lxxx. to the gods

lxxx. a los dioses

Los Pendragon eran más cercanos a los dioses que a los hombres.

Eso decía el mundo cuando un Pendragon era traído a conversación, pero Margaery comenzaba a diferir. ¿Cómo podía una familia ser más cercana a los dioses que a los de su especie cuando aquellas figuras divinas parecían burlárseles en la cara?

La princesa Arya había fallecido a manos del príncipe Benedict. Pendragon contra Pendragon, dragón contra dragón.

El ataque fue repentino, habían dicho. Desirous, el dragón del príncipe Benedict, cayó en picado sobre Valkiria, la dragona de la princesa Arya, mientras custodiaban los cielos de Ealdor. El guiverno golpeó al dragón mayor con terrible fuerza. Los rugidos resonaron por toda la Aldea de Merlín mientras ambos se destrozaban, con las siluetas negras recortadas contra el cielo rojo como la sangre. Entrelazados, los dragones se desplomaron sobre el mar. 

Fue entonces cuando la princesa Arya Pendragon desmontó y saltó de un dragón a otro. Empuñaba a Excalibur, la espada del rey Arthur. Mientras Benedict, el Tuerto miraba aterrado, sacudiendo las cadenas que lo ataban a la silla, Arya arrancó el yelmo a su tío y le introdujo la hoja por el ojo ciego. Un instante después, los dragones cayeron al lago, levantando una ola que, se decía, llegó a la altura de la torre del Santo Grial.

Ningún hombre ni dragón podría haber sobrevivido a tal impacto. Y así fue. Desirous vivió lo justo para arrastrarse hasta la orilla. El cadáver de Valkiria se hundió hasta el lecho del mar e hizo hervir el agua de su último lugar de reposo con la sangre que le brotaba de la herida del cuello.

Benedict Pendragon tenía veintitrés años; la princesa Arya tan solo había cumplido los diecinueve. Y habían tenido que pasar nueve días hasta que la familia real se enterara.

Margaery había recibido la noticia mientras estaba en clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, por lo que tuvo que aguantar las lágrimas para que Snape no se le burlara. No sabía cuando Harry se había enterado pero cuando Margaery llegó al despacho del profesor Dumbledore, lo único que recordaba era el abrazo de su hermano.

Camelot estaba más lúgubre de lo que recordaba. Era como si los cielos estuvieran llorando a la joven princesa, como si estuvieran abriéndole paso a la destrucción que vendría de en más. Era el inicio del final, si es que no había terminado hace mucho.

Arya Pendragon siempre había sido una depredadora.

Era bien sabido por todo el reino que era diestra en combate, mas no en política. En sus cortos años de vida había ganado todo tipo de batallas que se le encomendara. Margaery había leído mucho de lo que decían en Camelot de su prima por las cartas que su tía Margaery le mandaba cuando Margaery estaba en Hogwarts. La primer de sus victorias vino cuando estaba en primer año, cosa que había dejado a todos admirados debido a la corta edad de Arya (tan solo catorce años) y Margaery jamás olvidaría lo que el Maestro Alexsender había escrito sobre ella: "su fuego ardía de manera diferente: intensa, una guerrera llevando la corona de una reina. Tan implacable en su ira como en su dolor."

¿Cómo la presa juzga al depredador? No lo hace. No puede. Tiene que abstenerse a temerle, pues no puede hacer nada. Teme por su vida pero es incapaz de entender que el depredador lo necesita para sobrevivir. No lo comprende porque no lo conoce y nunca lo hará.

—Nos unimos hoy en la Sede de los Grandes para enviar a la Princesa Arya de la Casa Pendragon a los fuegos eternos, el dominio del Rey Arthur, donde él la protegerá durante todos los días venideros —la voz de Aemma fue la que resonó, casi ahogada por las olas en contra de la marea y los rugidos de Celestria, la dragona de Alyssane. Margaery miró a su lado para descubrir que solo Arthur estaba con ella—. Mientras se une al fuego para su último viaje, la princesa Arya deja su legado para unirse a los que vivieron antes que ella. Aunque no regresará, su nombre quedará sellado en sangre. El fuego atraviesa la sangre de los Pendragon. Pues es espesa, verdadera y nunca debe de flaquear —Margaery miró a su madre, pues no sabía si ella era la correcta para hacer ese tipo de insinuaciones—. Mi dulce sobrina. Que los vientos sean tan fuertes como tu espalda, los mares tan tranquilos como tu espíritu y las tierras tan llenas como tu corazón. Del fuego nacimos, al fuego volveremos.

