xii. the prediction

xii. la predicción

—Siento haber estado así... —comenzó Electra cuando volvían a la sala común.  Era de noche y las celebraciones por el triunfo de Gryffindor tenían a toda la escuela, excepto por la mayoría de Slytherin, ocupada en los festejos—. No debes contarle a nadie, Margaery Aemma Potter.

—Uy, es serio, ¿eh? —Margaery trató de bromear, pero su sonrisa desapareció cuando vio la expresión de Electra.

—En las Navidades... escuché a mi padre y al ministro hablar... —comenzó lentamente —... hablar sobre el rey Maegor, tu tío... Según ellos, su salud había empeorado y dudaban mucho que pudiera vivir mas de dos años...

 —O sea..., ¿qué va a morir mas temprano que tarde?  —preguntó Margaery, tratando de esconder una pequeña sonrisa.

 —Lo siento no habértelo dicho antes... Me sentía muy mal por esconderte el secreto y pensé que al ignorarte...

—Se lo merece —soltó Margaery de pronto—. Espero que sea una muerte muy dolorosa y que sufra mucho...

—¡Margaery! —Electra la miraba escandalizada.

—¿Que? Es un hijo de puta —insulto—. Sin ofender a su madre, por supuesto.

Electra rio y enlazó su brazo con el de Margaery.































































La euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a todos al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago. 

Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). Alyssane se tomaba todo con una calma alarmante, aunque Margaery sabia por el color de sus ojos que sus nervios estaban siendo bastante reprimidos. Cedric, que era reconocido por todos como el estudiante estrella de Hufflepuff, castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común.

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga. Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado. 

—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla...! 

—¿Las tortugas echan vapor por la boca? 

—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos?

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen deE ncantamientos. El profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos regocijantes. Después de cenar, los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Runas antiguas, Pociones, Astronomía y las otras materias. 

El examen de Runas Antiguas fue, definitivamente, el mas difícil de todos. Tenían que traducir del gaélico escocés un extracto larguísimo de un libro de brujeria. Cada error valía 0,50 centésimos y Margaery estaba segura de que había perdido 10 puntos. Victoria lo termino en menos de media hora y fue la primera en salir, veinte minutos mas tarde salía Hermione, luego Electra y el resto salió en cuanto toco el timbre.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Margaery consiguió que espesara su «receta para confundir», pero no tenia el color adecuado y Snape, vigilándola con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un tres.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Margaery escribió todo lo que Alyssane le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por prestarle mas atención cuando le contaba. El miércoles por la tarde tuvieron el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado. 

El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. Remus había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart. 

—Estupendo, Marg —susurró Lupin, cuando la joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

Sonrojada por el éxito, Margaery se quedó para ver a Electra y a Harry. Electra lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Ron hizo casi lo mismo y Harry lo hizo igual que Margaery. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.

 —¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre? 

—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo! 

Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry, Ron, Margaery y Electra volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras. Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a los mellizos 

—¡Hola, Harry, Margaery! Su Alteza Real —dijo, incomodo ante la presencia de la princesa—. ¿Vienen de un examen? ¿Les falta poco para acabar? 

—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados. 

—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —Suspiró ampliamente y miró a los tres—. Me trae un asunto desagradable. La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.

—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante. 

—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad. 

—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto! 

Antes de que Fudge pudiera responder, dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Margaery entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil: 

—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge? 

El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Margaery advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza. 

—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia! 

—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak... 

Pero a Margaery le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry, Ron, Hermione, Margaery y Electra, preocupados por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen. 

El último examen de Margaery, Electra, Ron y Harry era de Adivinación. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto. 

—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado. 

—Nanay —dijo Ron. 

Miraba el reloj de vez en cuando. Margaery se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.

La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros: 

—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido? 

Pero nadie aclaraba nada. 

—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry, Ron, Electra y Margaery.

—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón—dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora. 

—Sí —dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.

Electra paso antes de Parvati.

—¿Qué tal...? —pregunto Margaery en cuanto Electra bajo.

—Pues si ella es un fraude yo lo soy el doble —respondió la británica, haciendo reír a Harry, Margaery y Ron—. Voy a ver a Vic, suerte.

 Unos minutos después, Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.

—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo
a Ron, a Harry y a Margaery—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.

Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender. 

—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera de plata. 

Harry y Margaery eran los únicos que quedaban por examinarse. Se sentaron en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Sus mentes estaban con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio. Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera. 

—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose. 

—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido...—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció: 

—¡Harry Potter! 

—Suerte... —susurro Margaery, con una pequeña sonrisa.

Ahora era la única de pie en la sala desierta. No tenia mucho para hacer mas que caminar en circulas por la la estancia. Pasaron unos minutos hasta que Harry salió de nuevo. Estaba pálido y sudoroso y su mirada trasmitía miedo.

—¿Y..? —susurro Margaery

—Luego te cuento... —le contesto—. Te espero aquí —se sentó en el mismo lugar que hace unos momentos y la profesora hizo pasar a Margaery.

En la sala de la torre hacía más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Margaery mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney la aguardaba sentada ante una bola grande de cristal. 

—Buenos días, Margaery—dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella... 

Margaery se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro. 

—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves? 

El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. 

—Eeh... —dijo Margaery—. Una forma... 

—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa... 

—A mi hermana o a mi prima... Tienen el cabello Pendragon—dijo con firmeza. 

—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Querida, bien podrías estar contemplando el futuro de tu hermana... ¿Cómo es?

—Solo esta caminando hacia... Unas escaleras y está... —dijo, comenzando a sentir náuseas.

—¿Está...? —insistió la profesora Trelawney

—Está parada frente a personas... muchas —Margaery se sintió incapaz de continuar.

—¿Totalmente segura, Margaery? ¿No hay dragones? ¿Un atisbo de locura?

—No... —dijo Margaery, dubitativa.

—¿No hay sangre?

—¡No! —contestó Margaery, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está con un ejercito... Como la reina.

La profesora Trelawney suspiró. 

—Bien, querida. Me parece que lo dejaremos aquí... Deberías practicar mas, despertar tu ojo interior

Aliviada, Margaery se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir lo mas rápido posible.

Harry se levanto de un salto cuando la vio salir y la agarro de la mano. Bajaron la escalera de caracol lo mas rápido que pudieron.

—¡Harry! ¿Qué te pasa? —le pregunto a mitad de la escalera.

—La profesora Trelawney... —comenzó Harry, preocupado—... acaba de decirme que... el Señor Tenebroso volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él...

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