lxxxviii. salvation
lxxxviii. salvación
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Como cada vez hacía más frío, no se atrevían a quedarse demasiado tiempo en ninguna región. Así que, en lugar de permanecer en Carnac, donde lo que más les preocupaba era que hubiera una helada negra, siguieron viajando escapando por toda la provincia, afrontando sucesivamente diversos accidentes climatológicos, como el aguanieve que los sorprendió en la ladera de una montaña, el agua helada que les inundó la tienda mientras se hallaban en una amplia marisma, o la nevada que enterró la tienda casi por completo durante su estancia en una diminuta isla de un lago.
Ya habían visto árboles de Navidad adornados con luces por las ventanas de algunos salones, y Margaery comenzaba a perder la esperanza de ver un final cerca. Ni siquiera uno bueno o malo, dudaba tener final. Sentía como si seguirían vagando por el resto del país por toda su vida. No podía aparecerse directamente en Concarneau porque Alessia aún no se acostumbraba a la Aparición conjunta y Margaery tenía miedo de provocar una despartición que no sabría cómo curar.
Saint-Malo resultó ser menos agitado que Carnac. Era más pintoresco y tenía claramente más influencia druida que otras provincias por las que habían pasado. No había tanta gente en el puerto solo algunos comerciantes y casi no había barcos. Con el poco dinero que tenían compraron algo de pan y ropa más abrigada para la nieve que comenzaba a caer y daba alerta que diciembre debía estar en sus segundas semanas.
Margaery notaba a Alessia cada vez peor, más flaca y demacrada (aunque de eso no la culpaba porque por poco y comían a veces), más pálida y Margaery notaba que a veces se quedaba mirando los acantilados en los que se instalaban y se mecía en los límites. Margaery había tenido que agarrarla porque había tenido la sensación de que se iba a tirar.
No sé si decírselo o no pero he sentido mi corazón acelerarse cada vez que no la veo y cada vez que la veo también. Recuerdo el beso que me dio en su habitación y que no me puedo dejar de acordar cada vez que la veo. Hay veces que combato la urgencia de tirarme a su brazos y dormir con ella como solía hacerlo con Andrew pero sé que no puedo hacerlo.
Es la forma en que me mantengo cuerda supongo, alejándome del mundo y vertiendo mis pensamientos aquí para que alguien los lea en caso de que muera antes de tiempo. Me siento como si estuviera escribiendo Historia Regum Camelot solo que espero que nadie lea esto en el futuro si llego a sobrevivir porque solo lo escribo para que alguien sepa de las dificultades que me enfrenté para salvar a una inocente.
Alessia me pidió que, en caso de que tenga hijos, que los llame como los suyos y me hizo pensar en eso. El hecho de que ahora no pueda ver mi futuro y que me sienta tan sola me ha hecho pensar que, quizás, no quiera estar sola por el resto de mi vida. Es muy difícil estar sola, dificilísimo pero es más difícil encontrar a alguien en quien confíe. Han sido dos años, casi tres desde que conocí a Andrew y acepté el hecho que me veía a futuro con él. Pero ahora eso se ha esfumado, evaporado.
Quizás encuentre alguien a futuro. Quizás tenga hijos. Quizás mi hermana haya perdido la guerra o ganado. Quizás pase por un infierno si Alexander gana, quizás. Pero estoy segura que va a ser un infierno si vuelvo con Alyssane. Quizás Harry haya muerto y entonces no me quedará otra alternativa más que seguir su camino porque yo no podría seguir sin Harry. No ha habido un segundo en mi vida en el que Harry no haya estado y no puedo imaginarme un segundo sin él.
Nevaba cuando a medianoche Alessia relevó a Margaery de la guardia. La muchacha tuvo unos sueños confusos e inquietantes: Harry entraba y salía de ellos, también Helios y Selene, llegó a ver a Arthur y a una melena pelirroja que creyó era de Alexander pero no podía ver mucho más. Despertó varias veces, muy agitada, creyendo que alguien había gritado su nombre a lo lejos, e imaginó que el viento que azotaba la tienda eran pasos o voces.
