xl. hope street

xl. calle esperanza

El verano se contaba entre las cosas que Margaery nunca había pensado vivir.

Tenía sueños de todo tipo, a los que había decidido llamar alucinaciones, escuchaba en su cabeza la voz de una bruja antiquísima, su madre estaba viva, su hermana y prima peleando una guerra, estaba viviendo en una casa espeluznante y lo peor de todo: Margaery pensaba que se estaba enamorando. Lenta y tortuosamente, pero lo estaba haciendo.

¿De quién? De Andrew Knight. Si, el mismo chico que la había tachado de ladrona y luego, muchos meses después, la había invitado a bailar. Y, Margaery aun no descubría si era fortuna o desastre, vivía con ella. Quizás lo peor no era que vivieran juntos, era que Margaery, inconscientemente, buscaba pasar el mayor tiempo con él. Ya fuera leyendo, limpiando, escribiendo, en las cenas, desayunos o almuerzos, siempre estaban juntos.

Aun asi, el verano había sido el más social de su vida. Había conocido a más personas que nunca y, para su sorpresa, la mayoría le habían agradado. Colette y Paulette Knight era con quienes más tiempo pasaba. Las hermanas menores de Andrew parecían compartir las mismas ideas e intereses que ella. Usualmente Colette, Margaery y Angelica solían pasar horas debatiendo y estudiando para las pasantías en la Escuela Alta del Senado ya que las tres iban al mismo año.

Fue un día como ese, cuando estaban las cuatro hablando y limpiando tres días después del cumpleaños de Harry y Margaery, que las cosas se pusieron peor de lo que ya estaban.

—¡Mamá, no lo entiendes! ¡Necesito ir a verla! —gritaba Harry a Aemma.

—Si lo entiendo, Harry, pero si Dumbledore no te lo permite yo n...

—¡Deja de pensar en Dumbledore por un momento! —gritó Harry, una vez más. Margaery lo había visto pocas veces tan enojado—. ¡La pobre ha perdido a su madre y a ti solo te importa Dumbledore!

—Harry, tu madre tiene razón —dijo Sirius, saliendo de atrás de ellos—. Entiendo que esto debe de ser frustrante para ti, pero no tienes que hacer nada precipitadamente.

Margaery pensó que debía ser muy mortificante que el que te aconsejaba que no hicieras nada precipitadamente fuera un hombre que había cumplido doce años de condena en Azkaban, la prisión de magos, que se había fugado de ella, había intentado cometer el asesinato por el que lo habían condenado y luego había desaparecido con un hipogrifo robado.

—Ma, ¿qué pasa? —preguntó Margaery confundida.

—La madre de Catherine ha muerto y ella nos ha pedido a mí y a Victoria que la acompañemos en el funeral —dijo Harry, mirándola.

—¿La princesa Diana murió? —cuestionó Margaery atónita.

—Y mamá no me deja ir a verla —afirmó Harry.

—Es Dumbledore, no yo —contradijo Aemma.

—¡Pues dejalo ir! —repuso Margaery.

—¿Tú también, Marg? ¿Es que nadie en esta cas...? —Harry se detuvo—. Espera, ¿me apoyas?

—¡Pues claro! —dijo Margaery y se giró a ver a su madre—. ¿No ves que el pobre está enamoradísimo?

—No estoy enamoradísimo.

—Y ella también —continuó Margaery—. Quiere acompañarla y es normal. Si yo estuviera enamorada, que no lo estoy —se apresuró a aclarar—, haría lo mismo.

—Quizás ella pueda venir, Harry —dijo Sirius desde la puerta.

—Si no me dejan, me voy a escapar —amenazó Harry, muy serio—. Por favor, no me va a pasar nada. Victoria, de seguro, lleva unos cuatrocientos guardias con ella.

—¡Está bien, está bien! —aceptó Aemma a regañadientes—. Le diré a Dumbledore y veré que puedo hacer.

Harry, después de agradecer, se dio la vuelta y subió las escaleras muy rápidamente.

—Tiene amor en el cerebro —dijo Margaery, negando.

