xliii. if it rises fast...

xliii. si sube rápido...

No debían ser más de las siete u ocho de la mañana cuando Margaery se despertó a raíz de una pesadilla

Ninguna de las chicas había despertado aún y los rayos de sol no entraban plenamente por la ventana. Se calzó, agarró una de sus batas y salió de la habitación sin hacer ruido. Margaery caminó por los pasillos desiertos de la mansión Black, admirando los cuadros durmientes de distintos miembros de la casa Black (incluido uno de la reina Leah), hasta que su caminata la llevó al salón. El salón era exquisito, con grandes ventanales que daban a la calle frente a la casa, una gran chimenea flanqueada por dos gabinetes adornados con fachada de cristal y una pared entera cubierta con un tapiz del árbol genealógico Black.

Margaery también notó la presencia de alguien más. Alguno de sus compañeros de casa debía tener los mismos problemas que ella. Cuando descubrió quien era, su estómago se contorsionó y combatió, en vano, las ganas de acercarse. Margaery puso sus manos en los hombros contrarios. Andrew respiró cuando las sintió.

—¿No podías dormir? —preguntó Margaery, en voz baja.

Andrew la miró.

—¿Qué haces despierta? —el chico ignoró la pregunta de Margaery.

—Te hice una pregunta —lo regañó ella.

Margaery vió el atisbo de una sonrisa.

—No, no podía —respondió Andrew, girándose para mirarla—. Ahora responde mi pregunta.

—No podía dormir —contestó ella, levantando los hombros.

Margaery se sentó en el sillón, a un lado de Andrew y tan cerca de él que casi estaba sentada sobre él.

—¿Por? —preguntó Andrew.

Su mente volvió al sueño que había tenido. Con él. Con Andrew. El mismo Andrew que tenía ahora enfrente. El que tenía su mano derecha agarrada con tanto amor. 

—No lo sé —terminó por responder—. ¿Y tu?

—Mentirosa —acusó Andrew—. Te molesta algo.

Margaery rió, o al menos lo intentó.

—No —negó—. No me... —se frenó a mitad de la oración.

—¿Lo ves? ¿Qué pasa? —lo preguntó con tanta dulzura que Margaery se creyó capaz de derretirse.

—Nada —repitió—. Yo te pregunte algo primero y no respondiste.

—Solo no podía dormir —dijo Andrew, sonriendo levemente—. Si tu me vas a mentir entonces supongo que no hay inconveniente en que yo lo haga también.

Margaery lo quiso golpear. Y así lo hizo. Juguetona y suavemente pero lo hizo. El chico la inmovilizó y la atrajo hacia él, haciéndola reír.

—Sh —Andrew puso una mano en la boca de Margaery, restringiendo cualquier ruido que saliera de ella—,  vas a despertar a todos.

—No me hagas reír, idiota —dijo ella, apartando la mano.

—Tu te hiciste reír sola —replicó Andrew, atrayéndola un poco más hacia él.

—No —ante la mirada de Andrew, Margaery sonrió—. Quizás sí. Un poco.

—¿Un poco? —Margaery escondió su cara en el cuello de Andrew

Por unos minutos lo único que Margaery sintió fue la respiración acompasada del rubio (¿o era castaño?). Ante ese pensamiento, llevó sus manos al cabello contrario y lo acarició. Margaery nunca había notado cuan sedoso o enrulado era hasta ese momento y pudo jurar que la ya lenta respiración de Andrew se ralentizaba tres veces más.

—No hagas eso —le susurró él.

—¿Por? —preguntó Margaery, alejando sus manos temiendo haber hecho algo que le molestara.

—Porque o soy capaz de dormirme en este preciso instante —respondió Andrew—, o soy capaz de hacer algo que no debería.

Margaery rió levemente y colocó sus manos en el cabello de Andrew.

 —Hazlo —susurró—. Cualquiera de las dos.

Entonces, le rodeó la cintura con los brazos. Y sin pensarlo, sin planearlo, sin preocuparle que alguien pudiera entrar o que ella pudiera rechazarlo, Andrew la besó. Tras unos momentos que se hicieron larguísimos (quizá media hora, quizá varios días de fulgurante sol o varias noches de frío invernal), Margaery y Andrew se separaron.

