lxxxv. end of beginning
lxxxv. fin del principio
A las tres en punto de la tarde del día siguiente, Harry, Margaery, Ron, Fred y George se plantaron frente a la gran carpa blanca, montada en el huerto de árboles frutales, esperando a que llegaran los invitados de la boda. Harry se había tomado una abundante dosis de poción multijugos y convertido en el doble de un muggle pelirrojo del pueblo más cercano. El plan consistía en presentar a Harry como «el primo Barny» y confiar en que los numerosos parientes de la familia Weasley lo camuflaran.
Los cinco tenían en la mano un plano de la disposición de los asientos, para ayudar a los invitados a encontrar su sitio. Hacía una hora que había llegado una cuadrilla de camareros, ataviados con túnicas blancas, y una orquesta cuyos miembros vestían chaquetas doradas.
Desde la entrada de la carpa se veían en su interior hileras e hileras de frágiles sillas, asimismo doradas, colocadas a ambos lados de una larga alfombra morada; y los postes que sostenían la carpa estaban adornados con flores blancas y doradas. Fred y George habían atado un enorme ramo de globos (cómo no, dorados) sobre el punto exacto donde Bill y Fleur se convertirían en marido y mujer. En el exterior, las mariposas y abejas revoloteaban perezosamente sobre la hierba y el seto.
Unos personajes vestidos con llamativas ropas multicolores iban apareciendo, uno a uno, por el fondo del patio. Pasados unos minutos, ya se había formado una procesión que serpenteó por el jardín en dirección a la carpa. En los sombreros de las brujas revoloteaban flores exóticas y pájaros embrujados, mientras que preciosas gemas destellaban en las corbatas de muchos magos. A medida que se aproximaban, el murmullo de voces emocionadas fue intensificándose, hasta ahogar el zumbido de las abejas.
—Estupendo; me ha parecido ver algunas primas veelas —comentó George estirando el cuello para ver mejor—. Necesitarán ayuda para entender nuestras costumbres inglesas; yo me ocuparé de ellas.
—No corras tanto, Desorejado —replicó Fred y, pasando rápidamente junto al grupo de brujas de mediana edad que encabezaban la procesión, indicó a un par de guapas francesas—: Por aquí... Permettez-moi assister vous. —Las chicas rieron y se dejaron acompañar al interior de la carpa.
Margaery no llegó a fijarse en quienes eran los siguientes en la lista pues giró su mirada a Hagrid, quien estaba provocando un buen alboroto: el guardabosques había entendido mal las indicaciones de Fred, y en lugar de instalarse en el asiento reforzado y agrandado mediante magia que le habían preparado en la última fila, se había sentado en cinco sillas normales que se habían convertido en un gran montón de palillos dorados.
Mientras el señor Weasley trataba de arreglar el estropicio y Hagrid se disculpaba a gritos con todo el mundo, Margaery regresó su vista a la entrada y guió a otro grupo de magos a sus asientos antes de que un cuerpecito la abrazara por la cintura. Iba a sacarsela de encima hasta que reconoció a los Knight y supuso que la pequeña sería Paulette.
—¡Hola, Pau! —saludó Margaery—. ¿Qué hacen aquí? —preguntó, sonriendo.
—Conocemos a los Delacour desde que usamos pañales. Viven enfrente de nuestra casa de vacaciones, en Francia —explicó Edward—. Estás preciosa, por cierto.
—¡Edward! —exclamó Margaery, extendiendo los brazos para abrazar al pelinegro. Se alegraba muchísimo de verlo ahí porque no lo veía desde hace varios meses y ni siquiera había tenido noticias de él.
Alguien más carraspeó detrás de ellos. Andrew, adivinó Margaery, con una pequeña sonrisa. El chico la besó en los labios. Harry carraspeó y ambos se separaron.
—Traten de quedarse lejos de tía Muriel —advirtió Ron, mirando a los Knight—. En serio. —los Knight rieron y asintieron. Se despidieron de los Potter y de Ron y entraron a la carpa—. Es una pesadilla. Antes venía todos los años por Navidad, pero afortunadamente se ofendió porque Fred y George le pusieron una bomba fétida en la silla nada más sentarnos a cenar. Mi padre siempre dice que debe de haberlos desheredado. ¡Como si a ellos les importara eso! Al ritmo que van, se harán más ricos que cualquier otro miembro de la familia... ¡Atiza! —Parpadeó al ver a Hermione, que corría hacia ellos—. ¡Estás espectacular!