Del fuego nacimos, al fuego volveremos.

De hecho, parecía que la Dinastía Pendragon se estaba convirtiendo lentamente en cenizas, en vez de en fuego.

—Lamento su perdida, Su Gracia —dijo Owen Knight, el duque de Ille y Vilaine.

Además de ser el padre de Andrew, era la mano derecha de Alyssane, inclusive ella lo había nombrado su Primer Ministro, y parecía compartir pensamientos similares a los de la joven reina lo que significaba que, en su mayoría, Margaery estaba en contra de él.

—Gracias, milord —contestó Margaery. Era raro que el duque se le acercara tan... de buena voluntad. Margaery había llegado a pensar que el hombre le tenía algún tipo de rencor por salir con su hijo o quizás solo por existir—. Aunque dudo que se me haya acercado solo por eso.

Owen Knight no pareció nada sorprendido con la última frase de la princesa y en cambio solo rió secamente.

—Muy astuta, princesa —murmuró el duque—. Pero acertada a fin de cuentas. Quería agradecerle.

Margaery miró a Owen, escaneandolo. Debería ser una broma. Entrecerró los ojos, como si estuviese tratando de hacer que el hombre confesara que solo estaba probando su paciencia .

—¿Agradecerme? ¿Por? —inquirió Margaery, atónita. Buscó con la mirada a Andrew o a Edward, los únicos Knight que habían acompañado a su padre, en un intento de que la sacaran de aquel aprieto.

—Por no haberle dicho nada a la reina sobre los deslices de mi hijo mayor —respondió Owen, como si fuera lógico—. Y por mantener a mi hijo menor en raya.

—Si me lo permite, Andrew es muy capaz de mantenerse en raya por si mismo, milord —dijo Margaery, en un tono que dejaba muy en claro su sorpresa pero también que rozaba la hostilidad.

Decidió no nombrar nada sobre Edward y Alessia, simplemente porque no creía poder tolerar hablar sobre ellos dos sin pensar en Luke y en su muerte. Y tampoco quería terminar llorando frente al duque, aunque probablemente ya la había visto dejar ciertas lágrimas cuando el cuerpo de Arya fue incinerado por la dragona de Alyssane.

—No creo que pensemos de la misma forma entonces —dijo Owen Knight—. Andrew es... impulsivo, muy desafiante y piensa que puede contra el mundo entero. Eso lo hace peligroso.

—Creo que es parte de la vida cometer errores —comentó Margaery.

Si era cierto que Andrew tenía sus defectos, como todos, pero Margaery nunca había creído en eso de que las cosas buenas hacían a la persona. Para ella, los errores hacían a cada uno y Margaery amaba al chico. O el sentido de amar que ella conocía.

—Me sorprende que alguien tan... dócil como usted, princesa, haya terminado con alguien como mi hijo.

—Papá —los interrumpió la voz de Andrew.

La mano de Andrew le rodeó la cintura y Margaery se permitió suspirar, aliviada.

—Ah, Andrew —sonrió el duque.

—¿Te la puedo robar? Solo un segundo —dijo Andrew, sonriendo, aunque Margaery pudo ver que era un tanto falsa.

—Claro, sí. Pero no la entretengas mucho porque la reina quiere a la familia real en el salón en un rato —Owen se retiró después de hacer una pequeña reverencia ante la princesa.

—¿Qué te dijo? —preguntó Andrew, en el momento en el que se aseguró que su padre había salido de su alcance.

—Me quería agradecer por no  haberle dicho nada a la reina sobre... Edward —comenzó Margaery.

—Y por mantenerme vigilado, ¿verdad? —la cortó Andrew, con molestia.

—Algo así —dijo Margaery, mirándolo a los ojos—. Pero le dije que no necesitabas a nadie.

Andrew trató de esconder el amago de una sonrisa.

