lxxxvii. the stranger
lxxxvii. el extraño
Margaery vació la bolsa en su cama.
Ahora que vivía en el Complejo Real y no en sus departamentos en el Castillo, su cama era tres veces más amplia. El cubrecama, que era el mismo que el que tenía antes, de tela escocesa con colores celeste, rosa y lila, ahora estaba cubierto de cartas, juguetes y libros que habían pertenecido a Margaery en su infancia.
No sabía si sentirse halagada o... asqueada. No solo Alessia tenía las pertenencias de Margaery en su habitación sino que también Alexander. Margaery se sentó en el borde del colchón y agarró una figura de dragón que ya se había roto pero que habían arreglado.
Se preguntó cuántas manos habían pasado por aquel juguete. Su tío Aemmond, o su tía Margaery, le debieron haber regalado el pequeño dragón cuando era una niña y Margaery lo había dejado en su habitación. Alexander lo debía haber guardado.
Quizás hubiese pertenecido a Luke. Quizás Alessia se lo hubiese dado a Luke como una forma de mantenerlo cerca de su madrina. Y cuando el niño había muerto, Alexander lo hubiese guardado. Y que no supiera que pertenecía a su prima.
Aunque eso no explicaba el hecho de que tenía todas las cartas que Margaery le había enviado a Alessia. Ni que tenía sus libros guardados. Quizás si estuviese cautivado con Margaery. Obsesionado, aclararía.
Su mente pensó en Harry cuando vio una de las escobas en miniatura. Seguramente estaría volviéndose loco, encerrado en la Potter Manor solo. Ayse y Aemma se habían ido de la mansión hace una semana. Ese era el acuerdo: Harry tendría que sobrevivir solo la semana, con solo la idea, como premio de consolación, de que su madre y tía estaban a salvo en Lyonesse.
Ansiaba irse de Lyonesse. Había conseguido el permiso de la reina para ir a la boda de Fleur y Bill y lo único que quería era tener unos cinco minutos en donde no tuviera que pensar en el resto del mundo y pudiera tener un tanto de diversión.
Volvió a agarrar el pequeño dragón y le dio vueltas en su mano hasta que escuchó una voz detrás de ella y el juguete se le cayó de las manos, rompiendo el ala.
—No te ves como la tu que yo conozco.
Margaery se dió vuelta y vio a un joven, de no más de quince años, de rulos azabaches, como los de Margaery, y de ojos azules. Era bastante parecido a ella pero, aun así, Margaery no lo conocía. Debería ser un Pendragon pero Margaery jamás lo había visto en su vida.
—Alguien ya me había dicho eso antes —respondió Margaery—. ¿Quién eres?
—No me vas a conocer pronto pero me puedes decir Helios —respondió el azabache.
—Sin nombres claves —rechistó Margaery—. ¿Qué todos tienen nombres claves? ¿También tienes una hermana que se llama Eos?
El chico se rió y negó con la cabeza.
—¿Ya te vino a ver Selene? —preguntó Helios.
—Sí, el año pasado. En Navidad —respondió Margaery—. ¿Son hermanos?
—Mellizos —asintió el chico.
—Mi hermano y yo somos mellizos también —sonrió Margaery. El chico se le acercó a la cama, viendo el desastre que tenía sobre ella, y le sonrió—. Perdón el desastre... Estamos en momentos... complicados.
—No importa —Helios se agachó y recogió el dragón y su ala rota—. Pensé que era mío pero mis iniciales no son "L.P" ni "M.P".
Margaery rió.
—Es mío, ¿por qué pensaste que era...? —Margaery lo miró y su cerebro procesó lo que le había dicho el chico. Le arrebató el dragón y vió, en la ala que se había caído, las iniciales de Luke. De su Luke. "L.P" solo podía significar una cosa, Luke o Leia Pendragon.
Se le aguaron los ojos y sintió como el azabache a su lado le colocaba la mano en el hombro.