Finalmente, se levantó a oscuras y se acercó a Alessia, que estaba acurrucada junto a la entrada de la tienda, leyendo Historia Regum Camelot a la luz de su varita. Fuera todavía nevaba copiosamente, y ella sintió un gran alivio cuando Margaery sugirió levantar el campamento y marcharse de allí.
—Buscaremos un sitio más protegido —dijo Alessia, tiritando, mientras se ponía más prendas de abrigo—. No he dejado de oír ruidos, como si hubiera gente ahí fuera; hasta me ha parecido ver a alguien un par de veces. Seguro que eran imaginaciones mías —afirmó ella con inquietud—. De noche, la nieve te hace ver cosas donde no las hay...
Media hora más tarde ya habían desmontado la tienda; Margaery guardó todas sus cosas en el bolsito de piel de moke; estaban listas para desaparecerse. Volvieron a sentir aquel estrujamiento y los pies de Margaery se separaron del nevado suelo, para luego estamparse contra una superficie que parecía tierra helada cubierta de hojas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Alessia escudriñando un nuevo bosque mientras Margaery abría el bolsito para extraer los postes de la tienda.
—Kermes —respondió Margaery—. En Saint-Malo aún. Vinimos de vacaciones un año aquí —Margaery miró el blanco desierto que se extendía—. Apoyan a mi hermana mayormente pero fue el primer lugar que se me ocurrió.
También en ese lugar todo estaba cubierto de nieve y hacía un frío tremendo, pero al menos estaban protegidas del viento. Pasaron casi todo el día acurrucadas dentro de la tienda, calentándose alrededor de las útiles llamas azul intenso que a Alessia se le daba tan bien producir y que se podían recoger y llevar de un sitio a otro en un tarro. Margaery se sentía como si estuviera recuperándose de alguna breve pero grave enfermedad, y el esmero y la amabilidad de Alessia reforzaban esa impresión. Esa tarde volvió a nevar, y hasta el protegido claro donde habían acampado quedó cubierto de una nieve similar a polvillo.
Al anochecer, Margaery rechazó el ofrecimiento de Alessia de seguir montando guardia y le dijo que fuera a acostarse. Aunque, cuando faltaban unas horas para el amanecer la pelirroja la trajo para adentro, para que no pasara más frío.
—Me duele escuchar cómo te tratan —dijo Margaery, mientras sus dedos rastrillaban el cabello de Alessia mientras ella se acurrucaba a su lado.
Margaery había caído en aquella tentación que había dicho que no debería y le había comentado sobre cómo lo que había sufrido y también había escuchado a Alessia. Suspiró, su cabeza se hundió aún más en el pecho de Alessia.
—Acepté mi destino —susurró Alessia—, mientras te tenga a mi lado no me importa tanto.
—Lo sé, pero aun así —replicó Margaery, un suspiro más triste salió de sus labios—, si fueras mi esposa, te trataría mucho mejor.
—Y si fueras mi esposa, nunca te dejaría salir de mi habitación —se rió Alessia, haciéndola reír también.
Alessia la miró y levantó la cabeza de su pecho. Margaery no lo pensó dos veces y presionó un beso en sus labios. Las manos de Margaery se movieron para ahuecar su rostro mientras las de Alessia se movían hacia sus caderas. La pelirroja le devolvió el beso y se inclinó hacia Margaery. La atrajo hacia la cama sin moverse una de la otra.
Siguieron así, enfrascadas la una en la otra, con menos prendas de ropa mientras más tiempo pasaba hasta que Margaery notó una fuerte luz plateada delante de la tienda, que parecía oscilar entre los árboles. Fuera cual fuese la fuente, se desplazaba sin hacer ruido, y era como si la luz, por sí sola, avanzara hacia la tienda.
Se puso en pie de un salto, con la voz atascada en la garganta y alzando la varita. Se colocó una capa por arriba y le comandó a Alessia con la mirada que se quedara adentro mientras Margaery salía. Entornó los ojos a medida que la luz iba haciéndose cegadora, destacando más y más la negra silueta de los árboles, y comprobó que seguía acercándose...
De pronto la fuente de la luz apareció por detrás de un roble. Era un dragón de un blanco plateado, reluciente como la luna y deslumbrante, que avanzaba sin hacer ruido y sin dejar huellas de cascos en la fina capa de nieve. El animal fue hacia ella, con la hermosa cabeza en alto, y la muchacha distinguió sus enormes ojos.