—Ugh —murmuró Colette, asqueada—. Prefiero limpiar este sillón tres veces más antes que enamorarme.

—Pero si enamorarse debe ser bonito —comentó Paulette.

—¿Para qué enamorarse si puedes estar sola? —dijo Colette, agarrando un libro polvoriento—. Te casas a los diecisiete, tienes cuarenta hijas hasta que nace el hombre pero cuando nace
hay dos posibilidades: o te mueres solo tu o te mueres tú y tu hijo. Y luego, tu esposo se casa al mes y su nueva esposa detesta a tus hijos al punto de que los manda a vivir lo más lejos que
puede.

—Suena como mi madrastra —dijo Aemma entrando en la sala, con unas cajas de basura.

—¿Cuál de las dos? —preguntó Margaery, con una sonrisita.

—Las dos. Con la diferencia de que a nosotros nos hicieron ilegítimos y nos mandaron a criar a nuestros hermanos —Si bien Aemma lo dijo con una sonrisa, sus ojos reflejaban una sombra de dolor—. Saquen esas cosas afuera antes de que Molly comience a gritar —su madre lo había escondido muy bien, pero Margaery había visto como rodaba los ojos.

—Esa mujer despreciable... —susurró Colette con odio—. ¡Me dijo que era una maleducada por pedir el respeto que ella me hace darle a ella!

—Sh, baja la voz o nos va a poner de patitas en la calle —dijo su hermana—. Papá dijo que...

—Que papá se vaya al diablo —replicó Colette.

—Pero, ¿por qué tanto odio hacia nuestro padre, Lottie? —dijo una voz que entraba por la puerta.

Era Andrew, quien le guiñó un ojo a Margaery en el momento que entró lo que hizo que ella se pusiera roja y demasiado nerviosa. Agarró una de las cajas que tenía Margaery en las manos y, por más que ella intentó protestar argumentando de que era suficientemente capaz para llevar la caja hasta la puerta, se lo terminó agradeciendo.

—Voy a terminar diciéndote lo mismo sino dejas de molestar —gruñó Colette.

—Que miedo —murmuró sarcástico—. Deberías mejorar tus amenazas si quieres que las deje solas.

Muy en el fondo de su cerebro, o quizás no tanto, Margaery pensó, casi que rogó, que Andrew no se fuera. Aunque sea por unos momentos, que se quedara con ella.

—Andy —canturreó Paulette, alargando la "y"—. Sabías que te quiero mucho, ¿verdad?

—No me digas Andy y no voy a llevar las cajas por ti, Pau —adivinó Andrew, haciendo sonreír a Margaery.

—¡Pero las vas a llevar por Margaery! —se quejó Paulette.

—¿Que por mí qué?

—¿Qué cosa? —preguntó Andrew, fingiendo confusión.

—No te hagas el tonto, Jules. ¡Las cajas!

—Dos cosas; no me llames Jules y no tengo idea de que cajas estás hablando —negó Andrew, serio al principio pero después sonriente.

—Bueno, no sé quién va a llevar las cajas pero apresúrense porque...

—¡Va a venir la reina! —Aemma fue interrumpida por un grito de la señora Weasley.

Margaery se emocionó, pensando que era Alyssane. Pero descartó esa idea, recordando que no había casi forma de que su hermana se fuera de Camelot. Entonces, recordó que ahora habia otra reina y era Victoria. La misma chica tan tímida que no era capaz ni de hablar en clases, ahora era Reina del Reino Unido. Margaery se estremeció de tan solo pensar de estar en su situación.

—Porque Molly se va a poner como una loca...

—¿Va a venir Victoria? —preguntó otra voz, saliendo desde una habitación conjunta y entrando en donde estaban todos.

Margaery adivinó que era Theodore Valois-Orleans, uno de los dos príncipes franceses. Dado a que el trono francés también habia sido usurpado, la familia real francesa estaba quedándose en Gran Bretaña junto a todos allí. Eran tiempos de cambios, Francia estaba en una pésima situación y algunos, los que tenían la posibilidad, habían tenido que exiliarse. Atrás de él venia su hermano, Philip.

