lxxv. the half-blood princess

lxxv. la princesa mestiza

Al día siguiente, cuando Electra y Margaery bajaron a desayunar, la castaña aprovechó para preguntarle a su amiga sobre el aparente distanciamiento entre Angelica y Margaery. La bretona le resumió todo, en voz baja y omitiendo ciertos detalles como que, por ejemplo, Angelica tenía razón al estar enojada con ella.

—Pues que estupidez —dijo Electra—. Nunca harías algo así

—Exacto —convino Margaery, aunque no insistió porque había demasiada gente que intentaba escuchar su conversación o simplemente la observaba y cuchicheaba con los demás.

—¿Nunca te han dicho que señalar con el dedo es de mala educación? —le espetó Electra a un alumno bajito de quinto cuando los tres amigos se pusieron en la cola para salir por el hueco del retrato.

El chico, que estaba murmurándole algo a un amigo, se ruborizó y, con el susto, tropezó y se cayó por el hueco. 

—Me encanta ser alumno de sexto. Además, este año tendremos un montón de tiempo libre, horas enteras sin clases que podremos pasar aquí sentados, descansando.

—Necesitaremos ese tiempo para estudiar —le recordó Margaery mientras echaban a andar por el pasillo.

—Ya, pero hoy no. Lo de hoy va a ser pan comido.

—Oye —dijo Margaery, con desgana, y le interceptó el paso a un alumno de cuarto que llevaba un disco verde lima en la mano—. Los discos voladores con colmillos están prohibidos, dámelo ahora mismo —le ordenó.

El chico puso mala cara pero le entregó el disco, que no paraba de gruñir. Una vez se hubo perdido de vista, Electra le arrebató el disco a Margaery y dijo:

—¡Qué bien! Siempre quise tener uno de éstos.

El techo del Gran Comedor mostraba un cielo sereno y azul surcado de algunas tenues y frágiles nubes, igual que los trozos de cielo que se veían por las altas ventanas con parteluces.

Después de desayunar, se quedaron sentadas en el banco esperando que la profesora Sprout abandonara la mesa de los profesores. Ese año la distribución de los horarios era más complicada de lo habitual, porque previamente la profesora tenía que confirmar que todo el mundo había obtenido las notas necesarias en los TIMOS para continuar con los ÉXTASIS elegidos.

—Bueno, Potter... —comenzó la profesora, consultando sus anotaciones y volviéndose hacia Margaery—. Encantamientos, Defensa Contra las Artes Oscuras, Herbología, Runas Antiguas, Transformaciones... todo correcto. Y ahora dime, ¿por qué no has solicitado continuar estudiando Pociones? Creía que tu gran ambición era trabajar en el Senado. En el trabajo de campo es muy requerido Pociones.

—Lo era, pero usted me dijo que tenía que sacar un extraordinario en el TIMO, profesora.

—Ya, pero eso era cuando el profesor Snape daba la asignatura. En cambio, el profesor Slughorn no tiene inconveniente en aceptar alumnos que obtienen simples supera las expectativas en el TIMO. ¿Quieres seguir estudiando Pociones?

—Sí, pero no he comprado los libros, ni los ingredientes, ni nada...

—No dudo que el profesor Slughorn te prestará lo que necesites. Muy bien, Potter, aquí tienes tu horario.

Pasados unos minutos, Electra recibió autorización para estudiar las mismas asignaturas que Margaery, y ambas amigas abandonaron la mesa.

—Mira —dijo Electra, jubiloso, mientras repasaba su horario—, tenemos una hora libre después de Runas, otra después del recreo y otra después de comer... ¡Genial!

—Runas será facilismo, ya lo verás —declaró Margaery—. Vemos Evolución este año.

Pero resultó que Runas no fue tan fácil como pensaban: tenían que hacer una redacción de cuarenta centímetros dos traducciones y tenían que leerse tres libros para el próximo miércoles.

—Espera y verás —replicó Electra—. Snape también nos pondrá un montón de trabajo. 

En ese momento se abrió la puerta del aula y Snape salió al pasillo. Como siempre, dos cortinas de grasiento cabello negro enmarcaban el amarillento rostro del profesor. De inmediato se produjo silencio en la cola.

