lxxix. frozen christmas

lxxix. navidades heladas

—¿Seguro que escuchamos bien? Snape le ofrecía ayuda, ¿verdad?

—Si me lo preguntas una vez más te meto el atizador por... —la amenazó Harry.

—¡Sólo quiero asegurarme! —se defendió Margaery. Estaban solos junto al fuego de la sala de la Potter Manor. Tras las ventanas que tenían a los costados caía una intensa nevada.

—¡Pues sí! —repitió Harry—. Dijo que había prometido a su madre que lo protegería y que había prestado un Juramento Inquebrantable o algo...

—Sí, yo estuve ahí también —lo cortó Margaery, sacando un suspiro de su hermano—. Me parece muy extraño aún así...

—¿Por qué? ¿Qué significa?

—¡Hombre, un Juramento Inquebrantable no se puede romper!

—Aunque no te lo creas, eso ya lo había deducido yo solito. Pero, ¿qué pasa si lo rompes?

—Que te mueres —contestó Margaery llanamente—. ¿Piensas contarle a Dumbledore?

—Sí. Se lo contaré a cualquiera que pueda pararles los pies, y Dumbledore es la persona más indicada. Quizá hable también con mamá.

—Es una lástima que no nos enteráramos del plan de Malfoy.

—Pues precisamente de eso se trataba: Malfoy se negaba a revelárselo a Snape.

Hubo un silencio, y luego Margaery opinó:

—Aunque ya sabes qué dirán todos, ¿no? Mamá, Dumbledore y los demás. Dirán que no es que Snape quiera ayudar a Malfoy de verdad, sino que sólo pretende averiguar qué se trae entre manos.

—Eso porque no los oyeron hablar —repuso Harry—. Nadie puede ser tan buen actor, ni siquiera Snape. —Harry se volvió y la miró con ceño—. Pero tú crees que tengo razón, ¿verdad?

—Pues ahora sí —se apresuró a afirmar Margaery—. ¡En serio, te creo! Pero todos dan por hecho que Snape está de parte de la Orden, ¿no?

Inclusive, era indudable que Malfoy estaba tramando algo y Snape lo sabía, de modo que Harry se sentía justificado para soltarle un: «Ya te lo decía yo» a su hermana.

—Tengo otra cosa para contarte —dijo Margaery y comenzó a explicarle sobre el incidente del espejo y de la carta de su tío Aemmond.

—Cuéntale a mamá. Ya —dijo Harry con preocupación—. La carta, ¿no decía nada más?

—No, ¿por? —respondió Margaery.

—¿No se supone que este hijo de puta es un mortifago? —inquirió Harry—. ¡Quizás también le esté ayudando a Malfoy y a Snape desde afuera del colegio!

—Pues, hombre... No lo sé... —musitó Margaery—. No creo que Aemmond colabore con Snape después de su adolescencia. ¡Ya viste cómo se trataban Sirius y Snape!

—No los compares —dijo Harry—. No son ni remotamente iguales.

—Solo nos crió uno de ellos —dijo Margaery. Sonó a ataque, como si estuviese juzgando a Sirius y defendiendo a Aemmond. 

De pronto le pasó por la cabeza aquel pensamiento que la había espantado durante toda la primera mitad del año escolar. Trató de alejarlo, de negarlo. No, se repitió, Alyssane no podía ser la hija de Aemmond Pendragon. ¿Debería decírselo a Harry...?

—Yo te aconsejaría que sí —dijo la voz de Morgana a su lado—. ¿Cómo se sentiría Harry si supiera que lo traicionaste?

"De vuelta al infierno, abuela", pensó Margaery y la bruja pareció esfumarse.

—¡Bien hecho! —felicitó Arthur—. Pero no creo que sea lo mejor decirle. Ya tiene muchas cosas en la cabeza.

"Sí, pensó Margaery, "tiene razón. No voy a preocuparlo".

—Vamos a comer —dijo Harry que, al parecer, no quería discutir con su melliza por su comentario.

Los dos bajaron a la planta baja de la mansión para la cena.

Aemma, Ayse y para su sorpresa, también Remus estaban sentados en el salón, que Margaery había decorado tan magníficamente que parecía una exposición de cadenetas de papel. Los mellizos y su madre eran los únicos que sabían que el ángel que había en lo alto del árbol navideño era en realidad un gnomo de jardín. Lo habían colgado allí tras hacerle un encantamiento aturdidor, pintarlo de dorado, embutirlo en un diminuto tutú y pegarle unas pequeñas alas en la espalda; el pobre miraba a todos con rabia desde lo alto. Era el ángel más feo que Margaery había visto jamás: su cabezota calva parecía una patata y tenía los pies muy peludos.