En ese momento aparecía la señora Weasley, con el ceño fruncido.

—Tendrán que sacar las cajas esas antes de que la reina llegue —dijo, seriamente—. Mejor dicho, antes de que sea la reunión de esta tarde. Y eso es en treinta minutos.

—Molly... —dijo Aemma, con una dulzura muy fingida—. No hace falta que los regañes, yo estoy a cargo de ellos. De los Knight, de los Valois-Orleans y de mis hijos. Es lo que dijeron sus padres, ¿no? Y te apuesto que saben que hacer —Aemma se dio la vuelta, con expresión exasperada—. Ahora, saquen esas cosas, suban a la habitación de Margaery y se quedan ahí hasta que sea la hora de la cena.

—Sí, madre.

—Sí, señora Potter... Su Alteza Real.

A Margaery le habia causado mucha gracia el hecho de que todos habían acatado la orden de su madre casi al instante, pero no se habían ni inmutado a la de la señora Weasley.

Después de poner las cajas de basura en la puerta, aunque Margaery no habia hecho casi nada, subieron a la habitación que ella, Colette, Paulette, Angelica y Elizabeth, la hermana de Angelica, compartían. Margaery pensó que la habitación les iba a quedar chica porque eran nueve, ellas cinco más Andrew, Edward, Philip y Theo.

Se desparramaron en la habitación, que no era muy grande. Colette estaba sentada en el alfeizar de la ventana, a la que le habían puesto almohadones para hacerla más cómoda; Elizabeth y Angelica estaban sentadas en las sillas del escritorio; Philip se habia quedado a un lado de la puerta; Theo estaba sentado en los almohadones del piso, a un lado de la biblioteca; Paulette se había tirado en su cama; Edward estaba sentado abajo del alfeizar de la ventana y Andrew y Margaery estaban sentados juntos, un poco escondidos, a un lado de la cama de la castaña.

—Bueno... —dijo Paulette, alargando la 'e', ante el incómodo silencio que se había formado.

—Cállate, Paulette. El silencio es mejor que escuchar a Edward hablar —dijo Colette, mirando a su hermana por arriba del libro.

—¿Perdona?

—Te perdono.

—¿Nadie tiene alguna de esas orejas extensibles de los Weasley? —pregunto Elizabeth, esperanzada.

—No.

—Nop.

—Nope.

Todos negaron con la cabeza.

—Bueno, entonces supongo que nos quedaremos aqui por el resto de...

—No digas de nuestras vidas. No soportaría vivir el resto de mis días con señor enamorado y con señor tonto —dijo Colette, sin despegar la mirada de su libro.

—¿Quien...? Mejor me callo —Andrew se interrumpió a si mismo.

Margaery lo codeo, divertida.

—Con que enamorado, ¿eh? —le susurró por debajo de la conversación que mantenían Philip y Colette.

—No estoy enamorado —frunció el ceño—. Pero quizás tú lo estes

"De ti", pensó su subconsciente.

—Quizás...

—Bien, el día que trabajes hablamos —dijo Colette, en el término de una conversación que Margaery no habia escuchado.

—Querida, mi trabajo consiste en esperar a que mi padre muera —le respondió Philip.

—Eso no quiere decir que tengas que...

Pero en ese momento alguien tocaba la puerta.

—Perdón, pero creo que esta era...

—¡Victoria!

Era, efectivamente, Victoria Britannia. Pero estaba muy cambiada a comparación de la última vez que Margaery la había visto. Parecía tener, mínimo, unos dos o tres años más, aunque seguía siendo hermosa. Se dio cuenta que se había teñido el cabello, ahora lo tenía pelirrojo. Sus ojos azules grisáceos seguían igual, aunque reflejaban cansancio y su ropa también había aumentado de edad. Ya no se vestía como una adolescente, sino que tenía una camisa blanca, con una pollera y una chaqueta verde aguamarina.

