lxxviii. the unbreakable vow

lxxviii. el juramento inquebrantable

—¿Por qué Dumbledore quisiera que vieras el pasado de Voldemort? —preguntó Margaery a Harry confundida. Al parecer, de eso se trataban sus clases particulares con Dumbledore. De ver cómo había sido lord Voldemort en su juventud—. Digo, sí, es fundamental reunir el máximo de información acerca de Voldemort si no, ¿de qué otro modo podrías descubrir sus debilidades? Pero no creo que funcione mucho.

En ese momento estaban en la biblioteca,y eso significaba que tenían que hablar en voz baja.

—No lo sé —admitió Harry—. Pero, según él, es muy importante y me ayudará asobrevivir

—¿Qué dicen Ron, Hermione y Catherine? —cuestionó Margaery, 

—Cath dice lo mismo que tu —dijo Harry—. Ron y Hermione son un tema aparte. Es un tanto difícil ser el mejor amigo de dos personas que no parecen dispuestas a volver a dirigirse la palabra. Solo hablan de sobre como el otro puede hacer lo que quiera que yo últimamente hablo tan poco que temo perder la voz para siempre. Intento esquivar a Ron y Lavender lo más que puedo porque son... —y dejó la frase al aire.

—Ya... Los he visto —dijo Margaery, conteniendo la risa.

Ambos se miraron, de pronto serios y preguntaron al mismo tiempo:

—Yo no soy así con Catherine, ¿no?

—Yo no soy así con Andrew, ¿no?

Se volvieron a mirar y respondieron:

—No.

Una vez más la nieve formaba remolinos tras las heladas ventanas; se acercaba la Navidad. Como todos los años y sin ayuda alguna, Hagrid ya había llevado los doce árboles navideños al Gran Comedor; había guirnaldas de acebo y espumillones enroscados en los pasamanos de las escaleras; dentro de los cascos de las armaduras ardían velas perennes, y del techo de los pasillos colgaban a intervalos regulares grandes ramos de muérdago, bajo los cuales se apiñaban las niñas cada vez que Harry pasaba por allí. 

Margaery se inclinó algo más sobre Elaboración de pociones avanzadas y siguió tomando notas acerca de los elixires eternos, deteniéndose de vez en cuando para descifrar los útiles comentarios del príncipe al texto de Libatius Borage.

—¡Ah, por cierto, ve con cuidado! —añadió Margaery al cabo de un rato—. Antes de venir aquí pasé por el cuarto de baño de las chicas, y allí me encontré con casi una docena de alumnas (entre ellas esa Vane) intentando decidir cómo hacerte beber un filtro de amor. Todas pretenden que las lleves a la fiesta de Slughorn, y sospecho que han comprado filtros de amor en la tienda de Fred y George que, me temo funcionan.

—¿Y por qué no se los confiscaste?

—Porque no tenían las pociones en el lavabo —contestó ella, con desdén—. Sólo comentaban posibles tácticas. La fiesta es mañana por la noche, y te advierto que están desesperadas.

—Solo voy a invitar a una. Mi novia —murmuró Harry.

—Pues vigila lo que bebes porque me ha parecido que Romilda Vane hablaba en serio —le advirtió Margaery.

Estiró el largo rollo de pergamino en que estaba escribiendo su redacción de Runas Antiguas y siguió rasgueando con la pluma. Harry se quedó contemplándola, pero tenía la mente muy lejos de allí.

—Espera un momento —dijo de pronto—. Creía que Filch había prohibido los productos comprados en Sortilegios Weasley.

—¿Y desde cuándo alguien hace caso de las prohibiciones de Filch? —replicó Margaery, concentrada en su redacción.

—¿No decían que también controlaban las lechuzas? ¿Cómo puede ser que esas chicas hayan entrado filtros de amor en el colegio?

—Fred y George los han enviado camuflados como perfumes o pociones para la tos —explicó Margaery—. Forma parte de su Servicio de Envío por Lechuza.

—Veo que estás muy enterada. —bromeó Harry

—Yo no voy por ahí poniéndole pociones en el vaso a la gente. No lo necesito. A no ser que tu...

—Vale, vale —se apresuró a apaciguarla Harry—. Lo que importa es que están engañando a Filch, ¿no? ¡Esas chicas introducen cosas en el colegio haciéndolas pasar por lo que no son! Por tanto, ¿por qué no habría podido Malfoy introducir el collar?

—Harry, no empieces otra vez, te lo ruego.

—Contéstame. ¿Por qué?