Se suponía que estaban escuchando un programa navideño interpretado por la cantante favorita de tía Ayse, Celestina Warbeck, cuyos gorgoritos salían de la gran radio de madera. Amparados por un tema jazzístico particularmente animado, que se titulaba Un caldero de amor caliente e intenso.

—Mami... —llamó Harry a su madre, que se dió vuelta con el ceño fruncido a causa de la cantante que su hermana escuchaba—. Mary y yo te tenemos que decir algo

Y le explicó la conversación entre Malfoy y Snape. Mientras hablaba, Margaery vio que tío Remus volvía un poco la cabeza para intentar escuchar. Cuando terminó, hubo un silencio y se oyó a Celestina canturreando:

¿Qué has hecho con mi pobre corazón?
Se fue detrás de tu hechizo...

—¿No se te ha ocurrido pensar, querido mío  —preguntó Aemma—, que a lo mejor Snape sólo estaba fingiendo...?

—¿Fingiendo que le ofrecía ayuda para averiguar qué está tramando Malfoy? Sí, ya pensé que me dirías eso. Pero ¿cómo saberlo?

—No nos corresponde a nosotros saberlo —intervino Remus—. Es asunto de Dumbledore. Él confía en Severus, y eso debería ser suficiente garantía para todos.

—Pero supongamos... —objetó Harry—. Supongamos que Dumbledore se equivoca respecto a Snape...

—Esa suposición ya se ha formulado muchas veces. Se trata de si confías o no en el criterio de Dumbledore. Yo confío en él y por lo tanto confío en Severus.

—Pero Dumbledore puede equivocarse —insistió Harry—. Él mismo lo reconoce. Y tu... —Miró a los ojos a Remus y le preguntó—: ¿De verdad te cae bien Snape?

—No me cae ni bien ni mal. Te estoy diciendo la verdad, Harry —añadió al ver que éste adoptaba una expresión escéptica—. Quizá nunca lleguemos a ser íntimos amigos; después de todo lo que pasó entre James, Sirius, Aemmond y Severus, ambos tenemos demasiado resentimiento acumulado. Pero no olvido que durante el año que di clases en Hogwarts, él me preparó la poción de matalobos todos los meses; la elaboraba con gran esmero para que yo me ahorrara el sufrimiento que padezco cuando hay luna llena.

—¡Pero «sin querer» reveló que eras un hombre lobo, y por su culpa tuviste que marcharte del colegio! —discrepó Margaery.

—Se habría descubierto tarde o temprano —repuso Remus encogiéndose de hombros—. Ambos sabemos que él ambicionaba mi empleo, pero habría podido perjudicarme mucho más adulterando la poción. Él me mantuvo sano. Debo estarle agradecido.

—Quizá no se atrevió a adulterarla porque Dumbledore lo vigilaba —sugirió Harry.

—Veo que están decididos a odiarlo —dijo Lupin esbozando una sonrisa—. Y lo comprendo: son los hijos de James, sobrinos de Aemmond y ahijados de Sirius, y han heredado un viejo prejuicio. No dudes en contarle a Dumbledore lo que nos has contado a Aemma y a mí, pero no esperes que él comparta tu punto de vista sobre ese tema; no esperes siquiera que le sorprenda lo que le expliques. Es posible que Severus interrogara a Draco por orden de Dumbledore.

... y ahora lo has destrozado.
¡Devuélveme mi corazón!

Celestina terminó su canción con una nota larguísima y aguda, y por la radio se oyeron fuertes aplausos.

—¿Ya ha terminado? —susurró Aemma, mientras se levantaba de su asiento—. Menos mal...

—¿Qué has estado haciendo últimamente? —le preguntó Margaery a Remus.

—He estado trabajando en la clandestinidad —respondió—. Por eso no he podido escribirles; de haberlo hecho me habría expuesto a que me descubrieran.

—¿Qué quieres decir?

