lxxxvi. runaway lovers
lxxxvi. amantes fugitivas
Margaery se despertó con un dolor de cabeza terrible al día siguiente inclusive antes de que la sucesión de eventos del día anterior la derribaran como si estuviese en el medio del mar y una ola le hubiese pasado por arriba.
Se giró, esperando encontrar a Alessia pero solo encontró a Andrew sentado en la silla a un lado de su cama y mirándola con expresión preocupada.
—Hola —dijo el chico en un murmullo bajo.
—¿Dónde...?
—En tu habitación. Te sacamos anoche porque te habías desmayado —explicó Andrew.
Margaery se paró de su cama pero el mareo la tiró abajo.
—Tengo que ir con Alessia... Yo... —dijo Margaery, tratando de ponerse de pie—. La mataron... —susurró, desesperada—. La mató... Alyssane la mató... Mató a una niña... A mi niña... —Andrew la miró y la abrazó por los hombros—. Ella aprovechó... que yo no estaba y la mató...
—Fue un sinsentido —murmuró Andrew—. Sacarla de los brazos de su madre y ejecutarla frente a todos... Fue horrible.
La respiración de Margaery se atascó en su garganta y casi pensó que no iba a poder respirar jamás de nuevo. Mejor así, de esa forma no tenía que vivir con la culpa que cargaba ahora.
—¿Lo sabías? —susurró—. ¿Cuando estabas en la boda?
Andrew la miró.
—Sí... —terminó aceptando—. Perdona es que... La reina me prohibió que... que te dijera...
—¿Y decidiste hacerle caso a ella antes que contármelo a mí? —inquirió Margaery, atónita—. Claro, como Alyssane y tu son los mejores amigos seguro que le has contado todo sobre mi.
—No —negó Andrew—. No he contado nada, ni que tu eres... eras la madrina de esos niños, o de lo tuyo con Alessia.
Margaery se frenó frente a su tocador. ¿Cómo era que sabía Andrew sobre ella y Alessia...? Nunca se lo había mencionado... Había dejado entrever que era una chica pero nunca había dicho el nombre de Alessia.
—¿Cómo sabes eso? —espetó Margaery.
—Tu me lo dijiste —dijo Andrew, aunque Margaery vio su expresión y era muy tarde para mentir.
—Nunca mencioné a Alessia —replicó Margaery—. Jamás. Ni siquiera la insinué.
—Pero es la opción más log...
—¿Quien te lo dijo? —preguntó Margaery, tratando de controlarse—. ¿Quién fue?
—Nadie —respondió Andrew.
—¿Quién? —pero su respuesta ya estaba dada, pues Morgana se le había aparecido detrás—. No lo puedo creer.
—Val...
—¡No...! Se te ocurra... llamarme así de nuevo —espetó Margaery—. Ahora entiendo... Ahora entiendo porque Alyssane se enteró de cosas que ninguna otra persona sabía —susurró pero era más como si estuviese sacando conclusiones para si misma—. Por eso Angelica tuvo la carta que yo le mandé a Alyssane sobre Alessia, ella te la dio a ti y tu se la diste a Angelica... Tu eras el que sabía que yo había muerto cuando estábamos en Tintagel y Alyssane se enteró... Han estado complotados todo este tiempo... En contra mío. Mi hermana y mi novio.
—Val, te juro que no... —comenzó Andrew.
—No, no hace falta darme más explicaciones —lo cortó Margaery pero luego otro recuerdo se le vino a la mente. "No puede haber sido Andrew, ¿verdad? ¿Verdad?" "No. Fue Morgana"—. Fue tu culpa... Tu lo hiciste...
—No, Mary... Por favor...
—Me intentaste matar —siseó Margaery, con los ojos aguados—. No... No... Me mataste... Tu... Te confié mi vida y me traicionaste... ¡TU!
—Margaery, te puedo explicar...
—No, no puedes... —espetó ella—. No hay justificación para lo que hiciste.
—Sé que no la hay pero, por favor... déjame que te explique —le rogó Andrew pero Margaery negó con la cabeza.
—¿Qué ibas a decir? —espetó Margaery—. ¿Qué Morgana te obligó? —al ver que Andrew no respondía, Margaery se le acercó y le dio una bofetada—. Confiaba en ti... ¡Yo te amaba! Y ¿así es cómo me pagas? Le dí refugio a tu familia en mi casa, ¡protegí a tu familia! Podría haberlos entregado apenas supe que Edward era el padre de los mellizos, ¡y me quedé callada!
—Lo siento... Muchísimo...
—No valen tus disculpas. Ya no valen nada —susurró Margaery.