—Acabas de besar a la hermana de la reina —bromeó Margaery—. Te van a colgar. O quemar. 

Andrew rió.

—¿En serio? —le contestó, en el mismo tono—. No creo haberla besado pero dejame corroborar —y, cortando la risa de Margaery, la volvió a besar—. Creo que ahora sí puedo ser arrestado. No, espera... —la besó una tercera vez, más lento y largo en esa ocasión—. Ahora sí.

—Eres un idiota —Margaery colocó su frente en el hombro de Andrew—. Un completo idiota.

Margaery lo besó, en un intento de quitarle la sonrisa de autosuficiencia de la cara aunque eso solo la alimentó.

—Aún así... —susurró Andrew, sonriendo.

—Ah, ah, ah... —negó Margaery, viendo como Andrew se le acercaba una vez más—. Tenemos que ir abajo.

—Son las ocho de la mañana, podemos bajar luego —dijo Andrew.

—No, no podemos —dijo Margaery.

Era como si el mundo hubiese dejado de existir y solo estuvieran ellos. Como si todos los planetas se hubiesen alineado. El mundo era perfecto. Nunca se había enamorado antes; no era su camino, ni su naturaleza; y siempre juraba que nunca lo haría. Pero ahora... Se sentía con el poder suficiente como para derrotar cualquier cosa que se le interpusiera.

—Cinco minutos más —murmuró Andrew, con su mentón sobre la cabeza de Margaery.

Margaery rió. Los cinco minutos se transformaron en diez y esos diez en una hora. El tiempo se escurrió tan rápidamente que Margaery juró que se había quedado dormida.

—Te dije que eran cinco minutos —habló Andrew, rompiendo el silencio que se había formado.

Margaery volvió a reír y se levantó del sillón.

—Vamos abajo —dijo Margaery.

—Ve. Te acompaño luego —sonrió Andrew y Margaery salió de la sala.

Diferente a la sensación pacífica de calma que había estado experimentando hace algunos segundos, ahora la invadió la duda. Estaba claro que se habían besado pero, ¿qué cambiaba eso? ¿Seguían siendo amigos o ahora habían escalado a algo más? Y si era así, ¿cómo iba a reaccionar Colette? Ella era la hermana de Andrew y Margaery era algo así como su mejor amiga (o al menos así lo sentía Margaery). ¿Y Harry? Margaery había descubierto que él y Andrew habían sido muy amigos cuando eran más chicos, antes de que Andrew se mudara al sur.

—¡Margaery Potter! —gritó una voz a sus espaldas, aunque era más como un susurro.

A Margaery se le apretó el estómago cuando identificó la propietaria de la voz. Colette.

—Lettie... Hola —saludó, nerviosa.

—No me vas a creer —la castaña le agarró las manos y la guió hasta la barandilla de la escalera.

Abajo habían dos personas que hablaban con Aemma, Margaery y con alguna otra miembro de la orden porque Margaery no la reconocía.

—¿Quiénes son? —preguntó Margaery, sin sacarles la vista.

—El hombre de allá es Kieran Whitehouse y la mujer es Maeve Severn —dijo Colette.

La boca de Margaery se abrió, sorprendida. Aquellos dos eran los mejores diplomáticos en Camelot. Habían sido parte del comité en la Crisis de Flandes, en la Guerra de la Nieve de Camelot e incontables problemas políticos más. Margaery siempre había considerado a Severn como su mayor idola y fue cuando vio uno de sus discursos en el senado que decidió que era eso a lo que se quería dedicar. Su tía Margaery solía decirle que tenía mucho de su tía Daenerys en ella.

Luego se fijó en la otra mujer. Cabello castaño y expresión seria. Los ojos eran de un verde profundo, que hacían juego con su vestimenta.

—¿Tía Daenerys? —preguntó en voz baja y luego, como si se respondiera a si misma, gritó:— ¡Tía Daenerys!

Margaery bajó las escaleras a toda velocidad y se apresuró a abrazar a su tía, quien la recibió con los brazos abiertos e incluso le dió un par de vueltas en el aire

—¡Margaery! ¡Estás enorme!

