lxxxv. damage
lxxxv. daño
Gryffindor había ganado la copa de quidditch lo que significaba que Hufflepuff había quedado cuarto lo que significaba... que Margaery tenía que escribirle a Cedric para quejarse.
El ex alumno había escrito una carta que le había parecido bastante graciosa donde afirmaba que repetiría el año que ya había terminado para volver a dirigirlos, e insultaba un poco mucho a Zacharias Smith.
Aun así, la copa de quidditch era la última preocupación de Margaery. Habían pasado meses sin noticias de Alyssane o de Camelot y comenzaba a inquietarse.
—Ustedes entiendes que yo quiera recuperar los libros, ¿verdad? ¿O también me toman por chiflado?
Además, Harry no paraba de hablar de los libros duplicados que Margaery y Andrew habían escondido en la Sala de los Menesteres y de quejarse de los castigos de Snape.
—Claro que lo entiendo —repuso Catherine—. La princesa era una genio. Además, si no te hubiese chivado lo del bezoar... Hombre, no digo que hacerle ese hechizo a Malfoy fuera una maravilla...
—Yo tampoco.
—Pero se ha curado, ¿verdad? Ya corre tan campante por ahí, como si no hubiera pasado nada.
—Sí —convino Harry—. Gracias a Snape...
—¿Vuelves a tener castigo con él este sábado? —preguntó Margaery.
—Sí, y el sábado siguiente y el otro —resopló Harry—. Y ahora ha empezado a insinuarme que si no arreglo todas las fichas antes de que acabe el curso, seguiremos el año que viene.
Harry salió de su amargo ensimismamiento cuando apareció a su lado Jimmy Peakes, que le entregó un rollo de pergamino.
—Gracias, Jimmy... ¡Eh, es de Dumbledore! —exclamó emocionado, y desenrolló la hoja—. ¡Quiere que vaya a su despacho cuanto antes!
Los tres amigos se miraron.
—¡Atiza! —susurró Catherine—. ¿Crees que...? ¿Habrá encontrado...?
—Será mejor que vaya y me entere —dijo Harry poniéndose en pie de un brinco.
Besó a su novia y abrazó a su hermana y salió en el acto de la sala común.
—¿Ajedrez? —preguntó Catherine.
—Claro —aceptó Margaery.
—De hecho —comenzó Catherine, acomodando las piezas en el tablero—. No me gusta para nada pero es divertido ver como las piezas hacen... ¡bum!
Margaery rió y negó con la cabeza.
—Eres igual a Harry.
—¿En serio? —preguntó la princesa británica. Margaery notó que se le iluminaban los ojos.
—En serio —asintió Margaery—. Cuando éramos chicos teníamos un juego con nuestro tío. El que más veces lograba que su dragón le prendiera fuego a los naipes explosivos ganaba. Y Harry ganaba... todo el tiempo. Ahora que lo pienso era un poco...
—¿Suicida? —rió Catherine.
—Inconvencional... Pero eso sirve también.
—Bueno... mis hermanos y yo... —dijo Catherine, moviendo una pieza—. No hemos jugado mucho nunca... No podíamos salir afuera y mis padres siempre estaban discutiendo... —rió pero Margaery se dio cuenta de que era sin gracia—. Así que solíamos jugar a las escondidas... Y rompiamos algunas cosas.
—Mis primos y yo también jugábamos a las escondidas. O con mis tíos. La verdad ni lo sé —Margaery se encogió de hombros—. Luego... pues no lo sé, creo que crecimos y...
—¡Puf! —Catherine terminó por ella—. Te entiendo... me pasa lo mismo.
Las dos continuaron hablando por un largo rato, mayormente de Harry, e iban por la tercera partida cuando Harry entró a la sala común de nuevo.
—¿Qué quería Dumbledore? —preguntó Margaery—. ¿Estás bien? —añadió, preocupada.
—Sí, estoy bien —contestó Harry, pero pasó a su lado sin detenerse y subió a toda prisa la escalera que conducía a su dormitorio. Volvió a la carrera a la sala común y se detuvo con un patinazo delante de Catherine y Margaery, que lo miraron con desconcierto—. No puedo entretenerme —explicó jadeando—. Dumbledore cree que he venido a buscar mi capa invisible. Escuchad...
