xcviii. suite du Merlin
xcviii. después de Merlín
Llegó un punto en que las piernas de Margaery le ardían de tanto correr.
Si Andrew y Aemmond la seguían persiguiendo, entonces era muy posible que se hubieran dado cuenta de su paradero con la explosión luego de haber liberado a los caballeros. Sin importarle cuanto pesaba Excalibur en su mano o lo que sea que haya dejado atrás, Margaery siguió aquel delimitado sendero por lo que pareció una eternidad sin siquiera pensar en parar.
Suponía que era la adrenalina y el miedo. No quería volver a Camelot. Era una jaula de oro para cada pájaro que cometiera el error de entrar. Sí, estaría más segura, tendría comida, un hogar, su familia. Pero, ¿y qué de su libertad? ¿Qué de la única cosa que la hacía ser ella?
Ese era su lugar, decretó Margaery. Podía ser libre donde nadie la conociera. Brocéliande era demasiado peligroso, demasiado cercano a la sociedad, pero podría seguir caminando hasta salir del bosque y de ahí al puerto, para tomar un barco hacia otro lugar. Quizás los países nórdicos, quizás Canada, quizás Argentina. No lo sabía aún, pero lo haría muy pronto.
A Margaery todo le parecía irreal, como si se tratara de una excursión por placer, similar a la que había tenido con Andrew dos años atrás.Como si fuera de pícnic y tuviera que asegurarse de regresar a tiempo para la mortadela frita y el toque de queda. Pero no. Después del bosque seguiría alejándose cada vez más y su vida se vería reducida a la supervivencia más básica. ¿Cómo comería? ¿Dónde viviría? ¿Y qué narices haría el resto del tiempo, cuando los retos de obtener comida y refugio estuvieran cubiertos? ¿A qué se podía aspirar cuando descartabas la riqueza, la fama y el poder? ¿Acaso el objetivo de la supervivencia era seguir sobreviviendo y nada más?
Unas nubes oscuras y preñadas de agua aparecieron en el cielo y le dieron un respiro del sol brutal, aunque también contribuyeron al agobio de Margaery. Aquella era su nueva vida: quedar a expensas del clima. Elemental. Como los animales. Sabía que le habría resultado más sencillo de no ser una persona tan excepcional. El exponente más perfecto de las cotas que podía alcanzar la humanidad. De haber sido una persona inútil y estúpida, la pérdida de la civilización no le habría afectado de ese modo. Se habría adaptado sin pestañear. Unas gotas de lluvia gordas y frías empezaron a caerle encima y le dejaban marcas húmedas en el vestido.
Sintió unos escalofríos recorrerle la espalda y miró a su alrededor. No había nadie. La única cosa que se veía a la lejanía eran árboles y una pequeña casucha que debía tener siglos de antigüedad. Ni siquiera los pavos reales, que abundaban en el bosque, parecían querer salir de sus respectivos escondites.
No parecía haber más casas cerca y la sorprendió bastante que hubiera siquiera una, pero, en contra de sus creencias y de toda lógica, estaba habitada. Margaery podía ver perfectamente el humo saliendo por la chimenea del tejado. Probablemente, el último tejado que vería hasta que construyera uno ella misma. ¿Y cómo se construía un tejado? Esa pregunta no había entrado en ningún examen que hubiese tomado.
Subió la colina en la que se mantenía sorpresivamente la cabaña hecha de piedras. No había nada en sus alrededores excepto unas pocas plantaciones de calabaza. No había animales, ni vida humana en ningún lugar cercano. Margaery pensó si era razonable tocar la puerta y pedir alojamiento. Después de todo no tenía varita y podrían estar indudablemente tendiendole una trampa. Pero, ¿qué otra opción tenía? Era eso o quedarse a la intemperie.
Las manos le temblaron cuando tocó la puerta. Podía estar cometiendo un grave error, uno terrible. Podía ser que la choza fuera una simple ilusión del bosque o peor una ilusión de Morgana, Andrew y, aparentemente, Aemmond.
No había podido pararse a pensar en ese pequeño detalle. Demasiado ocupada con la muerte de Alexander, los caballeros en el Valle sin Retorno y el hecho de que parecía que Margaery Potter iba a morir más temprano que tarde, no había tenido tiempo de reflexionar de que Aemmond parecía haberse aliado con Andrew y Morgana.