La última vez que había visto a su tía había sido cuando tenía cinco años. A raíz de un problema con la esposa de su abuelo, la reina Johanna, Daenerys había decidido exiliarse en las montañas de Atheria y Zyra y Margaery solo la había vuelto a ver en el funeral de su tío, el príncipe Aemmond. Margaery había comenzado a perder contacto con ella después de entrar en Hogwarts, pero siempre la había admirado.

—Mar, ellos son Kieran Whitehouse y Maeve Severn —presentó Daenerys.

A Margaery se lo hizo un nudo en el estómago de la emoción cuando los dos le estrecharon las manos.

—Tu debes ser la pequeña política —dijo Severn

—Sí —asintió Margaery—. Margaery. Es un placer, soy su mayor admiradora.

La mujer sonrió.

Margaery se disculpó, alegando que tenía que ir a buscar a alguien, cuando sintió que comenzaba a sobrar en la conversación entre su tía y los dos senadores.

—Ay, por los cuatro dioses —murmuró Margaery—. Ojalá hubiese venido antes.

—Ojalá no note nuestra presencia —murmuraron Colette y Andrew, a unísono.

Margaery hizo una mueca.

—¿Por?

—¿No lo sabes? —preguntó el chico—. Mi familia y la tuya no se llevan muy bien desde la muerte de tu tía Ayse.

Margaery negó con la cabeza.

—Nadie habla de mis tíos en casa desde la muerte del padre de Arya —dijo Margaery—. Pero supongo que, en ese caso, es mejor que desayunemos en otro lugar.

—Marg, me estoy volviendo loca o escuché a la tía Dany...

Harry había salido de su habitación, justo en el momento en que Daenerys subía las escaleras

—Les llegó esto —dijo su tía Daenerys, entregándole a Margaery unos sobres—. Ah y tú —señaló a Harry— ¿no vas a saludar a tu madrina?

Harry estaba atónito y parecía estar a punto de llorar cuando abrazó a Daenerys.

—Tienen que dejar de crecer porque me van a pasar y no estaría bien visto que una madrina sea superada por sus ahijados —bromeó la castaña.

—¿Y desde cuando te importa lo que esté bien visto? —preguntó Harry, sonriendo.

—Buen punto —luego dirigió su vista a los demás—. ¿Y ellos?

—Ellos son Ron Weasley y Andrew y Colette Knight.

Daenerys enarcó una ceja y miró a los Knight.

—¿Hijos de Owen y Selene? —preguntó.

Los dos asintieron y tras eso se formó un silencio un tanto incómodo.

—Sí... son iguales a ella —sentenció la Pendragon—. Bueno, un placer conocerlos.

Y con eso bajó las escaleras.

—Ah, son los sobres de Hogwarts —soltó Margaery, viendolos.

En ese momento Kreacher, el elfo doméstico, aparecía en el pasillo y parecía muy dispuesto a insultarlos a todos por hacer tanto revuelo a esas horas.

—Entren —los apuró Harry y todos entraron a la habitación—. ¡Vaya, la tía Dany! No esperaba ver...

¡CRAC! 

Fred y George se habían aparecido al lado de Margaery. La chica pegó un grito y casi salta de la cama.

—Nos gustaría saber quién ha elegido el libro de Slinkhard —comentó Fred. 

—Porque eso significa que Dumbledore ha encontrado un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —añadió George. 

—Y ya era hora, por cierto —dijo Fred. 

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Harry. 

—Verán, hace unas semanas captamos con las orejas extensibles una conversación de su madre y su padre —les explicó Fred, señalando a Harry y Margaery y a Andrew y a Colette—, y por lo que decían, a Dumbledore le estaba costando mucho trabajo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a dar esa asignatura este año.

 —Lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta lo que les ha pasado a los cuatro anteriores —apuntó George. 

—Uno muerto, uno sin memoria, uno despedido y uno encerrado nueve meses en un baúl —contó Margaery ayudándose con los dedos—. Sí, ya te entiendo.

—¿Cómo que mue...? —murmuró Andrew al lado de Margaery.

—Larga historia —respondió ella.

—¿Qué te pasa, Ron? —le preguntó Fred a su hermano. 