—Hola Theo —saludo ella, abrazando al chico—. Hola a todos —saludo al separarse y miró a Elizabeth, Angelica, Colette, Paulette, Andrew y Edward—. Soy Victoria, un placer.

A Margaery le pareció muy raro que se haya presentado como Victoria y no como la reina de Gran Bretaña, pero supuso que le seria incomodo. y, aparentemente, era así, porque cuando los Knight y Margaery se apresuraron a reverenciarse ella los paró.

—Ay, no. Por favor no —negó Victoria—. Soy solo Victoria.

—Bueno, eh... Victoria —Margaery vio que Edward dudaba sobre cómo llamar a Victoria—. No se si nos recuerda, pero yo soy Edward y este es mi hermano Andrew, y mis hermanas Colette y Paulette —Edward señalo a sus hermanos a medida que los nombraba—. Y estas son mis primas Angelica y Elizabeth.

—Si los recuerdo solo no sabía sus nombres y dudaba que ustedes supieran el mío... Aunque bueno... —Victoria dejó la oración al aire—. En fin, ¿alguien puede explicarme que es esta casa?

—Ah, sí —asintió Margaery—. Es el cuartel general de la Orden del Fénix —Victoria abrió la boca de nuevo, pero Margaery la cortó—. Es una sociedad secreta. La dirige Dumbledore; él fue quien la fundó. La forman los que lucharon contra lord Voldemort la última vez.

—¿Quiénes? —inquirió Victoria.

—Bastante gente... Nosotros nueve hemos conocido a varios, pero sabemos que son más —respondió Theo.

En ese momento, alguien más abría la puerta.

—Señoritas y señores británicos —eran los gemelos Weasley.

—Somos bretones —dijeron Margaery, Andrew, Angelica, Elizabeth, Edward, Colette y Paulette.

—Y nosotros franceses —dijeron Theo y Philip.

—Yo sí soy británica —asintió Victoria.

—Si, en fin. Te llaman, Vicky Ky —Fred se burló de Victoria.

—Cállate, por amor a Merlín —Victoria estaba sonrojada.

—Y los demás —George señaló al resto—. A comer las sobras de ayer.

—¿Qué son sobras? —le pregunto Colette a Margaery en voz baja.

—Un tipo de comida supongo —respondió ella, levantando los hombros.

Los diez bajaron a la sala en sumo silencio, porque si hacían algo de ruido iban a despertar a un cuadro horrible de una mujer espantosa que gritaba a la mínima interacción con gente que tenía sangre "impura".

—Comeremos en la cocina —susurró la señora Weasley al reunirse con ellos al pie de la escalera.

¡PATAPUM!

—¡Tonks! —gritó la señora Weasley, exasperada, y se dio la vuelta para mirar a la bruja de cabello color chicle.

—¡Lo siento! —gimoteó Tonks, que estaba tumbada en el suelo—. Es ese ridículo paragüero, es la segunda vez que tropiezo con...

Pero sus últimas palabras quedaron sofocadas por un espantoso, ensordecedor y espeluznante alarido.

Las apolilladas cortinas de terciopelo que estaban en la sala se habían separado dejando ver a una anciana que echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron a chillar también, hasta tal punto que Margaery cerró con fuerza los ojos y se tapó las orejas con las manos para protegerse del ruido.

Remus y Aemma fueron corriendo hacia el retrato e intentaron cerrar las cortinas y tapar a la anciana, pero no podían con ellas y la anciana cada vez gritaba más fuerte y movía sus manos como garras; parecía que intentaba arañarles la cara.

—¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres? ¡Victoria, sacalos, por amor a Merlín!

Tonks seguía disculpándose por su torpeza mientras levantaba la enorme y pesada pierna de trol del suelo; Aemma y Remus, con una fuerza sobrenatural, lograron cerrar las cortinas y el ruido en el vestíbulo se fue disipando.

—Su Majestad... Tiene que irse. Creo que Harry la está esperando afuera.

Después de despedirse de todos, Victoria y Harry se fueron de la casa.

Ya en la mesa, Aemma le pasó una carta por debajo de la mesa a Margaery. Ella, confundida, la abrió descubriendo que era de Alyssane.