—Adentro —ordenó

Margaery miró alrededor mientras entraba con sus compañeros en el aula. La estancia ya se hallaba impregnada de la personalidad de Snape: pese a que había velas encendidas, tenía un aspecto más sombrío que de costumbre porque las cortinas estaban corridas. De las paredes colgaban unos cuadros nuevos, la mayoría de los cuales representaban sujetos que sufrían y exhibían tremendas heridas o partes del cuerpo extrañamente deformadas. Los alumnos se sentaron en silencio, contemplando aquellos misteriosos y truculentos cuadros.

—Quiero hablar con vosotros y quiero que me prestéis la mayor atención.

Recorrió con sus negros ojos las caras de los alumnos y se detuvo en la de Margaery una milésima de segundo más que en las demás.

—Si no me equivoco, hasta ahora habéis tenido cinco profesores de esta asignatura.

«"Si no me equivoco..." Como si no los hubieras visto pasar a todos, Snape, con la esperanza de ser tú el siguiente», pensó Margaery con rencor.»

—Naturalmente, todos esos maestros habrán tenido sus propios métodos y sus propias prioridades. Teniendo en cuenta la confusión que eso os habrá creado, me sorprende que tantos de vosotros hayáis aprobado el TIMO de esta asignatura. Y aún me sorprendería más que aprobarais el ÉXTASIS, que es mucho más difícil. —Empezó a pasearse por el aula y bajó el tono de voz; los alumnos estiraban el cuello para no perderlo de vista—. Las artes oscuras son numerosas, variadas, cambiantes e ilimitadas. Combatirlas es como luchar contra un monstruo de muchas cabezas al que cada vez que se le corta una, le nace otra aún más fiera e inteligente que la anterior. Estáis combatiendo algo versátil, mudable e indestructible.

Margaery lo miró con fijeza. Una cosa era respetar las artes oscuras y considerarlas un peligroso enemigo, y otra muy diferente hablar de ellas como lo hacía Snape, con una voz que parecía una tierna caricia.

—Por lo tanto —continuó el profesor, subiendo un poco la voz—, vuestras defensas deben ser tan flexibles e ingeniosas como las artes que pretendéis anular. Estos cuadros —añadió, señalándolos mientras pasaba por delante de ellos— ofrecen una acertada representación de los poderes de los magos tenebrosos. En éste, por ejemplo, podéis observar la maldición cruciatus —era una bruja que gritaba de dolor —; en este otro, un hombre recibe el beso de un dementor —era un mago con la mirada extraviada, acurrucado en el suelo y pegado a una pared—, y aquí vemos el resultado del ataque de un inferius —era una masa ensangrentada, tirada en el suelo.

—Entonces, ¿es verdad que han visto un inferius? —preguntó Padma Patil con voz chillona—. ¿Es verdad que los está utilizando?

—El Señor Tenebroso utilizó inferi en el pasado —respondió Snape—, y eso significa que deberíais deducir que puede volver a servirse de ellos. Veamos... —Echó a andar por el otro lado del aula hacia su mesa, y una vez más la clase entera lo observó desplazarse con su negra túnica ondeando—. Creo que sois novatos en el uso de hechizos no verbales. ¿Alguien sabe cuál es la gran ventaja de esos hechizos?

Hannah levantó la mano con decisión. Snape se tomó su tiempo y, tras mirar a los demás para asegurarse de que no tenía alternativa, dijo con tono cortante:

—Muy bien. ¿Señorita Abbot?

—Tu adversario no sabe qué clase de magia vas a realizar, y eso te proporciona una ventaja momentánea.

—Una respuesta calcada casi palabra por palabra del Libro reglamentario de hechizos, sexto curso —repuso Snape con desdén—, pero correcta en lo esencial. Sí, quienes aprenden a hacer magia sin vociferar los conjuros cuentan con un elemento de sorpresa en el momento de lanzar un hechizo. No todos los magos pueden hacerlo, por supuesto; es una cuestión de concentración y fuerza mental, de la que algunos...  carecen. Ahora —continuó Snape— os colocaréis por parejas. Uno de vosotros intentará embrujar al otro, pero sin hablar, y el otro tratará de repeler el embrujo, también en silencio. Podéis empezar.