Miró a la criatura maravillada, aunque no por su rareza sino por su inexplicable familiaridad. Tuvo la impresión de que esperaba su llegada pero había olvidado que habían acordado encontrarse. El impulso de llamar a gritos el nombre de Alessia, tan fuerte un instante antes, desapareció. Estaba convencida de que aquel dragón, un hébrido negro, había ido allí únicamente por ella; sí, habría puesto la mano en el fuego por ello.
Se miraron el uno al otro largamente, y luego el animal dio media vuelta y se alejó.
—No te vayas —suplicó Margaery con la voz ronca después de lo que había pasado antes—. ¡Vuelve!
La criatura continuó alejándose con parsimonia entre los árboles, y los troncos dibujaron gruesas franjas negras sobre el resplandor. Margaery, temblorosa, vaciló un segundo. Su sentido de la prudencia le decía que podía tratarse de un truco, un señuelo, una trampa. Pero el instinto, el irresistible instinto, le decía que aquello no era magia oscura, de modo que decidió seguir al dragón.
La nieve crujía bajo sus pies, pero el animal no hacía ruido alguno al pasar entre los árboles, porque sólo era luz. Fue adentrándose en el bosque, y la chica aceleró el paso, convencida de que cuando el dragón se detuviera, le permitiría acercarse a él. Y entonces le hablaría y su voz le diría lo que ella necesitaba saber.
Por fin la criatura se detuvo. Giró una vez más su hermosa cabeza hacia Margaery, que echó a correr hacia él. Había una pregunta que ardía en su interior, pero, cuando despegó los labios para formularla, el dragón se desvaneció.
Aunque la oscuridad se lo tragó por completo, Margaery tenía su refulgente imagen grabada en la retina, y eso le dificultaba la visión; cuando cerraba los párpados, se intensificaba y la desorientaba. Entonces sintió miedo; en cambio, la presencia del animal le había dado seguridad.
—¡Lumos! —susurró, y el extremo de la varita se iluminó.
Aunque la huella del dragón perdía intensidad cada vez que Margaery parpadeaba, ella permaneció allí de pie, escuchando los sonidos del bosque en busca de crujidos de ramitas o suaves susurros de nieve. ¿Estaban a punto de atacarla? ¿La había atraído aquel animal hacia una emboscada, o se estaba imaginando que había alguien observándolo más allá de la zona iluminada?
Levantó más la varita. Pero nadie se precipitó hacia ella, ni salió ningún destello de luz verde de detrás de ningún árbol. Entonces ¿por qué la había guiado el dragón hasta ese lugar? El sol comenzaba a aparecer por el horizonte y Margaery miró hacia atrás, esperando encontrar a alguien pero, de nuevo, no había nadie.
Soportaba incluso que Aemmond se apareciera o Alyssane, quizás Aemma, pero no este vacío exasperante. Dio un paso más pero no había tenido en cuenta que el acantilado terminaba ahí y casi se cayó. Sintió su corazón acelerarse y sus palmas sudar, un pequeño rayo de sol le alcanzó los ojos azules y la cegó momentáneamente.
Exhalando un suspiro, Margaery se dio la vuelta y comenzó a caminar con dirección a su pequeño campamento hasta que escuchó un rugido. Un rugido de tal magnitud que hizo temblar la roca. Aterrada de encontrar algo detrás de ella, se dio la vuelta pero solo encontró una llamarada opaca de fuego blanco que salía de una cueva a la lejanía, que la obligó a retroceder y correr de vuelta a su tienda.
Alessia tenía cara de preocupación cuando Margaery, agitada, entró a la tienda. Sentía un sentimiento parecido a la euforia cuando recordó lo que había visto. Tenía un brillo peligroso en los ojos y Margaery sentía como si algo hubiera cambiado en ella.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Tranquila, no ocurre nada. Estoy la mar de bien; mejor que nunca. —dijo Margaery con entusiasmo—. La luz era un patronus, debía ser el de mi mamá o mi tío... Alguno de ellos porque era un dragón. Y yo lo seguí...
—¿Lo seguiste? —repitió Alessia, atónita.