¿Cuándo iba a aprender a confiar en nadie excepto por ella misma?
Margaery notaba que las llamas de la ira la quemaban por dentro: ardían en aquel terrible vacío y avivaban su deseo de hacer daño a cualquiera que se le cruzara.
Se dió vuelta y agarró todo lo que podía encontrar cerca y las metió al monedero que Hagrid le había regalado. Corrió hasta su armario donde mantenía todos sus juguetes y sacó la tienda de acampar que sus hermanos habían llevado al mundial de quidditch, el cuchillo que le había regalado Aemmond, vestidos, todos sus ahorros y ciertas cosas más que pensó que podían servirle en caso de emergencia.
—Fuera —siseó Margaery, saliendo del cambiador.
—Margaery...
—¡Afuera! —gritó Margaery, tan fuerte que creyó que se le desgarraría la garganta, y le entraron ganas de abalanzarse sobre Andrew y destrozarlo—. No quiero verte más... No voy a decir nada a nadie... En nombre del amor que una vez te tuve pero, te juro, que si me vuelves a dirigir la palabra va a ser la última cosa que hagas en tu vida.
Pero antes de que Andrew pudiera salir, ella había agarrado el monedero y salió de la habitación. Caminó, casi que trotó, hasta la habitación de Alessia, donde abrió las puertas pero encontró a la pelirroja aún durmiendo. Trató de calmarse antes de hablarle a su prima, que estaba más delicada que ella mentalmente.
—Alessia... —llamó suavemente—. Ángel... Lessie...
—¿M-Mary...? —se despertó, aún adormilada. Margaery la abrazó.
—Tenemos que irnos —la apuró Margaery.
—¿Qué? ¿A dónde...? ¿Po-por qué? —preguntó Alessia.
—Dijiste que iban a venir por ti, ¿no? —dijo Margaery con dulzura—. No te pueden atrapar. Tenemos que irnos.
—Pero ¿qué sentido tiene? —inquirió Alessia, en tono ahogado—. Si mis dos niños ya no están...
—Pero no te puedo dejar morir —susurró Margaery con desesperación—. No puedo perderte, no... Huyamos juntas, lejos de todo esto.
Poco le importaba que sería de su familia sin ella o del reino sin su heredera, lo único que le importaba era Alessia y huir de allí lo más rápido posible.
—¿A dónde? —sollozó Alessia—. No hay ningún lugar que tu hermana no controle...
Margaery se sentó en la cama de Alessia, que aún estaba cálida, y la abrazó, apoyándola en su pecho y pasándole una mano por el cabello.
—Leí en algún lugar que hay una provincia en Sudamérica a la que la llaman "el Fin del Mundo" —le contó Margaery—. Podemos ir ahí. O simplemente quedarnos en... Canadá, quizás.
Alessia la miró.
—Pero no tiene sentido... —susurró Alessia—. Si ya no tengo a nadie...
—Me tienes a mi —prometió Margaery.
—¿Y qué con tu familia? —preguntó Alessia.
—No me importa. No me importa nada de ellos —sentenció Margaery y se puso de pie. Abrió el armario, sacó unos cuantos vestidos, los dobló y guardó en su bolso—. Esto... es un bolso que solo puede abrir el propietario, ahora es de las dos. Tiene un hechizo de expansión indetectable... Y podemos guardar lo que sea porque... Bueno, porque no tiene fondo.
Alessia la miró y Margaery la apuró para que se levantara.
—¿Podemos llevar esto? —preguntó Alessia, levantando un pequeño juguete de Leia.
—Sí, claro —asintió Margaery, con los labios apretados.
Sentía la garganta seca pero estaba segura de que también le habían arrancado el corazón a pedazos. No le había dado tiempo a que Andrew si quiera le explicara, tampoco quería oírlo, pero quizás ella había estado equivocada...
—No —le dijo Arthur a su lado—. No estás equivocada... Él... Fue él, Mary.
—¿Y tú lo sabías? —susurró Margaery.
—No quise decírtelo porque... Pensé que estarías mejor —murmuró Arthur.
—¿Estaría mejor sabiendo que estaba durmiendo con el enemigo? —ironizó Margaery, en un murmullo.
—Perdón... Sabía que te iba a doler... —dijo Arthur.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó Margaery, guardando otras cosas en el bolso.
—Hay una profecía... Que dice que la portadora del Ciclo Artúrico va a destruir la Orden de Morgana... —explicó Arthur—. Tienes que entender, Mary... Que Andrew ha estado bajo las garras de Morgana y su orden desde que es un niño. Y desde que te conoció lo único que le han enseñado es a... destruirte.
