salí bien parado de esas situaciones no fue porque supiera mucho de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino porque..., porque recibí ayuda en el momento preciso, o porque acerté por casualidad... Pero me libré por los pelos, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo... ¡PARAD DE REÍR!

El cuenco que contenía la solución de murtlap cayó al suelo y se rompió. Crookshanks se escondió debajo de un sofá y la sonrisa de Catherine, Ron y Hermione desapareció.

—¡No tenéis ni idea! ¡Vosotros nunca habéis tenido que enfrentaros a él! ¿Creéis que basta con memorizar un puñado de hechizos y lanzárselos, como si estuvierais en clase? En esas circunstancias eres totalmente consciente de que no hay nada que te separe de la muerte salvo..., salvo tu propio cerebro o tus agallas o lo que sea, como si fuera posible pensar fríamente cuando sabes que estás a milésimas de segundo de que te maten, o de que te torturen, o de ver morir a tu... —Harry se frenó y Margaery se dio cuenta de que iba a mencionarla a ella, porque tenía la mano derecha extendida hacia Margaery. Con su misma mano, Margaery se la agarró suavemente en un intento de calmarlo. Pareció funcionar porque Harry respiró y se sentó— Lo que se siente cuando uno se enfrenta a situaciones así... nunca nos lo han enseñado en las clases. Y vosotros tres me miráis como si yo fuera muy listo porque estoy aquí de pie, sin haber tenido mi corazón detenido por una hora, y Margaery fuera una estúpida, como si ella hubiera metido la pata... No lo entendéis; pudo pasarme a mí, me habría pasado de no ser porque Voldemort me necesitaba para...

—Nosotros no queríamos decir eso, Harry —se excusó Ron, que contemplaba aterrado a su amigo—. No nos estábamos metiendo con Margaery, no pretendíamos... Nos has interpretado mal —añadió mirando desesperado a Margaery, que estaba muy afligida.

—Harry —dijo ella con dulzura—, ¿es que no lo ves? Por eso..., por eso precisamente te necesitamos. Necesitamos saber cómo es en realidad enfrentarse a Voldemort.

Harry le apretó la mano y ambos dejaron salir alaridos de dolor.

—Bueno, piénsatelo... —insinuó Hermione con voz queda—. Por favor.

Harry no sabía qué decir.

Catherine se puso en pie.

—En fin, me voy a la cama —anunció, esforzándose por hablar con naturalidad—. Buenas noches...

Hermione y Ron también se habían levantado.

—¿Vienes? —le preguntó con suavidad a Harry.

—Sí. Ahora mismo... Voy a limpiar esto y a acompañar a Marg —dijo señalando el cuenco roto. Ron asintió y se marchó—. ¡Reparo! —murmuró luego Harry apuntando con la varita a los trozos de porcelana rotos. Los fragmentos se unieron solos y el cuenco quedó como nuevo, pero no había forma de devolver la solución de murtlap al cuenco.

—Mañana te hago otro —murmuró Margaery, viéndolo—. Ve a dormir, yo puedo volver sola.

—Pero...

—Ve a dormir, Harry —lo cortó.

Los dos se abrazaron por unos momentos. De pronto Margaery se sintió tan cansada que estuvo tentada de dejarse caer denuevo en la butaca y dormir allí mismo, pero hizo un esfuerzo para levantarse y salir de la Sala Común.

Harry, Margaery, Catherine, Hermione y Ron tuvieron una conversación sobre ese asunto a finales de septiembre. Habían organizado una reunión el primer fin de semana de octubre en Hogsmeade y habían dicho a los que estén interesados que sereúnan con ellos en el pueblo para que pudieran discutirlo.

—Ron, Catherine y yo hemos estado sondeando a la gente que creíamos que querría aprender algo de Defensa Contra las Artes Oscuras, y hay un par de personas que parecen interesadas. Les hemos dicho que se reúnan con nosotros en Hogsmeade.