—He estado viviendo entre mis semejantes —explicó Lupin—. Con los hombres lobo —añadió al ver que ninguno entendía—. Casi todos están en el bando de Voldemort. Dumbledore quería infiltrar un espía y yo le venía como anillo al dedo. —Lo dijo con cierta amargura y quizá se dio cuenta, porque suavizó el tono cuando prosiguió—: No me quejo; es un trabajo importante, ¿y quién iba a hacerlo mejor que yo? Sin embargo, me ha costado ganarme su confianza. No puedo disimular que he vivido entre los magos, ¿comprendes? En cambio, los hombres lobo han rechazado la sociedad normal y viven marginados, roban y a veces incluso matan para comer.

—¿Por qué apoyan a Voldemort?

—Creen que vivirán mejor bajo su gobierno. Y no es fácil discutir con Greyback sobre estos temas...

—¿Quién es Greyback?

—¿No has oído hablar de él? —Lupin cerró sus temblorosas manos sobre el regazo—. Creo que no me equivoco si afirmo que Fenrir Greyback es el hombre lobo más salvaje que existe actualmente. Considera que su misión en esta vida es morder y contaminar a tanta gente como sea posible; quiere crear suficientes hombres lobo para derrotar a los magos. Voldemort le ha prometido presas a cambio de sus servicios. Greyback es especialista en niños... Dice que hay que morderlos cuando son pequeños y criarlos lejos de sus padres para enseñarles a odiar a los magos normales. Voldemort ha amenazado con darle carta blanca para que desate su violencia sobre los niños; es una amenaza que suele dar buen resultado. —Hizo una pausa, y agregó—: A mí me mordió el propio Greyback.

—¿En serio? —se sorprendió Harry.

—Sí. Mi padre lo había ofendido. Durante mucho tiempo yo no supe quién era el hombre lobo que me había atacado; incluso sentía lástima por él porque creía que no había podido contenerse, pues entonces ya sabía en qué consistía su transformación. Pero Greyback no es así. Cuando hay luna llena, ronda cerca de sus víctimas para asegurarse de que no se le escape la presa elegida. Lo planea todo con detalle. Y ése es el hombre a quien Voldemort está utilizando para reclutar a los hombres lobo. Greyback insiste en que los hombres lobo tenemos derecho a proveernos de la sangre que necesitamos para vivir y en que debemos vengarnos de nuestra condición en la gente normal; he de admitir que, hasta ahora, mis razonamientos no han logrado convencerlo de lo contrario.

—¡Pero si tu eres normal! —exclamó Margaery—. Lo único que pasa es que tienes... un problema.

Lupin soltó una carcajada.

—A veces me recuerdas a James. En público, él lo llamaba mi «pequeño problema peludo». Mucha gente creía que yo tenía un conejo travieso.

—¿Has oído hablar alguna vez de alguien llamado la Princesa Mestiza? —preguntó Harry, de pronto.

—¿Estás pensando en adoptar ese título? ¿No estás contento con eso del «Elegido»?

—No tiene nada que ver conmigo —replicó Harry—. La Princesa Mestiza es alguien que estudiaba en Hogwarts y Mary y yo tenemos su viejo libro de pociones. Anotó hechizos en sus páginas, hechizos inventados por ella. Uno de ellos se llamaba Levicorpus...

—¡Ah, ése estaba muy en boga cuando yo iba a Hogwarts! —comentó tía Ayse con cierta nostalgia—. Recuerdo que en quinto curso hubo unos meses en que no podías dar un paso sin que alguien te dejara colgado por el tobillo.

—Mi padre lo utilizaba. Lo vi en el pensadero; se lo hizo a Snape. —Harry intentó sonar indiferente, como si fuera un comentario casual, pero no lo había conseguido

—Sí —dijo—, pero él no era el único. Como te digo, ese hechizo era muy popular. Ya sabes que los hechizos van y vienen...

—Pero por lo visto lo inventaron cuando ustedes iban al colegio —insistió Harry.

—No precisamente. Los embrujos se ponen de moda o se olvidan como todo lo demás. —Remus miró al muchacho a los ojos y añadió en voz baja—: James era un sangre limpia, Harry, y te aseguro que nunca nos pidió que lo llamáramos «princesa».

Margaery rió. Harry dejó de fingir y preguntó:

—¿Y Sirius? ¿Y ustedes?

—No.

—Ya —Harry se quedó mirando el fuego—. Creía... Bueno, esa princesa me ha ayudado mucho con las clases de Pociones.

—Quizás Aemma pueda saber algo —comentó tía Ayse.