Sacudió la cabeza, tratando de no recordar ese detalle. Volvió a tocar la puerta pero, nuevamente, nadie respondió. La lluvia la apuraba por lo que Margaery tocó una tercera vez. Como nadie respondió, decidió empujar la puerta pero estaba atascada, por lo que Margaery tuvo que darle un golpe con la cadera para abrirla.
La cabaña consistía en una sola habitación con paredes, techo, suelo de hormigón y una puerta por la que salía un resplandor dorado de la rendija. No había ni rastro de electricidad, algo lógico, la luz entraba por las ventanas de las cuatro paredes y por la única puerta abierta, junto con aquella tenue luz brillante. A Margaery se le iluminaron los ojos al ver la chimenea, llena de viejas cenizas, con una ordenada pila de leña seca al lado. Al menos no tendría que salir a buscarla.
Aún así, aquel brillo que salía de la única puerta la desconcertaba de sobremanera. Se acercó al pedazo de madera con la intención de abrirlo pero antes de que pudiera siquiera tocarla, una voz la sobresaltó.
—A algunos no les enseñan que hay que respetar la propiedad privada.
Margaery se dió vuelta y apuntó a la mujer con Excalibur, la espada pesaba más ahora que estaba atemorizada. Se giró esperando encontrar a una mujer anciana, llena de arrugas y sin vista, tapada por un atuendo negro que sería lo único que taparía su cabello canoso, pero se encontró con una mujer ataviada en una túnica verde esmeralda, de mediana edad y cabello castaño.
Habría sido divertido de no tratarse de la vida real. De no ser nada más que una aventura de unas cuantas horas con Harry y un futuro satisfactorio en otra parte. De saber que tendría hogar luego, que tenía una familia a la que podría volver.
—Y-yo toqué pero nadie respondió —tartamudeó Margaery—. E-está lloviendo y...
—Tranquila, querida —le sonrió la mujer. Para sorpresa de Margaery, se veía benevolente y amable—. Solo bromeaba. Parece que has estado vagando por el bosque por días.
—Bueno eso es un cumplido —Margaery sonrió levemente—. Meses de hecho.
—Santísimo Merlin —murmuró la mujer, sorprendida—. Ven, siéntate —Margaery dudó, a fin de cuentas no conocía a la mujer y era claramente una bruja que podría atacarla sin que Margaery pudiera defenderse. Pero realmente necesitaba sentarse en un lugar que no fuera el suelo lleno de tierra y sus pies y espalda se lo agradecieron—. Te prepararé algo para comer.
"Eso sí que no podía aceptarlo," pensó Margaery. Podía terminar envenenada y muerta. Y aún así, luego de ver a la mujer probar el mismo plato de comida que ella, no pudo evitar tomar la sopa que le ofrecía. No llenaba mucho el estómago y tampoco era muy delicioso pero no comía nada desde hace varias semanas y anteriormente a eso, solo comía setas y plantas que no eran exactamente el ejemplo de una alimentación balanceada.
—Muchas gracias —masculló Margaery con la boca llena.
Margaery meditó sobre la posibilidad de quedarse en la robusta casita, con madera en abundancia y el río para pescar. Pero no, sería demasiado peligroso echar raíces tan cerca del fin del Valle sin Retorno. Y tampoco conocía en demasía a aquella mujer. Tendría que negarse incluso aquella última pizca de protección. ¿Acabaría al final en una cueva? Pensó en las preciosas habitaciones de Lyonesse, con sus suelos de mármol y sus lucernas de cristal. Su casa. Su legítima casa. El viento dejó entrar unas gotas de lluvia que le salpicaron de agua helada el vestido.
—Y dime, ¿qué hace una muchacha de tu calaña por estos lares? —preguntó la mujer, sentándose frente a Margaery en la precaria mesa de madera.
—Es una historia larga —repuso Margaery, sin querer dar muchas explicaciones.
—Debe serlo —acordó la mujer, apoyando su mentón en las palmas de sus manos—. Todas quienes terminamos aquí tenemos una larga historia.
—¿Y cómo terminó usted aquí? —inquirió Margaery—. Si se puede preguntar...
—Asesiné a alguien —respondió la mujer, como quien no quiere la cosa.
