v. a lot of things in just a week


v. muchas cosas en solo una semana


El banquete de Halloween había pasado como una noche regular, pero solo que había decoraciones por todo el Gran Comedor. La ausencia de Alyssane era algo normal a estas alturas, dado que la rubia prefería pasar esa noche sola y haciendo Merlín sabe que, antes que pasarla con los demás.

Harry, que estaba en la mesa de Gryffindor con Hermione, Ron Catherine y Victoria, no daba muchas señales de nada. Como era costumbre, dado que de los tres Harry era el menos expresivo. Margaery pensaba en ocasiones que Harry tenía una pequeña traba en la lengua al momento de hablar sobre sus sentimientos.

—Soñé algo extrañísimo —le contó Electra cuando ambas decidieron irse del Gran Comedor. Margaery la miró extrañada y un pequeño "¿hmh?' salió de su boca—. Bueno, no fue un sueño como tal, si no que un pensamiento intrusivo a las cuatro de la mañana. ¿Conoces a la princesa Diana?

—Sí... —respondió Margaery, no captando el hilo de la conversación—. Es la mamá de Catherine, ¿no?

—Así es... Bueno, ella sufre bulimia nerviosa...

—¿Bulimia qué? —preguntó Margaery, frunciendo el ceño.

—Bulimia nerviosa, —repitió Electra— es un trastorno alimenticio. Y básicamente consiste en comer en exceso y luego vomitar. —Margaery la miró, queriendo que continuara—. Pues, he estado observando a Catherine y...

—No estás diciendo lo que yo creo que estás diciendo... —Margaery la frenó a la mitad del pasillo.

—Estoy diciendo lo que crees que estoy diciendo —confirmó Electra.

Margaery negó con la cabeza.

—No... —dejando de lado su negativa, Margaery se paró a pensar... Quizás Electra no estuviera del todo loca, tomando en cuenta la variedad de cantidad de comida que la rubia consumía y su delgadez...

—¡Electra! ¡Margaery! —escucharon que Susan las llamaba. Ambas se giraron a verla—. ¡Tienen que ir al Gran Comedor! —la Britannia y la Potter la miraron extrañadas— ¡Ya! —insistió.

Margaery y Electra comenzaron a caminar a una velocidad considerable, casi al punto de trotar. Antes de llegar al gran comedor se encontraron con una gran cantidad de alumnos de todas las casas, excepto Gryffindor. Todos parecían confusos.

—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el
castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad, tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos delegados. Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitaréis...

Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.

El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder. Al parecer la Dama Gorda había huido porque Sirius Black había intentado entrar a la Sala Común de Gryffindor. Margaery buscó a Harry con la mirada, pero lo encontró hablando con Catherine y decidió no interrumpir.

—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!

—Vamos —dijo Electra a Margaery. Agarraron dos sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.

—¿Crees que Black sigue en el castillo? —susurró Margaery con preocupación.

—Claramente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Electra.

—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿te das cuenta? —dijo Margaery, mientras se metían vestidas en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que los de Gryffindor no estaban en la torre...

—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —le contestó Electra—. No se habrá dado cuenta de que es Halloween.

A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:

—¿Cómo ha podido entrar?

—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.

—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.

—Podría haber entrado volando —sugirió Dean Thomas.

—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.

Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Margaery se sintió como durmiendo a la intemperie, arrullada por la brisa.

Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Margaery vio que iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Electra y Margaery, que fingieron estar dormidas cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.

—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.

—No. ¿Por aquí todo bien?

—Todo bajo control, señor.

—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.

—¿Y la Señora Gorda, señor?

—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se
negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.

Margaery oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.

—¿Señor director? —Era Snape. La castaña se quedó completamente inmóvil,
aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha
examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.

—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?

—Lo hemos registrado todo...

—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.

—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar, profesor? —preguntó Snape.

Margaery alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.

—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.

Margaery abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos.

Dumbledore estaba de espaldas a ella, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y
el perfil de Snape, que parecía enfadado.

—¿Se acuerda, señor director, de la conversación que tuvimos poco antes de...
comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que
Percy no se enterara.

—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.

—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...

—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.

—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.

—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea director, ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.

Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y
silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una
expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.







































































































































































































































Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.

Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la Señora Gorda y lo habían
reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.

—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay
otro disponible?

—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la Señora Gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.