—Tan dulce como siempre —murmuró él y giró a mirarla, preocupado—. ¿Seguro que no te dijo nada más?

—Bueno... dijo que le sorprendía que alguien tan... dócil como yo haya terminado con alguien como tu. —dijo Margaery, con un poco de amargura.

—En eso estamos de acuerdo —masculló Andrew.

Margaery lo miró de reojo pero cuando iba a replicar un guardia se les acercó.

—Su Gracia, milord —el guardia se reverenció—. La reina y el Primer Ministro requieren su presencia en el salón.

Ambos se miraron. En ese momento, Edward llegó, caminando pero aún así agitado. Margaery vio su semblante confundido, y supuso que a él le habían dado la misma noticia.

—¿También los llamaron a ustedes? —preguntó Edward, cuando comenzaron a caminar—. Digo, Margaery es entendible pero ¿nosotros dos?

Andrew se encogió de hombros y miró a Margaery, que tenía el semblante inexpresivo. Se le había ocurrido algo que podría llegar a querer su hermana y le ponía los pelos de punta... El llamado la dejó desconcertada, pero no tanto como sus propios pensamientos. 

¿Qué querría Alyssane? Porque, fuera lo que fuese, lo que quería hacer lo hacía cegada por el dolor y el odio. Pensó en cuando comenzó a correr el rumor de que quería atacar la capital aunque en realidad nunca se lo había planteado en serio. Solo había sido parte del plan para asesinar a Luke. ¿O sí? ¿Habría preferido sencillamente planear en base a los susurros? Sus acciones eran demasiado despiadadas como para no tener un plan que siguiera, y había tantas cosas que Alyssane era capaz de hacer que a Margaery no le extrañaría escuchar alguna declaración . ¿Le apetecía entrar en detalles? No. La verdad era que no. 

Pero otro pensamiento le imposibilitó seguir con su decisión. Ahora que Arya no estaba, ¿quien iba a mantener en raya a Alyssane? Arya siempre había intentado mantener en raya a Alyssane, inclusive si ella era aún más sangrienta que la reina. Sí, tenía sed de sangre pero aún así tenía una gran moral, inculcada principalmente por Aemmond. «Sed de sangre y de hacer lo correcto», pensó Margaery, y se dio cuenta de que eso era lo que había definido siempre las acciones de Arya: su empeño por hacer lo correcto. Esa insistencia podía llegar a ser considerada insufrible por los demás. Con tanta superioridad moral, parecía alguien fácil de manipular. Pero quien hubiese conocido a Arya Pendragon sabía que no había cosa que ella no viera y analizara.

Claramente sospechaba de la lealtad de Benedict Pendragon como lo había hecho de la de Yvette y Alexander, como también sabía que Alessia era inocente y aún así no había nada para evitar lo de Luke. Sí, quizás tenía un gran honor y superioridad moral pero la venganza los había nublado.

Así que ahora dos asesinas de niños eran las adalides de «una causa ecuánime y justo —pensó Margaery—. Quizá en sus lápidas debería poner: "Víctimas de sus creencias sin fundamento"». Cuando lo pensaba Arya no era muy diferente de Aemmond y si lo veía más en profundidad, Alyssane. Al afrontar el hecho de que su hermana, su prima y su tío eran monstruos se desprendía de su familia. La única que conocía.

¿Cómo se iba a despedir del único hogar que había conocido?, ¿de su infancia?, ¿de los dulces recuerdos de su vida anterior a la guerra? Aquellos tres no solo la habían mantenido a salvo del mundo, sino que también habían protegido la leyenda de la perfección de los Pendragon. Habían perdido su residencia, estaban perdiendo su historia y Margaery perdería su identidad.

Margaery no sabía qué era ese sentimiento. Siempre solía sentirse sola y desamparada. Solo se levantaba y seguía, sin preocuparse por mirar hacia atrás y ver si tropezaba dos veces con la misma piedra, pero ahora había algo más... Era como si le estuviese dando importancia al hecho de que sí, estaba sola. Arya le había dicho varias veces que así era mejor. Así se haría fuerte, con el tiempo. Y así había pasado.