Ron no contestó, y Margaery vio que el pelirrojo estaba de pie, muy quieto, con la boca un poco abierta, contemplando la carta que había recibido de Hogwarts. 

—¿Qué pasa? —insistió Fred, y se colocó detrás de Ron para ver el trozo de pergamino por encima de su hombro. Fred también abrió la boca—. ¿Prefecto? — dijo, mirando la nota con incredulidad—. ¿Tú, prefecto?

George se abalanzó sobre su hermano menor, le arrancó el sobre que tenía en la otra mano y lo puso boca abajo.

—No puede ser —murmuró éste en voz baja.

—¡Felicidades, Ron! —felicitó Margaery.

—Tiene que haber un error —aseguró Fred arrancándole la carta de la mano a Ron y poniéndola a contraluz—. Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron. —Los gemelos giraron la cabeza al unísono y se quedaron mirando a Harry—. ¡Estábamos seguros de que te nombrarían a ti!

—¡Creíamos que Dumbledore se vería obligado a nombrarte a ti! —dijo George con indignación.

 —¡Después de ganar el Torneo de los tres magos! —añadió Fred. 

—Supongo que todo el jaleo lo ha perjudicado —le comentó George a su gemelo. 

—Sí —repuso Fred—. Sí, has causado demasiados problemas, amigo. Bueno, al menos uno de vosotros dos tiene claro cuáles son sus prioridades. —Y se acercó a Harry y le dio una palmada en la espalda mientras le lanzaba una mirada mordaz a Ron—. Prefecto... El pequeño Ronnie, prefecto... 

—¡Oh, no va a haber quien aguante a mamá! —gruñó George poniéndole la insignia de prefecto en la mano a Ron, como si pudiera contaminarse con ella. 

Margaery toqueteó su sobre, aun sin abrir, y se dió cuenta que, en la parte de atrás tenía un pequeño relieve. Su estómago se encogió de emoción y se apresuró a abrir el sobre. Leyó la lista, corroborando que solo le faltaban dos libros por comprar e ignoró la nota habitual que le recordaba que el curso empezaba el uno de septiembre. Comprobando sus sospechas, dentro había una insignia de color negro y amarillo, que cayó en su palma cuando puso boca abajo el sobre. Tenía una gran «P» superpuesta en el tejón de Hufflepuff.

—¡Eso sí es lógico! —dijo Fred en cuanto vio a Margaery con la insignia.

—¡Felicidades, M! —exclamó Harry, aun con la insignia de Ron en la mano.

—Espero que no te conviertas en una nerd académica —bromeó Colette, aunque Margaery sabía que esa era su forma de felicitarla.

Andrew la abrazó y, debido a la diferencia de altura, sus pies quedaron un poco colgando.

En ese momento la puerta se abrió de par en par y Hermione irrumpió en la habitación con las mejillas coloradas y el pelo por los aires. Llevaba un sobre en la mano. Detrás de ella venía Catherine, que no podía estar más tranquila

—¿Vosotros... también...? —Vio la insignia que Harry tenía en la mano y soltó un chillido—. ¡Lo sabía! —gritó emocionada blandiendo su carta—. ¡Yo también, Harry, yo también! 

—¡Pero si Harry reprobó hasta el recreo! —exclamó Catherine, claramente sorprendida

—No —se apresuró a decir Harry, y le puso la insignia en la mano a Ron—. No es mía, es de Ron. Y no reprobé el recreo, Di.

 —¿Cómo dices? 

—El prefecto es Ron, no yo.

—¿Ron? —se extrañó la chica, y se quedó con la boca abierta—. Pero... ¿estás seguro? Quiero decir... 

Se puso muy roja cuando Ron la miró con expresión desafiante. 

—El sobre va dirigido a mi nombre —afirmó él. 

—Yo... —balbuceó Hermione muy apabullada—. Yo... Bueno... ¡Vaya! ¡Felicidades, Ron! Es totalmente... 

—Inesperado —acabó George haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza. 

—Pues Ron se ha metido en menos líos que Harry —opinó Catherine—. Por un mes al menos.

—No —dijo Hermione ruborizándose aún más—, no, no es nada inesperado. Ron ha hecho cantidad de... Es verdaderamente... 