Margaery se tensó, ahora más alerta. Dejó de comer lo que estaba en su plato y levantó la mirada hacia la mujer.
—Ah... —masculló Margaery—. Mi historia es menos interesante. Mi tío y mi ex novio están dementes y me quieren matar. Huyo de ellos.
Se golpeó en la cara mentalmente. Que imbécil, ¿por qué había dicho eso?
—O sea, ¿no asesinatos? —cuestionó la mujer, como si estuviera decepcionada.
—Bueno... Uno que otro por el camino, sí. Pero nada más —murmuró Margaery, un poco cohibida—. Ni yo he matado a nadie...
Dijo la última palabra con un tanto de incertidumbre. ¿Si era cierto que no había asesinado a nadie? Luke y Leia habían sido su culpa claro, pero ¿Alessia y Alexander? Alessia se había tirado al vacío y a Alexander lo habían asesinado. A ambos por ella. Quizás sí fuera una asesina.
Ese pensamiento hizo que se el pecho se le comprimiera y que los ojos se le llenaran de lágrimas. No podía ser... Ella... Una asesina.
Luego, lo pensó mejor. Le había clavado los dientes en la mano a Andrew. Pensó en su frialdad al desear que Aemmond estuviese muerto. Era su tío, quien la había criado; había que tener hielo en las venas para hacer algo así. Después, lo despiadada que había sido al golpear a Andrew en la nuca, sabiendo que eso podía matarlo.
No, Margaery Potter no era ninguna corderita. Ni estaba hecha de azúcar. Era una sobreviviente.
—Todos hemos matado a alguien aunque seamos nosotros mismos —dijo la mujer, en tono sabiondo.
—¿Dice usted que todos nos matamos a nosotros mismos? ¿Qué? ¿Con el pasar de los años? —preguntó Margaery, con diversión. La mirada de la mujer fue todo lo que necesitó como respuesta—. Bueno, eso es poético. Creo...
—Todo es poético si lo ves de cierto modo —opinó la mujer.
—Lo... dudo —musitó Margaery, con un tanto de desconfianza.
¿Cuánto tiempo habría pasado desde que dejó atrás a Andrew y Aemmond? ¿La estarían buscando? ¿La estarían alcanzando? Esas tres preguntas rondaban su mente en todo momento y contribuían al creciente nudo en el estómago que Margaery sentía.
—Todos somos capaces de depravación —continuó la mujer y la sangre de Margaery se heló.
Pudo sentir como su respiración aumentaba y podía escuchar su pulso en los oídos. Alexander había dicho eso. ¿Podía ser...? No, si Morgana quisiera estar cerca a Margaery, se aparecería en su propia forma, ella estaba desarmada, sin su varita y la bruja tenebrosa más poderosa de todos los tiempos era capaz de vencerla fácilmente.
—Usted no es... Morgana, ¿verdad? —preguntó Margaery, titubeante.
La mujer la miró fijamente por unos segundos que parecieron eternos. Margaery, a raíz de ese momento y los anteriores, cuestionó si el tiempo era realmente algo que existía o sólo una ilusión.
—No, no lo soy —respondió la mujer—. Mis amigos me llaman Vivianne. Aunque no he tenido uno en años.
La mirada de Margaery se desvió a la puerta de donde salía aquel brillo dorado. La rubia se levantó rápidamente pero aún así cautelosamente.
El hada Vivianne había sido la responsable de la desaparición de Merlín, al encerrarlo para toda la eternidad en un árbol, aprovechando la influencia que tenía sobre el mago enamorado. Según algunas leyendas, Merlín había enseñado sus secretos mágicos a Vivianne, por la promesa que ésta le hizo de que, en pago, ella le entregaría su amor. Sin embargo, Vivianne aprovechó el conocimiento de estos secretos para encerrar a Merlín.
El mago ya había visto su propio destino, pero no había sido capaz de evitarlo.
—Eso es... más de lo mismo —murmuró Margaery.
Se decía que era allí, en una colina sobre el Valle sin Retorno, entre bosques y rocas, en su choza de piedra, donde Vivianne había hechizado a Merlín y lo había convertido en árbol. Decía la leyenda que aún se mantenía ahí. Y Margaery apostaría la vida que era esa la razón del brillo dorado que proveía de la rendija de la puerta.