Querida mamá (y los enanos, si están leyendo);

Tengo buenas noticias. Tenemos Tintagel, Brocéliande, Ille y Vilaine, Paimpont, Bretaña y varias ciudades más. Básicamente, eso es mas de lo que Alexander controla porque solo tiene Lyonesse.

Pero basta de noticias de guerra. Arya y yo estamos lo mejor que se puede. Aunque no quiere admitirlo no está de acuerdo conmigo en algunas cosas y eso la pone nerviosa.

¿Cómo están ustedes? Espero que no me extrañen mucho.

Lamento la brevedad de la carta, pero estoy muy ocupada y casi no tengo tiempo para escribirles. Aun así, espero su respuesta.

Los ama,

B. Alyssane

A Margaery se le infló el pecho de orgullo al leer como su hermana firmaba como "brenhines Alyssane" o "reina Alyssane" en español.

El almuerzo pasó sin mayores inconvenientes. La señora Weasley no hizo que nadie se enojara en la cena, aunque Colette y Edward discutieron por algo a lo que Margaery no habia prestado atencion. 

—Te digo que...

Pero la voz de Colette se quedó apagada cuando una lechuza entró en la cocina abruptamente y se dirigió a Aemma. Al leerla, la cara de la princesa bretona se tornó tres veces mas palida de lo que ya era y sus ojos de un morado amatista.

—Ay, santisimo Merlin —murmuró Tonks, mirando la carta.

—¿Dementores? ¡Dementores! —exclamó la señora Weasley, aterrada.

—¿Qué pasa, ma? —preguntó Margaery, extrañada.

—Sube a tu habitacion y no bajes hasta que vuelva —ordenó ella, levantándose.

—Pero, mamá... —protestó Margaery.

—Suban. Los nueve —repitió.

De pronto, en la cocina se armó un jaleo tremendo. Magos que entraban y salían. Algunos que murmuraban en voz baja otros en voz alta. Nadie se preocupó de callar a la señora Black, que gritaba estruendosamente en la sala. En un momento dado, llegó Dumbledore. Y Margaery podría haber jurado que nunca habia visto a nadie tan enojado. Daba miedo.

—¿Que les dije? —preguntó su madre, viendo como no habían subido. Ella también estaba enojadísima, sus pupilas estaban tan dilatadas que casi no se veía otra cosa más que el púrpura intenso—. Suban ya.

Al verla así, los demás subieron rápidamente pero Margaery se quedó en el pie de la escalera. Andrew le tomó la mano, incitándola a que suba.

—Vamonos, Val.

—Pero...

—Vamos.

Subieron las escaleras tras los demás y se encerraron en el cuarto de las chicas.

—¿Qué carajo está pasando? —preguntó Colette, consternada.

—Algo grave seguro —dijo Angelica, sentándose en su cama.

Margaery se sentó en el piso, debajo de su cama. Andrew se sentó a un lado de ella.

—Me parece que algo le pasó a Harry... —murmuró ella, preocupada.

—Quizás murió —decantó el rubio a su lado—. Digo, con su suerte... —Margaery lo miró mal—. Me quedo callado...

—Eres de la calle esperanza, eh —bromeó ella, sonriendo levemente.

Andrew miró a los demás, que estaban ocupados haciendo diferentes cosas.

—Parecemos de la calle esperanza, sí... —admitió él, con una sonrisa—. Pero dudo que eso es lo que hayas tratado de decirme.

A Margaery a veces se le olvidaba que Andrew era sureño y no de la capital, por lo que algunas frases tenían significados completamente diferentes. Mientras en Lyonesse, la capital, alguien de la calle esperanza se utiliza para hablar sobre alguien para nada optimista, en el sur se utilizaba para mencionar a un grupo de amigos numerosos que se presentaban apoyo incondicional en cualquier situación.

Margaery pensó que, si ese grupo iba a ser "su calle esperanza", estaría más que feliz de que ellos lo fueran.

—¿Nosotros de la Calle Esperanza? Suena bien...

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