La puerta que había a su espalda se abrió un poco más y la señora Weasley entró en la habitación cargada de ropa recién planchada. Margaery estuvo a punto de reír al ver la cara de Catherine cuando la señora Weasley la empujaba del marco de la puerta.

—Ginny me ha dicho que por fin han llegado las listas de libros —comentó echando un vistazo a los sobres mientras iba hacia la cama y empezaba a ordenar la ropa en dos montones—. Si me las dais, iré al callejón Diagon esta tarde y os compraré los libros mientras vosotros hacéis el equipaje. Ron, tendré que comprarte más pijamas, éstos se te han quedado al menos quince centímetros cortos. No puedo creer que hayas crecido tanto... ¿De qué color los quieres? 

—Cómpraselos rojos y dorados para que hagan juego con su insignia —dijo George con una sonrisita de suficiencia. 

—¿Para que hagan juego con qué? —preguntó la señora Weasley, distraída, mientras doblaba unos calcetines granates y los colocaba en el montón de ropa de Ron. 

—Con su insignia —respondió Fred como quien quiere liquidar un asunto desagradable cuanto antes—. Su preciosa y reluciente nueva insignia de prefecto. 

Las palabras de Fred tardaron un momento en llegar al cerebro de la señora Weasley, pero fulminaron su preocupación por los pijamas de su hijo. 

—Su... Pero si... Ron, tú no... —Ron le enseñó la insignia y la señora Weasley soltó un chillido muy parecido al de Hermione—. ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! ¡Oh, Ron, qué maravilla! ¡Prefecto! ¡Como todos en la familia! 

—¿Y quiénes somos Fred y yo, los vecinos de enfrente? —preguntó George,indignado, cuando su madre lo apartó de un empujón y se lanzó a abrazar a su hijo menor. 

—¡Ya verás cuando lo sepa tu padre! ¡Ron, estoy tan orgullosa de ti, qué noticia tan fabulosa, quizá acaben nombrándote delegado, como a Bill y a Percy, es el primer paso! ¡Oh, qué gran noticia en medio de todos estos problemas, estoy encantada, oh, Ronnie!

A espaldas de su madre, Fred y George se pusieron a fingir que vomitaban, pero la señora Weasley no se dio ni cuenta porque estaba abrazada a Ron, cubriéndole la cara de besos. Ron estaba más colorado que su insignia.

 —Mamá..., no... Mamá, contrólate... —balbuceó intentando apartarla.

La señora Weasley lo soltó y, casi sin aliento, dijo:

—Bueno, ¿qué quieres que te regalemos? A Percy le regalamos una lechuza, pero tú ya tienes una, claro.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el chico, que no podía dar crédito a sus oídos. 

—¡Mereces una recompensa por esto! —afirmó la señora Weasley con cariño—.¿Qué te parece una túnica de gala nueva? 

—Nosotros ya le hemos comprado una —dijo Fred con amargura, como si lamentara sinceramente tanta generosidad.

—¿Por qué tanto revuelo? —preguntó Aemma, asomándose por la puerta—. Entiendo que a ustedes no les moleste lo que piensen los senadores de ustedes pero a mi sí y quisiera mantener las apariencia... ¿Margaery eso es una insignia de prefecta?

La castaña asintió, feliz de que al fin le hubieran proporcionado un poco de atención. 

—Felicidades, cielo mío —sonrió la platinada—. Sabía que ibas a salir a mi y no a tu padre

Aemma se acercó a ver la insignia y la señora Weasley continuó hablando.

—O un caldero nuevo. El de Charlie está tan viejo que está agujereándose. O una rata nueva; siempre te gustó Scabbers... 

—Mamá —aventuró Ron esperanzado—, ¿podéis comprarme una escoba? —El rostro de la mujer se ensombreció un poco—. ¡No hace falta que sea muy buena! —se apresuró a añadir Ron—. Me conformo con que sea nueva... 

La señora Weasley vaciló.

 —Son caras pero claro que sí, hijo mío... —Margaery vió como el rostro de Aemma se contorsionaba en una mueca de disgusto—. Bueno, será mejor que me dé prisa si también tengo que comprar una escoba. Ya os veré más tarde... ¡El pequeño Ronnie, prefecto! Y no os olvidéis de hacer el equipaje... ¡Prefecto! ¡Oh, qué nerviosa estoy! 