—Porque sentía que algo en mi me decía que tenía que seguirlo, así que lo hice y cuando llegué al fin del acantilado el patronus se esfumó así que iba a devolverme pero escuché un rugido, me di vuelta de nuevo y ví una llamarada —explicó Margaery—. ¿Sabes lo que significa eso, Lessie? ¡Un dragón! Uno salvaje sin duda porque su rugido casi me rompe los tímpanos y la llamarada era opaca y larga.
Cuando terminó su relato, Margaery se fijó en Alessia, buscando el mismo entusiasmo en el rostro ajeno pero solo encontró sorpresa y preocupación. Alessia la sentó en un cojín y la examinó.
—Marg... Sabes que no hay dragones en Saint-Malo, ¿verdad? —preguntó Alessia.
—Bueno, sí, eso es lo que dicen las leyendas —aceptó Margaery—. Pero solo son eso, ¡leyendas! Y yo vi un dragón, ¡un dragón! Y era antiguo. Muy antiguo, te lo juro.
—Viste sus flamas pero podría ser otra cosa —apuntó Alesia—. Inclusive podría ser el dragón de tu hermana...
—No, no. Era un dragón viejo —insistió Margaery—. Antiquísimo diría yo.
—Margaery, no hay dragones en Saint-Malo —volvió a repetir Alessia—. Sabes la leyenda. El fantasma de Aithusa espanta a todos los dragones que se asientan cerca de aquí. Cuando Morgana murió, Merlín, como castigo por haber servido a Morgana, la condena a estar encadenada eternamente sin rumbo y sin poder salir de su cueva hasta que el elegido la libere.
—Sí, pero...
—Margaery —la cortó Alessia—. Duerme. Debes estar cansada...
—¡No estoy cansada! —restalló la voz de Margaery—. ¡Estoy bien! Te juro que vi un dragón. He crecido toda mi vida entre ellos, sé diferenciar el fuego de dragón de los otros. Sé que es un dragón...
—Duerme, Margaery. Una hora al menos y nos iremos —dijo Alessia, en tono cansino.
Pero justo cuando Margaery iba a obedecer se le vino una idea a la cabeza.
—Tenemos que irnos —soltó Margaery de pronto—. Si el patronus era de mi tío... Él es un mortífago, seguro que...
Alessia dejó salir un gruñido exasperado que hizo que a Margaery se le contrajera el estómago de culpa. Tardaron una hora más de lo habitual en levantar el campamento, pero, por fin, tras llenar por completo el bolso de Margaery, ya no encontró más pretextos para retrasar la partida. Aún esperaba que el dragón rugiera de nuevo pero no lo hizo así pues, se cogieron de la mano y se desaparecieron, trasladándose a una colina cubierta de nieve y azotada por el viento.
Margaery descubrió que las había traído no a mucha distancia desde donde estaban y que la colina en la que estaban paradas era la misma colina en la que Margaery había visto el fuego de dragón y supuso que había una cueva debajo.
Alessia la miró, luego de inspeccionar el terreno.
—No estamos muy lejos, ¿cierto?
—No, perdón, es que estoy un poco cansada —mintió Margaery. En realidad solo habían ido ahí porque Margaery había estado pensando en el dragón.
Armaron la tienda lo más rápido posible y se metieron dentro de ella. La mente de Margaery estaba muy lejos de todo excepto del dragón que, estaba segura, habitaba unos metros debajo de ellas. Margaery fue obligada por Alessia a recostarse y dormir, en lo que la pelirroja montaba guardia y así lo hizo aunque su mente vagaba entre las posibilidades de que el dragón verdaderamente existiera. Sabía que el dragón existía pero la lógica de Alessia la había hecho dudar... ¿Por qué estaba tan interesada de todas formas? Ella claramente no podría domarlo ni acercarse aunque quisiera...
Saltó de su cama en la tienda y salió hasta la puerta, en dónde Alessia hacía guardia.
—Voy a buscar bayas para comer. Debe haber algunas... cuesta abajo —explicó Margaery.
—Pero tenemos...
—Buscaré más —afirmó Margaery—. Ya regreso.