Les explicó rápidamente adónde iba y por qué. A Margaery se le apretaba el estómago mientras más le explicaba sobre que Dumbledore lo había llamado para buscar los Horrocruxes.
—¿Entendéis lo que esto significa? —concluyó atropelladamente—. Dumbledore no estará en el colegio esta noche, de modo que Malfoy va a tener vía libre para llevar a cabo lo que está tramando. ¡No, escuchadme! —susurró con énfasis al ver que las dos trataban de interrumpirlo—. Sé que era Malfoy el que gritaba de alegría en la Sala de los Menesteres. Toma.
Le entregó el mapa del merodeador a Margaery.
—Tenéis que vigilarlo, y a Snape también. Que os ayude alguien del ED. Margaery, aquellos galeones embrujados todavía servirán, ¿verdad? Dumbledore dice que ha organizado medidas de seguridad excepcionales en el colegio, pero si Snape está implicado, probablemente sepa qué clase de protección es y cómo burlarla. Pero lo que no se imagina es que vosotros estaréis montando guardia, ¿me explico?
—Harry... —empezó Margaery, con el miedo reflejado en los ojos.
—No hay tiempo para discutir —dijo Harry con brusquedad—. Coged también esto. —Le entregó los calcetines a Catherine.
—Gracias, amor. Pero, ¿para qué quiero unos calcetines?
—Lo que necesitas es lo que está escondido en uno de ellos, el Felix Felicis. Tengo que irme, Dumbledore me está esperando...
—No necesitamos la poción. Tómatela tú. No sabes qué peligros te esperan. —le dijo Catherine.
—A mí no me pasará nada porque estaré con Dumbledore —le aseguró Harry—. En cambio, necesito saber que vosotras, sobre todos, estáis bien. Las quiero, a ambas. —Harry besó a Catherine, con urgencia, y le besó la coronilla a Margaery—. Hasta luego.
No era inesperado. Harry y ella habían hablado de eso varias veces. Sabían que Malfoy planeaba algo y sabían que Harry iría con Dumbledore a buscar los Horrocruxes. Pero Margaery deseaba que el momento no llegara nunca.
Ambas princesas se miraron y llegaron a un acuerdo silencioso: iban a obedecer a Harry.
—Tengo que buscar a Victoria —dijo Catherine—. Si algo va a pasar, la reina tiene que estar enterada. De paso busco a Ron y Hermione y al resto del ED.
—Yo buscaré a los de Hufflepuff y Ravenclaw —anunció Margaery, pero justo cuando iba a salir la profesora McGonagall entró por el hueco del retrato.
—¿Potter? ¿Qué haces en una sala común que no es la tuya? —cuestionó la profesora McGonagall.
—Ah... yo vine a ver a Harry...
—Bien, entonces, llamalo y vengan conmigo —informó la profesora.
—Es que... el profesor Dumbledore se ha ido y...
—Ya lo sé, Potter —la cortó la profesora, con urgencia—. Harry no habrá ido con él, ¿verdad? —Margaery y Catherine guardaron silencio y vieron la cara de la profesora dibujar un tanto de preocupación—. Su hermana no va estar nada feliz... En fin, necesito que vengas tu al menos.
—Profesora, es que yo necesito estar aquí cuan...
—Cuando el señor Potter llegue, será enviado directamente a Camelot. —la volvió a interrumpir la profesora McGonagall—. Vamos, Potter, me temo que ha sido una orden directa de tu hermana.
Margaery se giró para ver a Catherine, que le dio un asentimiento con la cabeza como si le dijera que no había problema. Margaery guardó silencio, con resignación, aunque su preocupación creció en cuanto comenzaron a caminar. Era imposible saber lo que había pasado para que Alyssane quisiera a sus dos hermanos tan urgentemente.
O quizás... Quizás sí sabía. Quizás ya había llegado la hora. Tenían que ir porque conquistarían la capital o quizás ya la habían conquistado. Si eso último era cierto entonces significaría que Alessia y Leia estaban a la merced de Alyssane y su sed por venganza. Quizás ya no estaban a la merced de Alyssane porque ya las había matado. La idea le revolvió el estómago, se sentía impotente yse despreciaba por ello.