—Vale —contestó Harry vagamente, quien estaba pensando en Sirius.

—No te angusties, Harry —lo animó Margaery—. Ya tienes bastantes problemas sin Sirius.

Ella tenía razón. Harry no conseguía llevar los deberes al día, aunque su situación había mejorado mucho porque ya no debía pasarse todas las tardes castigado con la profesora Umbridge. Por su parte Margaery, que tenía más asignaturas que él, no sólo había terminado todos sus deberes, sino que también había encontrado tiempo para balancearlo con su lectura diaria para el Senado, las practicas de quidditch y sus obligaciones como prefecta.

La mañana de la excursión a Hogsmeade amaneció despejada pero ventosa.Después de desayunar formaron una fila delante de Filch, que comprobó que susnombres aparecían en la larga lista de estudiantes que tenían permiso de sus padres otutores para visitar el pueblo. Cuando Harry llegó frente a Filch, el conserje aspiró fuerte por la nariz, como si intentara detectar algún tufillo en Harry. Luego hizo un brusco movimiento con la cabeza y volvió a temblarle la parte inferior de los carrillos; Harry siguió adelante y salió a la escalera de piedra y a la fría y soleada mañana.

—Bueno, ¿adónde vamos? —preguntó Harry—. ¿A Las Tres Escobas?

—No, no —repuso Hermione—. No, siempre está abarrotado y hay mucho ruido. He quedado con los otros en Cabeza de Puerco, ese otro pub, ya lo conocéis, el que no está en la calle principal. Me parece que no es... muy recomendable, pero los alumnos de Hogwarts no suelen ir allí, así que no creo que nos oiga nadie.

Bajaron por la calle principal y pasaron por delante de la tienda de artículos de broma de Zonko, luego dejaron atrás la oficina de correos, y torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Cuando se acercaron a la puerta, el letrero chirrió agitado por el viento y los cinco vacilaron un instante.

—Espero que no haya nacidos de muggles aquí porque no me dejaría bien parada —murmuró Catherine—. Y con las cosas que ha hecho Harry...

—¡Pero si yo no he hecho nada! —exclamó, entre sorprendido y enojado.

—No tu, idiota —respondió Catherine—. Mi hermano menor, Harry.

—¡Vamos! —urgió Hermione, un tanto nerviosa.

Aquel pub no se parecía en nada a Las Tres Escobas. Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y sucísima, donde se notaba un fuerte olor a algo que podría tratarse de cabras. Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. A primera vista, el suelo parecía de tierra apisonada, pero cuando Harry caminó por él, se dio cuenta de que había piedra debajo de una capa de roña acumulada durante siglos.

En la barra había un individuo que llevaba la cabeza envuelta con grises y sucias vendas, aunque aun así se las ingeniaba para tragar vaso tras vaso de una sustancia humeante y abrasadora por una rendija que tenía a la altura de la boca. También había dos personas encapuchadas sentadas a una mesa, junto a una de las ventanas. Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.

—No sé qué decirte, Hermione —murmuró Harry mientras avanzaban hacia la barra y miraba con desconfianza a la bruja tapada con el grueso velo—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la profesora Umbridge podría estar debajo de eso?

Hermione echó una ojeada a la bruja, evaluándola.

—Umbridge es más baja que esa mujer —comentó en voz baja—. Además, aunque ella entrara aquí, no podría hacer nada para interferir en nuestro proyecto, Harry, porque he revisado minuciosamente las normas del colegio. No estamos fuera de los límites establecidos. Hasta le pregunté al profesor Flitwick si a los alumnos les está permitido entrar en Cabeza de Puerco, y me dijo que sí, aunque me aconsejó que lleváramos nuestros propios vasos. Y he comprobado todo lo que se me ha ocurrido sobre grupos de estudio y trabajo, y son legales. Lo único que no tenemos que hacer es pregonar lo que estamos haciendo.

—Ya —dijo Margaery, con un deje de sarcasmo—, sobre todo dado que lo que estamos organizando no es precisamente un grupo de estudio, ¿verdad?