—¿Estás bien?
—Sí, perdón... —murmuró Margaery y se secó las lágrimas con una risa incómoda—. Es que tenía un ahijado... Se llamaba Luke y bueno, ya... no está más. Y esto —levantó el dragón— había sido mío y, aparentemente, también fue de él.
—¿Luke? —susurró el chico—. Mi... mamá también perdió a su hijo. También se llamaba así.
—Lo siento muchísimo —musitó Margaery.
—No lo estés —respondió el chico.
—No me dijiste para que viniste —Margaery cambió el tema—. O a quien me parecía.
—Nunca preguntaste.
—Buen punto —rió Margaery—. Pues, ahora sí te pregunto.
—No puedo responder a la primera y tampoco a la segunda —bromeó él.
—No te conozco de ningún lado —dijo Margaery—. Ni de pinturas ni nada.
—No me vas a conocer porque no vengo del pasado —respondió Helios.
—¿Ah, no? No sabía que podía ver gente del futuro...
—Tu no puedes ver a nadie del futuro pero yo sí del pasado —dijo él, sacándole una mueca sorprendida a Margaery que lo hizo reír—. ¿Qué hay de ti? Dado que yo no puedo decir nada. ¿Compromisos, tragedias... Nada?
Margaery rió.
—¿Por qué el interés? No es muy interesante mi vida, a decir verdad —Margaery lo miró y comenzó a guardar sus cosas en los bolsos—. Mi familia se ha vuelto loca, el mundo de hecho, y yo... estoy ahí.
—Vamos, algo debe pasar —la instó el chico, sentándose en la cama.
—Estamos en guerra y... estoy cuidando a mi ahijada y a mi prima de una inminente muerte mientras espero que mi hermano no muera —respondió Margaery, haciendo un intento para sonreir—. Ah, y está...
—¿Val? —preguntó la voz de Andrew, que entraba a la habitación
Margaery se dio la vuelta y le sonrió, pensando que no vería al chico que estaba sentado detrás de ella, pero Andrew frunció el ceño y señaló a Helios disimuladamente.
—¿L-lo ves?
—¡Hola! —saludó Helios, saludandolo con la mano.
—No es el momento —Margaery puso una mano en la suya para bajarla.
—¿Y tú quién eres? —cuestionó Andrew.
—Ah... Alguien —respondió Helios.
—¿Alguien? ¿En serio? —Dijo Andrew, con ironía.
—Pensé que solo podías verlos cuando te estoy tocando —dijo Margaery confundida.
—Bueno, parece que puedo —respondió Andrew—. Y de nuevo ¿quién eres?
—No me conocerás así que no importa —dijo Helios, rápidamente.
Andrew miró a Margaery, como si el chico detrás de ella se estuviera volviendo loco.
—Te estoy... conociendo —murmuró Andrew—. Por si no lo notaste. ¿Eres un Pendragon? Eso podría explicar la locura.
—Un druida. No tengo nombre.
—Todos tienen un nombre.
—¿Un druida? Como Modred?
—¿Como yo?
Andrew, Margaery y Modred hablaron al mismo tiempo. Margaery notó que no era Modred como el chico que conocía, sino más bien como un adolescente. Andrew miró a Modred, con el ceño fruncido.
—¿Y tú qué estás haciendo aquí? —preguntó Andrew, señalando a Modred.
—¿Puedes verlo? —cuestionó Margaery.
Helios miró a los tres que tenían delante y le susurró a Margaery:
—Bueno... he empezado mal.
—¿Tu crees? —Andrew ironizó.
—En realidad todo estaba bien hasta que Andrew entró —dijo Morgana, apareciéndose a un lado de Andrew.
—¿Estás de mi lado o del de ellos? —dijo Andrew.
—En el mío no... —murmuró Mordred.
—¿Disculpa? —Morgana miró a su hijo, con incredulidad.
—No sé con quién diablos están hablando —dijo Helios.