—Morgana y yo no somos ni remotamente parecidas —repuso Vivianne, que se había parado también.
—Yo creo que son exactamente iguales —dijo Margaery, tanteando con las manos la espada que reposaba en la silla—. Y me apuesto mi vida a que eso —Margaery señaló la puerta—, es donde lo guardas.
—¿Guardar qué? —preguntó Vivianne, con falso desconocimiento.
—¡A él! —exclamó Margaery—. Ahí es donde guardas a Merlín.
—Es lo mínimo que mer... —Margaery levantó la espada y la apuntó hacia Vivianne, interrumpiéndola—. Eso no es tuyo, Margaery de Lyndor.
—Entonces sabes quien soy.
—¿Quién no sabe quién eres, niña? —cuestionó la mujer—. Devuelve la espada.
—Yo la saqué de la piedra —repuso Margaery—. Y soy una Pendragon. La espada es mía.
—La espada es del hada Nimue —respondió Vivianne—. Pertenece en el Lago de Avalón.
Margaery tenía que admitir que Vivianne tenía razón. Algo de razón, al menos. Merlín había sacado la espada del lago y la había forjado en fuego de dragón para luego colocarla en la piedra para que Arthur pudiera sacarla.
—Iba... Voy a devolverla —admitió Margaery finalmente—. No la quiero después de todo. Yo no quiero ser... reina.
—Es lo que debes hacer, Margaery de Lyndor —decretó Vivianne, con frialdad—. No es lo que te corresponde.
¿Lo de ser reina o quedarse con la espada? Margaery pensaba que ambas. Cuando iba a responder escuchó voces fuera de la cabaña. Margaery miró por la ventana. La lluvia ya no era más que llovizna.
—Dudo que haya sido tan tonta de meterse en la Tombeau des Druides —dijo la voz de, indudablemente, Aemmond.
—¿Lo dudas? —preguntó Andrew, con sorna. Si Margaery era honesta, Andrew tenía un poco de razón en, tecnicamente, llamarla idiota. Se había metido en una cabaña, cuanto menos no sospechosa, en el medio del Bosque de Brocéliande. Si eso no era ser imbécil entonces no sabía que era—. Está asustada. Va a buscar refugio en cualquier lugar aunque eso signifique meterse en el Hotié de Viviane.
Si Andrew no hubiese seguido hablando y solo hubiese dicho "está asustada" entonces Margaery hubiera corrido a sus brazos directamente. Había algo en la forma en la que lo había dicho que la había vuelto un poco loca. Con ternura, pero como si lamentara que ella estuviera en la situación en la que estaba. Claro que, cuando siguió hablando, Margaery se obligó a recordar quién era y que le había hecho.
—Bueno, si lo hizo, sería más fácil para nosotros —repuso Aemmond—. Dudo que Vivianne la deje escapar.
—Sí, más fácil para nosotros —ironizó Andrew—. Más fácil que Margaery esté cerca del árbol de Merlín.
—La sobreestimas —opinó Aemmond—. No tiene varita, no puede hacer mucho.
—No la sobreestimo —respondió Andrew—. Pero seguro está ahí adentro, así que muy inteligente no es.
—Y ahora la estás subestimando —masculló Aemmond—. No es tan tonta.
—Toca la puerta entonces.
Margaery exhaló. Ahora sí que estaba jodida. Era esperar a que Vivianne abriera la puerta y ser llevada a Camelot de nuevo (o ser asesinada, con Andrew y Aemmond esa posibilidad nunca se descartaba) o rogarle a Vivianne para que la ayude y terminar, muy posiblemente, convertida en árbol. Sí, la segunda sonaba como una mejor opción.
Para este punto, todo era mejor que estar con Andrew y Aemmond.
Margaery miró al hada, suplicante, y la mujer, rodando los ojos y suspirando, le abrió aquella puerta. Margaery, por más que supiera que había allí adentro, entró sin pensarlo dos veces y se apoyó contra la puerta.
Parecía un cobertizo. De hecho, era lo que era. Margaery vió frascos, leña, libros, espadas, escudos, vestidos y varias otras cosas. Le recordó por un segundo al destartalado cobertizo de piedra donde los Weasley guardaban sus escobas. Ante el pensamiento de la familia pelirroja, sintió algo como una punzada en el pecho. Ni siquiera había tenido tanta relación con ellos como para sentirse así, pero le eran familiares y realmente necesitaba la más mínima familiaridad.