El camarero salió de la trastienda y se les acercó con sigilo. Era un anciano de aspecto gruñón, con barba y una mata de largo cabello gris. Era alto y delgado, y a Margaery su cara le resultó vagamente familiar.

—¿Qué queréis? —gruñó.

—Cinco cervezas de mantequilla —contestó Hermione.

El camarero metió una mano bajo la barra y sacó tres botellas sucias y cubiertas de polvo que colocó con brusquedad sobre la barra.

—Un galeón —dijo.

—Ya pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó la moneda de oro.

Margaery, Harry, Catherine, Ron y Hermione fueron hacia la mesa más apartada de la barra y se sentaron observando a su alrededor. El individuo de los sucios y grises vendajes dio unos golpes en la barra con los nudillos, y el camarero le sirvió otro vaso lleno de aquella bebida humeante.

—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó Harry a su amiga, arrancando el oxidado tapón de su cerveza de mantequilla y dando un sorbo.

—Sólo un par de personas —repitió Hermione. Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el camino... ¡Oh, mirad, deben de ser ellos!

Primero entraron Neville, Dean y Lavender, seguidos de cerca por Parvati y Padma Patil con Cho Chang. Luego entró Luna Lovegood, sola y con aire despistado, como si hubiera entrado allí por equivocación. A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Ernie Macmillan, Justin Finchey-Fletchley, Hannah Abbott (lo que sorprendió a Margaery) y Susan Bones, Anthony Goldstein, Michael Corner y Terry Boot; Ginny, seguida por Angelica, Colette, Andrew (a quien Margaery encontró más apuesto que antes), Edward, Elizabeth, Phillip, Theo y, cerrando la marcha, Fred y George Weasley con su amigo Lee Jordan, los tres con enormes bolsas de papel llenas de artículos de Zonko.

—¿Un par de personas? —dijeron los mellizos a unísono. Aunque Margaery lo decía con asombro, Harry tenía la voz quebrada—. ¡Un par de personas!

—Bueno, verás, la idea tuvo mucho éxito... —comentó Hermione alegremente—. Ron, ¿quieres traer unas cuantas sillas más?

El camarero, que estaba secando un vaso con un trapo tan sucio que parecía que no lo hubieran lavado nunca, se quedó paralizado. Seguramente, en la vida había visto su pub tan lleno.

—¡Hola! —saludó Fred. Fue el primero en llegar a la barra, y se puso a contar con rapidez a sus acompañantes—. ¿Puede ponernos... treinta y dos cervezas de mantequilla, por favor?

El camarero lo fulminó un instante con la mirada; luego, de mala gana, dejó el trapo, como si lo hubieran interrumpido cuando hacía algo importantísimo, y empezó a sacar polvorientas botellas de cerveza de mantequilla de debajo de la barra.

—¡Salud! —exclamó Fred mientras las repartía—. Soltad la pasta, yo no tengo suficiente oro para pagar todo esto...

—¿Qué hay que hacer? ¿Qué esperan?

—Ya te lo ha explicado Hermione, sólo quieren oír lo que tengas que decir —contestó Margaery con voz tranquilizadora. Sin embargo, Harry seguía estando tan enfadado que rápidamente añadió—: Pero no tienes que hacer nada todavía, primero hablaré yo.

Los recién llegados fueron sentándose en grupos de dos y de tres alrededor de Margaery, Harry, Catherine, Ron y Hermione. Algunos parecían muy emocionados, otros, curiosos; Luna Lovegood miraba en torno con ojos soñadores. Cuando todos tuvieron su silla, fue cesando el parloteo. Todos miraban a Harry.