—Ella intentó matarme así que...
Morgana jadeó, ofendida.
—¡No intenté matarte!
—No, cierto —dijo Margaery, irónica—. Me mataste.
—Soy una entidad. No puedo matar a nadie.
—¿Fue una pregunta o una afirmación?
—¿Sonó cómo una pregunta? —cuestionó Morgana.
—Sí —asintió Margaery. Luego miró a Andrew como diciendo "venga hombre, ayúdame" pero él estaba pálido como la cera.
—¿Por qué creíste que yo te había matado? —preguntó Morgana.
—Porque mataste a más personas —le contestó Margaery—. Y Arthur me lo dijo.
—Traidor asqueroso —masculló Morgana.
—Un poco de respeto sobre mi nombre —comentó Arthur, apareciendose.
Helios, atrás de Margaery, le agarró la mano y ella se la frotó, confortablemente.
—Tranquilo es... ¿Lo puedes ver? —le susurró Margaery.
—Sí pero ¿por qué? —murmuró Helios.
—¿Pueden dejar de susurrar? —los cortó Andrew—. Gracias.
Margaery sonrió. Claramente estaba celoso. Andrew la miró con una ceja alzada y la castaña le tomó la mano, acariciándole el dorso.
—¿Y él quien es, Mar...? —habló Arthur y Helios le hizo unas señas extrañas—. Ah... No dije nada. ¿Qué tal tu día?
—Mal —respondieron Morgana, Andrew y Margaery al unísono.
—Bien —respondió Modred, el resto lo miró—. ¿Qué? No hago nada, ¿qué más puedo pedir?
—¿Por qué le dijiste a Margaery que yo la había matado? —inquirió Morgana.
—¿Por qué es la verdad...? —respondió Arthur—. O puedo decir que...
—¿Pueden dejarnos solos? —dijo Andrew, interrumpiendo a Arthur—. Necesito hablar con mi novia.
Arthur, Morgana y Modred se evaporaron con resignación pero Helios se quedó, con las manos aún unidas a Margaery y mirando a Andrew.
—¿Yo también?
—¿Y qué te parece?
Helios miró a Margaery con un pequeño puchero que era casi imperceptible.
—Pero es que yo quería hablar con...
—¿Ah, si? Pues yo también —lo interrumpió Andrew y le hizo unas señas para que se fuera.
—Adiós, Ma —saludó Helios.
—¿Ma? —inquirió Margaery.
—De "Ma... rgaery" —explicó el chico—. Ya me voy, ya me voy. ¡Adiós!
Y acto seguido se desapareció, tal y como lo habían hecho Morgana, Modred y Arthur.
—¿Celoso?
—¿Yo? —preguntó Andrew—. No, ¿de quién?
Margaery rodó los ojos, divertida.
—Digamos que te creo.
—¿Te acuerdas... cuando me hablaste de que se te aparecía tu tatara-no-sé-cuanto abuelo? —comenzó el chico, sentándose en la cama.
—¿Arthur? Sí, ¿por? —respondió Margaery.
La chica se apoyó en contra de la cabecera de la cama y Andrew la abrazó, acostándose con ella.
—Vi a alguien... —murmuró. Margaery lo veía decaído, como si estuviera a punto de llorar—. Se parecía a mí pero tenía el nombre de mi mamá.
—Selene...
—Mhm —asintió Andrew, con la cabeza en contra del pecho de Margaery—. Y se parecía a ese... Helios.
—Es su hermana —respondió Margaery, acariciándole los rizos—. A mi me pasó lo mismo...
—¿También? —Andrew suspiró—. ¿Quiénes son?
—No lo sé... Helios dijo que venían del futuro —comentó Margaery.
—Creo que estamos dementes —rió el chico, levemente. Margaery exhaló una pequeña risa y Andrew la besó debajo de la clavícula.
—Ya... bueno, nunca me importó mucho así que... —dijo Margaery, riendo.