—Profesora, ¿qué pasa?
—Te enterarás cuando llegues, supongo —dijo la profesora, abriéndole la puerta de su despacho. La profesora agarró un puñado de polvos flu y se los entregó.
—¿A dónde? —susurró Margaery, sosteniendo los polvos en su mano.
—Al Castillo de Lyonesse.
Antes de abrir los ojos ya supo que, por desgracia, los polvos flu habían dado resultado, pues el olor a gato y canela se habían esfumado.
A Margaery el Castillo de Lyonesse siempre le había parecido el epítome de la magnificencia. Mirarlo desde afuera era una belleza, sus techos dorados relucían bajo los potentes rayos del sol casi todo el tiempo (pues la noche en Lyonesse no duraba más de unas cinco u seis horas), las rosas florecían en los jardines y el cristal del santuario de los dragones creaba la ilusión de que la luz provenía de allí, no del sol.
Pero dentro era una historia diferente. Las paredes eran marrones, manchadas con suciedad y sangre, con las ratas corriendo por todos lados. Las piedras estaban hundidas y podían hacer caer a quien sea que no conociera el castillo bien. El Complejo Real solo era digno de ver por las hojas de sauce que servían como entrada pues adentro era frío y oscuro. El corredor de las habitaciones daba a un pequeño jardín privado que solo tenía los arbustos bien cuidados pues eran los que marcaban el camino hasta la Sala del Trono.
Aún así, Margaery se había acostumbrado a llamar a aquel lugar hogar.
—Espero que hayas notado que no estamos en Tintagel —la voz de Alyssane llegó a sus oídos.
—Lo hice, gracias por aclarar —murmuró Margaery.
Lo que Margaery no se había fijado era que no estaba en una sala normal, estaba tirada, al lado de una de las chimeneas con un pilar inmenso cubriéndola, en la Sala del Trono. Margaery se puso de pie, gruñendo, y se arrastró, casi deslizándose hasta quedar enfrente al Trono de Arthur. Alyssane sentaba ahí, con la Corona de la Unión en su cabeza, su cabello platinado en su espalda y su traje de cuero.
—¿No me vas a felicitar? —inquirió Alyssane, alzando una ceja.
—¿Por qué lo haría?
—Por conquistar, Margaery, por conquistar —Alyssane espetó, con la voz llena de fastidio.
—Ah, sí, eso... Felicidades, supongo —dijo Margaery asintiendo con la cabeza—. ¿Has atrapado a Alexander?
—El bastardo... —Margaery la miró con una ceja levantada—. Él se ha escapado.
—¿En serio? —Margaery alzó una ceja—. ¿Y Alessia?
—En sus habitaciones —dijo Alyssane—. Si no se ha suicidado primero.
Margaery ladeó la cabeza y le lanzó a su hermana una mirada peligrosa.
—¿Y su hija?
—Con su madre.
El silencio reinó en la habitación mientras ambos se miraban.
—Así que tu reclamo aún no está establecido —Margaery estaba pisando el hielo más fino que existía pero no le importaba. Realmente no le importaba.
—No hay ningún reclamo, el trono es mío —Respondió Alyssane—. Él es un falso pretendiente, yo soy la heredera.
—Tú y Alexander todavía sois pretendientes —afirmó Margaery—. Y mientras uno viva, el otro seguirá siendo un pretendiente.
Alyssane fijó su mirada en su hermana y lentamente se levantó del trono.
—Ven —instruyó—. Siéntate.
—No soy una pretendiente —dijo Margaery—. No me siento en el trono de otros.
—Fue una orden de tu reina —Alyssane bajó del vertiginoso ascenso de las escaleras metálicas y se colocó frente a su hermana—. Hazlo.
Margaery sintió como Arthur se apareció al lado de ella y se quedó mirando el trono, como si estuviese hipnotizado por la visión de lo que alguna vez había sido suyo. Margaery lo miró pero el rey no le devolvió la mirada, por lo que escaló los peldaños uno por uno, cuidándose de las puntas de las espadas, y suspiró profundamente cuando estuvo frente a frente al trono.