No había ventanas ni nada que alumbrara y Margaery comprendió que podía ver todo tan claramente porque el árbol que estaba frente a ella era lo que desprendía esas ondas de aparente brillantina dorada.
Ahí era donde estaba Merlín. El mago más famoso de todos los tiempos estaba atrapado ahí.
Margaery rodeó el árbol con extremo cuidado de no hacer ningún ruido. Tampoco quería tocarlo, no sabía que podría llegar a pasar y era mejor no arriesgarse. Se escondió detrás de una de las estanterías que estaban medianamente cercanas a la puerta para poder escuchar lo que decían Andrew y Aemmond.
—¿Una joven? —iba diciendo Vivianne. Suponía Margaery que, o Andrew o Aemmond, deberían haberle explicado que era lo que hacían ahí—. Pues no he visto a muchas damiselas por aquí en los últimos años.
—¿No? —inquirió Andrew—. Entonces supongo que usted come por dos personas.
Bueno, acababa de confirmar que el golpe no lo había dejado tonto.
Andrew debía haber visto ambos platos de comida y seguro que había visto a través de la mentira del hada. Margaery se arañó el brazo de la ansiedad que tenía en ese momento. Vivianne dejó salir un pequeño "mhm" y Margaery casi pudo ver como Andrew apretaba sus puños del enojo.
—Está ahí adentro, ¿verdad? —preguntó Aemmond.
—¿Y usted es...? —inquirió Vivianne.
—Príncipe Aemmond de Camelot —respondió el platinado, con suficiencia.
—Pendragons... —escupió el hada de desdén—. No sabía que el hijo predilecto de Morgana necesitaba un asistente.
—No es mi asistente.
—No soy su asistente.
Margaery reiría al imaginarse las caras de indignación de Andrew y Aemmond sino fuera que hasta el más mínimo ruido la podía delatar.
—Pues eso es lo que parece —repuso Vivianne—. Y además, ¿por qué necesitarías a alguien más para encontrar a Margaery de Lyndor?
—No necesito a nadie para encontrarla —respondió Andrew, entredientes.
"Se nota," pensó Margaery, con ironía. Punto uno, Andrew nunca le había dicho el nombre de Margaery a Vivianne. Punto tonto, era lógico que el hada sabía quien era él y que Andrew sabía quien era Vivianne.
¿Decía en alguna leyenda que Vivianne era aliada de Morgana? Pues ambas eran hadas y odiaban a Merlín, habían grandes posibilidades. Si Vivianne la traicionaba y alguno llegaba a entrar por la puerta, Margaery simplemente le clavaría la espada en el estómago. El problema sería huir del otro.
—No va a ser fácil vencerla —continuó el hada—. Es la elegida de Arthur. Y, aunque él no me agrade, giramos en torno a lo que ellos dos decidan hacer con nosotros.
Aemmond rió, despectivamente y Margaery supuso que debía estar inspeccionando la cabaña.
—Es una niña —dijo el hombre—. Y está desarmada.
—Esa niña sacó a Excalibur de la roca —reveló Vivianne—. ¿Si sabe lo que pasa cuando alguien saca la espada de la piedra, mi Príncipe?
Supo que algo había pasado porque escuchó como alguien desvainaba su espada, probablemente Aemmond, y Andrew le decía que se calmara.
"Fuego," le susurró una voz en su cabeza, "haz fuego y saldrás." Genial, ahora era suicida.
—Entonces la has visto —señaló Andrew—. Sabes donde está.
La voz de su cabeza era cada vez más insistente pero, ¿cómo hacía fuego si no tenía varita?
—¿Y crees que tu maestra no? —"claro que Morgana sabía," pensó Margaery, "pero Andrew no debe saber que ella sabe, entonces..." Entonces Vivianne la iba a delatar. Moviéndose a través de la espesa brillantina dorada, logró llegar hasta esconderse detrás del árbol sin hacer mucho ruido. Notó que Andrew no contestó y Margaery sintió un tirón en el estómago al, una vez más, imaginarselo—. ¿Cuál es tu fin, entonces? ¿Si no confías en tu maestra?