—Siempre ese tonito de sorpresa —se quejó Hermione, pero sonrió. Lucía un vaporoso vestido de color lila con zapatos de tacón a juego, y el cabello liso y reluciente—. Pues tu tía abuela Muriel no opina como tú. Me la he encontrado en la casa cuando fue a darle la diadema a Fleur, y ha dicho: «¡Cielos! ¿Ésta es la hija de muggles?», y añadió que tengo «mala postura y los tobillos flacuchos».
—¿Estáis hablando de Muriel? —preguntó George, que en ese momento salía con Fred de la carpa—. A mí acaba de decirme que tengo las orejas asimétricas. ¡Menuda arpía! Ojalá viviera todavía el viejo tío Bilius; te tronchabas con él en las bodas.
—¿No fue vuestro tío Bilius el que vio un Grim y murió veinticuatro horas más tarde? —preguntó Margaery.
—Bueno, sí. Al final de su vida se volvió un poco raro —concedió George.
—Pero antes de que se le fuera la olla siempre era el alma de las fiestas —observó Fred—. Se bebía de un trago una botella entera de whisky de fuego, iba corriendo a la pista de baile, se recogía la túnica y se sacaba ramilletes de flores del...
—Sí, por lo que dices debió de ser un verdadero encanto —ironizó Hermione.
—Nunca se casó, no sé por qué —añadió Ron.
—Eres increíble —comentó Hermione.
—Tenemos que irnos a sentar —les dijo Fred—, o nos atropellará la novia y nos matará nuestra madre.
En la carpa, muy caldeada, reinaba una atmósfera de expectación y de vez en cuando una risotada nerviosa rompía el murmullo general. Los Weasley aparecieron por el pasillo, desfilando sonrientes y saludando con la mano a sus parientes.
Unos instantes después, Bill y Charlie se pusieron en pie en la parte delantera de la carpa; ambos vestían túnicas de gala, con sendas rosas blancas en el ojal; Fred soltó un silbido de admiración y se oyeron unas risitas ahogadas de las primas veelas.
Entonces sonó una música que al parecer salía de los globos dorados, y todos callaron.
Los magos y las brujas emitieron un gran suspiro colectivo cuando monsieur Delacour y su hija enfilaron el pasillo; ella caminaba como si se deslizara y él iba brincando, muy sonriente. Fleur llevaba un sencillo vestido blanco que irradiaba un resplandor plateado. Normalmente, su hermosura eclipsaba a cuantos la rodeaban, pero ese día, en cambio, su belleza contagiaba.
—Damas y caballeros... —dijo una voz cantarina, y Margaery se llevó una ligera impresión al ver al mismo mago bajito y de cabello ralo que había presidido el funeral de Dumbledore, de pie frente a Bill y Fleur—. Hoy nos hemos reunido para celebrar la unión de dos almas nobles...
Margaery rodó los ojos ante un comentario de tía Muriel y le dio la sensación de que, si esta fuera una boda de su familia, Muriel sería probablemente su abuelastra, Johanna.
—William Arthur, ¿aceptas a Fleur Isabelle...?
En la primera fila, la señora Weasley y madame Delacour sollozaban en silencio y se enjugaban las lágrimas con pañuelos de encaje. Unos trompetazos provenientes del fondo de la carpa hicieron comprender a todos que Hagrid había utilizado también uno de sus pañuelos tamaño mantel.
—... Así pues, os declaro unidos de por vida.
El mago del cabello ralo alzó la varita por encima de las cabezas de los novios y, acto seguido, una lluvia de estrellas plateadas descendió sobre ellos trazando una espiral alrededor de sus entrelazadas figuras. A continuación, el mago dijo:
—¡Damas y caballeros, pónganse en pie, por favor!
El hombrecillo agitó su varita mágica: los asientos de los invitados ascendieron con suavidad al mismo tiempo que se desvanecían las paredes de la carpa. Luego, se formó una brillante pista de baile; las sillas, suspendidas en el aire, se agruparon alrededor de unas mesitas con manteles blancos y descendieron hasta el suelo, mientras los músicos de las chaquetas doradas se aproximaban a una tarima.
—¡Qué pasada! —dijo Ron, admirado.
Entonces aparecieron camareros por todas partes; algunos llevaban bandejas de plata con zumo de calabaza, cerveza de mantequilla y whisky de fuego; y otros, tambaleantes montañas de tartas y bocadillos.
—¡Tenemos que ir a felicitarlos! —dijo Hermione poniéndose de puntillas para ver a Bill y Fleur, que habían desaparecido en medio de una multitud de invitados.