—Mira —dijo Margaery tras suspirar—, los sensores de ocultamiento detectan embrujos, maldiciones y encantamientos de camuflaje, ¿no es así? Se utilizan para encontrar magia oscura y objetos tenebrosos. Así pues, una poderosa maldición como la de ese collar la habría descubierto en cuestión de segundos. Sin embargo, no registran una cosa que alguien haya metido en otra botella. Además, los filtros de amor no son tenebrosos ni peligrosos...

—Yo no estaría tan seguro —masculló Harry pensando en Romilda Vane.

—... de modo que Filch tendría que haberse dado cuenta de que no era una poción para la tos, y ya sabemos que no es muy buen mago; dudo mucho que pueda distinguir una poción de...

Margaery no terminó la frase: alguien había pasado cerca de ellos entre las oscuras estanterías. Esperaron y, segundos después, el rostro de buitre de la señora Pince apareció por una esquina; la lámpara que llevaba le iluminaba las hundidas mejillas, la apergaminada piel y la larga y ganchuda nariz, lo cual no la favorecía precisamente.

—Ya es hora de cerrar —anunció—. Devolved todo lo que hayáis utilizado al estante correspon... Pero ¿qué le has hecho a esos libros, so depravado?

—¡No son de la biblioteca! ¡Son nuestros! —se defendió Harry, y cogió su volumen de Elaboración de pociones avanzadas y el de su hermana en el preciso instante en que la bibliotecaria lo aferraba con unas manos que parecían garras.

—¡Los has estropeado! ¡Los has profanado! ¡Los has contaminado!

—¡Sólo es un libro con anotaciones! —replicó Harry, tirando de los ejemplares hasta arrancárselos de las manos.

A la señora Pince parecía que iba a darle un ataque; Margaery, que había recogido sus cosas a toda prisa, agarró a Harry por el brazo y se lo llevó a la fuerza.

—Si no vas con cuidado te prohibirá la entrada a la biblioteca. No deberíamos haber abierto los libros.

—No tenemos la culpa de que esté loca de remate. O tal vez se haya puesto así porque te oyó hablar mal de Filch. Siempre he pensado que hay algo entre esos dos...

—¡Hala! ¿Te imaginas?

Contentos de poder volver a hablar con normalidad, los dos regresaron a la sala común recorriendo los desiertos pasillos, iluminados con lámparas, mientras deliberaban si Filch y la señora Pince tenían o no una aventura amorosa.

Cuando Margaery fue a acostarse, se consoló pensando que sólo quedaba un día más de clases y la fiesta de Slughorn para dejar los deberes pero recordó que eso significaría volver a la Potter Manor donde, quizás, tendría que ver a su hermana.



































































































































—Andrew —llamó Margaery, pasando su mano en frente de su cara —. Hola. ¿Estás?

—¿Qué? Sí, estoy —murmuró Andrew—. ¿Te he dicho que estás hermosa?

—Unas cinco veces desde que nos vimos —respondió Margaery, sonriendo—. Estaba diciendo que si Slughorn era muy... pesado.

—Pues si hubieses venido... —canturreó Andrew.

—Solo fueron unas... seis veces que falté —dijo Margaery—. No fueron tantas.

—Si lo dices. Pero creo que vas a tener que descubrir el resto por tu cuenta.

Ya estaban llegando al despacho de Slughorn y el rumor de risas, música y conversaciones iba creciendo.

El despacho era mucho más amplio que los de los otros profesores. Tanto el techo como las paredes estaban adornados con colgaduras verde esmeralda, carmesí y dorado, lo que daba la impresión de estar en una tienda. La habitación, abarrotada y con un ambiente muy cargado, estaba bañada por la luz rojiza que proyectaba una barroca lámpara dorada, colgada del centro del techo, en la que aleteaban hadas de verdad que, vistas desde abajo, parecían relucientes motas de luz. Desde un rincón apartado llegaban cánticos acompañados por instrumentos que recordaban las mandolinas.

—¡Ah, Margaery, querida! —exclamó Slughorn en cuanto ella y Andrew entraron—. ¡Pasa, pasa! ¡Hay un montón de gente que quiero presentarte!

Slughorn llevaba un sombrero de terciopelo adornado con borlas haciendo juego con su batín. Agarró con fuerza a Margaery por el brazo, como si quisiera desaparecerse con ella, y lo guió resueltamente hacia el centro de la fiesta; Margaery tiró de la mano de Andrew.