Los mellizos miraron a su madre, que estaba casi pegada mirando por la ventana con expresión melancólica.

—¿Mamá? —preguntaron los mellizos al unísono.

—¿Sí? 

—¿Conoces a una Princesa Mestiza? —preguntaron los mellizos.

Aemma se dió vuelta casi inmediatamente. Su expresión era un tanto rara: una mezcla entre enojo, confusión y sorpresa.

—¿Quién les dijo sobre eso? —preguntó Aemma, acercándose.

—Harry y yo tenemos su libro de pociones —explicó Margaery—. Y pensamos que quizás podrían saber sobre ella.

—Ni idea —respondió Aemma escuetamente, luego de inspeccionarlos por unos segundos—. Pero creo que deberían ir a dormir. Mañana iremos a la casa de los Weasleys. 

































































































































—¡Mary, despierta! —exclamó Harry al día siguiente.

Había cruzado a la habitación de Margaery para llevar a cabo su típica tradición de abrir los regalos de Navidad juntos.

—Buenos días —dijo Margaery, encontrando una abultada media encima de su cama. Miró alrededor: casi no entraba luz por la pequeña ventana a causa de la nieve.

Entre los regalos de Harry había un jersey con una gran snitch dorada bordada en la parte delantera, tejido a mano por la señora Weasley; una gran caja de Sortilegios Weasley, regalo de los gemelos, y un paquete un poco húmedo que olía a moho, con una etiqueta que rezaba: «Para el amo, de Kreacher.»

—¿Qué hago? ¿Lo abro? —preguntó a Margaery.

—No puede ser nada peligroso. El ministerio registra nuestro correo. —Pero ella también miraba el paquete con desconfianza.

—¡No se me ocurrió regalarle nada a Kreacher! ¿Sabes si la gente les hace regalos a sus elfos domésticos por Navidad? —preguntó Harry mientras daba unos cautelosos golpecitos al paquete.

—Creo que no pero antes de sentirte culpable, espera a ver qué es.

Unos momentos más tarde, Harry dio un grito y saltó de la cama de su melliza. El paquete contenía un montón de gusanos.

—¡Qué bonito! —dijo Margaery desternillándose—. ¡Todo un detalle!

Los regalos eran variados. Había ropa y libros de parte de su madre y sus tres tías; nada de Alyssane (por suerte); dulces por parte de Angelica, Elizabeth, Colette, Paulette y Edward; un brazalete dorado de Andrew; un par de bailarinas por parte de Electra; una bufanda de Catherine (lo que consideró muy tierno pues Margaery no le había dado nada); el típico jersey de la señora Weasley y un paquete pequeño que parecía no ser de nadie. 

Margaery lo abrió y descubrió que dentro había una daga con el mango rojo y dorado. "Aemmond", dijo una voz dentro de ella.

—Que bastardo —comentó Aemon I, a su lado.

—No puedo creer que vaya a decir esto, pero concuerdo —dijo la reina Arya.

—Apoyo —dijeron varias voces al mismo tiempo, que se apresuraron a rechistar.

Margaery miró hacia su derecha. Algunos sentados en el alféizar de la ventana, otros parados alrededor de los que estaban en la ventana y otros sentados en el suelo, en su habitación había ocho Pendragons de diferentes épocas: Alyssane I, Arya, Arthur III, Aemon I, Alexander I, Aemon II, Alexander II, Alexander IV.

Margaery los ignoró y escondió la daga bajo sus sábanas. Se percató que había un regalo que no había abierto, lo agarró y vió que era de Cedric.

Querida Margaery;

No sabes lo que me alegra escuchar de ti por tus palabras. No tengo que decírtelo para que sepas que siempre te considerado brillante y que siempre vas a tener un lugar en mi corazón y mi gratitud eterna.

Lamento escuchar lo del Equipo de Quidditch. La verdad, y esto entre nosotros, nunca consideré a Zacharias alguien con muchas... luces, por decirlo de alguna forma. Siempre esperé que tu tomaras mi lugar pero ser prefecta es más importante, claro. Espero que ganen el primer partido de la temporada. Si no lo hacen te aseguro que vuelvo a Hogwarts y los dirijo yo mismo.

Sin importar lo que haya pasado entre tu hermana y yo (ambos estamos mejor así, te aseguro), te guardo el mismo cariño que tu a mi y espero que te aguarde un futuro brillante, como sé que lo hará. Quien sabe, quizás algún día tengamos alguna misión diplomática conjunta si tu sigues en el Senado y yo en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Cuidate muchisimo,

Cedric D.
P.D.: Espero que disfrutes mi regalo de navidad.