—Ya habrá tiempo para eso —replicó Ron y cogió cuatro vasos de cerveza de mantequilla de la bandeja de un camarero que pasaba cerca; le dio uno a Harry—. Coge esto, Hermione. Vamos a buscar una mesa. ¡No, ahí no! ¡Lo más lejos posible de tía Muriel!
Ron guió a sus amigos por la vacía pista de baile. Cuando consiguieron llegar al otro extremo de la carpa, casi todas las mesas estaban llenas; la más vacía era la que ocupaba Luna, sola.
—¿Te importa que nos sentemos contigo? —le preguntó Ron.
—No, qué va. Mi padre ha ido a darles su regalo a los novios.
—¿Qué es? ¿Una provisión inagotable de gurdirraíces? —quiso saber Ron.
La orquesta había atacado un vals. Los novios fueron los primeros en dirigirse a la pista de baile, secundados por un fuerte aplauso. Al cabo de un rato, el señor Weasley guió hasta allí a madame Delacour, y los siguieron la señora Weasley y el padre de Fleur.
—Me gusta esa canción —comentó Luna meciéndose, y segundos más tarde se levantó y fue a la pista de baile, donde se puso a evolucionar con los ojos cerrados y agitando los brazos al compás de la música.
—¿Verdad que esa chica es genial? —comentó Ron sonriendo con admiración—. Siempre tan lanzada.
Pero la sonrisa se le borró rápidamente, porque Viktor Krum acababa de sentarse en la silla de Luna. Margaery se sorprendió mucho al ver al joven en el casamiento pero supuso que Fleur lo había invitado. Con el entrecejo fruncido, el muchacho preguntó:
—¿Quién es ese hombre que va de amarillo chillón?
—Xenophilius Lovegood, el padre de una amiga nuestra —contestó Ron con tono cortante, indicando que no estaban dispuestos a burlarse del personaje, pese a la clara incitación de Krum—. Vamos a bailar —le dijo con brusquedad a Hermione.
Ella se sorprendió, pero asintió complacida y se levantó. La pareja no tardó en perderse de vista en la abarrotada pista de baile. Margaery arqueó las cejas sorprendida y miró a Harry, pero el chico solo se encogió de hombros.
—¿Salen juntos? —preguntó Krum.
—Pues... más o menos —respondió Harry.
—¿Quién eres tú? —preguntó Krum—. Tu eres la hermana de Potter, ¿verdad? Marery...
—Él es Barny Weasley —presentó Margaery—. Y mi nombre es Margaery, con la ge.
Krum y Harry se estrecharon la mano.
—Oye, mhm, Margery... —llamó Krum—. ¿Qué tal tu vida? ¿Aún estás soltera?
—No —saltó Harry con irritación—. Sale con un chico. Un tipo muy celoso, por cierto.
Krum soltó un gruñido. Alguien detrás de ellos carraspeó. Margaery se giró y vio a Andrew,
—Con su permiso —farfulló el chico y le extendió la mano—. ¿Bailamos?
Margaery sonrió y se levantó, siguiendo al muchacho.
—Era Harry —explicó Margaery, escuchando el tono de su novio—. El pelirrojo. Está disfrazado de uno de los Weasley, por su seguridad.
—¿Y por qué no te disfrazaron a ti también? —preguntó Andrew.
—No lo sé... ¿No te gusta mi cabello rubio? —bromeó Margaery—. ¿O preferirías que fuera pelirroja?
—No quiero tener a nadie pelirrojo cerca —musitó Andrew.
Margaery rió. Pero en ese momento alguien se le vino a la mente. Mejor dicho, dos personas.
—¿Cómo está Alessia? ¿Y Leia? —inquirió Margaery, dando un pequeño giro.
—No lo sé, ¿por qué me preguntas a mi? —respondió Andrew—. Puedes preguntarle a Edward. Según tengo entendido las vió.
—¿En serio? —dijo Margaery, con emoción—. Pues, bien entonces. Debería hablar con él.
Pero no le dio tiempo porque en ese momento una figura enorme y plateada descendió desde el toldo hasta la pista de baile. Grácil y brillante, el lince se posó con suavidad en medio de un corro de asombrados bailarines. Todos los invitados se giraron para mirarlo y los que se hallaban más cerca se quedaron petrificados en posturas absurdas. Entonces el patronus abrió sus fauces y habló con la fuerte, grave y pausada voz de Kingsley Shacklebolt:
—El ministerio ha caído. Scrimgeour ha muerto. Vienen hacia aquí.