Ambos se quedaron en silencio por lo que pareció una eternidad, con las respiraciones acompasadas y coordinadas. Cuando Margaery estaba a punto de quedarse dormida, Andrew se incorporó y la besó delicadamente en los labios.
—Me tengo que ir —le susurró el chico.
—¿A dónde? —preguntó Margaery.
—Si te digo te vas a preocupar —dijo él—. Duerme, cuando despiertes voy a estar a tu lado.
—Pero...
—Sh —Andrew la silenció—. Duerme.
Con eso la besó y se retiró de la habitación sin mucho más. Margaery, sin haber entendido nada por su estado adormilado, suspiró y se metió en la cama. Apoyó la cabeza en las almohadas y, antes de que pudiera siquiera pensarlo, se quedó dormida.
Cuando despertó, Margaery notó que su habitación estaba iluminada por, aparentemente, una lámpara azul y un vacío frío que le retorcía el estómago.
—La niña que regresó de entre los muertos, Margaery de Lyndor, la Portadora del Ciclo Artúrico, la neach-leantainn de Morgana, la air a dhìon de Arthur, la Hija Profetizada, Y Mab Darogan... hay tantos nombres por los que se te pueden llamar que podrías agobiarte —comenzó una voz—. Por eso te lo voy a resolver. Eres estupida.
—Le agradecería que para la próxima no sea tan... usted —masculló Margaery, incorporándose.
Estaba un tanto adormilada pero sus sentidos parecieron despertar cuando vió la figura de Merlín con claridad. El anciano estaba sentado en una de las sillas de la habitación de Margaery. La joven rodó los ojos al verlo sentado con tanta comodidad.
—Yo te lo dije... los que son dignos siempre terminan perdidos —comentó el hombre, en tono cansino.
—¿Qué no estaba usted encerrado en un árbol? —dijo Margaery, con irritación.
—Mi cuerpo sí, mi alma es libre de vagar por los confines del universo —respondió Merlín—. Soy quien lo ve todo, ¿recuerdas?
—Ya... pues si lo ve todo, ¿puede decirme quién es Helios? —inquirió Margaery—. Y su hermana, Selene.
—Niños imprudentes, eso es lo que son —dijo Merlín—. Que no deberían siquiera haberte visto.
—¿Viajaron en el tiempo? —preguntó Margaery.
—Sí.
La azabache se quedó anonadada por la declaración y cuando quiso levantarse vio su cabello, rubio como lo había tenido las semanas posteriores a haber conocido a Arthur.
—Y... empeoraron tu situación —Merlín señaló al cabello de Margaery—. Cada vez que te desconectas de quien eras antes y te atraes más al mito artúrico tu cabello se aclara.
—Pero, ¿por qué? —cuestionó Margaery, sujetando una mecha de su cabello entre dos dedos y mirando al mago.
—Porque tu alma se está alejando de tu ser principal —replicó Merlín—. No tiene porque ser algo malo, niña —añadió al ver la cara de Margaery—. No, por el contrario, puede ser bueno. Quizás tengas una salvación...
—¿De qué me habla? —lo interrumpió Margaery, confundida.
—Y de ellos vendrán los Salvadores. Tan diferentes como el Sol y la Luna, se alejarán, y, cuando Albion lo necesite más, regresarán para tirar abajo todo lo que se ha construido —recitó Merlín—. ¿No te suena?
—N... Sí —se corrigió Margaery—. La profecía de Brighid, cuando morí. Por segunda vez.
—Me alegra que estemos en la misma sintonía —coincidió Merlín—. Bien, esa profecía puede ser la salvación del reino.
—Pero... habla de dos que tirarán abajo todo lo que se ha construido —comentó Margaery—. ¿Cómo puede ser que sean la salvación del reino?
—No es ese el punto —rechistó Merlín—. El punto es que el reino se está destruyendo por una profecía falsa.