El regalo era una edición de "Golpear las bludgers: un estudio sobre estrategias defensivas en el quidditch" de Kennilworthy Whisp. Margaery se sintió un poco mal, pues ella no le había comprado nada pero se aseguraría de hacerle llegar algo.

—Feliz navidad, ustedes dos —dijo Aemma, tocando la puerta—. Cambiense. Tenemos que ir a los Weasley.

Antes de las once y media, los Potter, las Pendragon y Remus estaban listos para tomar el traslador que los dejaría en la cas de los pelirrojos. La señora Weasley los recibió, muy emocionada de tenerlos.

A la hora de comer, cuando se sentaron a la mesa, todos llevaban jerséis nuevos; todos excepto Fleur Delacour (por lo visto, se había comprometido con Bill Weasley pero no le caía muy bien a la señora Weasley, que ni se había dignado a tejerle uno), la propia señora Weasley, que lucía un sombrero de bruja azul marino nuevecito,con diminutos diamantes que formaban relucientes estrellas, y un vistoso collar de oro y Aemma, que iba de un apagado cuero de dragón negro.

—¿Quieres salsa, Fleur?

En su afán de ayudarla, a Ron se le cayó de las manos la salsera de jugo de carne; Bill agitó la varita y la salsa se elevó y regresó dócilmente a la salsera.

Egues peog que esa Tonks —le dijo Fleur a Ron después de besar a Bill para darle las gracias—. Siempge lo tiga todo...

—Invité a nuestra querida Tonks a que hoy comiese con nosotros —comentó la señora Weasley mientras dejaba la bandeja de las zanahorias en la mesa con un golpazo innecesario y fulminando con la mirada a Fleur—. Pero no ha querido venir. ¿Has hablado con ella últimamente, Remus?

—No, hace tiempo que no hablo con nadie —respondió Lupin—. Pero supongo que Tonks pasará la Navidad con su familia, ¿no?

—Hum. Puede ser —dijo la señora Weasley—. Pero me dio la impresión de que pensaba pasarla sola.

Le lanzó una mirada de enojo a Lupin, como si él tuviera la culpa de que su futura nuera fuera Fleur y no Tonks. A su vez Margaery miró a Fleur, que en ese momento le daba a Bill trocitos de pavo con su propio tenedor, y pensó que la señora Weasley estaba librando una batalla perdida de antemano.

—¡Arthur! —exclamó de pronto la señora Weasley, levantándose de la silla para mirar por la ventana de la cocina—. ¡Arthur, es Percy!

—¿Qué?

El señor Weasley se giró y todos los demás miraron también por la ventana; Ginny se levantó para ver mejor: en efecto, Percy Weasley, cuyas gafas destellaban a la luz del sol, avanzaba con dificultad por el nevado jardín. Pero no venía solo.

—¡Arthur, viene... viene con el ministro!

En efecto, el hombre al que Margaery había visto en El Profeta avanzaba detrás de Percy cojeando ligeramente, con la melena entrecana y la negra capa salpicadas de nieve. Antes de que nadie dijera nada o los señores Weasley hicieran otra cosa que mirarse con perplejidad, la puerta trasera se abrió y Percy se plantó en el umbral. Hubo un breve pero incómodo silencio. Entonces Percy dijo con cierta rigidez:

—Feliz Navidad, madre.

—¡Oh, Percy! —exclamó ella, y se arrojó a los brazos de su hijo.

Rufus Scrimgeour, apoyado en su bastón, se quedó en el umbral sonriendo mientras observaba la tierna escena.

—Les ruego perdonen esta intrusión —se disculpó cuando la señora Weasley lo miró secándose las lágrimas, radiante de alegría—. Percy y yo estábamos trabajando aquí cerca, ya saben, y su hijo no ha podido resistir la tentación de pasar a verlos a todos.

Sin embargo, Percy no parecía tener intención de saludar a ningún otro miembro de su familia. Se quedó quieto, tieso como un palo, muy incómodo y sin mirar a nadie en particular. El señor Weasley, Fred y George lo observaban con gesto imperturbable.