Fueron momentos muy confusos, de una extraña lentitud. Margaery y Andrew se separaron y sacaron sus varitas mágicas. Muchos magos y brujas se iban percatando de que había pasado algo raro; algunos todavía no habían apartado la vista de donde poco antes se había esfumado el felino plateado. El silencio se propagaba en fríos círculos concéntricos desde el punto en que se había posado el patronus. Entonces alguien gritó y cundió el pánico.
Margaery y Andrew se lanzaron hacia la atemorizada multitud. Los invitados corrían en todas direcciones y muchos se desaparecían. Los sortilegios protectores que defendían La Madriguera se habían roto. Se abrieron paso a empujones por la pista de baile, y Margaery vio que entre el gentío aparecían figuras con capa y máscara; entonces distinguió a Lupin y Tonks blandiendo sus varitas, y los oyó gritar: «¡Protego!», un grito que resonó por todas partes.
Andrew la cogió de la mano para impedir que los separaran, y en ese instante un rayo de luz pasó zumbando por encima de sus cabezas; no supo si se trataba de un encantamiento protector o de algo más siniestro...
Margaery siguió a Andrew, buscando desesperada a Harry. Su cabeza parecía estallar de la cantidad de gritos, apariciones y pensamientos de terror, pues parecía que su pequeño don había escogido el momento perfecto para reaparecer.
—¡Andrew! —gritó la voz de Colette. Andrew tiró de Margaery hasta llegar con su hermana menor, que estaba con la varita en alto y, junto a Edward, protegían a Paulette.
Avanzó a empujones, odiando la elaborada trenza que le colgaba, el vestido ajustado y el calzado incómodo. A unos centímetros de llegar donde estaban el resto de los Knight, a Margaery la agarraron por el brazo y le apuntaron con una varita a la garganta.
—Quieta —ordenó quien la tenía atrapada.
—¡Mary!
—Baja eso, Knight —se burló Aemmond Pendragon—. Vinimos aquí bajo órdenes del Ministerio. Por desgracia, todos son rehenes.
Margaery apretó los labios. Las siluetas negras rodeaban a los invitados, aunque ya había cada vez menos pues la mayoría había logrado escapar.
—Pero, tranquilos, nadie va a lastimar a su querida Princesa Heredera —dijo Aemmond, en tono meloso—. Aunque claro... si ella se niega a cooperar... —pasó la varita, apoyando la punta, por el cuello de Margaery—. Así que dime, querida sobrina, ¿dónde está tu hermano?
Margaery trató de zafarse del agarre de su tío, pero fue en vano.
—Antes muerta —siseó con odio.
—Que lástima.
La próxima sucesión de eventos quedó muy confusa en la mente de Margaery. Había sido atendida, en la manera de lo posible, por la señora Weasley, había descubierto que Harry, Ron y Hermione habían huido y había respondido con "sí, no y no sé" a las preguntas que los mortífagos le hacían.
—¿Sabes dónde está?
—No —respondió Margaery, en tono muerto.
—¿Tu hermano habló de su paradero? ¿O sus compinches?
—No.
—Contesta bien, mocosa insolente —dijo, entredientes, uno de los mortífagos.
—¿Quieres que lo dibuje? —ironizó Margaery.
Su réplica le valió un golpe en su mejilla derecha. Se había escondido el cabello por detrás de las orejas por lo que, ante la bofetada se le soltó y cayó por sus mejillas. Escuchó las protestas de Andrew, Edward y Colette y el gritito de Paulette pero ninguna reacción fue tan sorpresiva como la de Aemmond.
—La necesitamos viva —gruñó el peliplateado—. Vuelve a ponerle una mano encima y será la última vez que tengas manos.
Pese a estar en pleno agosto, Margaery estaba congelada. Pero no de frío, estaba muy segura que era por la mala sensación que tenía. Algo malo había sucedido, algo más de lo que ya había pasado. Algo le esperaba en Camelot y temblaba de solo pensarlo.
Sin embargo, Margaery, Andrew, Colette, Edward y Paulette marcharon a Camelot aquella misma tarde, sin noticias de nadie en lo absoluto. En el salón compartido del ala este del castillo, el lugar donde Margaery alguna vez vivió y ahora aparentemente vivían los Knight, no había nadie para recibirlos pero aún así el grupo no tardó en dispersarse.
—Tengo que ir a ver a Alessia —dijo Margaery, con apuro—. Adiós.