Volvió a besar a Ron en la mejilla, aspiró ruidosamente por la nariz y salió a toda velocidad de la habitación. Fred y George se miraron. 

—No te importará que nosotros no te besemos, ¿verdad, Ron? —dijo Fred con una vocecilla falsamente nerviosa. 

—Si quieres, podemos hacerte una reverencia —añadió George. 

—Dejadme en paz —replicó Ron frunciendo el entrecejo. 

—Y si no te dejamos en paz, ¿qué? —dijo Fred dibujando una maliciosa sonrisa—. ¿Vas a castigarnos?

 —Me encantaría ver cómo lo intenta —se burló George. 

—¡Podría hacerlo si no os andáis con cuidado! —intervino una enojada Hermione. 

Fred y George rompieron a reír, y Ron murmuró: 

—Déjalo ya, Hermione. 

—Vamos a tener que ir con mucho cuidado, George —dijo Fred fingiendo que temblaba—, con estos dos vigilándonos... 

—Sí, por lo visto se nos ha acabado lo de hacer el gamberro —añadió George moviendo la cabeza. 

Y con otro sonoro ¡crac!, los gemelos se desaparecieron. Aemma soltó una risita.

—¡Vaya par! —exclamó Hermione, furiosa, mirando al techo, a través del cual oían a Fred y a George, que se reían a carcajadas en la habitación del piso de arriba—. Felicidades a ti también, Margaery. No te había visto.

La azabache sonrió.

—¿Quién lo diría...? Prefecta y delegada —murmuró Aemma.

—Es incr... Espera, ¿dijiste delegada? —Margaery se levantó de un salto.

Aemma volvió a sonreír y le dio de los sobres que tenía en la mano. El otro se lo dió a Colette. Margaery abrió el sobre, con mucho cuidado de no romperlo y sacó las dos cartas del interior. 

Estimada señorita Potter:

Nos complace informarle que ha sido seleccionada para participar en las pasantías de la Escuela Alta del Senado de Camelot, en calidad de delegada de la provincia de Tintagel. Su dedicación, habilidades y compromiso con el servicio público y su desempeño en la Escuela Baja han sido reconocidos, y estamos seguros de que será una valiosa incorporación a nuestro programa.

Las pasantías de la Escuela Alta del Senado de Camelot ofrecen una oportunidad única para que los jóvenes se sumerjan en el mundo de la diplomacia y la política, adquiriendo experiencia práctica en la administración pública y fortaleciendo sus habilidades de liderazgo y negociación.

Por favor, confirme su aceptación de esta oferta comunicándose con nosotros lo antes posible.

¡Felicitaciones nuevamente por su logro y bienvenida a la Escuela Alta del Senado de Camelot!

Atentamente,

Maeve Severn,
Directora de la Escuela Alta del Senado de Camelot y 
Senadora de Tintagel

Cambió de carta y, con manos temblorosas, agarró en la que se suponía estaban las calificaciones.

EXÁMENES DE APLICACIÓN A LAS PASANTÍAS DEL SENADO DE CAMELOT

APROBADOS:
Extraordinario (E)
Supera las expectativas (S)
Aceptable (A)

SUSPENSOS:
Insatisfactorio (I)
Desastroso (D)
Trol (T)

RESULTADOS DE POTTER, MARGAERY AEMMA

Gobierno Elemental: E
Diplomacia Magi-Muggle: A
Espionaje: E
Negociación de Interespecies: A
Ley y Ética Mágica: I
Relaciones Internacionales: E
Historia Bretona: E
Justicia Mágica: E
Teoría Política: E
Magia Legislativa: S
Derechos Mágicos y Justicia Social: S
Gestión de Crisis Mágicas: E

El silencio fue roto por un gritito sofocado de emoción de Colette. Margaery estaba muy atónita como para hablar. Releyó varias veces la hoja de pergamino, incrédula. Volviendo a repasar la carta de admisión y sus notas, se dio cuenta de que no habrían podido ser mejores. Sólo lamentaba dos pequeños detalles: no iba a representar a Lyonesse, iba a representar a Tintagel e iba a ser delegada, no embajadora. Supuso que, al estar Lyonesse incapacitada como capital y Tintagel ser la sede más grande del senado y capital de la campaña de su hermana, iban a asignarle Tintagel. Margaery no sabía ni una gota de su gente, aun peor: nunca había visitado Tintagel. Y por el lado de ser delegada y no embajadora creyó que sería por ser tan joven y, claro, porque seguía siendo parte de la familia real.