—¿Y eso lo hace víctima? —Margaery lo miró con una ceja alzada—. Me conoce, sabe que yo no soy la portadora de nada y que no represento peligro alguno para nadie.
Arthur la miró.
—Todos te han dicho que eres un peligro, ¿o no? —dijo el rey—. El único que no lo ha dicho es Andrew...
—Y aún así... —susurró Margaery.
Se lo estaba tomando muy ligero... Demasiado ligero. Él la había matado. Asesinado. ¿Cómo hacía una persona para a acabar con la vida de alguien? Para siquiera pensarlo.
—Marg —llamó Alessia, débilmente. Margaery se dio la vuelta y sonrió—. Yo... eh... quería pedirte perdón...
—¿Por? —preguntó con suavidad.
—Lo del otro día... —contestó Alessia—. Yo me pasé y...
—Está bien —la cortó Margaery, sonriendo—. No importa.
—Sí pero tu tienes novio y...
—Tenía —aclaró Margaery—. Rompí con él hace... quince minutos.
Alessia la miró, confundida y sorprendida.
—¿P-por? —preguntó Alessia—. S-si puedo saber...
—No es nada —la tranquilizó Margaery—. Diferencias.
"Como el hecho de que yo aprecio mi vida y él no", pensó Margaery irónica. Alessia la miró y asintió.
—¿Qué... es lo que hay que llevar a donde sea que vayamos? —inquirió Alessia.
—Todo —respondió Margaery—. Lo que te sirva.
—Es que yo no sé qué...
—Ni yo —dijo Margaery—. Pero apurate, todo lo que pienses que pueda servir ponlo en la bolsa.
Cuando Alessia estaba terminando de guardar algunas cosas, alguien tocó la puerta. Margaery se congeló en su lugar, con la mano alrededor de la de Alessia. Ambas compartieron una mirada angustiada pero Margaery intentó calmarla con la mirada.
—Si no contesta, la reina dijo que abramos —dijo una voz afuera.
—Toca de nuevo.
Y así lo hicieron. Margaery, con pasos livianos, se acercó a la puerta y colocó una de las sillas en el picaporte para trabarlo. Margaery abrió la ventana y miró hacia abajo, había unos cinco metros de altura, quizás si saltaban y Margaery lograba que se aparecieran a las afueras de la ciudad...
—Abre —instruyó un guardia pero al momento de abrir la puerta tuvo que forcejear.
—Trabada. Maldita sea.
—Abre la puerta.
Alessia la miró, alarmada, pero Margaery, con un pie en el alféizar de la ventana, le extendió la mano.
—¿Confías en mí?
—Sí pero ¿qué pretendes hacer? —respondió Alessia, intercalando su mirada entre la puerta y su prima.
—¡Confía en mí! —exclamó Margaery, quizás demasiado alto.
—¡Hay alguien dentro! —dijeron desde afuera—. Derriben la puerta.
Alessia le agarró la mano y se subió al alféizar también.
—Uno... —contó Margaery. Quizás si pensaba en Harry podía aparecerse junto a él... No, así no funcionaba—. Dos —volvió a mirar abajo y se le encogió el estómago... Quizás no era tan buena idea después de todo. Miró la puerta justo en el momento en el que abrían, asió la mano de Alessia y el monedero más fuerte. Si no saltaban ahora... Aunque podía salir mal pero aún así ¿que era peor que la muerte y la derrota?—. ¡Tres!
Tiró a Alessia de la mano, y giraron sobre sí mismas. Las envolvió la oscuridad y notaron como si unas vendas les comprimieran el cuerpo, pero pasaba algo raro... Margaery tuvo la impresión de que Alessia iba a soltarse. Creyó que se asfixiaba, porque no podía respirar ni ver, y lo único sólido que percibía eran los dedos de Alessia, que iban resbalando poco a poco de su mano...
Y de pronto alguien más le agarró el antebrazo, vio lo que pareciera ser el Gran Puente, lo único que unía el Reino Unido con Camelot; pero, antes de que pudiera tomar aire, Margaery profirió un grito y apretó la mano de Alessia con una fuerza inusual y todo volvió a quedar a oscuras.
Margaery abrió los ojos y lo deslumbró un resplandor verde y dorado. No tenía ni idea de qué había ocurrido, pero era evidente que se hallaba tendida sobre algo que semejaba hojas y ramitas. Inspiró con dificultad para llenar de aire los pulmones, que notaba aplastados; parpadeó y comprendió que el intenso brillo era la luz del sol filtrándose a través de un toldo de hojas. Echó una ojeada alrededor y comprobó que sus Alessia y ella estaban tumbadas en un bosque, al parecer solas.