Pero Alessia la atrajo hacia ella y la besó una vez más. Como había pasado antes Margaery se olvidó del resto del mundo y volvió a la tienda, tambaleándose. Su beso era más firme, sus caricias más seguras. En unos minutos, Margaery yacía desnuda y sin aliento debajo de ella y Alessia no llevaba más que una fina camisola, con la rodilla encajada entre sus muslos para que buscara fricción y el largo cabello rojo de Alessia la protegía del mundo mientras la besaba.
Alessia besó y mordió su piel a lo largo de su cuerpo, dejando mordiscos en la columna de su garganta, entre sus pechos y en su clavícula. Mordisqueó juguetonamente su vientre y chupó moretones en las caderas y muslos de Margaery antes de alcanzar su premio. Alessia deslizó dos dedos dentro de Margaery fácilmente, no lo suficiente para satisfacerla, pero sí lo suficiente para llevarla al borde de la locura. Margaery gimió y movió sus caderas, tratando de ganar fricción pero Alessia la sujetó con su mano libre.
Cuando Alessia estuvo segura de que Margaery no se movía, arrastró su mano hasta su pecho, palmeando y pellizcando, dejándola gimiendo sin aliento. Chupó y empujó un tercer dedo dentro de ella, curvando sus dedos de una manera que la hizo ver estrellas y la hizo sentir algo que no sabía cómo definir... Margaery agarró las sábanas con tanta fuerza que temió que las rasgara.
No podría ser la primera vez que Alessia hacía... lo que fuera que estuviese haciendo porque claramente tenía algo de destreza. Por otro lado, Margaery juraba que ella era buena pero en ese momento no quería serlo. Margaery recordó vagamente las charlas que tuvo con su tía Margaery, diciéndole que su virtud era lo más importante, lo que la hacía una mujer digna de conseguir esposo, que comportamientos indignos eran pecado. ¿Y qué diría la corte? Pues una cosa era hacer el acto con un hombre y otra muy diferente con una mujer.
A Margaery le habían hecho jurar que su doncellez se mantendría sagrada, tal y como le hacían a todas las mujeres en la alta sociedad. Pero no le interesaba mucho porque Alessia seguía moviendo sus dedos dentro de ella, lo que hacía que le temblaran las piernas. Tampoco sabía muy bien como Alessia hacía para hacerla sentir así pero no se quejaba porque sintió un pico que la hizo gritar y tratar de alejarse.
Los movimientos de Alessia se hicieron más lentos y nunca se detuvieron mientras Margaery se acercaba a su clímax. Apartó una mano de las sábanas y golpeó el brazo de Alessia dos veces, lo que hizo que relajara su agarre sobre Margaery hasta que pudo desplomarse a su lado en la cama.
—Sh, sh, sh —la calmó Alessia—. ¿Estás bien?
Margaery no sabía qué responder, sentía el corazón a mil, las piernas temblando (de hecho, todo el cuerpo) y estaba al borde de las lágrimas. Alessia le corrió el cabello, que había pasado del rubio miel al rubio almendra, y le acarició la mejilla una vez más.
—¿Primera vez? —susurró Alessia, sonriendo.
—Ni siquiera sé lo que hiciste —murmuró Margaery.
Alessia arrugó la nariz y la besó una vez más.
—Puedes devolverme el favor cuando quieras —respondió—. Pero ahora no, porque una tiene que ir a hacer guardia. Y voy a ser yo.
—Pero...
—Quédate ahí —ordenó Alessia y luego de cambiarse, salió a la intemperie.
Margaery se recostó en la cama, tendida y sintiendo que, si intentara levantarse, se caería. Se estiró y agarró el cuaderno que se había caído cuando Alessia y ella habían ingresado a la tienda.
Creo que he caído al abismo de la locura, si es que no he caído ya anteriormente. Nunca pensé que el simple hecho de acariciar a alguien podría despertar una cantidad de sentimientos tan grande como la que acabo de experimentar.
Pensaba que mi salvación era documentar todo en papel pero aparentemente solo necesito el toque de Alessia y con eso basta. No sé qué hora es, que día, que semana, que mes inclusive que año, solo sé que Alessia es lo que necesito, lo que importa. Atrevo a decir que no ha sonreído en meses y que yo soy la causa de su lenta recuperación.
Mi pregunta es cuando ya no esté, ¿cómo podré siquiera intentar seguir adelante? Cuando ya no esté, aunque lo intente, ¿cómo podré mantenerme en pie?
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