—Sólo he suspendido Diplomacia Magi-Muggle y Negociación de Interespecies, las que menos me importan. A ver, cambiemos... —dijo Colette, con voz temblorosa. Colette tenía, en su mayoría Supera las Expectativas, y dos Extraordinarios en Gestión de Crisis Mágicas y Relaciones Internacionales—. Vaya... siete Extraordinarios... y aún así te hacen delegada, que injusticia

De pronto, el silencio en la habitación fue opacado por las risas de Margaery y de Colette que se habían abrazado.

—¿Cuál es tu jurisdicción? —preguntó Margaery, limpiándose algunas lágrimas de los ojos.

—Ille y Vilaine. ¿Y la tuya?

—Tintagel —respondió Margaery.

Todos en la habitación las felicitaron aunque algunos, como Ron y Catherine, no sabían porque. Harry la abrazó por un largo rato, Hermione las elogió y, cuando Margaery vio a Andrew, tuvo que contenerse el impulso de besarlo frente a todos. El chico la abrazó y la levantó en el aire haciéndola reír.

—Espero que ahora no nos llevemos mal —bromeó él, cuando la bajó.

Claro, Andrew era embajador. Y Margaery supuso que era embajador de alguna provincia que no tenía buenos lazos con Tintagel.

—¿Beddgelert? —preguntó Margaery, tratando de adivinar cuál era la provincia de Andrew.

—Ealdor —respondió el chico.

—Oh, claro. Siempre el más inteligente —bromeó Margaery, recordando que los embajadores de Ealdor siempre debían tener, como mínimo, ocho Excelentes y ninguna nota debajo de Supera las Expectativas.

—Me ha dado mucho gusto ver sus nombres en la lista —prosiguió con dirección a Colette y Margaery—. No te tenía fe, Lettie, debo admitirlo.

—¿O sea que lo sabías? —preguntó Margaery, fingiendo indignación. Notó como la habitación se iba vaciando, hasta que quedaron solo ellos tres

Andrew le entregó una carta que reposaba en su mesa de luz. Margaery la abrió y pudo ver su nombre que estaba cuarto en la lista, lo que significaba que era la que mayores calificaciones había obtenido después de los embajadores de Ealdor. Y soltó un jadeo de sorpresa cuando vio el nombre de Angelica encabezando la lista.

Colette soltó un silbido.

—Debe estar loca de contenta —comentó—. Voy a verla. Y a Pauli, todavía me acuerdo como se puso cuando te llegó a ti la carta, Andrew. ¿Vamos?

Andrew rió, mientras guardaba la correspondencia en un cajón.

—Sí, ya vamos.

Colette salió de la habitación y cuando Andrew se hubo fijado que no había nadie en el pasillo se acercó a Margaery. El beso no duró pero fue suficiente para que ambos sonrieran.

—Ahora hay que mantener el profesionalismo, ¿sabes? —bromeó Margaery.

—Aún no empiezas las pasantías así que déjame aprovechar el tiempo que puedo besarte lo más que puedo —la besó una vez más, tomándola desprevenida—. Y, además, técnicamente soy tu superior así que no puedes negar nada que te diga.

—Creo que eso se llama abuso de poder —mencionó ella, pensativa.

Andrew le guiñó un ojo y salió de la habitación, dejando a Margaery con un nudo en el estómago y una sonrisa. Y estaba bastante segura de que sus nuevos puestos no eran la causa.
























































































AUTHOR'S NOTE:

OMG

me costó mucho escribir este capítulo pq sentía q me iba por las ramas pero NUNCA me imaginé q iba a escribir el primer beso de Marg y Andrew ahora JAJSJAJ

pero en fin, son la definición de "if it raises fast it can't last" 👀

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