Cuando los dos Knight y la Potter entraron al salón, vieron que habían solo cinco personas: Aemma, Harry, tía Daenerys, tía Margaery y tía Ayse. Alyssane no se veía por ninguna parte y Margaery estaba feliz en cierta parte. Pero cuando vió a su tocaya, a quien no había visto desde hace más de un año, Margaery se abalanzó contra ella.

Sí, quizás Margaery Pendragon no había dado luz a ninguno de sus cuatro sobrinos pero había sido ella quien los había criado. Quien había visto sus primeros pasos, había oído sus primeras palabras. Había sido ella y el hombre al que ahora la familia completa le juraba odio eterno quienes los habían criado. Alyssane, Arya, Harry y Margaery se basaban en las instrucciones de aquellos dos que los habían acompañado.

Sí, quizás fueran tan diferentes como el día de la noche, las nubes de las estrellas, pero eran familia. Eran hermanos. Era un vínculo que tendía de una pequeño hilo. Aquel hilo que alguna vez había sido fuerte. Ese hilo que había mantenido unidos a cuatro personas y que ahora parecía despedazarse.

Sí, quizás fueran hermanos pero a uno no tenía porqué gustarle su familia. Los vínculos se daban por sentados. Estaban unidos por sangre, ¿qué compartían más allá de sangre? Quien sabe. Nunca podían comprobar si el alma de cada uno de los integrantes de esa familia era negra como la noche o roja como la sangre. Si ardían y se levantaban luego o si el fuego los estaba consumiendo.

Más de dos milenios. La familia Pendragon había coexistido consigo mismos a un gran precio. Guerras, muerte, destrucción. Nadie sabría jamás como habían sobrevivido. Los dioses parecían odiarlos pero ellos se habían mantenido fuertes. ¿Qué no era ese el sentido de todos los años en los que habían mantenido el control? Que ellos fueran los que se irguieran tan firmes como una estatua, que su sangre, sus palabras y sus actos quedaran escritos en piedra. Que nadie se olvidara jamás que por los Pendragon existía todo lo que veían a la redonda. Era su creación, su fortificación.

Se habían mantenido. Ellos solos. Dos milenios, ciento cincuenta guerras, dos imperios, una caída. Y luego de esa caída se habían levantado de la única forma en que podía levantarse un Pendragon. Entre fuego y sangre.

No, los Pendragon no eran cercanos a los hombres. Pero tampoco a los dioses.

No, los Pendragon no eran dioses. Pero tampoco hombres.

Sí, los Pendragon eran todo gracias a sus dragones.

Sí, los Pendragon tenían el mayor poder en la tierra.

Pero sin ellos, no eran como el resto.

¿Cómo podría ser una dinastía de miles de años igual al resto de personas? Ellos estaban arriba por el simple hecho de ser ellos.

Esa era la Casa del Dragón. La que se había mantenido de pie durante siglos. La que había demostrado una vez más que tenían una fuerza con la que no se podía mediar. Los dragones habían quemado todo legado que se les había puesto en contra.

Los hombres necesitaban un poder común que losatemorice, porque cuando no lo tenían se hallaban en guerra; y es una guerra detodos contra todos. Hermanos contra hermanos, dragones contra dragones. Todos aquellos merecedores de la sangre de Arthur Pendragon se habían mantenido y los débiles se habían extinguido. Porque ese era el orden de las cosas.

Aunque no podían por menos de abrigar la esperanza de que, cuando el mundo exhalara su último aliento, comprendieran lo mismo que tantos otros habían descubierto y seguirían descubriendo al desafiarlos. Lo que todo el mundo sabía algún día.

Algo inevitable.

—Tomaremos la capital —anunció la voz de Alyssane, que había entrado en la habitación—. Y por eso os pediré un favor a todos. La palabra debe ser difundida. La Casa del Dragón tomará lo que es suyo de manos de los usurpadores. Porque fue la voluntad de Uther hacernos sentarnos en su trono, porque es la sangre de Morgana la que corre por nuestras venas, porque son las palabras de Alexander las que usamos como lema, porque fue Arthur quien selló nuestro destino en el fuego. 



































































AUTHOR'S NOTE:

nothing like Pendragon and Targaryen aura

hacer personajes q parecen insignificantes en su primera mención para hacerlos tener una gran importancia cuatrocientos capítulos después es my passion

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