Aunque Snape no lo sabía, el curso anterior Harry había enseñado a realizar el encantamiento escudo al menos a la mitad de sus compañeros (a todos los que se habían apuntado al ED). Sin embargo, ninguno de ellos había lanzado el encantamiento sin hablar. Así pues, los alumnos pusieron manos a la obra. Muchos optaron por hacer trampas y pronunciaban el conjuro quedamente en lugar de a viva voz. Como era de esperar, al cabo de diez minutos Hannah consiguió repeler en completo silencio el embrujo piernas de gelatina que Susan había pronunciado en voz baja, una proeza que sin duda le habría valido veinte puntos para Hufflepuff con cualquier profesor razonable (como pensó Margaery con amargura), pero Snape lo ignoró olímpicamente. Éste, que parecía más que nunca un murciélago gigante, pasó entre Margaery y Electra y se detuvo para observar cómo las dos amigas se empleaban a fondo en la tarea que les había impuesto.

Electra, lívido y con los labios apretados para no caer en la tentación de pronunciar el conjuro, intentaba embrujar a Margaery, quien en ascuas mantenía la varita levantada, preparado para repeler un embrujo que no parecía que fuera a llegar nunca.

—Patético, Britannia —sentenció Snape al cabo de un rato—. Aparta, deja que te enseñe...

El profesor sacudió su varita en dirección a Margaery tan deprisa que la chica reaccionó de manera instintiva y, olvidando que estaban practicando hechizos no verbales, gritó:

—¡Protego!

Su encantamiento escudo fue tan fuerte que Snape perdió el equilibrio y se golpeó contra un pupitre. La clase en pleno se había dado la vuelta y vio cómo Snape se incorporaba, con el entrecejo fruncido.

—¿Te suena por casualidad que os haya mandado practicar hechizos no verbales, Potter?

—Sí —contestó fríamente.

—Sí, «señor» —lo corrigió Snape.

—Señorita, profesor —replicó Margaery impulsivamente.

Varios alumnos soltaron grititos de asombro, entre ellos Hannah y Angelica. Sin embargo, Electra y Susan, que estaban detrás de Snape, sonrieron en señal de apreciación.

—Castigada. Te espero en mi despacho el sábado después de cenar —dictaminó Snape—. No acepto insolencias de nadie, Potter. Ni siquiera de la «Princesa de Lyndor».

Por suerte, Margaery y Electra tenían una hora libre después del recreo que aprovecharon para... hacer nada más que jugar a las cartas. En cuanto acabó,sonó el timbre de la clase de dos horas de Pociones que tenían esa tarde, y juntos se encaminaron hacia la mazmorra que durante tanto tiempo había sido territorio de Snape.

—¡Mary! —exclamó una vocecita atrás de ellas.

—¡Hola, Pau! —saludó Margaery.

La pequeña corrió a abrazarla y Margaery la levantó en el aire. Atrás de la Knight venían dos de sus amigas, una castaña y una pelirroja, que comenzaron a cuchichear en cuanto la vieron. 

—¿Qué tal tu primer día? —preguntó Margaery, bajándola al suelo.

—Me perdí... como cinco veces —dijo Paulette con una sonrisita—. Y acabo de salir de Historia de la Magia... me dormí. Así que creo que bien.

Margaery rió.

—A nadie le importan las clases de Binns. Duerme lo que quieras, yo te paso los apuntes —sonrió Margaery—. Pero no le digas a tu hermano que dije eso.

—Mis labios están sellados —Paulette se pasó los dedos juntos por los labios.

—Bien —dijo Mary—. Ahora tengo que irme.

—¡Adiós! —saludó la pequeña.

Y las tres se alejaron por el pasillo.

—Oye, a mi nunca me diste tus apuntes —se quejó Electra.

Cuando llegaron al pasillo, comprobaron que tan sólo una docena de alumnos iban a cursar el nivel de ÉXTASIS. Crabbe y Goyle no habían conseguido la nota mínima requerida en sus TIMOS, pero otros cuatro alumnos de Slytherin sí la habían alcanzado, entre ellos Malfoy. También había cuatro alumnos de Ravenclaw, solo cuatro de Hufflepuff: Ernie Macmillan, Hannah, Angelica, Electra y Margaery, y de Gryffindor los que más resaltaban eran Harry, Hermione, Ron, Victoria, Theo y Catherine.

Iba a acercarse a Harry cuando se abrió la puerta de la mazmorra y la barriga de Slughorn salió por ella precediéndolo. Mientras los alumnos entraban en fila en el aula, el enorme bigote de morsa de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor.