—¿Qué? —lo interrumpió Margaery, sin aliento
—Tu hermana dice ser la madre de dragones y, por consiguiente, la terminación de la díada —continuó Merlín—. La díada, niña. Tu madre y tu tío —aclaró el anciano al ver la cara de confusión de Margaery—. ¿No? ¿No tienes idea?
—Ni un poquito —negó Margaery.
—Santísimo Kilgharrah —suspiró Merlín—. Para ir al norte tendrá que viajar hacia el sur, para llegar al oeste deberá ir hacia el este y al venir sola, como la primera, quizás lo logrará.
—¿Qué qué? —preguntó Margaery.
—¿No entiendes? —volvió a preguntar Merlín.
—Nope.
Los dos se miraron fijamente hasta que Merlín dejó salir un suspiro de exasperación.
—Tu hermana liberó las ciudades del este y, al mismo tiempo, las ciudades del oeste se revelaron en contra del gobierno de tu primo —comenzó Merlín.
—Para llegar al oeste deberá ir hacia el este... —recitó Margaery.
—Y su sede había estado en Tintagel, una provincia del sur. Y su Primer Ministro es un duque sureño —Merlín continuó—. Pero el norte se ha separado del resto del reino, por más de que hayan perdido la Guerra de la Nieve.
—Para ir al norte tendrá que viajar hacia el sur... Pero...
—No me digas que no entiendes —suspiró Merlín.
—Sí —asintió Margaery—. Porque usted dice que es una profecía falsa pero mi hermana ha hecho todas las cosas que dice.
—Excepto una —dijo Merlín—. Al venir sola, como la primera, quizás lo logrará...
—Pero ella vino al mundo sola —recordó Margaery—. No tiene un mellizo como mi mamá o como yo.
—Yo no estaría tan seguro —comentó Merlín.
—¿Qué?
—Tu hermana fue melliza pero, como la mayoría, su hermano falleció —explicó Merlín.
Margaery sentía un extraño cosquilleo en el estómago como si tuviera hambre. No era solo hambre porque sentía que se extendía por todo su cuerpo y la atontaba. Era más como tener miles de abejas zumbándole en el oído.
—¿Alyssane lo sabe? —preguntó Margaery en un susurro.
—Creería que sí —asintió Merlín.
Era eso entonces, esa era la razón por la que Alyssane se había convertido en el monstruo que usurpaba el cuerpo de la hermana de Margaery. De su Alys.
—¿Y por qué nos lo ocultaron? —susurró Margaery.
—No tienes porque estar enojada con ellas —advirtió Merlín—. Lo esconden por supervivencia, es protección. Por eso a las rosas les crecen sus espinas.
—Muy poético pero no necesito una poesía para afrontar el hecho de que tenía un hermano —masculló Margaery—. ¿S-su nombre cuál era...?
—No viene al caso —replicó Merlín. "Viene a mi caso", Margaery quería gritarle pero las palabras murieron en sus cuerdas vocales antes de que siquiera pudieran alcanzar su lengua—. Si el reino se viene abajo entonces quizás tu seas la salvación.
—¿Qué Camelot no está hundido desde que comenzó la guerra de Arthur contra Morgana? —debatió Margaery—. Desde que hermanos comenzamos a pelear con nuestros hermanos y trajimos a la vida el poder más peligroso de todos. Los dragones. ¿Qué no ha sido esa la razón de nuestra caída?
A Margaery le pareció ver el atisbo de una sonrisa en los labios de Merlín.
—Arthur ha hecho su trabajo contigo, ¿no? —comentó el anciano—. Eres su digna heredera.
—Gracias.
—Y sabes como terminó Arthur, ¿no? —Merlín la miró, al mismo tiempo en que Margaery bufaba—. Los dignos siempre terminan perdidos.
—Yo no soy digna. No tengo el poder —masculló Margaery.
—El poder no es dolor, Margaery de Lyndor.