Lo que menos preocupaba a Margaery era sir Cadogan. La vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarla por los corredores

—Esto me recuerda a caminar por el castillo de Stonehenge. —le susurró Electra, mientras caminaban con la profesora Sinistra detrás.





































































































































































































































El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el equipo de Hufflepuff entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch.
Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Cedric Diggory comunicó a su equipo una noticia no muy buena:

—Nos toca jugar contra Gryffindor el partido siguiente—les dijo—. Wood acaba de venir a verme.

—¿Por qué? —preguntaron todos.

—Según Wood, Flint le dijo que uno de sus cazadores aún tiene el brazo lesionado —dijo, frunciendo el ceño—. Pero me parece que es otro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades...

Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba Cedric se oía retumbar a los truenos.

—Flint está mintiendo. El brazo de Malfoy está bien —resopló Margaery

—Lo sé, pero ni nosotros ni los de Gryffindor lo podemos demostrar —dijo Cedric con acritud—. Y hemos practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Ravenclaw, y en su lugar tenemos a Gryffindor, y su estilo de juego es muy diferente.






































































































































































































































El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común que en la habitación. Margaery tenía demasiada experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse.

Margaery y Harry tenían la misma complexión y casi el mismo peso. Por lo que sería un partido cuánto menos difícil. Pero Margaery tenía una cosa a su favor: no necesitaba gafas.

Bajó silenciosamente al Gran Comedor y se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.

—Va a ser difícil —dijo Cedric

—No nos asustamos por un poquito de lluvia. —respondió Anthony.

Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que
todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta
el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Margaery vio a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas.

Los miembros del equipo se pusieron la túnica amarilla canario. Luego de escuchar las pocas palabras de Cedric, que aún así inspiraban mucho, salieron al campo para encontrarse que los de Gryffindor ya estaban ahi.

Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Margaery vio que la boca de la señora Hooch articulaba:

—Montad en las escobas.

Margaery sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus
2000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente... Dio comienzo el partido.

Margaery se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2000 oscilaba a causa del viento. La sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos entornados.

Al cabo de menos de cinco minutos, Margaery estaba calada hasta los huesos y helada de frío. Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un mar de capas y de paraguas maltrechos.

Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana.

Dos veces estuvo a punto de chocar contra otro jugador, que no sabía si era de su equipo o del oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía distinguirlos...

Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Margaery sólo
pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Cedric, que le indicaba por señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.

—¡Al parecer Wood pidió tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.

Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas.

—¿Cuál es la puntuación?

—Cincuenta puntos en contra.

Unos minutos después el equipo volvió al campo

Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez
más peligrosa. Margaery tenía que atrapar la snitch cuanto antes o perderían. Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro relámpago iluminó las gradas... Y eso le permitió ver. Vió una pequeña bola reluciente que volaba cerca de las gradas. Margaery, por más de que el viento era un gran impedimento, aceleró para buscarla

—¡Harry! —Margaery había escuchado el grito angustiada de Wood, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry, detrás de ti!

—¡Trampa! —gritó uno de los buscadores de Hufflepuff mientras marcaba un tanto para el equipo.

Margaery se elevó aún más mientras la snitch seguía escalando. De pronto sintió un frío mayor al que ya estaba sintiendo, pero supuso que era por la altura. La castaña aceleró aún más, sabiendo que Harry la estaba comenzando a seguir. La mayor de los mellizos alargó el brazo aún más, procurando no caerse, y agarró la pequeña bola en sus manos. Pero Harry no estaba detrás de ella. De hecho, no estaba por ningún lado. Entrecerró los ojos para buscar a alguno de sus compañeros. No los encontró... pero sí encontró a alguien más: a Harry. Pero estaba cayendo y no era una caída corta.

Margaery sujetó la escoba y se lanzó en picada y a toda velocidad hacia Harry. Podía jurar que ninguna otra vez había volado tan rápido como lo estaba haciendo ahora. Cuando llegó a una distancia cercana a Harry, aplicando una fuerza sobrenatural lo agarró, bajándolo de la escoba. La escoba del azabache voló fuera del campo de juego. Margaery hizo el intento de aterrizar lo más bajo que pudo pero debido a que eran dos y no una, bajó dos metros antes del suelo. La castaña protegió al menor con su cuerpo dado que rodaron al caer.

Margaery se quejó. Su cuerpo estaba lleno de barro al igual que su cara y su cabello, empapado y alborotado como de costumbre. Su respiración irregular se mezclaba con el frío viento que soplaba.

Pudo escuchar la voz del profesor Dumbledore, la profesora Mcgonagall y Sprout, junto a la de Alyssane, antes de perder el conocimiento.

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