"Toca el árbol y piensa en fuego," dijo la voz en su cabeza. "Toca el árbol y piensa en fuego, toca el árbol y piensa en fuego," continuó la voz.
"Sí, ya entendí," respondió Margaery. Resopló, era mejor parecer una imbécil en frente de un árbol que devolverse a Camelot con Andrew y Aemmond. Apoyó sus manos en el tronco del árbol y comenzó a pensar en fuego, calor, incendios... Todo lo que se consideraría no seguro para estar en un bosque.
—Mi fin es elevar a nuestra orden —respondió Andrew, sin pensarlo dos veces. Era una respuesta de otra persona, se dio cuenta, Andrew jamás hablaría de esa forma—. Eliminar a quienes nos negaron nuestro lugar todos estos siglos.
Silencio. Margaery ya no oía más que su pesada respiración y el latido de su corazón. Fuego, fuego, fuego. Una chispa salió de las manos de Margaery y, antes de que siquiera pudiera procesar el asombro, el árbol se estaba prendiendo fuego.
Estaba prendiendo fuego el Árbol de Merlín.
¿Y como salía ella de ahí?
—Eres un digno hijo de Morgana, Andrew Knight —admitió Vivianne.
Bum, bum, bum. Podía ver la sonrisa de Andrew.
—¿Dónde está Margaery? —preguntó Andrew, acentuando cada palabra.
Bum, bum, bum. Iba a morir, eso era definitivo.
—La chica está ahí. Solo abran la puerta.
¡Pum!
Sintió como algo se desplomaba en el suelo y Margaery tuvo que taparse la boca del asombro. La que había caído había sido posiblemente Vivianne. Lo pudo sentir. Sintió como Andrew la mató. Y en ese momento el árbol pareció combustionar tres veces más potente de lo que hacía anteriormente.
Bueno, si iba a morir a manos de Andrew antes entonces ahora iba a morir quemada.
Justo cuando iba a comenzar una plegaria dirigida a Arthur, vio una pequeña luz que provenía de un agujero creado aparentemente en ese momento. La piedra parecía estar siendo cortada con algo parecido a un láser, pero Margaery bien sabía que era magia.
Cuando el bloque de pared cayó al suelo, levantó tierra y el aire pareció avivar el fuego que logró quemarle parte del vestido y Margaery podría jurar que le estaba quemando la espalda. Pensó que podría llegar a ser Andrew o Aemmond pero cuando vió a Helios y a otro hombre de cabellos castaños se relajó.
Notó que el fuego comenzaba a disiparse lentamente, sus lenguas naranjas y doradas menguando hasta convertirse en un débil resplandor. Era evidente que Andrew estaba detrás de aquello, empleando esa magia que corría por su sangre, como serpientes que se perseguían la cola para idear un plan. Pero la calma que trajo aquel acto duró apenas un instante, porque en el momento en que Margaery, impulsada por desesperación, deseó con todo su ser que el árbol volviera a arder, el fuego renació con una violencia inesperada.
Las llamas cobraron vida una vez más, trepando por el tronco del árbol. Por un instante, Margaery sintió que estaba rodeada, que las llamas la reclamaban, y que aquel deseo impulsivo podría haber sido su perdición.
—¡Ven! —le gritó Helios—. ¡Rápido!
Era eso o morir. Y confiaba en Helios. Confiaba demasiado para ser que lo conocía y lo había visto un par de veces, pero el joven ya le había salvado la vida en varias ocasiones y no le había dado razones para desconfiar. Margaery agarró a Excalibur del mango y tomó la mano de Helios, impulsandose para salir de la cabaña.
Corrieron unos metros hasta que Margaery pudo girarse para ver el fuego. En cuanto se terminó de quemar la cabaña entera, sucedió lo mismo que había pasado con los caballeros en el Valle sin Retorno. La onda expansiva la tiró hacia atrás pero esta vez Margaery logró mantenerse de pie.
—Bueno... Eso fue mucho para unos minutos —dijo el hombre a quien Margaery no conocía.
—Andrew mató a Vivianne y Margaery acaba de matar a Merlín —murmuró Helios—. Vaya parejita...
AUTHOR'S NOTE:
"bueno, acababa de confirmar que el golpe no lo había dejado tonto" JAJAJJAJ ES LO MÁS MARGAERY Q HE ESCRITO EN MI VIDA
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