—Esto... —empezó Margaery hablando en voz más alta de lo habitual debido al nerviosismo. Se preguntó como pensaba hablar en el Senado, si estaba tan nerviosa de hablar con sus compañeros—. Esto..., bueno..., hola. —Los asistentes giraron la cabeza hacia ella, aunque de vez en cuando las miradas seguían desviándose hacia Harry—. Bueno..., esto..., ya sabéis por qué hemos venido aquí. Veréis, mi hermano, Harry, tuvo la idea..., es decir —Harry le había lanzado una mirada furibunda—, Hermione tuvo la idea de —Hermione la estaba mirando con los ojos muy abiertos—, Hermione y yo tuvimos la idea que sería conveniente que la gente que quisiera estudiar Defensa Contra las Artes Oscuras, o sea, estudiar de verdad, ya sabéis, y no esas chorradas que nos hace leer la profesora Umbridge —de repente la voz de Margaery se volvió mucho más potente y segura—, porque a eso no se le puede llamar Defensa Contra las Artes Oscuras más bien Lectura Contra la Paciencia Estudiantil —«Eso, eso», dijo Anthony Goldstein, con unas risas de los demás, y su comentario animó a Margaery— Bueno, creímos que estaría bien que nosotros tomáramos cartas en el asunto. —Hizo una pausa, miró de reojo a Harry y prosiguió—: Y con eso quiero decir aprender a defendernos como es debido, no sólo en teoría, sino poniendo en práctica los hechizos...

—Pero supongo que también querrás aprobar el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? —la interrumpió Michael Corner.

—Por supuesto. Pero también quiero estar debidamente entrenada en defensa porque lord Voldemort ha vuelto y no me apetece morir de nuevo.

La reacción de su público fue inmediata y predecible. Cho Chang soltó un grito y derramó un chorro de cerveza de mantequilla; Terry Boot dio una especie de respingo involuntario; Padma Patil se estremeció y Neville soltó un extraño chillido que consiguió transformar en una tos. Todos, sin embargo, miraban fijamente, casi con avidez, a Harry.

—Bueno, pues ése es el plan —concluyó Margaery—. Si queréis uniros a nosotros, tenemos que decidir dónde vamos a...

—¿Qué pruebas tenéis de que Quien-vosotros-sabéis ha regresado? —preguntó Zacharias Smith

—Si me dejan de interrumpir... —canturreó Margaery, tratando de calmarse—. Dumbledore lo cree... —empezó a decir Hermione.

—Querrás decir que Dumbledore lo cree a él —aclaró el muchacho rubio señalando a Harry con la cabeza.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Ron con brusquedad.

—Zacharias Smith —contestó él—, y creo que tenemos derecho a saber qué es exactamente lo que os permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado.

—Mira, Zacharias —intervino Margaery con rapidez—, ése no es el tema de esta reunión...

—Déjalo, Margaery —dijo Harry, que acababa de comprender por qué había acudido tanta gente a la convocatoria.

Margaery debería haberlo previsto. Algunos de sus compañeros, quizá incluso la mayoría, habían ido a Cabeza de Puerco con la esperanza de oír la historia de Harry contada por su protagonista. Y con algún comentario de Margaery.

—¿Quieres saber qué es exactamente lo que me permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado? —preguntó mirando a los ojos a Zacharias—. Yo lo vi. El año pasado, Dumbledore le contó al colegio en pleno lo que había ocurrido, pero si tú no lo creíste, no me creerás a mí, y no pienso malgastar una tarde intentando convencer a nadie.

El grupo en su totalidad había contenido la respiración mientras Harry hablaba, y él tuvo la impresión de que hasta el camarero, que seguía secando el mismo vaso con el trapo mugriento y lo ensuciaba aún más, lo escuchaba.

A continuación Zacharias dijo desdeñosamente:

—Lo único que nos contó Dumbledore el año pasado fue que Quien-tú-sabes había matado a Margaery y que tú habías llevado el cadáver a Hogwarts. No nos contó los detalles ni nos dijo cómo habían matado a Margaery, y creo que a todos nos gustaría saber como y porque ella está...