Margaery abrió los ojos ante el más mínimo rayo de luz que cruzó su habitación.
Le costó unos segundos exhalar fuertemente con algo de resignación. Notó la mejilla que estaba pegada a la almohada, levemente mojada y se incorporó levemente, para confirmar que su habitación era realmente su habitación.
Tenía los colores cálidos de siempre y no veía a nadie con unos milenios de antigüedad, por lo que respiró profundamente y se dejó caer en la cama una vez más. Vio su mesa de luz llena de cartas de todo tipo, algunas tenían años y otras solo meses; la mayoría tenían varias páginas mientras que la minoría eran cortas. Solo compartían una cosa: habían sido recolectadas por el mismo hombre, Alexander Pendragon.
Margaery se enderezó, y las agarró.
Querida Ivy;
Si lees esto, posiblemente es porque estoy aburrida. Y si no lo lees, es posible que haya malgastado tinta y pergamino...
Bueno, me preguntas por qué te amo... Te amo, mi Ivy, porque he luchado tan duro para conquistarte... Te amo, Ivy, porque nunca me devolviste mi anillo. Te amo porque nunca has cedido en nada; te amo porque nunca capitulas. Te quiero por tu maravillosa inteligencia, por tus aspiraciones literarias, por tu inconsciente coquetería. Amo en ti lo que también hay en mí: la imaginación, el don de los idiomas, el gusto, la intuición y un sinfín de cosas más...
Te amo, Ivy, porque he visto tu alma...
Aemma P.
Y otra más, de Yvette a Aemma.
Todo el día estuve incoherente. Te digo que hay en ti un esplendor bárbaro que me conquistó no sólo a mí, sino a todos los que te vieron. Estás hecha para conquistar, Aem, no para ser conquistada... Podrías tener el mundo a tus pies.
Y luego, de Aemma a Yvette.
¿Qué tipo de vida podemos llevar ahora? La tuya, una mentira infame y degradante para el mundo, oficialmente vinculada a alguien que no te importa...
Yo, sin importarme más que tú, completamente perdida, miserablemente incompleta, condenada a llevar una existencia inútil, sin propósito, que ya no tiene para mí el menor atractivo...
Pero uno le llamó la atención más que nada. No se trataba de una carta muy antigua pero que, al parecer, nunca llegó a su destino. Era una carta de Alexander... a Margaery cuya fecha era de 1989.
Sé malvada, sé valiente, sé imprudente, sé disoluta, sé despótica, sé anarquista, sé sufragista, sé lo que quieras. Vive plenamente, vive apasionadamente, vive desastrosamente si es necesario. Pero por favor, no me recuerdes como el peor hombre que has conocido en tu vida. Sólo yo, y el Dios que quizás esté arriba, sabemos que mi corazón se destruye un poco cada vez que recuerdo que no soy nadie para ti así como tú lo eres todo para mí.
Entonces, Margaery reconoció la letra de Alessia en otra carta que, nuevamente, parecía nunca haber sido entregada. Margaery vio mejor el trozo de papel: no era una carta sino un fragmento de un diario.
Nada ni nadie en el mundo podría matar el amor que le tengo. Le he entregado toda mi individualidad, la esencia misma de mi ser. Le he entregado mi cuerpo una y otra vez para que lo tratara como quisiera, para que lo despedazara si tal hubiera sido su voluntad. Todos los tesoros de mi imaginación los he dejado al descubierto. No hay rincón en mi cerebro en el que ella no haya penetrado. Me aferré a ella y la acaricié y me gustaría decirle al mundo entero que clamo por ella... Ella es mi amante y yo soy su amante, y reinos e imperios y gobiernos han tambaleado y sucumbido antes a esa poderosa combinación: la más poderosa del mundo.
Y también de Aemma hacia Aemmond, era de 1977, el año en el que había nacido Alyssane. "Y su hermano", pensó Margaery con remordimiento, "nuestro hermano".