Besó a Andrew muy cortamente y salió despedida hasta el otro lado del castillo. Por más que pareciera que tuviera la punta de los tacones invertidas, bajó las escaleras salteándose dos escalones y resbaló antes de entrar en el ancho pasillo para postrarse ante la habitación de Alessia.
—Déjenme entrar, por favor —pidió Margaery al ver que los dos guardias no se movían de su posición.
—Lo siento, Su Gracia —dijo uno de los guardias—. Está prohibida la entr...
—Yo soy la princesa de Lyndor —los cortó Margaery—. Está prohibido desobedecer mis órdenes. Abran la puerta.
—Su Gracia...
—Abran o la voy a derribar —amenazó Margaery, que comenzaba a inquietarse.
Los dos guardias se miraron pero, al ver que no iban a dejarla entrar, Margaery empujó la puerta e ingresó a la habitación. Su primera impresión fue que la habitación había sido desalojada. Las ventanas estaban tapadas por las gruesas telas de color mostaza, negando así la entrada de toda luz que el sol de la tarde permitía, no había juguetes por el piso y tampoco la risa característica de la pequeña niña que habitaba allí, sin embargo había un sollozo ahogado y un pesado ambiente que a Margaery le cerró el estómago.
Avanzó a pequeños pasos por la habitación en penumbras, cuidadosa en caso de que algo hubiese sucedido. Escuchó luego un canto que le puso la piel de gallina pero que hizo que sus sentidos se alertaran aún más al escuchar que era interrumpido por más sollozos. Margaery corrió el velo que separaba la cama de la pequeña sala de estar y encontró a Alessia, meciéndose bajo su cama.
—Lessie... —susurró Margaery y, de la fuerza con la que cayó, se lastimó las rodillas—. Ángel, ¿qué pasó?
—S-se... se la llevaron —musitó, sollozando—. Y-yo no s-sé que p-pasó... Pero me d-dieron... me di-dieron esto... —levantó el trozo de tela—. Y m-me dijeron que y-ya no i-iba a volver m-más... Y q-que y-yo er-era la q-que seguía...
Entonces Margaery oyó el llanto de Alessia reanudarse, pero comprendió que no significaba nada: Leia sólo estaba jugando a las escondidas y estaría detrás del velo en cuanto Margaery lo corriera en cuestión de segundos...
Sin embargo, Leia no estaba ahí cuando Margaery corrió el velo.
—Leia —susurró Margaery—. ¡Leia!
Margaery había llegado al velo respirando entrecortadamente. Leia debía estar tras el velo; Margaery iría y la alzaría, para volver con Alessia y bromear...
—N-no po-podemos hacer nada, Marg. S-se ha ido.
—¡No se ha ido! —bramó Margaery.
No lo creía; no quería creerlo. Margaery seguía arrodillada en el suelo, pero Alessia no lo entendía: Leia era muy bromista, seguro estaba detrás de aquella especie de cortina. Leia estaba escondida, sencillamente, estaba oculta detrás del velo...
A un lado de ella se generó una agitación y Margaery escuchó como la puerta se abría; pero era un bullicio sin sentido. Aquel ruido no tenía ningún significado para ella porque ya no le importaba si querían apuñalarla por la espalda, no le importaba nada; lo único que le interesaba era que Alessia dejara de fingir que Leia, que estaba al otro lado del velo tan sólo a unos palmos de ellas, no saldría de allí en cualquier momento, riendo de esa forma infantil que le contagiaba a cualquiera.
—Marg... —dijo la voz dulce de su madre, detrás de ella. Aemma le posó una mano en el hombro pero Margaery se la quitó y se pegó más a Alessia—. Marg... Marg, ven...
—N-no —sollozó Margaery, al mismo tiempo que Alessia se escondía en el pecho de la rubia y Margaery se escondía en el cabello pelirrojo.
—Margaery, por favor... —le rogó Aemma—. Ven... tu hermana quiere hablar contigo.
—¡YO NO QUIERO HABLAR CON ELLA! —espetó Margaery—. Yo quiero a Leia de vuelta...
Ella tenía la culpa de que Leia hubiera muerto; todo era culpa suya. Si no se hubiera quedado en La Madriguera, disfrutando de su cumpleaños y de la boda de Fleur y Bill. Era insufrible, no quería pensar en ello, no podía aguantarlo. Dentro de ella había un terrible vacío que no deseaba sentir ni examinar, un oscuro agujero donde antes estaba Leia, un agujero del que Leia se había desvanecido.
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