Su tío Maegor la había hecho sentarse en el Trono de Arthur cuando era niña. Los pies apenas le llegaban a la mitad del asiento y sus manos se aferraban tan fuertemente a una de las espadas que podría haberse cortado con facilidad. Pero no fue así. Para Margaery no había mucha diferencia de esa vez a esta, los pies aún no llegaban al piso y sus manos estaban agarradas a los reposabrazos. Ah, y el trono seguía siendo incómodo.
—¿Y? ¿Cómo se siente? —inquirió Alyssane, mirándola desde abajo—. ¿Te sientes poderosa?
—Incómodo diría yo.
Margaery vio a Arthur, Aemon, Alyssane I, y un niño que debería tener la misma edad que Margaery. Modred, supuso, pero tal como era cuando murió. Cuando Merlín lo mató. También vio a Merlín. El mago estaba apoyado contra las puertas de roble del pasillo pero tan pronto como intercambiaron miradas desapareció.
Todos los Pendragon que estaban parados allí habían muerto por el trono. El mismo trono en el que Margaery estaba sentada.
—Dices —comenzó Alyssane— que soy una pretendiente porque Alexander usurpó mi trono. Sin embargo, recuerdo que me prestaste juramento. En mi nombramiento como heredera y en el tuyo.
—Sé que eres la heredera. La reina legítima —dijo Margaery—. Pero tú y Alexander sois pretendientes. Reclamantes al trono que no tienen un título justo.
—Esto es la guerra, es justo lo que parece que es justo. No lo que está escrito en libros.
—Estoy consciente —dijo Margaery—. Y realmente espero que consigas el trono.
—Ya lo he hecho.
—Y que mates a Alexander —continuó Margaery—. ¿Puedo irme ya, mi reina?
—Puedes.
—Deseo visitar a Lady Alessia —dijo Margaery cuando Alyssane estaba en lo alto de las escaleras—. Deseo verla. Una vez... para ver cómo está.
Alyssane le dio la espalda a su hermana menor.
—Ve —dijo—, Nuestra madre debe estar con esa golf... Con Yvette.
Notó un subidón de adrenalina. La sangre le latía en las sienes. Margaery se reverenció levemente ante la reina y salió disparada a paso ligero el mismo camino quehabía recorrido tantísimas veces antes, aunque sin correr, para no llamar la atención.
No sabía dónde podía estar alojada Alessia o su madre pero, en cuanto llegó al corredor de las habitaciones se frenó en seco y le preguntó al primer guardia si sabía dónde estaban las habitaciones de Alessia. Ante la primera indicación que obtuvo se postró ante la puerta y dejó que las abrieran.
En las habitaciones en las que Margaery había vivido toda su vida no había mucho cambio. Lo que le llamó la atención fue ver a su madre ahí, hablado con Yvette Britannia. No era que despreciara a aquella mujer pero sabía que había tratado mal a ambos de sus hijos y no la había tratado precisamente bien a Margaery ni a sus hermanos por lo que tampoco la adoraba.
—Marg —Aemma musitó y se levantó para abrazar a su hija menor—. ¿Dónde está tu hermano?
—No vino conmigo —respondió Margaery—. Luego te cuento. ¿Dónde está Alessia?
—¿Margaery? —dijo la voz dulce de su prima.
A Margaery se le estancó la respiración cuando vio a Alessia. El cabello pelirrojo lo tenía por la altura de los muslos, la piel pálida resaltaba en contra de las bolsas púrpuras debajo de sus ojos verdes que parecían cargar con el sufrimiento y el dolor del mundo entero. Margaery vio como el mentón de la pelirroja temblaba y sus ojos se llenaban de lágrimas antes de que se le abalanzara encima.
Margaery sintió algo dentro de ella removerse ante el abrazo. No había preocupaciones, ni miedos. Solo Alessia y el hecho de que estaba bien y viva.
Y que todo el daño que había hecho y recibido había sido buen daño.
AUTHOR'S NOTE:
AAAAAAA HE ESTADO ESPERANDO ESTE ENCUENTRO HACE DOS ACTOS
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top