Estoy aquí, estoy viva. . . Mal, miserablemente, y me considero muerta. Una y otra vez te envío una carta, pero no recibo ni una sola de ti y me he quedado sin esperanza de recibirlas. Mi desgracia es que he estado en Godric's Hollow durante tres años gracias a ti...
A Margaery le sorprendió encontrar una carta de su padre a su tío. La ahora rubia, alisó el arrugado pergamino.
Querido Drat:
Muchas gracias por el regalo de cumpleaños de Alyssane. Fue el que más les gustó, con diferencia. Con sólo dos años ya va zumbando en su escoba de juguete. Te mando una fotografía para que lo compruebes. Imagínate, apenas levanta dos palmos del suelo y ya destrozó un jarrón espantoso que Yvette le envió por Navidad a Aemma (lo cual no me importó nada). Será una gran jugadora de quidditch, pero de momento hemos tenido que esconder todos los adornos y asegurarnos de no perderla de vista cuando coge la escoba.
Preparamos una merienda muy tranquila para celebrar su cumpleaños. Únicamente estuvimos nosotros y Bathilda, que siempre ha sido muy cariñosa con todos y que adora a Harry, Mary y Alys. Nos entristeció que no pudieras venir, pero la Orden es más importante, y, de cualquier forma, la niña es demasiado pequeña para saber que es su cumpleaños. Aemma se siente un poco frustrada aquí encerrada; intenta que no se le note, pero a mí no me engaña. Colagusano vino el fin de semana pasado; lo encontré un poco desanimado, pero debía de ser por lo de los McKinnon.
Bathilda nos hace compañía casi todos los días. Es una ancianita maravillosa y nos cuenta unas historias asombrosas sobre Dumbledore. ¡No sé si a él le gustaría enterarse! Me cuesta creer todo lo que dice, porque parece increíble que Dumbledore...
Margaery notaba las extremidades como entumecidas. Se quedó inmóvil, sujetando el fascinante pergamino con dedos inertes mientras, en su interior, una especie de serena erupción le impulsaba por las venas chorros de felicidad y dolor a partes iguales.
Releyó la carta, pero no consiguió captar otro significado del que había asimilado la primera vez, y se quedó examinando la caligrafía. Su padre escribía la letra ge igual que ella; así que buscó con ilusión cada una de las que había en la carta, semejantes a un saludo amistoso vislumbrado detrás de un velo. La carta era un tesoro increíble, una prueba de que James Potter había existido —de verdad—, y que su cálida mano había rozado aquella hoja de pergamino, trazando con tinta esas letras, componiendo palabras que hablaban de ellos, de Harry, de Margaery y de Alyssane, de sus hijos.
Se enjugó con impaciencia las lágrimas y volvió a releer la carta, esta vez concentrándose en su significado. Era como escuchar una voz vagamente recordada. Aemmond le compró su primera escoba a Alyssane... Sus padres conocían a Bathilda Bagshot; ¿los habría presentado Dumbledore?... James hablaba con tan naturalidad de Alyssane a Aemmond, casi como si no supiera que era su hija... ¿Sabría Aemmond que Aemma había tenido mellizos? ¿Lo sabría James?... «Colagusano vino el fin de semana pasado...» Pettigrew, el traidor; su padre lo había encontrado «un poco desanimado»... ¿Sería porque Pettigrew sabía que estaba viendo a James y Aemma vivos por última vez?
Margaery suspiró. Y las lágrimas le brotaron, incapaz de impedirlo; pero ¿qué sentido tenía enjugárselas o fingir que no lloraba? Las dejó resbalar, pues, por las mejillas, y apretó los labios con la vista fija en la carta de su padre que vivía solo en recuerdos, sin saber o sin importarle que su hija estuviera sola, ni que su corazón siguiera latiendo aunque en ese momento casi habría preferido estar durmiendo con él.
AUTHOR'S NOTE:
'ta fuerte la cosa
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top