La mazmorra ya estaba llena de vapores y extraños olores, lo cual sorprendió a los alumnos. Electra y Margaery olfatearon con interés al pasar por delante de unos grandes y burbujeantes calderos. Los cuatro alumnos de Slytherin se sentaron juntos a una mesa, y lo mismo hicieron los cuatro de Ravenclaw. Margaery se sentó con Harry y su grupo mientras Victoria se sentó con los Hufflepuff. Eligieron la que estaba más cerca de un caldero dorado que rezumaba uno de los aromas más seductores que Margaery había inhalado jamás: una extraña mezcla de libros encuadernados en cuero, aire salado del mar y un aroma que había olido en la habitación de Andrew. Se dio cuenta de que respiraba lenta y acompasadamente y que los vapores de la poción se estaban propagando por su cuerpo como si fueran una bebida. Lo embargó una gran satisfacción y miró sonriendo a Harry, que le devolvió una sonrisa perezosa.

—Muy bien, muy bien —dijo Slughorn, cuyo colosal contorno oscilaba detrás de las diversas nubes de vapor—. Sacad las balanzas y el material de pociones, y no olvidéis los ejemplares de Elaboración de pociones avanzadas...

—Señor... —dijo Harry levantando la mano.

—¿Qué pasa, Harry?

—No tengo libro, ni balanza, ni nada. Y Mary tampoco. Verá, es que no sabíamos que podríamos cursar el ÉXTASIS de Pociones...

—¡Ah, sí! Ya me lo ha comentado la profesora McGonagall y la profesora Sprout. No se preocupen, no pasa nada. Hoy podéis utilizar los ingredientes del armario de material, y estoy seguro de que encontraremos alguna balanza. Además, aquí hay unos libros de texto de otros años que servirán hasta que podáis escribir a Flourish y Blotts... Pueden ir a buscarlos al armario.

Los mellizos caminaron hasta el armario donde encontraron dos libros de textos: uno hecho trizas y otro en perfecto estado. Los dos se miraron por unos segundos antes de empujarse para agarrar el que estaba en mejor estado. Luego de un poco de pelea, Margaery sacó el nuevo y miró a Harry con una sonrisa burlesca

—Muy bien —dijo Slughorn cuando ambos se sentaron—. He preparado algunas pociones para que les echéis un vistazo. Es de esas cosas que deberíais poder hacer cuando hayáis terminado el ÉXTASIS. ¿Alguien puede decirme cuál es ésta?

Señaló el caldero más cercano a la mesa de Slytherin. Margaery se levantó un poco del asiento y vio que en el cacharro hervía un líquido que parecía agua normal y corriente. La bien adiestrada mano de Hermione se alzó antes que ninguna otra; Slughorn la señaló.

—Es Veritaserum, una poción incolora e inodora que obliga a quien la bebe a decir la verdad —contestó Hermione.

—¡Estupendo, estupendo! —la felicitó el profesor, muy complacido—. Esta otra —continuó, y señaló el caldero cercano a la mesa de Ravenclaw— es muy conocida y últimamente aparece en unos folletos distribuidos por el ministerio.

La mano de Hermione volvió a ser la más rápida.

—Es poción multijugos, señor —dijo.

—¡Excelente, excelente! Y ahora, esta de aquí... ¿Sí, querida? —dijo Slughorn mirando con cierto desconcierto a Hermione, que volvía a tener la mano levantada.

—¡Es Amortentia!

—En efecto. Bien, parece innecesario preguntarlo —dijo Slughorn, impresionado—, pero supongo que sabes qué efecto produce, ¿verdad?

—Es el filtro de amor más potente que existe —respondió Hermione.

—¿Puedes decirme tu nombre, querida? —le preguntó Slughorn sin reparar en su bochorno.

—Me llamo Hermione Granger, señor.

—¿Granger? ¿Granger? ¿Tienes algún parentesco con Héctor Dagworth-Granger, fundador de la Rimbombante Sociedad de Amigos de las Pociones?

—No, me parece que no, señor. Yo soy hija de muggles.

—¡Ajá! ¡«Una de mis mejores amigas es hija de muggles y es la mejor alumna de mi curso»! Deduzco que ésta es la amiga de que me hablaste, ¿no, Harry?

—Sí, señor.