—Te presento a Eldred Worple, un antiguo alumno mío, autor de Hermanos de sangre: mi vida entre los vampiros. Y a su amigo Sanguini, por supuesto.

Worple, un individuo menudo y con gafas, le estrechó la mano con entusiasmo. El vampiro Sanguini, alto, demacrado y con marcadas ojeras, se limitó a hacer un movimiento con la cabeza; parecía aburrido. Cerca de él había un grupo de chicas que lo miraban con curiosidad y emoción.

—¡Su Gracia! ¡Encantado de conocerla! —exclamó Worple mirándolo con ojos de miope—. Precisamente, hace poco le preguntaba al profesor Slughorn cuándo saldría su biografía que todos estamos esperando.

—¿Ah... sí? —dijo Margaery.

—¡Ya veo que Horace no exageraba cuando elogiaba tu modestia! —se admiró Worple—. Pero de verdad —prosiguió, ahora con tono más serio—, me encantaría escribirla yo mismo. La gente está deseando saber más cosas de usted, querida, ¡se mueren de curiosidad! Si me concedieras unas entrevistas, en sesiones de cuatro o cinco horas, por decir algo, podríamos terminar el libro en unos meses. Y requeriría muy poco esfuerzo por su parte, se lo aseguro. Ya verá, pregúntale a Sanguini si no es... ¡Sanguini, quédate aquí! —ordenó endureciendo el semblante, pues poco a poco el vampiro se había ido acercando con cara de avidez al grupito de niñas—. Toma, cómete un pastelito —añadió, cogiéndolo de la bandeja de un elfo que pasaba por allí, y se lo puso en la mano antes de volver a dirigirse a Margaery—. Querida mía, no te imaginas la cantidad de oro que podrías llegar a ganar...

—No me interesa, de verdad —respondió la chica, con una sonrisita—. Y perdone, pero acabo de ver a una amiga.

Tiró del brazo de Andrew y se metió entre el gentío; acababa de atisbar una melena azabache revuelta y una larga cabellera rubia. 

—¡Harry!

—¡Mary! ¡Por fin te encuentro! Hola, Andrew.

—¡Hola! —saludó Catherine.

—¡Margaery y Harry Potter! —exclamó la voz grave y vibrante de la profesora Trelawney

—Puta madre... —murmuraron los mellizos—. Hola, profesora.

—¡Queridos! —prosiguió ella con un elocuente susurro—. ¡Qué rumores! ¡Qué historias! Yo lo sé desde hace mucho tiempo, por supuesto... Los presagios nunca fueron buenos, mis niños... Pero ¿por qué no han vuelto a Adivinación? ¡Para ustedes, más que para nadie, esa asignatura es sumamente importante!

—¡Ah, Sybill, todos creemos que nuestra asignatura es la más importante! —intervino una potente voz, y Slughorn apareció junto a la profesora Trelawney; con las mejillas coloradas y el sombrero de terciopelo un poco torcido, sostenía un vaso de hidromiel con una mano y un pastelillo de frutos secos en la otra—. ¡Pero creo que jamás he conocido a nadie con semejante talento para las pociones! —afirmó contemplando a los mellizos con afecto, aunque con los ojos enrojecidos—. Lo suyo es instintivo,  ¿me explico? ¡Igual que su madre! Te aseguro, Sybill, que he tenido muy pocos alumnos con tanta habilidad; mira, ni siquiera Severus...

Y Margaery y Harry, horrorizados, vieron cómo el profesor tendía un brazo hacia atrás y llamaba a Snape, que unos instantes antes no estaba allí.

—¡Alegra esa cara y ven con nosotros, Severus! —exclamó Slughorn, e hipó con regocijo—. ¡Estaba hablando de las extraordinarias dotes de los Potter para la elaboración de pociones! ¡Hay que reconocerte parte del mérito, desde luego, porque tú fuiste su maestro durante cinco años!

Atrapado, con el brazo de Slughorn alrededor de los hombros, Snape miró a los mellizos entornando los ojos.

—Es curioso, pero siempre tuve la impresión de que no conseguiría enseñarle nada a ninguno de los dos Potter.

—¡Se trata de capacidades innatas! —graznó Slughorn—. Deberías haber visto lo que me presentaron el primer día de clase, ¡el Filtro de Muertos en Vida! Jamás un alumno había obtenido un resultado mejor al primer intento; solo por Aemma pero no la contamos a ella, dudo que alguien iguale sus conocimientos previos. Creo que ni siquiera tú, Severus...