—Si has venido a oír un relato detallado de cómo mata Voldemort, no puedo ayudarte —lo interrumpió Harry—. No voy a hablar de la muerte de mi hermana, ¿de acuerdo? De modo que si es a eso a lo que has venido aquí, ya puedes marcharte.

Pero ninguno de sus compañeros se levantó de la silla, ni siquiera Zacharias Smith, aunque siguió contemplando a Harry.

—Bueno —saltó Margaery, que sentía un dolor en el pecho—. Bueno..., como iba diciendo..., si queréis aprender defensa, tenemos que decidir cómo vamos a hacerlo, con qué frecuencia vamos a reunirnos y dónde vamos a...

—¿Es verdad —la interrumpió Susan, mirando a Harry— que puedes hacer aparecer un patronus?

Margaery resopló ante la interrupción.

Un murmullo de interés recorrió el grupo.

—Sí —contestó Harry poniéndose a la defensiva.

—¿Un patronus corpóreo?

Esa frase le sonaba de algo a Harry...

—Oye, ¿tú conoces a la señora Bones? —le preguntó.

—Es mi tía —dijo la chica sonriendo—. Me llamo Susan Bones. Me contó lo de la vista. Bueno, ¿es verdad o no? ¿Sabes hacer aparecer un patronus con forma de ciervo?

—Sí.

—¡Caramba, Harry! —exclamó Lee, que parecía muy impresionado—. ¡No lo sabía!

—Mi madre hizo prometer a Ron que no lo contaría —intervino Fred dirigiéndole una sonrisa a Harry—. Dijo que ya atraías suficiente atención.

—Pues está en lo cierto —murmuró Harry, y un par de personas rieron.

La bruja del velo negro que estaba sentada sola en un rincón se movió un poco en la silla. Margaery la miró de reojo.

—¿Y mataste un basilisco con esa espada que hay en el despacho de Dumbledore? —inquirió Terry Boot—. Eso fue lo que me dijo uno de los retratos de la pared cuando estuve allí el año pasado...

—Pues sí, es verdad... —admitió Harry.

—Y en primero —dijo Neville dirigiéndose al grupo— salvó la Piedra Filológica...

—Filosofal —lo corrigió Hermione.

—Eso, sí..., de Quien-vosotros-sabéis —concluyó Neville.

—Por no mencionar —intervino Catherine— las pruebas que tuvo que superar en el Torneo de los tres magos el año pasado: se enfrentó a dragones, a la gente del agua, a las acromántulas y a todo tipo de cosas...

Los impresionados asistentes emitieron un murmullo de aprobación que recorrió la mesa. Harry se moría de vergüenza e intentaba controlar la expresión de su rostro para que no pareciera que estaba demasiado satisfecho de sí mismo. Margaery lo codeó

—Mirad —dijo sobreponiéndose, y todos callaron al instante—, no... no quisiera pecar de falsa modestia ni nada parecido, pero... en todas esas ocasiones conté con ayuda...

—Con el dragón no —saltó Michael Corner—. Aquello fue un vuelo excepcional...

—Sí, bueno... —cedió Harry creyendo que sería una grosería no admitirlo.

—Y tampoco te ayudó nadie a librarte de los dementores este verano —aportó Susan Bones.

—No —reconoció Harry—. De acuerdo, ya sé que algunas cosas las conseguí sin ayuda, pero lo que intento haceros entender es...

—¿Intentas escabullirte y no enseñarnos a hacer nada de eso? —sugirió Zacharias Smith.

—Oye, tú —dijo Margaery en voz alta antes de que Harry pudiera contestar—, ¿por qué no cierras el pico?

Margaery, que estaba perdiendo la paciencia, miraba a Zacharias como si estuviera deseando pegarle un puñetazo. El chico se ruborizó y se defendió diciendo:

—Hemos venido aquí a aprender de él y ahora resulta que en realidad no puede hacer nada...

—Harry no ha dicho eso —gruñó Fred.

—¿Quieres que te limpiemos las orejas? —le preguntó George sacando un largo instrumento metálico de aspecto mortífero de la bolsa de Zonko.