—Vaya, vaya. Veinte bien merecidos puntos para Gryffindor, señorita Granger —concedió afablemente Slughorn—. Aunque claro, la Amortentia no crea amor. Sólo produce un intenso encaprichamiento, una obsesión. —la gran mayoría de las chicas parecieron acercarse cada vez más—. Probablemente sea la poción más peligrosa y poderosa de todas las que hay en esta sala. Bien, y ahora ha llegado el momento de ponerse a trabajar.

—Señor, todavía no nos ha dicho qué hay en ése —dijo Ernie Macmillan señalando el pequeño caldero negro que había en la mesa de Slughorn. La poción que contenía salpicaba alegremente; tenía el color del oro fundido y unas gruesas gotas saltaban como peces dorados por encima de la superficie, aunque no se había derramado ni una partícula.

—¡Ajá! —asintió Slughorn—. Sí. Ésa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada Felix Felicis.

—¡Es suerte líquida! —exclamó Hermione con emoción—. ¡Te hace afortunado!

La clase entera se enderezó un poco en los asientos. 

—Otros diez puntos para Gryffindor. Sí, el Felix Felicis es una poción muy interesante —prosiguió el profesor—. Dificilísima de preparar y de desastrosos efectos si no se hace bien. Sin embargo, si se elabora de manera correcta, como es el caso de ésta, el que la beba coronará con éxito todos sus empeños, al menos mientras duren los efectos de la poción.

—¿Por qué no la bebe todo el mundo siempre, señor? —preguntó Terry Boot.

—Porque su consumo excesivo produce atolondramiento, temeridad y un peligroso exceso de confianza. Ya sabes, todos los excesos son malos...

—¿Usted la ha probado alguna vez, señor? —preguntó Margaery.

—Dos veces en la vida —reconoció Slughorn—. Una vez cuando tenía veinticuatro años, y otra a los cincuenta y siete. Dos cucharadas grandes. Dos días perfectos. —Se quedó con la mirada perdida, con aire soñador—. Y eso —dijo tras regresar a la tierra— es lo que os ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy. Una botellita de Felix Felicis para dos —añadió Slughorn—. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el ocaso.

»Veamos —continuó Slughorn, adoptando un tono más enérgico—, ¿cómo podéis ganar mi fabuloso premio? Pues bien, abriendo el libro Elaboración de pociones avanzadas por la página diez. Nos queda poco más de una hora, tiempo suficiente para que obtengáis una muestra decente del Filtro de Muertos en Vida. Ya sé que hasta ahora nunca habíais preparado nada tan complicado, y desde luego no espero resultados perfectos, pero el dúo que lo haga mejor se llevará al pequeño Felix. Tienen cinco minutos para elegir sus parejas ¡Adelante!

Margaery y Harry se miraron lo que tomaron como un acuerdo mutuo de compañerismo. Se oyeron chirridos y golpes metálicos cuando los alumnos arrastraron sus calderos y empezaron a añadir pesas a las balanzas, pero no intercambiaron ni una palabra. Margaery se apresuró a abrir el libro que Slughorn le había prestado pero descubrió que su el interior tenía todas las páginas que necesitaba arrancadas.

—Yo necesitaría un pequeño Felix ahora mismo —murmuró Margaery.

—Pues mi libro está rayado —dijo Harry—. Pero creo que sirve. —Acercando la vista a la página para descifrar los ingredientes (pues incluso allí había anotaciones y aparecían tachadas algunas palabras), fue hasta el armario del material para coger rápidamente lo que necesitaba—. Yo voy.

Cada alumno echaba vistazos alrededor para ver qué hacía el resto de la clase; eso era la gran ventaja y el gran inconveniente de las clases de Pociones: resultaba difícil que unos no espiaran el trabajo de los otros. Al cabo de diez minutos, el aula se había llenado de un vapor azulado.

Después de trocear las raíces que había cogido, los mellizos volvieron a inclinarse sobre el libro. Resultaba muy incómodo descifrar las indicaciones que daban los estúpidos garabatos de su anterior dueño, que por algún motivo había tachado «cortar el grano de sopóforo». En su lugar había anotado una instrucción alternativa: «aplastar con la hoja de una daga de plata; se obtiene más jugo que cortando».