—¿En serio? —repuso Snape y miró ceñudo a Harry y a Margaery, que se miraron por el rabillo del ojo. No tenían ningún interés en que Snape empezara a investigar la fuente de su recién descubierto éxito en Pociones.

—Recuérdenme qué otras asignaturas estudian este año —pidió Slughorn.

—Defensa Contra las Artes Oscuras, Encantamientos, Transformaciones, Herbología...

—Resumiendo, todas las requeridas para ser auror —terció Snape sonriendo con sarcasmo.

—Sí, es que eso es lo que quiero ser —replicó Harry, desafiante.

—¡Y serás un auror excelente! —opinó Slughorn—. ¿Y tu, Margaery?

—Defensa Contra las Artes Oscuras, Encantamientos, Transformaciones, Runas Antiguas...

—¡Para el Senado, de seguro! —exclamó Slughorn.

—Ya me admitieron, señor —dijo Margaery pero se salvó de dar más explicaciones cuando Argus Filch entró arrastrando a Draco Malfoy por una oreja.

—Profesor Slughorn —dijo Filch con su jadeante voz; le temblaban los carrillos y en sus ojos saltones brillaba la obsesión por detectar travesuras—, he descubierto a este chico merodeando por un pasillo de los pisos superiores. Dice que venía a su fiesta pero que se ha extraviado. ¿Es verdad que está invitado?

Malfoy se soltó con un tirón.

—¡Está bien, no me han invitado! —reconoció a regañadientes—. Quería colarme. ¿Satisfecho?

—¡No, no estoy nada satisfecho! —repuso Filch, aunque su afirmación no concordaba con su expresión triunfante—. ¡Te has metido en un buen lío, te lo garantizo! ¿Acaso no dijo el director que estaba prohibido pasearse por el castillo de noche, a menos que tuvierais un permiso especial? ¿Eh, eh?

—No pasa nada, Argus —lo apaciguó Slughorn agitando una mano—. Es Navidad, y querer entrar en una fiesta no es ningún crimen. Por esta vez no lo castigaremos. Puedes quedarte, Draco.

Filch se había dado la vuelta y se marchaba murmurando por lo bajo; Malfoy sonreía y estaba dándole las gracias a Slughorn por su generosidad, y Snape había vuelto a adoptar una expresión inescrutable.

—No tienes que agradecerme nada —dijo Slughorn restándole importancia—. Ahora que lo pienso, creo que sí conocí a tu abuelo...

—Él siempre hablaba muy bien de usted, señor —repuso Malfoy, ágil como un zorro—. Aseguraba que usted preparaba las pociones mejor que nadie.

Margaery observó a Malfoy. Lo que le intrigaba no era el peloteo que éste le hacía a Slughorn (ya estaba acostumbrada a observar cómo adulaba a Snape) sino su aspecto, porque verdaderamente parecía un poco enfermo.

—Me gustaría hablar un momento contigo, Draco —dijo Snape.

—¿Ahora, Severus? —intervino Slughorn hipando otra vez—. Estamos celebrando la Navidad, no seas demasiado duro con...

—Soy el jefe de su casa y yo decidiré lo duro o lo blando que he de ser con él — lo cortó Snape con aspereza—. Sígueme, Draco.

Se marcharon; Snape iba delante y Malfoy lo seguía con cara de pocos amigos. Harry vaciló un momento y luego dijo:

—Vuelvo enseguida. Tengo que ir... al lavabo.

—Harry —siseó Margaery.

—Ya vuelvo. Quédate aquí.

Pero Margaery no lo hizo. Alegando que ya volvía, salió disparada atrás de su mellizo y pudo haber jurado escuchar un pequeño comentario de Catherine ("algún día se van a matar por salir corriendo atrás del otro") seguido de una risita de Andrew.

Una vez fuera de la fiesta, vió a Harry sacar la capa invisible del bolsillo. Antes de que pudiera echársela por encima lo agarró por el hombro y se metió con él debajo de ella.

—Te dije que te quedaras —susurró Harry.

—Estas loco si piensas que te iba a dejar ir —susurró Margaery.

No les costó ir caminando al mismo ritmo, pues ya estaban acostumbrados, pero lo que les costó un poco más fue encontrar a Snape y Malfoy.

Quizá Snape había llevado a Malfoy a su despacho, en las mazmorras. O quizá lo había acompañado a la sala común de Slytherin. Sin embargo, fueron pegando la oreja a cada puerta que encontraban hasta que en la última aula del pasillo oyeron voces y se agacharon para escuchar por la cerradura.

—... no puedes cometer errores, Draco, porque si te expulsan...