—O cualquier otra parte del cuerpo. De verdad, no tenemos manías —añadió Fred.

—Sí, bueno... —los interrumpió Margaery—. Siguiendo con lo que decíamos... Lo que importa es: ¿estamos de acuerdo en que queremos que Harry nos dé clases? 

Hubo un murmullo general de aprobación. Zacharias se cruzó de brazos y no dijo nada, aunque quizá fuera porque estaba demasiado ocupado vigilando el instrumento que Fred tenía en la mano.

—Muy bien —dijo Margaery—. Entonces, la siguiente pregunta es con qué frecuencia queremos reunirnos. Creo que, como mínimo, deberíamos reunirnos una vez por semana...

—Un momento —terció Angelina—, tenemos que asegurarnos de que esto no interferirá con nuestros entrenamientos de quidditch.

—Eso —coincidió Cho—. Ni con los nuestros.

—Ni con los nuestros —añadió Zacharias Smith.

—Estoy segura de que podremos encontrar una noche que le vaya bien a todo el mundo —afirmó Margaery, tratando de mantenerse calmada—, pero pensad que esto es muy importante, estamos hablando de aprender solos a defendernos de Voldemort y de los mortífagos...

—¡Así se habla! —bramó Ernie Macmillan. A Margaery le sorprendía que hubiera tardado tanto en hablar—. Personalmente creo que lo que intentamos es muy importante, con seguridad lo más importante que haremos este curso, más incluso que los TIMOS. —Miró a su alrededor con gesto imponente, como si esperara que los demás gritaran «¡No exageres!». Pero como nadie dijo nada, prosiguió—: Personalmente no me explico cómo el Ministerio nos ha endilgado una profesora tan inepta en este periodo tan crítico. Es evidente que no quieren aceptar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado, pero ponernos una profesora que intenta deliberadamente impedir que utilicemos hechizos defensivos...

—Creemos que la razón por la que Umbridge no quiere entrenarnos en Defensa Contra las Artes Oscuras —explicó Hermione— es que se le ha metido en la cabeza la idea de que Dumbledore podría utilizar a los estudiantes del colegio como una especie de ejército privado. Cree que podría movilizarlos para enfrentarse al Ministerio.

Aquella noticia sorprendió a casi todos; a casi todos excepto a Luna Lovegood, que soltó:

—Bueno, es lógico. Al fin y al cabo, Cornelius Fudge tiene su propio ejército privado.

—¿Qué? —saltó Harry, absolutamente desconcertado por aquella inesperada información.

—Sí, tiene un ejército de heliópatas —afirmó Luna con solemnidad.

—Eso no es cierto —le espetó Hermione.

—Claro que sí —la contradijo Luna.

—¿Qué son heliópatas? —preguntó Neville, perplejo.

—Son espíritus de fuego —contestó Luna, y sus saltones ojos se abrieron aún más, haciéndola parecer más chiflada que nunca—, unas enormes criaturas llameantes que galopan por la tierra quemando cuanto encuentran a su paso...

—No existen, Neville —aseguró Hermione de manera cortante.

—¡Claro que existen! —insistió Luna, furiosa.

—Lo siento, pero ¿qué pruebas hay de que existan? —le preguntó Hermione.

—Hay muchísimos testimonios oculares. Que tú tengas una mentalidad tan cerrada que necesites que te lo pongan todo delante de las narices para que...

—Ejem, ejem —carraspeó Andrew imitando a la perfección a la profesora Umbridge; varios estudiantes giraron la cabeza, asustados, y luego rieron—. ¿No estábamos intentando decidir cuántas veces nos íbamos a reunir para dar clase de defensa?

—Sí —se apresuró a confirmar Margaery—, exacto. Tienes razón, Andrew.

—Bueno, a mí una vez por semana no me parece mal —opinó Lee Jordan.

—Siempre que... —empezó a decir Angelina.