A Harry le estaba costando mucho cortar su grano de sopóforo. Así que miró a Margaery, un tanto desesperado. Margaery tomó el cuchillo de plata y aplastó el reseco grano con la hoja de la daga sorprendiendose al ver que, de inmediato, éste exudaba tal cantidad de jugo que parecía mentira que lo hubiera contenido. Lo metió deprisa en el caldero la poción adquirió al instante el tono exacto de lila descrito en el libro.

Se le pasó de golpe el enfado con el anterior propietario y leyó la siguiente línea de instrucciones. Según el libro, la poción debía removerse en sentido contrario a las agujas del reloj hasta que se volviera transparente como el agua. Sin embargo, según el comentario añadido por aquel desconocido, debía removerse una vez en el sentido de las agujas del reloj después de cada siete veces en sentido contrario.

—Ya acertó una vez —murmuró Harry.

—Pudo haber sido suerte —contestó Margaery.

Aún así, ambos se miraron y asintieron. Harry removió la poción en sentido contrario a las agujas del reloj siete veces, contuvieron el aliento y Margaery removió una vez en el sentido de las agujas del reloj. El efecto fue inmediato: la poción se tornó rosa claro.

—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Hermione, que tenía las mejillas encendidas y el cabello cada vez más encrespado a causa de los vapores que rezumaba su caldero; su poción presentaba un color morado intenso.

—Remueve una vez en el sentido de las agujas del reloj...

—¡No, no, el libro dice que hay que remover en sentido contrario a las agujas del reloj! —se empeñó ella.

Harry se encogió de hombros. Siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, una en el sentido de las agujas del reloj, pausa; siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj...

Margaery estaba eufórica, algo que nunca le había pasado en esa mazmorra.  Le chocó los cinco a su mellizo.

—¡Tiempo! —anunció Slughorn—. ¡Parad de remover, por favor!

A continuación se paseó despacio entre las mesas mirando en el interior de los calderos. No hacía ningún comentario, pero de vez en cuando agitaba un poco alguna poción, o la olfateaba. Cuando vio la de los mellizos una expresión de júbilo le iluminó el rostro.

—¡He aquí los ganadores, sin duda! —exclamó para que lo oyeran todos—. ¡Excelente, Harry, Margaery excelente! ¡Caramba, es evidente que han heredado el talento de su madre! Aemma tenía muy buena mano para las pociones. Así pues, aquí tienen: una botella de Felix Felicis, ¡y empléenla bien!

—¿Cómo lo han hecho? —le preguntó Hermione cuando salieron de la mazmorra.

—Suerte —contestaron los mellizos al unísono.

Pero a la hora de comer tanto Harry como Margaery se sintieron lo bastante a salvo de indiscreciones para contarles la verdad a sus amigos. La mirada de Hermione se iba endureciendo a cada palabra que pronunciaban.

—Supongo que no pensarás que hemos hecho trampas —concluyó los mellizos.

—Hombre, tampoco puede decirse que hayan hecho el trabajo solo ustedes —repuso ella con frialdad.

—Lo único que hizo fue seguir unas instrucciones distintas de las que seguiste tú —razonó Catherine—. El resultado habría podido ser catastrófico, ¿no? Pero se arriesgaron y no mataron a nadie que es lo que importa.

—Ya pero podría tratarse de algo peligroso. Tenemos que comprobar que no sea nada raro. Quién sabe, esas extrañas instrucciones... —dijo Hermiones

—¡Eh! —protestó Harry al ver que su amiga le sacaba el viejo ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas de la mochila y levantaba la varita.

—¡Specialis revelio! —exclamó Hermione, y golpeó la cubierta del libro con la punta de la varita

No pasó nada. El libro siguió allí, igual de viejo, sucio y sobado que antes, sin alterarse lo más mínimo.

—Pues no se a puesto a dar volteretas así que no creo que haya algún inconveniente —opinó Electra.

—Parece normal —admitió Hermione, pero siguió observándolo con recelo—. Es decir, parece... un libro de texto normal y corriente.

—Estupendo. Entonces me lo llevo —repuso él, agarrándolo, pero el libro se le escurrió y fue a parar abierto al suelo.

Los mellizos se agacharon para recogerlo y vieron algo anotado en la última página. Tenía la misma caligrafía pequeña y apretada de las instrucciones, que le resultaba bastante familiar. La anotación rezaba:

Este libro es propiedad de la Princesa Mestiza































AUTHOR'S NOTE:

blender reference (?)

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