—Yo no tuve nada que ver, ¿queda claro?

—Espero que estés diciéndome la verdad, porque fue algo torpe y descabellado. Ya sospechan que estuviste implicado.

—¿Quién sospecha de mí? —preguntó Malfoy con enojo—. Por última vez, no fui yo, ¿de acuerdo? Katie Bell debe de tener algún enemigo que nadie conoce. ¡No me mire así! Ya sé lo que intenta hacer, no soy tonto, pero le advierto que no dará resultado. ¡Puedo impedírselo!

Hubo una pausa; luego Snape dijo con calma:

—Vaya, ya veo que tía Bellatrix te ha estado enseñando Oclumancia. ¿Qué pensamientos pretendes ocultarle a tu amo, Draco?

—¡A él no intento esconderle nada, lo que pasa es que no quiero que usted se entrometa!

Margaery apretó un poco más la oreja contra la cerradura. ¿Qué había pasado para que Malfoy le hablara de ese modo a Snape? ¡A Snape, hacia quien siempre había mostrado respeto, incluso simpatía!

—Por eso este año me has evitado desde que llegaste a Hogwarts, ¿no? ¿Temías que me entrometiera? Supongo que te das cuenta, Draco, de que si algún otro alumno hubiera dejado de venir a mi despacho después de haberle ordenado yo varias veces que se presentara...

—¡Pues castígueme! ¡Denúncieme a Dumbledore! —lo desafió Malfoy.

Se produjo otra pausa, y a continuación Snape declaró:

—Sabes muy bien que no haré ninguna de esas cosas.

—¡En ese caso, será mejor que deje de ordenarme que vaya a su despacho!

—Escúchame —dijo Snape en voz tan baja que Margaery tuvo que apretar aún más la oreja para oírlo—, yo sólo intento ayudarte. Le prometí a tu madre que te protegería. Pronuncié el Juramento Inquebrantable, Draco...

—¡Pues mire, tendrá que romperlo porque no necesito su protección! Es mi misión, él me la asignó y voy a cumplirla. Tengo un plan y saldrá bien, sólo que me está llevando más tiempo del que creía.

—¿En qué consiste tu plan?

—¡No es asunto suyo!

—Si me lo cuentas, yo podría ayudarte...

—¡Muchas gracias, pero tengo toda la ayuda que necesito, no estoy solo!

—Anoche bien que estabas solo cuando deambulabas por los pasillos sin centinelas y sin refuerzos, lo cual fue una tremenda insensatez. Estás cometiendo errores elementales...

—¡Crabbe y Goyle me habrían acompañado si usted no los hubiera castigado!

—¡Baja la voz! —le espetó Snape porque Malfoy cada vez chillaba más—. Si tus amigos Crabbe y Goyle pretenden aprobar Defensa Contra las Artes Oscuras este curso, tendrán que esforzarse un poco más de lo que demuestran hasta aho...

—¿Qué importa eso? —lo cortó Malfoy—. ¡Defensa Contra las Artes Oscuras! ¡Pero si eso es una guasa, una farsa! ¡Como si alguno de nosotros necesitara protegerse de las artes oscuras!

—¡Es una farsa, sí, pero crucial para el éxito, Draco! ¿Dónde crees que habría pasado yo todos estos años si no hubiera sabido fingir? ¡Escúchame! Es una imprudencia que te pasees por ahí de noche, que te dejes atrapar; y si depositas tu confianza en ayudantes como Crabbe y Goyle...

—¡Ellos no son los únicos, hay otra gente a mi lado, gente más competente!

—Entonces ¿por qué no te confías a mí y me dejas...?

—¡Sé lo que usted se propone! ¡Quiere arrebatarme la gloria!

Se callaron un momento, y luego Snape dijo con frialdad:

—Hablas como un niño majadero. Comprendo que la captura y el encarcelamiento de tu padre te hayan afectado, pero...

Los mellizos apenas tuvieron un segundo para reaccionar: oyeron los pasos de Malfoy acercándose a la puerta y lograron apartarse en el preciso momento en que ésta se abría de par en par. Malfoy se alejó a zancadas por el pasillo, pasó por delante del despacho de Slughorn, cuya puerta estaba abierta, y se perdió de vista tras la esquina.

Harry y Margaery permanecieron agachados y sin apenas atreverse a respirar cuando Snape abandonó el aula con una expresión insondable y se encaminó a la fiesta. Se quedaron agazapados, ocultos bajo la capa, reflexionando sobre todo lo que acababan de escuchar.

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