Lo primero que le vino a la cabeza fue el Bosque Prohibido y, aunque sabía lo peligroso y absurdo que habría sido aparecerse en los terrenos de Hogwarts, le dio un vuelco el corazón al pensar que desde allí, caminando a hurtadillas entre los árboles, podrían llegar a la cabaña de Hagrid. Sin embargo, en los pocos instantes que tardó Alessia en emitir una débil queja y Margaery en arrastrarse hasta ella, comprendió que no se trataba del bosque del colegio: los árboles parecían más jóvenes y crecían más separados, y el suelo estaba más limpio.
—¿D-dónde estámos? —Alessia trataba de comprender qué había ocurrido—. ¿Por qué estamos aquí? Creía que íbamos a la frontera, esto parece... no lo sé, pero no la frontera.
La chica respiró hondo, al borde de las lágrimas.
—Cuando nos desaparecimos, algún guardia debe haberme agarrado del brazo y no logré soltarme, porque tenía demasiada fuerza; todavía me sujetaba cuando llegamos al Gran Puente, y entonces... Bueno, creo que debe de haberlo reconocido, y habrá pensado que íbamos a quedarnos allí, porque aflojó un poco la mano. Yo aproveché ese momento para desasirme y conseguí traernos aquí.
Alessia asintió. Las lágrimas que le anegaban los ojos despedían destellos.
—Lo siento muchísimo, Marg.
—No seas tonta, no ha sido culpa tuya. Si alguien tiene la culpa, ésa soy yo —se quedaron en silencio por unos segundos—. ¿Cómo te encuentras?
—Fatal —respondió Alessia—. Y al final, ¿dónde estamos?
—En teoría, Atheria y Zyra —contestó Margaery—. Se me vino a la cabeza porque aquí se exilió mi tía Daenerys y fue...
—... lo primero que se te ocurrió —terminó Alessia paseando la mirada por el claro del bosque, aparentemente desierto.
—¿Crees que deberíamos irnos de aquí? —preguntó Margaery a Alessia, juzgando su expresión.
—No lo sé.
—Quedémonos aquí, de momento —propuso Margaery.
Alessia se puso en pie.
—¿Adónde vas? —le preguntó Margaery.
—Si vamos a quedarnos, tenemos que poner sortilegios protectores —respondió ella. Levantó la varita y caminó describiendo un amplio círculo alrededor de las dos, sin parar de murmurar conjuros.
Margaery notó pequeñas alteraciones en el aire; era como si Alessia hubiera llenado el claro de calina.
—¡Salvio hexia!, ¡Protego totalum!, ¡Repello Muggletum!, ¡Cave inimicum! —concluyó Alessia trazando un floreo hacia el cielo—. Bueno, creo que ya no soy capaz de hacer nada más. Al menos, si vienen nos enteraremos, pero no puedo garantizar que todo esto ahuyente a quien sea.
—¿Cómo...? ¿Cómo sabes hacer todo... eso? —preguntó Margaery, sorprendida.
—Pasé mucho tiempo leyendo en Lyonesse —respondió Alessia—. Creo que, a no ser que te hayas preparado tendremos que dormir a la intemperie.
—Tr-traje la tienda que mis hermanos usaron en el Mundial de Quidditch —dijo Margaery—. Aunque no sé en que condiciones estará... ¡Accio tienda! —la tienda surgió hecha un lío de lona, cuerdas y palos—. ¡Erecto! —añadió apuntando ala deforme lona, que con un único y fluido movimiento se alzó en el aire para luegoposarse en el suelo, totalmente armada, enfrente de ambas.
Así pues, ambas entraron a la tienda. El interior era exactamente como Margaery lo recordaba: una estancia pequeña, con su retrete y su cocinita. Tenía algunos detalles Pendragon que recordaban un poco al Castillo de Lyonesse pero no era un gran lujo. No importaba, tampoco esperaba estar en un hotel cinco estrellas.
—Quizás haya té por aquí... —dijo Alessia con voz acongojada; sacó un hervidor yunas tazas de las repisas y fue a la cocina.
Margaery se sentó en una de las sillas y apoyó su brazo en la mesa. Trató de no pensar en Harry, dónde y cómo estaría, si estaba en peligro, si estaba en una situación parecida a la de su melliza o si ya había encontrado uno de esos Horrocruxes. Trató de no pensar en Andrew porque sabía que terminaría llorando y no podía llorar frente a Alessia porque temía que la desestabiliza más. Solo habían pasado un día y unas horas desde que Leia había muerto...
Solo unas horas... Que parecían años.
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