—¡Pase y siéntese, por favor, señor ministro! —dijo la señora Weasley, aturullada, mientras se enderezaba el sombrero—. Coma un moco de pavo... ¡Ay, perdón! Quiero decir un poco de...

—No, no, querida Molly —dijo Scrimgeour, y Margaery supuso que el ministro le había preguntado a Percy el nombre de su madre antes de entrar en la casa—. No quiero molestar, no habría venido si Percy no hubiera insistido tanto en verlos...

—¡Oh, Percy! —exclamó de nuevo la señora Weasley, con voz llorosa y poniéndose de puntillas para besar a su hijo.

—Sólo tenemos cinco minutos —añadió el ministro—, así que iré a dar un paseo por el jardín mientras ustedes charlan con Percy. No, no, le repito que no quiero molestar. Bueno, si alguien tuviera la amabilidad de enseñarme su bonito jardín... ¡Ah, veo que ese joven ya ha terminado! ¿Por qué no me acompaña él a dar un paseo?

Todos mudaron perceptiblemente el semblante y miraron a Harry. Nadie se tragó que Scrimgeour no supiera su nombre, ni les pareció lógico que lo eligiese a él para dar un paseo por el jardín, puesto que Margaery y Fleur también tenían los platos vacíos

—De acuerdo —asintió Harry, intuyendo la verdad: pese a la excusa de que estaban trabajando por esa zona y Percy había querido ver a su familia, el verdadero motivo de la visita era que el ministro quería hablar a solas con Harry Potter—. No importa —dijo en voz baja al pasar junto a Aemma, que había hecho ademán de levantarse de la silla—. No pasa nada —añadió al ver que el señor Weasley iba a decir algo.

—¡Estupendo! —exclamó Scrimgeour, y se apartó para que Harry saliese el primero—. Sólo daremos una vuelta por el jardín, y luego Percy y yo nos marcharemos. ¡Sigan, sigan con lo que estaban haciendo!

Se dirigieron hacia el jardín de los Weasley, frondoso y cubierto de nieve y Margaery se permitió resoplar.

—Tremendo hijo de puta —murmuró.

—¡Margaery Aemma Potter! —la regañó su madre en voz baja.

Aún así, Margaery mantuvo su mirada en Scrimgeour y Harry y los dos guardias que se alzaban a unos pocos metros, disimuladamente.

—Malditos. Todos y cada uno —dijo Margaery, en voz bien alta—. Son escoria.

—Bien dicho —dijeron el señor Weasley y los gemelos Weasley, mientras Remus sonreía, Aemma negaba y Percy y Fleur la miraban escandalizados aunque por diferentes razones; Percy por el insulto al ministerio y Fleur por los meros insultos.

—Margaery ve a buscar a tu hermano —le ordenó Aemma, mirándola por encima de su hombro

—Sí, madre —aceptó Margaery, más que feliz de interceder.

Margaery salió de la casa, caminando por la nieve hasta un poco menos de la valla del jardín, donde Scrimgeour contemplaba el nevado césped y las siluetas de las plantas, que apenas se distinguían, con Harry, un tanto incómodo a su lado.

Ambos hombres permanecieron en silencio, tan fríos como el suelo que tenían bajo los pies.

—¿Qué está tramando Dumbledore? —preguntó Scrimgeour con brusquedad—. ¿Adónde va cuando se marcha de Hogwarts?

—No tengo ni idea.

—Y si lo supieras no me lo dirías, ¿verdad?

—No, no se lo diría.

—En ese caso, tendré que averiguarlo por otros medios.

—Inténtelo —dijo Harry con indiferencia—. Pero usted parece más inteligente que Fudge; espero que haya aprendido algo de los errores de su antecesor. Él trató de interferir en Hogwarts. Supongo que se habrá fijado en que Fudge ya no es ministro, y en cambio Dumbledore sigue siendo el director del colegio. Yo, en su lugar, lo dejaría en paz.

Hubo una larga pausa.

—Bueno, ya veo que Dumbledore ha hecho un buen trabajo contigo —dijo Scrimgeour lanzándole una mirada glacial a través de sus gafas de montura metálica—. Fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste, ¿no, Potter?

—Sí, así es. Me alegro de que eso haya quedado claro. —dijo Harry en tono glacial—. Ahora, si me disculpa, y lo tendrá que hacer, mi hermana me está esperando.

Le dio la espalda al ministro de Magia y, entrelazando su brazo con el de Margaery, echaron a andar resueltamente hacia la casa.

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