—Sí, sí, ya sabemos lo del quidditch —concedió Margaery, con voz áspera—. Bueno, la otra cosa que queda por decidir es dónde vamos a reunirnos...

Aquello era mucho más difícil, y el grupo se quedó callado.

—¿En la biblioteca? —propuso Katie Bell tras un largo silencio.

—No creo que la señora Pince se ponga muy contenta si nos ve haciendo hechizos en la biblioteca —comentó Harry.

—¿Y en algún aula que no se utilice? —sugirió Dean.

—Sí —afirmó Ron—. Quizá la profesora McGonagall nos deje la suya. Nos la prestó cuando Harry tenía que practicar para el Torneo de los tres magos.

—Bueno, ya buscaremos un sitio —dijo Hermione—. Cuando tengamos el sitio y la hora de la primera reunión os enviaremos un mensaje a todos. —Rebuscó en su mochila, sacó un rollo de pergamino y una pluma y vaciló un momento—. Creo que ahora cada uno debería escribir su nombre, para que sepamos que ha estado aquí. Pero también creo —añadió inspirando hondo— que todos deberíamos comprometernos a no ir por ahí contando lo que estamos haciendo. De modo que si firmáis, os comprometéis a no hablar de esto ni con la profesora Umbridge ni con nadie.

Margaery sintió que se le venía algo encima. Miró a Hermione, alarmada, y sus ojos se encontraron con los de Andrew. El chico articulo un "te lo dije" y Margaery sintió unas inexplicables ganas de golpearlo. No había forma de que firmara esa lista y no saliera perjudicada.

Fred cogió el pergamino y, decidido, firmó en él, pero Margaery se fijó enseguida en que varias personas no parecían muy dispuestas a poner su nombre en la lista.

—Esto... —empezó Zacharias con lentitud, y no cogió el pergamino que George intentaba pasarle—. Bueno..., estoy seguro de que Ernie me dirá cuándo es la reunión.

Pero Ernie tampoco parecía muy decidido a firmar. Hermione lo miró arqueando las cejas.

—Es que... ¡somos prefectos! —dijo Ernie—. Y si alguien encontrara esta lista... Bueno, quiero decir que... ya lo has dicho tú misma, si se entera la profesora Umbridge...

—Acabas de decir que haber formado este grupo es la cosa más importante de este curso —le recordó Harry.

—Sí, ya... —repuso Ernie—. Sí, y lo creo, pero...

—Ernie, ¿de verdad piensas que voy a dejar esta lista por ahí? —le preguntó Hermione con irritación.

—No. No, claro que no —contestó Ernie un poco aliviado—. Yo..., sí, claro que firmo.

Después de Ernie nadie puso reparos. Margaery firmó luego de Harry y se escandalizó al ver lo similar que era su letra. Cuando hubo firmado el último, Zacharias, Hermione cogió el pergamino y lo guardó con cuidado en su mochila. En ese momento, el grupo experimentaba una sensación extraña. Era como si acabaran de firmar una especie de contrato.

—Bueno, el tiempo pasa —dijo Fred con decisión, y se puso en pie—. George, Edward, Lee y yo tenemos que comprar unos artículos delicados. Ya nos veremos más tarde.

Los demás estudiantes se marcharon también en grupos de dos y de tres.

—Bueno, creo que ha ido muy bien —opinó Margaery alegremente unos momentos más tarde, mientras ella y Harry de Cabeza de Puerco a la intensa luz de la mañana. Hermione, Catherine y Ron se habían quedado en el pueblo.

—Y hablando de ir bien... ¿Qué tal Andrew y tú?

—¿Qué quieres decir? —saltó Margaery, que tuvo la sensación de que estaba llena de agua hirviendo. La cara le ardía a pesar del frío. ¿Tan evidente era?

—Bueno —dijo Harry sonriendo—, no te ha quitado los ojos de encima, ¿no?

Hasta entonces, Margaery nunca se había fijado en lo bonito que era el pueblo de Hogsmeade.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top